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Andrés Neuman: «Si escribes un tocho de quinientas páginas sobre el amor por tu hijo es que has cambiado pocos pañales»

Andrés Neuman: «Si escribes un tocho de quinientas páginas sobre el amor por tu hijo es que has cambiado pocos pañales»

Asegura Andrés Neuman que después de escribir Umbilical (Alfaguara, 2022), sobre el nacimiento de su primer hijo, no pensaba seguir ocupándose de estos asuntos. Pero el niño tuvo la ocurrencia antropológica de aprender a hablar. «E igual que otras formas del asombro y el amor, cada vez que un niño empieza a hablar… ¡es la primera vez! Cuando alguien vive una historia de amor, sabe que está continuando una tradición milenaria y a la vez renovándola. Lo mismo ocurre con el comienzo del habla. Porque nosotros también aprendimos a hablar y lo hemos olvidado». ¿Cómo no contar también algo así? El resultado es Pequeño hablador (Alfaguara, 2024), un texto delicado, apasionado, tierno, compuesto de una miríada de otros textos más pequeños y fulgurantes, sobre la sacudida existencial que te golpea cuando tu hijo empuña la palabra.

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—¿El pequeño hablador empequeñece a su vez al padre que asiste al prodigio?

—El padre que observa algo así no solo vive una emoción inmensa, sino que tiene además el privilegio de asistir a un prodigio cultural, técnico, ético y estético. Bien mirado, es algo rarísimo vocalizar palabras en una lengua artificial. Yo he vivido con esto tres fascinaciones: la del padre enamorado que ahora soy, la del escritor que siempre he sido con un interés por el lenguaje y sus límites y posibilidades, pero también la del filólogo que una vez fui. Así, acompañar a alguien que tiene todo el lenguaje por delante, que empieza a nombrar al mundo palabra por palabra y cuestionando a la vez qué es una palabra… en fin, es un espectáculo.

—Dices: «Ya no puedo escribir lo que escribía. Interrumpiste todo y lo empezaste de nuevo». Si la paternidad supuso para ti un borrón y cuenta nueva como escritor, ¿de qué tipo de borrón estamos hablando?

"No me gustan, en general, los discursos iluminados, y me cansa mucho la superioridad moral de la paternidad"

—No me gustan, en general, los discursos iluminados, y me cansa mucho la superioridad moral de la paternidad. Cuando no tienes hijos tienes que escuchar los discursos de superioridad moral de quienes sí los tienen y te explican que eres un adolescente que no tienes ni puta idea de qué va esta vaina. Y eso genera un movimiento de superioridad moral contrario de quienes no tienen hijos, que es un fenómeno nuevo que no era antes tan habitual. Los que dicen que tener hijos es conservador o, para las mujeres, sacrificar las conquistas del feminismo. Y otra superioridad moral más cuando tienes hijos pequeños, la de quien ya los tiene grandes, y te explica lo que te va a pasar y asegura que sabes cómo te sientes. Y oye, habrá sentimientos comunes, pero nadie ama, folla o cría por ti. Cada época y cada individuo tienen sus peculiaridades. ¿Es un borrón y cuenta nueva? No. Porque no siento que el resto de mi vida haya sido un simulacro. Pero sí siento que las emociones o experiencias que yo había tenido antes de manera aislada confluyen ahora de forma brutal, casi violenta.

—El otro día entrevisté a Rodrigo Fresán y me confesó que siempre le intrigaron mucho los escritores que voluntariamente deciden no ser padres, en nombre de entregarse solo a la literatura, porque entienden que el hijo puede ser un estorbo. Él pensaba que se pierden una parte importantísima de material…

—Después de años sin dormir, de enfermedades, de guarderías, de hernias como la que me ha salido a mí, etc, en fin, cuando pones el cuerpo de esa manera, metafórica y literalmente, efectivamente, tienes material. No tenemos más de cuatro cosas: vida, muerte, amor y, tal vez, la infancia. Y en la crianza el vínculo filial hace que todas esas fuerzas actúen al mismo tiempo. Hay una suerte de emoción póstuma en cada minuto que paso jugando con mi hijo. Es como si fuésemos un piano que ha ido tocando unas teclas u otras a lo largo de su existencia y ahora, de pronto, cuando llega un hijo, las tocas todas a la vez en un acorde abrumador. Fresán fue un padre tardío, como yo, como lo somos todos ahora. Y los que hemos sido padres a esta edad, y por tanto somos más mortales, reales y conscientes de nuestra mortalidad. Por último, creo que debemos reflejar referentes de goce en la paternidad.

—¿Padres gozosos?

—¡Sí! Porque los hombres pueden ser algo diferente y mejor que esos arquetipos del padre violento que daña tu infancia, como el de Kafka, o el arquetipo de padre ausente que o te abandona o nunca estuvo, como en Pedro Páramo. Por último tenemos al padre heroico, al superpapá que no puede estar más alejado de la realidad. ¿Pero dónde están en la narrativa los padres cuidadosos o cariñosos?

—Antes de seguir, como padre también más o menos que sabe de qué va esta vaina, tengo mucha curiosidad por, digamos, el proceso de producción de estos textos. Te imagino de madrugada cuando por fin ha caído el bebé, desvelado ya, «con el sueño astillas», como describes, lleno de mierda y escribiendo. ¿Me equivoco?

"Si tú te marcas un tocho de quinientas páginas de densa y documentada prosa sobre el amor por tu hijo, has cambiado pocos pañales"

—Me interesa mucho eso que dices. Una cuestión ético-estética fundamental es la relación entre la realidad material, nuestras condiciones materiales de vida y reproducción, por un lado, y la forma que toman nuestros libros, por el otro. Pero no son cosas separadas. Si tú te marcas un tocho de quinientas páginas de densa y documentada prosa sobre el amor por tu hijo, has cambiado pocos pañales. Esto se lo han planteado nuestras compañeras escritoras mucho antes que nosotros. ¿Cómo escribo si no puedo con mi cuerpo? Y sin embargo, vaya material. ¿Cómo lo haces? ¿A toro pasado? ¿De forma fragmentaria? Debes articular un modo, y es un desafío fascinante. Esto también para otros marcos, como el duelo o la enfermedad. O incluso el amor más eufórico, ese que coloniza todo tu ser.

 

—¿Cómo lo hiciste tú?

—La forma que yo encontré en estos dos pequeños libros instintivamente reflejaba formal y estructuralmente esa realidad intermitente de mucha intensidad y mucha interrupción. Esa realidad a salto es la que vives cuando estás criando. ¿Y cómo lo hice? Cuando algo me llamaba la atención, me asombraba o emocionaba, lo archivaba en mi cabeza y en cuanto tenía un momento, normalmente por la noche, tomaba una nota aquí y ahora. Y luego trabajé esas notas un par de años. Es lo contrario de como yo escribía antes, preparando mucho los libros.

—Antes decías que no abundan en la literatura los padres cariñosos, los que gozan con la paternidad. ¿Por qué? ¿Pudor, machismo, sencilla falta de interés?

"A los hombres se nos dijo que no podremos, no sabremos o no querremos criar. Y entonces, autocumplimos la profecía"

—Todo eso a la vez, diría. A los hombres se nos dijo que no podremos, no sabremos o no querremos criar. Y entonces, autocumplimos la profecía. Por eso, recordar que ser padre también es un completo disfrute puede sacarnos de esa parálisis del deber. Ser padre no es una guerra. Vamos a celebrarlo. Lo digo sin ingenuidad, porque no se puede idealizar aquello que conoces diariamente. Tenemos además muchas asignaturas pendientes, porque nuestros padres fueron como fueron, y cuando miramos atrás los vemos. Tal vez este sea el primer momento en el que existe una multitud de padres en disposición de ponerse a conversar como llevan haciendo las madres desde el principio de los tiempos. Por eso las madres escritoras lo contaban más. Por último, debemos acabar con ese policía emocional que tenemos los tíos dentro y nos cohíbe: «¿Para qué hablar de esto?». El pudor masculino por no mostrar ternura es, por cierto, una sofisticación de que no piensen que eres maricón.

—¿Cómo lo sorteaste tú?

—Lo que más me encuentro cuando hablo con mis amigos padres hoy es un enorme alivio y una complicidad hermosa cuando por fin nos atrevemos a abrir la puerta y hablar de eso. Recuerdo que me tocó estar en Argentina en pleno furor del Mundial y quedé don dos amigos para comentar la semifinal contra Holanda. Somos todos muy futboleros y, sin embargo, cuando nos quisimos dar cuenta, después de tres horas de cena, cuando pedimos la cuenta de pronto nos miramos incrédulos al darnos cuenta de que no habíamos comentado aún el fútbol. Sólo habíamos hablado de nuestros hijos pequeños, nuestras parejas, nuestras emociones y miedos. Messi esperó toda una vida para ganar ese Mundial. Nosotros también para tener aquella conversación.

—Hay un momento hermoso en el que sucede y tú lo registras: «La palabra se impuso a los temores. Se filtró en tu inconsciente. Y por fin nos quisimos como hablantes». Pero también exclamas: «Contra mis previsiones, me doy cuenta de que voy a extrañar al niño mudo». ¿Qué extraño, verdad?

—Mi bebé se terminó como tal cuando conjugó en pretérito por primera vez. Estábamos jugando y dijo: «Papá, pasó coche». Me conmovió mucho y no sabía por qué. Hasta que me di cuenta de que acaba de nacer un hablante y morir un bebé. Un bebé es puro presente. Solo cuando gracias al lenguaje puede gestionar la ausencia o reponerla llega el pasado a tu vida. Yo no sabía lo mucho que me iba a gustar el amor mudo del primer año. Hasta que «pasó coche». Y pasó bebé. No somos conscientes de las repercusiones existenciales y emocionales que hay en la adquisición del adjetivo para complementar el sustantivo.

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Adriana
Adriana
1 mes hace

Lei Umbilical y me conmovió profundamente. Gracias