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Aprende a escribir con… Arturo Pérez-Reverte

Arturo Pérez-Reverte es el último escritor ruidoso del panorama literario español. Habrá quien se tome esta afirmación en sentido metafórico, acaso pensando que nos referimos a su tendencia a opinar en voz alta y a bostezar cuando le replican con más rabia que argumentos, pero aquí somos un pelín prosaicos y, cuando decimos lo de ruidoso, no hablamos de otra cosa que no sea su instrumento de trabajo. Y es que el creador de personajes tan populares como Lorenzo Falcó o el capitán Alatriste usa un teclado Qwertywriter S, que es un cachivache tecnológico que emula el repiqueteo de las antiguas máquinas de escribir.

Se compró ese chisme porque le gusta el sonido tradicional de la literatura, el que todos asociamos a los grandes autores del siglo pasado o a los periodistas de las antiguas redacciones, y desde entonces se pasa las mañanas haciendo tac-tacatac-tactac en ese despacho que llama búnker. El escritor cartagenero se levanta sobre las 08:00, hace ejercicio en el jardín y después se pega una ducha. A las 09:00 ya está frente a su Qwertywriter S y allí permanece hasta 14:00, todos y cada uno de los días de la semana, sin más excepción que la que le imponen los viajes de trabajo y las salidas a alta mar que emprende de vez en cuando. Cuando termina la jornada, imprime los dos folios que acostumbra a escribir —en los días buenos, hasta tres y medio—, los guarda en una carpeta de cuero destinada a tal efecto y descansa hasta la tarde, que es cuando agarra su Montblanc y se pone a corregir.

"Asegura Pérez-Reverte que todo aspirante a narrador debe profundizar en la tradición helénica, romana y bíblica, y zambullirse en los grandes autores de todos los tiempos"

Arturo Pérez-Reverte tiene tres escritorios en el sótano donde construye sus ficciones: uno para crear, otro para revisar y el tercero, bueno, el tercero para amontonar libros, papeles y, en general, utensilios vinculados al oficio. El ordenador, que se encuentra en la primera de las mesas, carece de internet porque su dueño no quiere distracciones, y esto hace que, cuando pone el punto final a una novela o a un artículo, Pérez-Reverte se vea obligado a grabar el documento en un lápiz de memoria, subir hasta la segunda planta de su domicilio y enviarlo a través de otro ordenador que está conectado a la red pero que no contiene nada en su disco duro. Y es que no se debe olvidar que este hombre también es marinero y, lógicamente, prefiere tener a los piratas bien lejos.

Pero Pérez-Reverte no sólo mantiene la tecnología a raya, sino que además guarda dos máquinas de escribir antiguas —pero totalmente operativas— a buen recaudo. Dice que el día en que se produzca el gran apagón y las nubes dejen de ser dispositivos de almacenamiento remoto para recuperar su tradicional condición de simples cúmulos de agua, él será el único que podrá seguir escribiendo. Si los ordenadores dejan de funcionar, todos volveremos al papel y al lápiz, pero un día cualquiera, al salir a dar una vuelta y pasar bajo una ventana, escucharemos el golpeteo de unos tipos contra un rodillo y el timbre marginal de un carro que marca el final de la línea, y sabremos que hay un escritor que no ha cambiado de hábitos. Será entonces cuando comprendamos que en este mundo hay gente preparada para cualquier eventualidad… y que luego ya estamos el resto.

"La narrativa española contemporánea, dice el cartagenero, abunda en gente que sólo ha leído novelas de John Fante y visto películas de Quentin Tarantino"

Así pues, en el sótano de Pérez-Reverte las cosas están pensadas para promover la concentración y asegurar la escritura, y el único entretenimiento que se puede encontrar ahí abajo son los libros que forran las paredes. La mayoría son de Historia, que es la principal fuente de documentación que este autor maneja para sus ficciones, pero también los hay de eso que su propietario considera el abecé del oficio: grandes clásicos, literatura universal y Siglo de Oro. Asegura este escritor que todo aspirante a narrador debe profundizar en la tradición helénica, romana y bíblica, zambullirse en los grandes autores de todos los tiempos —incluyendo, por supuesto, los contemporáneos— y chupar hasta el tuétano del Siglo de Oro, en especial el representado por Quevedo y Cervantes, que fueron quienes no sólo inventaron el castellano, sino quienes además afilaron su léxico.

Sin estos tres pilares no se puede levantar un templo a la literatura, aunque lo cierto es que sólo hay que entrar en una librería para darse cuenta de que, actualmente, se puede publicar sin saber nada de eso. Porque la narrativa española contemporánea, dice el cartagenero, abunda en gente que sólo ha leído novelas de John Fante y visto películas de Quentin Tarantino, y que encima va por ahí de garante de la narrativa española. Y luego ocurre lo que ocurre: que aparecen jovenzuelos asegurando que han descubierto la sopa de ajo cuando en el siglo XIX ya la comían hasta los analfabetos. De manera que, para no quedar como incultos y para además escribir con talento, lo que los aspirantes a narradores han de hacer es tomarse la tradición en serio y leer a los clásicos sin descanso, a todas horas y en todo momento, si hace falta hasta que se les caigan los ojos y se les seque el cerebro. Y si no les apetece, pues tienen dos opciones: hacerlo igualmente o buscar otro oficio.

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La última novela de Arturo Pérez-Reverte es Línea de fuego (Alfaguara, 2020).

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