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‘Alta fidelidad’: No importa lo que eres, sino lo que te gusta

‘Alta fidelidad’: No importa lo que eres, sino lo que te gusta

Cuando en el año 2000 Stephen Frears dirigió la adaptación al cine de la novela de Nick Hornby, publicada cinco años antes, una de las preocupaciones en el proyecto era cómo transferir la trama de Londres a Chicago. Ningún problema, oiga. Porque esta es una de esas historias que nacen de pie y que, manteniendo la idea central, pueden ser eternamente reinterpretadas en diversos espacios físicos y temporales. Es más, prácticamente parece pedirlo. El esqueleto lo forman un adolescente de 35 años de edad, su historial sexual y sentimental y la banda sonora que acompaña a todo ello, elegida desde el punto de vista de un snob de la materia. Acompáñese todo ello con una porción de Top Cincos de la vida y la cultura popular, y cualquier guionista que quiera adaptar esta historia a otro tiempo y otro lugar se lo debería pasar en grande, o es que no sabe hacer su trabajo.

[Aviso de destripes de tu artista favorito en todo el texto]

Nick Hornby es un autor inglés que ya había sido capaz de mezclar una pasión popular ardiente (el fútbol) con una historia de relaciones personales en Fever Pitch (Fiebre en las gradas), siguiendo su propia biografía como fan del Arsenal de Londres. En 1995 repitió esquema con el personaje de Rob Fleming, un tipo a quien su novia abandona a los 35, lo cual provoca en él un torrente de reflexiones hechas entre su tienda de discos y su piso lleno de álbumes que reordena y recoloca una y otra vez. En la tienda, apartada del mundanal ruido y donde nadie entra por casualidad, trabajan otros dos treintañeros, Dick y Barry. Dick es apocado y casi invisible y Barry, todo lo opuesto, es un irlandés charlatán y bullicioso. Según Rob dice, los contrató por tres días a la semana cada uno hace años y empezaron a pasarse por allí todos los días. Los tres tienen opiniones muy firmes sobre música, y a instancias de Barry pasan el tiempo haciendo Top Cincos de lo que se les va ocurriendo: Top 5 canciones para un lunes lluvioso por la mañana. Top 5 primeras canciones de un álbum. Top 5 solos de guitarra. Etcétera. Pero no solo de música. Top 5 películas de Dustin Hoffman. Top 5 episodios de Cheers. Top 5 chuches que se venden en botes. Y así. En ocasiones esto deja de ser un simple entretenimiento y pasa a ser una manera de analizar a la gente de una manera muy seria. Your Top Five Recording Artists es la pregunta que más aparece, como cuando en aquella otra gran película musical, Los Commitments, el futuro manager del grupo comenzaba las entrevistas inquiriendo, a veces como única pregunta, «¿quiénes son tus influencias?». De hecho, entre los tres acaban llegando a la conclusión de que al tratar con otros importa más lo que te guste que lo que seas, porque alguien te puede caer como una patada en el culo, pero si os gusta la misma música, igual ya no es para tanto. O al revés: alguien te puede fascinar, pero si no tenéis gustos compatibles en cine o televisión, la cosa no tendrá futuro, tarde o temprano. Hay un momento en el libro en el que Barry incluso hace un cuestionario de varias páginas para fichar así a posibles ligues, y todo el mundo se le echa encima por tal idea. Solo unos pocos años más tarde, mira por dónde, eso precisamente es lo que hacen muchas páginas de contactos para buscar pareja por internet.

Esto de hacer listas de los X mejores de algo es muy habitual en el mundo anglosajón, e incluso después de la publicación de esta novela, que se hizo muy popular, las páginas web y los programas de televisión se llenaron de ellas, algunos hechos con verdadero despliegue de medios en cuanto a material de vídeo y calidad de los entrevistados. Y la verdad es que puede ser muy entretenido, sobre todo si se deja uno de aspiraciones a lo canon de Bloom o de considerar el resultado como una competición olímpica, tras la que el Veredicto Sea Definitivo: es mejor usarlo simplemente como una forma de ordenar ideas sobre cualquier tema y extraer algunas conclusiones, más o menos vinculantes e incluso cambiantes con el tiempo. De hecho, una de las escenas más graciosas de la trama es cuando una periodista local pregunta a Rob su top 5 de discos preferidos EN TODA LA HISTORIA (hasta 1994) y, dada la magnitud de la pregunta, él cambia la lista hasta tres veces, con cinco títulos diferentes cada vez. Y más que podría si le preguntas al día siguiente. Hay gente que hace listas de pros y contras antes de una decisión importante (hacia el final del libro el trío hace un Top 5 de empleos ideales). Pues esto es algo parecido.

La chispa de genio viene al usar ese formato de frikismo irredento para aplicárselo a uno mismo personalmente, y así Rob, tras el último fracaso, se hace un Top 5 de rupturas sentimentales. Según dirá más adelante, en su vida hasta entonces ha estado, contando rollos de una noche, besuqueos en el insti y relaciones de años, con 17 mujeres distintas, lo cual considera ni mucho ni poco para un soltero treintañero que nunca ha estado casado ni en una relación de más de cuatro años. Laura, la que le acaba de dejar, «ni siquiera entra en el Top 5». Pero desde el principio se nota que el cabreo con el que Rob lo expresa significa que seguramente eso no es verdad. Así que vamos a empezar por el principio.

El libro está situado en un momento muy concreto en el tiempo y el espacio: Londres, de 1972 a 1994. Rob comparte con el autor su fecha de nacimiento, 1957, y juntos van caminando por la biografía del personaje, desde su nacimiento y crianza en Watford, un suburbio a las afueras al que llega el metro pero que no es Londres como tal, hasta su mudanza a la capital a los 18, en principio para estudiar, luego para sufrir un descalabro académico-sentimental y después para acabar, muy quemao, en una tienda de discos que por un lado le apasiona y por otro odia. Esto, la verdad, es muy inglés (ese describir «vidas de tranquila desesperación», que decía Thoreau), o mejor dicho, empieza siéndolo, porque el autor y su personaje lo son, pero en realidad es un sentimiento universal que se puede encontrar en cualquier país, sobre todo en Occidente… como lo de las rupturas sentimentales y la huella que dejan en cada uno. Esta huella está indisolublemente unida a las circunstancias del entorno, y es inevitable que al recordar esos momentos de pareja se entremetan también en la mente las canciones, el cine, los viajes, los amigos o los hechos históricos de entonces. De todos ellos, la novela se centra en solo dos: las mujeres de la vida de Rob y la banda sonora que les pone, dejando a un lado la política, la actualidad de las noticias o cualquier otra marca temporal aparte del año de cada relación, colocado entre paréntesis cual si fuera el del lanzamiento de un LP, y un par de películas (Rob va con sus padres al cine a ver Howards End, por ejemplo, lo cual nos sitúa en la segunda mitad de 1993). Una banda sonora, por cierto, que tampoco refleja la actualidad, ya que Rob y su extraña pareja de empleados son unos snobs de tomo y lomo que solo consideran buen gusto lo que a ellos les gusta, y esto suele ser el rock, soul y blues clásico, con algunos toques de independientes más modernos («¡nada de rap!»), y poco más. Hay que tener en cuenta también que Rob nació a la par que el rock como fenómeno social. La fecha más antigua para una posible canción de rock considerada por los expertos es 1949, y la canción «Rock Around the Clock» fue el primer número uno de ventas de este género musical, en 1952. Para 1994 solo ha habido unos cuarenta años de «música popular», e incluso hoy vamos por unos 70 solamente. Es decir, que es un arte, o una parte de ese arte de la música, relativamente joven aún. Y dirigido a gente joven. La diferencia entre los tres de la tienda es que Dick intenta educar con paciencia a los clientes con su conocimiento enciclopédico, Barry los intimida a base de broncas por su ignorancia y Rob sigue un cauce intermedio, pensando borderías en su cabeza pero sabiendo que si las dice en voz alta se queda sin ventas, sin cliente y posiblemente sin negocio.

La novela está escrita en primera persona, y por lo tanto vista únicamente desde el punto de vista de una sola mente, el de un joven inglés, blanco, varón, de clase trabajadora, lector del Guardian y votante laborista «pero sin ser un guerrero de clase», heterosexual, de firmes convicciones y opiniones (entre ellas que «entiendo de qué van las feministas, pero a veces se pasan») y que, básicamente, no entiende demasiado a las mujeres. Entiende sus propias opiniones sobre ellas, pero probablemente no a ellas. Por eso no le dura ninguna, y por eso, tras lo de Laura, decide contactar con su Top 5, una por una, para que lo ilustren sobre lo que pasó con cada una. Vistas rápidamente, está Alison (1972), seis horas de besuqueos de quinceañeros en tres días después del cole antes de irse con otro chico de la pandilla; Penny (1973), a la que Rob quería siempre tocarle las tetas, pero que no se dejaba, y por eso Rob la dejó y a las dos semanas se la tiró el ligón de la clase; Jackie (1975), la novia de su mejor amigo de entonces, con quien luego volvió; Charlie (1977), ya en la universidad, demasiado guapa, interesante y destinada al éxito como para que aquello durara; y Sarah (1984), con la que se lio porque a ella también la dejaban todos los tíos (y que al final dejó a Rob también). Fuera del Top 5 actual está Laura (1987), la que puede que sea la que de verdad cuaje, pero que lo acaba de dejar porque él no crece como persona; y Marie (1992) una cantante americana que representa uno de los sueños inalcanzables de Rob: liarse con una artista de verdad, que componga canciones mientras él está con ella y que hasta lo mencione en las notas interiores de la funda del disco.

Cosas que Rob aprende al contactar con sus exes: que Alison se casó con ese otro chico de la pandi y se mudó a Australia, con lo cual la aliviada lectura de Rob es que «esto estaba predestinado, aquello no fue culpa mía» y que «puedo sentir cómo la cicatriz de Alison se me cura mientras hablo» (con la madre de ella, ni siquiera con ella). Que Penny estaba enamorado de él, pero a los 16 no quería follar todavía, quedó destrozada cuando Rob la dejó y cuando cayó en las garras del ligón de la clase aquello no fue una violación pero casi, y que todo esto la dejó marcada sexualmente hasta después de la universidad («pero tampoco fue culpa mía»). Que Jackie y el mejor amigo de los dos se casaron, tuvieron críos, perdonaron todo a todos y llevan una vida acomodada y aburrida (blergh). Que Sarah fue abandonada por el tío por el que abandonó a Rob (le tocaba el turno de pringar a ella, al parecer), y que si Rob quisiera ahora, podría volver a pillar cacho con ella, pero pasa mucho ya. Y que Charlie, una vez vista desde quince años más tarde, habla mucho pero no dice nada y es mona pero superficial. Es decir, que en su proceso de autocuración y autojustificación sentimental Rob va dejando por ahí más cadáveres de los que dejó la primera vez. «¡Tendría que haber hecho esto hace años!», resume.

Pues sí, cuanto más sabes de Rob, más capullo te parece. Y eso sin todavía desarrollar lo de Laura, relación en la que hay unos cuernos, un aborto y una deuda de cinco mil dólares por el medio. Hay un momento en el libro (en la película se quedó en escena eliminada) en el que Rob se dirige al lector que en estos momentos lo está odiando y le insta a hacer su propia lista de las peores cosas que le haya hecho a sus parejas. «¿Ya la tienes? ¿Quién es el cabrón ahora?». Ciertamente, como le dice Liz, una amiga de hace años, Rob se comporta como si todos los demás a su alrededor fuesen los secundarios de su película, y él responde preguntando que si no es exactamente así como eso funciona para todos. La verdad es que ahí tiene su parte de razón, pero eso no quita para que acabe cayendo gordo al lector con cierta frecuencia.

Y aun así (o quizá precisamente por eso), la historia funciona, seguramente porque Rob pone todo el tiempo las tripas encima de la mesa, tal como son en su interior, sin apartar los trozos más nauseabundos. Decía Harlan Howard, uno de los pioneros del country (música que Rob admite hasta cierto año solo, a partir de ahí está baneada) que para escribir una buena canción solo hacen falta dos cosas: tres acordes y la verdad (three chords and the truth). Rob hace el equivalente de eso todo el tiempo en esta novela: a veces sus conclusiones son acertadas, otras son equivocadas y otras ni siquiera sabe por qué le hacen sentir las cosas que siente, pero al menos sabe que las siente. Su obsesión con las tetas en el instituto, o su inseguridad respecto a los amantes posteriores de sus amadas anteriores son dos ejemplos. O por qué pierde interés en sus mujeres una vez «conquistadas». O aquella vez que quiso tatuarse el nombre de Jackie y el tatuador lo echó de allí, de tan pardillo como lo vio. O, y así empieza la película, el no saber si la infelicidad hace que te guste la música popular o es al revés: eres infeliz porque pasas cientos de horas oyendo multitud de composiciones sobre el peor momento sentimental por el que pasaron sus autores (para que luego digan de los traumas que provocan los videojuegos). Tal vez no se acabe odiando a Rob porque alguna de las cosas que le pasan, o que piensa, o que razona, probablemente las has vivido, pensado o razonado tú también así alguna vez. O porque os gustan las mismas películas o música.

De hecho, vamos a probar, a ver si es verdad que esto de que los gustos son importantes para que alguien te caiga bien: Top 5 libros de Rob: El sueño eterno, Dragón Rojo (el primero de Hannibal Lecter), Sweet Soul Music (una historia del rhythm and blues), Guía del autoestopista galáctico (muy inglés esto también) y «no sé, algo de William Gibson o Kurt Vonnegut». Top 5 películas «subtituladas», o sea, no en inglés: Betty Blue, Subway, Átame (la de Almodóvar), Desaparecida y Diva. Top 5 películas americanas («y por tanto las mejores nunca hechas»): El Padrino, El Padrino 2, Taxi Driver, Uno de los nuestros y Reservoir Dogs. Top 5 llenapistas cuando seas DJ en 1989 (o incluso 15 años antes): «It’s a Good Feeling», de Smokey Robinson and the Miracles; «No Blow No Show», de Bobby Bland; «Mr. Big Stuff», de Jean Knight; «The Love You Save», de los Jackson Five; y «The Ghetto», de Donny Hathaway. Top 5 intérpretes a los que fusilar cuando estalle una revolución musical: Simple Minds, Michael Bolton, U2, Bryan Adams y Genesis («Barry quería pegarle un tiro a los Beatles también, pero yo le recordé que alguien ya lo había hecho»). Simply Red o Tina Turner (¡Tina Turner!) también se llevan algunas collejas, por cierto. 5 mejores discos (tercera y «definitiva» versión): «Let’s Get It On», de Marvin Gaye; «This Is The House That Jack Built», de Aretha Franklin; «Back in the USA», de Chuck Berry; «White Man in the Hammersmith Palais», de The Clash; y «So Tired Of Being Alone», de Al Green. Música para su funeral: «One Love», de Bob Marley; «Many Rivers to Cross», de Jimmy Cliff; «Angel», de Aretha Franklin, «y que una mujer bella y llorosa pida «You’re the Best Thing That Ever Happened to Me», de Gladys Knight».

Este es Robert Fleming, señoras y señores. O lo compras por el precio que pone en la solapa o lo vuelves a dejar en el cajón.

El libro ha sido adaptado tres veces, una a película, una a musical y otra a serie, y las tres ha sido en Estados Unidos, lo cual ilustra lo de que, sobre el armazón ya comentado, esta historia se puede ambientar en cualquier tiempo y lugar. Cualquier guionista debería saber trasponerla al Madrid de la Movida, al Cádiz del flamenco fusión de los 90, a la Roma o París de los 60 o a cualquier realidad argentina, mexicana, marroquí o de cualquier lugar del mundo, aunque el grado de frikismo y «topcinquismo» es difícil de igualar en todas partes. La trama está llena de momentos que conservar casi idénticos en cualquier adaptación, cambiando solo la música de la escena. Por ejemplo, y sin ir más lejos, todas las listas de Top 5. O por ejemplo, aquella vez en que un señor maduro entra en la tienda buscando «I Just Called to Say I Love You», de Stevie Wonder, para su hija y antes de que puedas empezar a continuarla canturreando «I just called to say I care», Barry le suelta sapos y culebras antes de echarlo de allí. Que sí, que a ti te parece «ay qué bonita», pero a un snob de verdad le parece un imperdonable ejemplo de decadencia de un monstruo sagrado. También hay otra escena en la que el trío calavera va a ver a Marie cantar por primera vez y es una versión de un tema que odian, pero que en su voz y con su presencia ahora les pasa a gustar. ¿A quién podríamos poner en su lugar en estas escenas para escandalizar al personal esta vez? ¿Alejandro Sanz? ¿Ed Sheeran? ¿Shakira?

La película está protagonizada por John Cusack, que está muy bien elegido como «tipo normal y corriente», que es lo que ha interpretado toda su vida, «con un punto interesante cuando te fijas en él». Jack Black está enorme como el colérico, caótico y lenguaraz Barry. Dick pasa de ser un tipo con pelo largo y grasiento a un ratoncito esmirriado y calvo con perenne bolsón cruzado. La transposición a Hollywood se deja notar en dos pibones como Catherine Zeta-Jones como Charlie (en el libro era de ojos azules y pelo rubio corto y chic, pero aquí se cambia porque… es Catherine Zeta-Jones) y Lisa Bonet como Marie, aunque en el libro se la describe como clavada a Susan Dey (búsquenla), pero nada que objetar, porque, de nuevo… es Lisa Bonet. Se supone que lo de ser americana en Londres tiene que tener su morbillo exótico, pero en la versión USA deben de considerar que nada de fuera del país merece la pena, así que Marie no es extranjera (sí que lo es Iben Hjejle, danesa, la actriz que interpreta a Laura). La película está muy bien adaptada (Hornby decía que a ratos le parecía estar leyendo su propio libro mientras la veía), aunque en el afeitado se han dejado quizá las peores cosas de Rob, y con eso no me refiero a lo del aborto, la deuda y tal, sino a lo continuamente gruñón e injusto que es con todo el mundo (ya sabemos que el rock es la música de la clase trabajadora y del pueblo oprimido y de la juventud contestataria, sí, pero córtate un poco, chaval). Además, poco a poco la película entra a veces de lleno en el territorio de la comedia romántica más canónica (la lluvia, los tropezones, la cara de prubín…). Es una pena que se deje fuera la mencionada escena de «¿quién es el cabrón ahora?», así como otra que me gusta mucho donde Rob tiene la oportunidad (venganza de una esposa cornuda), de comprar por 50 dólares la mejor colección de singles en vinilo que haya visto nunca, con decenas de rarezas carísimas, y Rob lo rechaza porque «no puede hacerle eso» a otra persona. No es un momento empalagoso ni nada, sino que sin decirlo, Rob quiere evitar la pesadilla de vivir en un escalofriante mundo apocalíptico donde una mujer le pueda hacer eso a él mismo algún día.

Esta escena sí está presente en la serie de 2020, junto a otra inventada para la peli en la que dos chavales intentan robar unos discos en la tienda, son atrapados, y cuando resulta que lo robado es una selección hecha con buen gusto, sobre todo para alguien tan joven, Rob les permite llevárselos prestados y devolverlos luego. De nuevo, no es un momento azucarado, sino que se puede ver como una inversión en clientes futuros. En la versión recién estrenada en serie, la acción pasa de Chicago 2000 a Nueva York 2019, y Rob ahora ya no es un WASP inglés sino una veinteañera norteamericana, birracial, bisexual y ecléctica en sus gustos que no echa broncas a nadie, sino que solo pone los ojos en blanco a veces en plan «whatever». La prota es ni más ni menos que Zoë Kravitz, la hija de Lisa Bonet (Marie en la versión del 2000) y de Lenny Kravitz, una mezcla genética imposible de superar y que si por un lado resta credibilidad a sus quejas de que no encuentra pareja estable (incluso ese sueño de liarse con un músico al que inspirar, etc), por otro lado le mantiene a uno pegado a la pantalla, porque la verdad es que le encuentra el punto a Rob enseguida, aun interpretándolo de una forma completamente diferente, lo cual demuestra aún más fehacientemente que mientras mantengas el esquema de rupturas + música, podrás hacer un jai fidéliti siempre que quieras, de igual manera que un «familias enemigas + pareja de amantes» será siempre un Romeo y Julieta. Aquí ella busca chico, pero Charlie sigue siendo una chica, y el reparto es mucho más diverso, con Barry convertido en una negra obesa y cabreada, Dick convertido en gay (y en uno de los exes de Rob, para aumentar la fluidez sexual del nuevo milenio) y varios de los ligues de Rob vienen catalogados en tonos distintos de café y leche. La música ha cambiado totalmente (la peli del 2000 mantiene muchos de los títulos del libro del 95), y nuevos conflictos se revelan en la era de Spotify, Shazam e Instagram. Curiosamente, la tienda del año 2020 (que en 2010 quizá no habría podido ni estar abierta) vende vinilos y cassettes, pero no CDs (lo pone un cartel y todo), mientras que en el libro y la película sí los vendían, así como discos de Tina Turner, a la que se «rehabilita» tácitamente. En las cinco horas de la serie da tiempo a tomárselo todo de una forma más relajada (Rob-in gusta de una música menos frenética que la de Rob-ert) y hasta de explorar pistas sueltas, como por ejemplo quién era el marido ese cuya vengativa esposa le quería vender la colección de discos (respuesta: un capullo con coleta y con una rubia 30 años más joven), pero de tan smooth y cool se han pasado un poco quizás, porque en la versión original hay un funeral, un aborto y una joven con un trauma sexual quizá de por vida (tanto la novela como la película lo tratan rayando en el alivio cómico, dicho sea de paso, cosa mejorable en el futuro, espero), mientras que en la serie todo eso desaparece, y nos quedamos en un cliffhanger de triángulo amoroso cuyo «continuará» no se ha anunciado aún [edit: no hubo segunda temporada]. Además, el momento clave no es el 36º cumpleaños de Robert, sino el 30º de Robin. Qué pena das, de verdad.

En fin, venga: Top 5 discos, Top 5 artistas, Top 5 películas, Top 5 rupturas, Top 5 sex symbols, Top 5 empleos, Top 5 finales de la Champions no ganadas por el Real Madrid… lo que se les ocurra.

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