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Torres-Dulce: “Los libros y las películas son siempre peligrosos”

Torres-Dulce: “Los libros y las películas son siempre peligrosos”

Eduardo Torres-Dulce (Madrid, 1950) transmite pasión y una euforia cuasi infantil cuando habla de literatura y de cine. Este espalda plateada de la jurisprudencia, ex fiscal general del Estado, disfruta cuando recorre las estanterías de su memoria y de su presente para hablarnos de John Ford, de Antonio Mercero, de las novelas de Sherlock Holmes o de Julio Verne. Nos enseña libros viejos, un ejemplar añejo de El cine según Hitchcock, de Truffaut, y otros volúmenes que no han visto la luz aún en España. Una microscópica muestra de una biblioteca que, entre herencias y nuevas adquisiciones, cuenta con unos 15.000 volúmenes.

Junto a los Cowboys de medianoche Luis Herrero y José Luis Garci —amén de otros cinco socios—, Torres-Dulce apadrina, alimenta y promociona a la editorial Hatari Books, sello cuyas publicaciones orbitarán, sobre todo, en torno a la literatura y al cine. Sus dos primeras obras son John Ford, de Peter Bogdanovich, y Recordando al señor Maugham, de Garson Kanin.

Sobre todo ello conversamos con el exfiscal general del Estado en su casa, mientras el asfalto de Madrid burbujea por culpa del desquiciante calor.

P: Señor Torres-Dulce, ¿cuál es su primer recuerdo cinematográfico?

R: Es un recuerdo de una película norteamericana, El conquistador de Mongolia. Una película sobre Gengis Khan, con John Wayne. Tendría unos seis años, una cosa así. Me pareció una película de aventuras: no sabía quién era Gengis Khan, ni John Wayne, que ha sido uno de mis actores favoritos. La recuerdo llena de colorido, de aventuras. Y luego, tengo un recuerdo negativo. A mi abuela no le gustaba mucho el cine, era una persona ya mayor. Vivíamos en la glorieta de Bilbao, en la calle Fuencarral, la calle de los cines, con la Gran Vía. Y, en una ocasión, nos llevó a ver una película que era de Disney. Era un documental tipo de La 2, no recuerdo el título, y no nos dejaron entrar. Nos dijeron que éramos niños muy pequeños. Y aquello me produjo una frustración… El doctor Freud, probablemente, diría que me sigue gustando ir al cine por aquel tipo del cine Roxy A que no nos dejó entrar. Con gran indignación, mi abuela dijo: «No volveré jamás a este cine». Ella no iba a ese cine ni a ningún otro. Le gustaba mucho el teatro, la ópera, la zarzuela, las revistas, aunque era una persona muy conservadora. Y esos son los dos recuerdos. Luego, hay dos películas que me impactaron enormemente, pocos años después. Las dos, en Navidades. La primera, El puente sobre el río Kwai, de la que han pervivido mis recuerdos a lo largo del tiempo, que la vi en el cine Princesa. Nos llevó mi padre el mismo día que acabamos el colegio, un 22 de diciembre, el día de la lotería. Y la otra, Misión de audaces, de John Ford, que nos llevó mi tía Cristina a la Gran Vía. Aquello fue un acontecimiento. Ah, y luego, la frustración de los programas dobles de los domingos, donde tenías que hacer una cola enorme siendo muy pequeño. Te llevaban, entrabas a las cuatro y media o a las cinco, y tenías que volverte a casa a las siete. Resulta que, en mitad de una película en el cine María Cristina, Sitting Bull, de repente, nos dijo la chacha: «Nos tenemos que ir a casa». Y organizamos una pataleta los hermanos tremenda.

"Garci dice que el cine es una vida de repuesto, y es verdad, me parece una definición fantástica"

P: En febrero, en un almuerzo en el Club Siglo XXI, dijo ser «hijo de dos padres: el mío y John Ford».

R: Eso no es un chiste, sino una cariñosa designación de Enrique Herreros. Cuando me llama por teléfono, pregunta: «¿Puedo hablar con el padre de John Ford?». Yo he crecido en las películas siempre. Garci dice que el cine es una vida de repuesto, y es verdad, me parece una definición fantástica. Como tantas generaciones, crecimos en los libros, en los tebeos, en los deportes, en mi caso en el fútbol, y en el cine, sobre todo. Poco a poco, iba descubriendo qué tipos de películas me gustaban. Luego pasabas a los actores, a los directores… Y para mí, el director más completo, el que me llega más al corazón, es John Ford.

P: ¿Clasifica a las personas según les gusta o no ¡Hatari!, de Hawks?

R: (Risas) Esto era un poco provocativo para Luis Herrero, que tiene dos espinas clavadas en el corazón con Garci y conmigo. Con Garci, sobre todo, es 2001, la película de Kubrick. No entiende por qué le fascina tanto. Dice que es muy aburrida, aunque reconoce sus detalles técnicos. En mi caso ¡Hatari!, que él dice que es una película sin mayor trascendencia. Pero es verdad que yo clasifico a la gente que le gusta el cine por el cine y sin ningún tipo de cortapisas ni coartadas con películas como ¡Hatari!, porque es un safari con relaciones de chicos y chicas, de emulación, con peligro… y sin más. No hay mensaje ni trascendencia. Hawks la rueda con absoluta naturalidad, pero a uno le da la impresión de que, caray, a uno le gustaría haber vivido ese safari.

"Como nos gustaba mucho ¡Hatari!, entre varios nombres, decidimos este que, en swahili significa 'peligro' o algo así"

P: Y Hatari se llama una editorial en la que usted está implicado.

R: Es culpa de Garci y mía con la protesta de Luis Herrero. Teníamos que poner un nombre que llamara la atención. Casi todos los nombres interesantes están cogidos. Creo que en Norteamérica, de hecho, hay una editorial que se llama Hatari. Pero como nos gustaba mucho ¡Hatari!, entre varios nombres, decidimos este que, en swahili significa «peligro» o algo así.

P: Para empezar, la editorial publica dos libros: John Ford, de Peter Bogdanovich, y Recordando al señor Maugham, de Garson Kanin.

R: En esta empresa nos hemos embarcado ocho personas de lo más diverso: Andrés Moret es productor de cine, en Hollywood; Garci, director de cine; yo, fiscal; Serrano Alberca es letrado de las Cortes; Luis Herrero, periodista; Javier Grandjean es ejecutivo de una empresa de joyería importante de España y del mundo, y Ventura Anciones, por citar a otro de los socios, es uno de los mejores neurólogos del mundo. Es una empresa de amigos a los que nos gustan los libros, nos gusta leer. La idea no es la de darnos un capricho, sino de hacer las cosas profesionalmente, ofrecer a los lectores libros que merecen una edición muy cuidada, y luego, libros que o no estaban editados en España, como Recordando al señor Maugham, o que estaban editados de forma benemérita por Fundamentos, como John Ford, pero queríamos dar la edición revisada y ampliada por Bogdanovich. Con la idea de unos libros con pasta dura, con el sistema de hojas como cortadas en el lomo, que se llama rejoneo, parece ser, con muchas fotografías… No es la idea del libro como objeto de lujo. Son libros que merecen esta edición, y esta es la idea en la que nos hemos embarcado. Queremos publicar dos o tres títulos al año, depende de cómo nos vaya la aventura financiera.

"Vamos a dar un respiro financiero a la editorial evitándonos los costes de derechos de autor extranjeros y de traducción"

P: De hecho, tanto Garci como usted están escribiendo un libro cada uno.

R: Vamos a dar un respiro financiero a la editorial evitándonos los costes de derechos de autor extranjeros y de traducción, que se han portado muy bien, pero bueno, hay limitaciones, y dos de los socios, José Luis Garci y yo, tenemos a Luis Herrero ahí detrás, para actuar en consecuencia, hemos decidido que vamos a escribir los números 3 y 4 de la colección. Yo estoy ya en la empresa. Es un libro relacionado con mi padre y John Ford. Y José Luis no sé qué hará. Tiene escrito un libro sobre Ray Bradbury de hace años, y con una pequeña revisión, con un prólogo sobre cómo conoció a Bradbury, puede ser interesante.

P: Los libros se presentan en septiembre.

R: Sí, porque se nos ha echado encima el campeonato del mundo de fútbol, el calor, la avalancha de libros de antes del verano y las fechas veraniegas que, particularmente en una ciudad como Madrid, convierten en peligroso hacer una presentación.

P: Antes hemos dicho que, en swahili, «hatari» significa «peligro».

R: Eso dicen. Hawks era muy mentiroso (risas). Lo mismo significa otra cosa.

P: ¿Para quién puede ser peligroso un libro o una película?

R: Los libros y las películas son siempre peligrosos. Yo creo que tenían razón la Inquisición y los dictadores que han prohibido o quemado libros. Porque te abren la mente y te obligan a plantearte cosas. Y porque te hacen ser feliz. O infeliz. Los libros son una puerta abierta a «la loca de la casa», que decía santa Teresa de Jesús, a la imaginación. Son compañeros de viaje. Y te ayudan en la soledad. Y en momentos tristes o eufóricos. Van contigo en los viajes. Tanto los libros como las películas son elementos peligrosos, gracias a Dios. Te evitan la rutina y te meten en terrenos en los que tú no te aventurarías.

"Yo creo que un hombre que lee es mejor que antes de que no leyese"

P: ¿Un hombre que lee es mejor que uno que no lee?

R: No necesariamente, pero yo creo que un hombre que lee es mejor que antes de que no leyese.

P: ¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?

R: Uno escolar, seguro. El Catón, en las monjas del Santo Ángel, en la calle Tutor, que fui un año, en lo que ahora es preescolar. A mi hermano Miguel Ángel no le gustaba ir al colegio y el pediatra le dijo a mi madre: «A este niño le puede el colegio». Y lo tuvo que sacar del colegio. Pero a mí me gustaba ir al colegio, y, probablemente, el primer libro que yo recuerdo es el Catón. Después, leí inmediatamente los tebeos, particularmente El capitán Trueno. Mi madre era muy buena lectora e, inmediatamente, los libros de la colección de la editorial Bruguera, que venían resumidos. Y empecé a leer Los tres mosqueteros y estas aventuras. Y, particularmente, en casa de mi abuela, en Vellisca, en Cuenca, descubrí, como a los diez años, dos tipos de libros que me fascinaron, y que fueron Sherlock Holmes, que me ha seguido toda la vida, en unas ediciones de los años 10 y 20, de una editorial valenciana, Prometeo, y los libros de Julio Verne.

P: ¿Tiene como 15.000 libros?

R: En total… (Piensa) Yo he heredado parte de la biblioteca de mi bisabuelo, que era catedrático de Filosofía, en Cuenca; de mi abuelo, que era abogado; de mi padre, que era juez, y la biblioteca de un tío mío soltero que era médico. Entre las herencias y los que vas comprando, y yo he comprado compulsivamente, me lo echa en cara mi mujer y con razón. Eso hace que tengas un volumen enorme que te da la sensación de frustración: te das cuenta de los libros que no vas a volver a releer y que te apetecería, y los libros que no vas a leer, que tienes muchos de consulta, y nunca encuentras el momento porque ya se te ha metido la vida. Uno pensaba que la sociedad del bienestar y la socialdemocracia nos iba a traer pensiones razonables y jubilaciones tempranas, pero ya se ve que la vida no era eso.

"La edad de la inocencia la leí antes de la maravillosa película de Scorsese, y El Gatopardo, después de la maravillosa película de Visconti"

P: De esos 15.000, dígame tres libros que merezcan un altar.

R: Cualquiera de las aventuras de Sherlock Holmes, seguro. El libro, y no porque lo haya editado, ¿eh?, de John Ford, de Peter Bogdanovich. Me abrió el conocimiento de un director que hablaba. Y el tercero, sería difícil… (Piensa) A lo mejor, mañana, te diría lo contrario. No quiero decir otro de cine, pero voy a decir El cine según Hitchcock. Me fascinó. Lo compré con el poco dinero que tenía en primero de carrera. Estaba dándome un paseo por Recoletos, y en una librería que estaba ahí, casi en Cibeles, lo hojeé, estaba en francés. No tenía dinero, fui a casa, rompí la hucha y lo compré. Nunca he hecho algo que se hacía en mi época, que era robar libros. Algunos lo hacían como acto antiburgués, y tal, pero otros lo hacían porque no tenían dinero. Era un acto de necesidad. Yo no lo he hecho porque me daba miedo. Si no he tomado drogas, es porque me daban miedo (risas), y si no he robado libros es porque me daba miedo. Y, de mayor, me han fascinado La edad de la inocencia, de Edith Wharton, y El Gatopardo, de Lampedusa. La edad de la inocencia la leí antes de la maravillosa película de Scorsese, y El Gatopardo, después de la maravillosa película de Visconti.

P: ¿Algún autor que no soporte?

R: Desgraciadamente, no he podido pasar de la página sesenta y tantas del Ulises de Joyce en la traducción de Valverde. Y lo he intentado. Tengo amigos a los que les ha fascinado. Y cualquiera de los otros libros, como Retrato de un artista adolescente o Dublineses me han encantado, pero con Ulises no he podido. Y, no rechazo, pero no he encontrado tiempo para En busca del tiempo perdido, de Proust. Al cabo de muchísimo tiempo leí Guerra y paz de Tolstoi y me fascinó. Es una novela de estas que no pude soltar. (Piensa) Hay tantísimos… Uno ha sido muy feliz en los libros. Hay un momento de una novela que se llama El cinéfilo, creo que aquí la tradujo Alfaguara, en que el protagonista, efectivamente, va mucho al cine, y dice que hay gente que atesora recuerdos como el día que vio amanecer en el Partenón o el día que le dio un beso a una chica en Central Park, y dice el narrador: he visto amaneceres en el Partenón, y no me ha producido nada, y he besado a muchas chicas en Central Park (risas). Y dice: «A mí, lo que me ha conmovido es ver a John Wayne disparar un Winchester o al gatito deslizarse por los pies de Orson Welles en Ciudadano Kane«. Esos recuerdos poderosos que te da el cine también te los da la literatura. Me ha conmovido mucho oír que lo último que pidió José Luis Guarner, un ser humano maravilloso, que, además, ha sido el gran maestro de la crítica cinematográfica, fue ver Centauros del desierto. Se lo he oído a Garci: Antonio Mercero, ya con el alzheimer, veía una y otra vez, y se sentía feliz, Cantando bajo la lluvia. ¡Qué mecanismos tan raros en el cerebro! Además, con esa novedad dramática, como si la vieras la primera vez… Hay una frase maravillosa: en un momento determinado, iban Horacio Valcárcel, que murió poco después de Antonio Mercero, y Garci acompañando a Mercero en los primeros momentos de la enfermedad, iban a una cafetería, charlaban y tal, y en un momento, despidiéndose, en la puerta de su casa, les dijo: «No sé quiénes sois, pero sé que os quiero mucho». ¡Qué momento tan maravilloso! Caray, eso no lo inventa un guionista. Creo que la famosa frase de Oscar Wilde de que el arte siempre imita a la vida… no. He estado catorce años en un juzgado de guardia, y no hay guionista que escriba lo que conoces ahí. Y en urgencias, imagino que tres cuartas partes de lo mismo.

"Con El exorcista me morí de miedo"

P: ¿Alguna obra que le haya quitado el sueño? Ya sea para bien, ya sea para mal.

R: Me dio muchísimo miedo, y me parece una novela fascinante, Drácula. La leí con casi treinta años. Luis Alberto de Cuenca me la recomendaba una y otra vez y me fascinó. Y los cuentos de fantasmas de Wharton y de Henry James, en casa de mi abuela, en el otoño, oyéndose todos los ruidos, yo solo en la casa, caray. Y, como película, vi El exorcista y me morí de miedo. Me produjo y me produce… Bueno, mis hijos nunca se han atrevido. Mi mujer, que es una gran lectora, le gusta Raymond Carver, que a mí me supera, pero ella abrió Drácula, y a las diez o quince páginas, me dijo: «Este es un libro malsano» (risas).

P: ¿Algún personaje literario del que se haya enamorado?

R: De Sherlock Holmes. Vamos, enamorado… soy el padre de John Ford y el hijo de Sherlock Holmes. Y un personaje femenino que me ha fascinado, la heroína de La edad de la inocencia.

P: ¿Alguno al que haya querido asesinar?

R: Como no soy muy partidario de las historias de terror… Luis Alberto y Garci le sacarían rápidamente punta a esta pregunta. Hay un personaje que me inquietaba, porque me atraía sensualmente pero veía que era mala, y era Milady de Winter, la mujer que lleva casi a la perdición a D’Artagnan en Los tres mosqueteros. La leí de adolescente, e imagino que estaría algo purgada la edición, pero caray, la imaginación se iba… (risas). No voy a decir que la primera, pero es el prototipo de la mujer fatal.

"Como decía la canción: Todo está en los libros"

P: ¿Ha encontrado en los libros o en el cine alguna verdad fundamental?

R: Sí, ya lo creo. En muchos casos, la ratificación de las ideas, los principios y valores que te han enseñado: el heroísmo, la lealtad, la traición, la cobardía… Como decía la canción, «todo está en los libros». Y sí, sí que lo está. Está toda la vida. Y encuentras ejemplos, y lo que te han enseñado aparece en los libros. Igual que Garci dice eso de que el cine es una vida de repuesto, los libros son también, para algunos, una vida de repuesto. Yo prefiero decir una vida de complemento. Te complementan la vida. Mi lamento por aquellos que no tienen la compañía de un libro.

P: Y, para finalizar, ¿qué fue La Torre de Marfil?

R: (Risas) Fue una idea de un cuñado mío, de Carlos Baltés. Era un club para hablar de todo: de política, de novela, de mujeres, de hombres… Se nos ocurrió celebrar San Valentín como en la matanza del Día de San Valentín, e íbamos vestidos como en los años veinte o treinta… Al final es lo que sucede: era un club básicamente de solteros y, a medida que nos fuimos casando (risas) se fue reduciendo. Recuerdo que mi cuñado, Carlos Baltés, que es muy culto, pensaba en una frase de Scott Fitzgerald: «La gente y el tiempo que hemos conocido ya no existen». Yo siempre lo vi un poco como El club de los suicidas, de Stevenson (risas). Lo pasábamos bien.

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