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Consuelo Ordóñez: “El terror lo pudre todo”

Consuelo Ordóñez: “El terror lo pudre todo”

El asesino de Gregorio Ordóñez no tuvo ninguna prisa; lo mató con parsimonia. Entró en el bar La Cepa, vestido con un llamativo chubasquero rojo y con una pistola en la mano, se dirigió a la mesa donde estaba el concejal del PP, apartó a su compañera de partido María San Gil, lo apuntó a la cabeza y disparó. Tampoco tuvo prisa al salir del restaurante. Le amparaba la impunidad. Esa escena es clave en la película La infiltrada, pero su directora, Arantxa Echevarría, tenía claro que, antes de incorporarla al montaje, la debían ver la mujer de Gregorio, Ana Iribar, y la hermana del concejal. Consuelo no tuvo dudas: “Cuando publico en redes sociales, si tengo una foto dura, la pongo; salvo que los familiares digan lo contrario. Por eso me encantó que en La infiltrada se viera el asesinato de mi hermano, tal como fue. Para que se vea lo que ocurre cuando te disparan a la nuca, a la cabeza. La escena no me impactó, me hizo ilusión, porque pude ver cómo habían matado a mi hermano”. Ordoñez es partidaria de mostrar el horror para no olvidarlo y no repetirlo: Es lo mismo que ocurre ahora con los gazatís, ¿ellos no querrían que viéramos esas escenas tan horribles? Yo sí que quiero verlas y que no se me olviden nunca. ¿Cómo nos enteramos de lo que estaba ocurriendo en Siria con todos esos desplazados? Por la foto del niño muerto en la playa, Aylan. Esa es la forma de empatizar con todas esas tragedias”.

Cuatro meses después del asesinato de Gregorio Ordóñez (23 de enero de 1995), el Partido Popular se convirtió en la fuerza política más votada en el Ayuntamiento de San Sebastián. Ocho años después, Consuelo tuvo que huir del País Vasco por las amenazas de los asesinos de su hermano. Después de formar parte de la plataforma ¡Basta Ya!, Consuelo fue una de las fundadoras de Covite (Colectivo de Víctimas del Terrorismo), asociación que preside en la actualidad. Consuelo Ordóñez ha encontrado un aliado en las redes sociales para su activismo, concretamente en Twitter (ahora X), donde publica hilos sobre los asesinatos de ETA; una colección de efemérides para recordar a las víctimas de la banda terrorista y de los otros terrorismos. “No hay nada que me haga más ilusión que mis hilos se hagan virales y se conozcan las historias de víctimas que eran desconocidas”, afirma Consuelo, que usa los medios digitales para informar y también para denunciar y protestar. Como cuando criticó la “banalización del terrorismo y de los terroristas” que se estaba haciendo del eslogan viral «¡Que te vote Txapote!». Fue, precisamente, ese terrorista, Francisco Javier García Gaztelu “Txapote”, el que ejecutó a su hermano.

—Si juntamos todos sus hilos de Twitter sobre el terrorismo, tenemos un libro.

"Muchos seguidores de Twitter me preguntan por qué no hago un libro con todos esos hilos"

—Muchos seguidores de Twitter me preguntan por qué no hago un libro con todos esos hilos. Pero no quiero hacerlo porque lo bueno de esas publicaciones es que están vivas. Cada año actualizo la información: porque hay nuevas investigaciones. Pongo un ejemplo, Vidas rotas (Espasa), que en su momento parecía el vademécum de los crímenes de ETA, pero ya no es fuente fiable. Y si hacemos un libro con mis hilos, acabará pasando lo mismo.

—En la descripción de su perfil leemos: “En este perfil se recuerda a TODAS las víctimas de TODOS los terrorismos”.

—Ese es un principio fundacional, una seña de identidad. Todos somos víctimas del terrorismo. No hay víctimas de primera categoría y de segunda dependiendo del grupo terrorista que cometió el asesinato. Cuando me encuentro con el aniversario de asesinatos en los que la persona reúne las dos condiciones, víctima y victimario, también los condeno.

—¿Cuántos problemas le ha causado el hashtag #CondenamosTodosLosTerrorismos?

"Para mí esa es una línea roja: no hay justificación para ningún asesinato"

—Me ocurrió el otro día cuando se celebraba la efeméride de las muertes de Melitón Mazanas y dos terroristas asesinados por el Batallón Vasco Español. Me atacan los radicales de izquierdas —que me recriminan que recuerde a un torturador como Manzanas— y los de derechas —que me echan en cara que hago lo propio con unos terroristas—. Para mí esa es una línea roja: no hay justificación para ningún asesinato. Sí que es cierto que no les dedico un hilo como el que reservo para las víctimas inocentes. A los terroristas y a los torturadores se los detiene y se los condena; no se los mata. La vida humana es sagrada, como siempre repetía mi hermano. Vivimos en un mundo de extremos. Los radicales de un lado y de otro se juntan. Mis conflictos son con la gente fanática; la izquierda abertzale y la extrema derecha me atacan de la misma forma. ¿Por qué? Porque son iguales.

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El terrorismo de ETA tuvo su primera gran novela en 1981, Y Dios en la última playa. La escribió Cristóbal Zaragoza, y con ella se llevó el Premio Planeta de aquel año. El galardón tuvo polémica por la acusación de plagio que hizo Manuel Vilar Raso de plagio. Este autor había publicado el año anterior, Comandos vascos. Las dos obras han caído en el olvido; están descatalogadas y sólo pueden se encontradas en páginas de segunda mano. La novela más famosa antes de la publicación de Patria (Tusquets, 2016), de Fernando Aramburu, fue Días Contados, de Juan Madrid —que ha sido reeditada por Alianza—; sobre todo, gracias a la premiada adaptación cinematográfica —Concha de oro en el Festival de San Sebastián— que realizó Imanol Uribe. Paco Gómez Escribano en su reseña de la reciente Beltza, de Javier Sagastiberri, recopila en un listado algunas de las obras —de ficción y también ensayos— más importantes que se han escrito sobre ETA. En muchas ocasiones, el escritor fue parte de la narración; como en el caso de El comensal (Caballo de Troya, 2015), la novela en la que Gabriela Ybarra incluye un trágico episodio familiar, el secuestro y posterior asesinato de su abuelo en 1977 a manos de ETA. Uno de los libros más interesantes de no ficción lo escribió una novelista, Edurne Portela, El eco de los disparos: cultura y memoria de la violencia (Galaxia Gutenberg, 2016), donde la autora analiza qué significa crecer y educarse política y sentimentalmente en una sociedad que ha convivido con la brutalidad de la violencia: “Pero nosotros hacíamos nuestras vidas, algunos con familiares en ETA, otros con padres amenazados y con escolta, algunos escuchábamos Kortatu mientras otros escuchaban Mecano, algunos iban de potes a la Herriko Taberna, otros pasábamos de largo, algunos aplaudían cuando ETA asesinaba a un “txakurra” otros nos encogíamos de hombros; pero en casa no hablábamos de política, en el instituto tampoco, en la cuadrilla tampoco“. En Zenda también publicamos otro testimonio que ilustra cómo era aquella sociedad de silencios. Félix G. Modroño, a propósito de la publicación de La ciudad de la piel de plata (Destino, 2023), contó que su familia tuvo que exiliarse por las amenazas de la banda terrorista a la empresa en la que trabaja su padre. También narró un episodio de su juventud, cuando presenció el asesinato del novio de una vecina que era guardia civil.

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—¿Cuántos libros ha leído sobre ETA?

—Me da mucha pereza leer libros de no ficción sobre ETA porque estoy todo el día trabajando y escribiendo sobre ello. Los ensayos sobre terrorismo no me los leo; ni siquiera aquellos en los que he participado. Acabaría loca. No tengo tiempo ni ganas.

—¿Y novelas?

—Con las novelas es diferente. Patria fue un antes y después. También he leído los libros de Raúl Guerra Garrido, Fernando Savater y José María Calleja. Aramburu, además de Patria, tiene Los peces de la amargura (Tusquets, 2023), que es una maravilla. Me he leído libros sobre ETA, pero han sido novelas o ficcionados, que te muestran ese contexto que yo he vivido. Ocurre lo mismo con las películas y las series. El otro día vi El padre de Caín (Prime Video), que me pareció buenísima; y también me gustó La Frontera (Prime Video).

—Hace unos años, el Instituto de Derechos Humanos Pedro Arrupe de la Universidad de Deusto elaboró una encuesta para evaluar qué sabían las nuevas generaciones de ETA. La mitad de los encuestados tenía un conocimiento deficiente. ¿Cómo recuperamos la memoria de lo que ocurrió?

"Lo de recuperar la memoria ha quedado para las asociaciones de víctimas"

—Lo de recuperar la memoria ha quedado para las asociaciones de víctimas. Y lo hacemos con mucho esfuerzo y sufriendo la estigmatización, primero de los nacionalistas, luego de la izquierda y ahora de la derecha”. Consuelo Ordoñez denuncia que “las instituciones no van a hacer nada por esa memoria; gobierne quien gobierne. Mucha gente se está enterando ahora de lo que pasó hace veinte y treinta años por los hilos que publico en Twitter. Yo me moriré y ahí seguirán mis hilos: en la búsqueda de Google, en los motores de la Inteligencia Artificial. He sacado a la luz historias como la de los «Novios de Cádiz», de los que se ha hecho un documental corto. Poco a poco, he conseguido más seguidores en esta red social y contribuido a sacar a las víctimas del anonimato; porque hasta ahora, éramos solo cifras. Hay un fracaso rotundo de la justicia en nuestro país con las víctimas de ETA. ¿Cómo es posible que casi la mitad no tenga sentencia? Me obsesionaron esas cifras escalofriantes de impunidad que había con las víctimas de ETA, por eso empecé a impulsar desde COVITE investigaciones para saber qué había ocurrido, investigaciones en las que todavía continuo. Esta situación fue lo que motivó que comenzará con los hilos en la cuenta de Twitter.

—Y a luchar para evitar los ongietorri.

—Es algo que recordamos todos los días: no son presos políticos, son asesinos presos; están en la cárcel por matar o haberlo intentado. En nuestras redes sociales denunciamos todos los actos de homenaje. Hemos conseguido acabar con los ongietorri, que son los actos más humillantes y dolorosos que se han vivido en todo el mundo. En ningún país democrático se corta la plaza del pueblo para recibir con honores a un asesino, cerca del lugar donde ha matado a sus víctimas, para agradecerles que han estado en la cárcel por esos asesinatos.

—¿Cómo era su hermano?

"Mi hermano creía en la rebelión ciudadana. Su asesinato fue un punto de inflexión"

—Recuerdo a mi hermano, como lo recuerda la mayoría de la gente: era una persona fabulosa. Así como yo tengo más mala leche (ríe), él se hacía querer. Los dos pasamos por una evolución drástica: éramos niños muy tímidos y ambos estuvimos involucrados con el Opus Dei, aunque yo no tanto como él. Yo dejé de ser numeraria a los diecisiete años, y él cuando estaba en primero o segundo de la carrera. A mi hermano la facultad lo transformó. La política fue una vocación inesperada. Algo casual. No teníamos antecedentes en la familia —mis padres regentaban una lavandería industrial— ni es algo que hubiera buscado cuando estudiaba. No era para nada lo que llamamos el prototipo del niño bien de derechas. Al acabar la carrera, mi hermano entró a hacer las prácticas en un periódico. La única entrevista que hizo —después de dar mucho la vara— fue al obispo Setién. La primera pregunta que le hizo fue “si creía en Dios”, y Setién lo mandó a la calle (risas). Ese diario se cerró y le comentaron para trabajar en la sede de Alianza Popular. Ese sólo un trabajo, pero como nadie quería presentarse a las elecciones, le ofrecieron presentarse en las listas. Y ahí comenzó su carrera política. ¿Cómo era mi hermano? A partir de entonces, desarrolló su vocación de servicio. Le gustaba el trabajo municipal por el trato con la gente, con el pueblo. No se podía ir con mi hermano por la calle porque le paraba todo Dios. Era un político que trataba de solucionar los problemas de los ciudadanos. En sus primeras elecciones consiguieron tres concejales, y pactó con el PNV. Luego lo hizo con EA. Gobernó siempre en el Ayuntamiento de San Sebastián, primero con los nacionalistas y luego con los socialistas de Odon Elorza. La política consiste en llegar a acuerdos con el que es diferente para beneficio de los ciudadanos. Él tenía adversarios políticos, nunca fueron sus enemigos. Tenía una relación magnífica con ellos; hasta con alguno de HB. Mi hermano había estudiado Ciencias de la Información y sabía comunicar muy bien. La relación con los periodistas era estupenda. Gregorio viajaba siempre en el coche con un fax, era el hombre fax. Paraba en una gasolinera y pasaba un fax. Él era muy familiar, y también bastante macarra: iba siempre con la música a tope. Gregorio se sentía donostiarra antes que español; él no hablaba de patrias, sino de las necesidades de los ciudadanos. Tuvo que enfrentarse a ese infierno que fue vivir en el País Vasco en los años 80, pero no tenía miedo de ir a los programas para debatir. Su propósito era transformar esa sociedad. ETA practicó un terror sistemático y selectivo; eso lo pudre todo. Ante eso, mi hermano creía en la rebelión ciudadana. Su asesinato fue un punto de inflexión.

—¿Has pensado alguna vez en dejarlo? 

—Todavía no. Tengo mucho que hacer. Hay mucho que aportar a esta sociedad, y ahora más. Somos víctimas del odio y en nuestro país, ahora, se ha puesto de moda el odio al diferente. ¿A qué conduce el odio? Nosotros lo sabemos muy bien. Por otro lado, a día de hoy se sigue justificando todo lo que fue ETA. De hecho, nos hemos quedado como los únicos activistas para contar lo que pasó en este país. España tiene una deuda infinita con las víctimas. El precio por el fin de ETA fue la impunidad. El asesinato de las últimas víctimas de la organización terrorista —Carlos Sáenz de Tejada García y Diego Salva Lezaun— está todavía sin resolver desde 2009.

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John Paul Herra
John Paul Herra
3 meses hace

Mis respetos, señora.