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Autobiografía feliz de un Lazarillo de hoy

Autobiografía feliz de un Lazarillo de hoy

Hay en la nueva novela de Luis Mateo Díez, Mis delitos como animal de compañía, algo de culminación, de síntesis que compendia el mundo y la lengua que él ha creado a lo largo de su variada obra y que remite a la grandeza de su literatura. Grandeza de una obra que es, hoy en día, una de las más sólidas y mejor trabadas de las letras españolas. Luis Mateo Díez goza de un bien ganado prestigio como escritor dueño de un imaginario propio, inagotable. Su inventiva, siempre capaz de una meta nueva y de un sesgo narrativo insospechado, lo emparenta directamente con grandes fabuladores en la línea de Italo Calvino, Claude Simon, Kazuo Ishiguro, Günter Grass o Margaret Atwood. Pero también hay en él trazos de Faulkner y de Beckett, como si volviera cómico al primero y trágico al segundo.

Por otra parte, el mundo que ha creado Luis Mateo Díez a lo largo de sus novelas y cuentos supone la definición de una geografía y de una toponimia que encuentra un marco de referencia en los elementos arquetípicos —y mitificados— de la provincia flaubertiana o clariniana, pero la transciende y la deforma. Su literatura construye una fantástica región de semántica autorreferencial. Partiendo de lugares concretos, ha alcanzado la categoría de un universo autosuficiente, abstracto, con tiempo e historia internos. Esto ha venido afinándose en el devenir de su obra, hasta llegar a Mis delitos como animal de compañía.

"De pronto relata un verano de infancia con su abuela, o un amorío, o un crimen sin cadáver cierto. Le muerde un lobo. Deambula por clínicas. Sale su infancia de niño cabezón"

Trata esta novela de un tipo con un trastorno. Es la voz de un “averiado” que cuenta su vida para que alguien la lleve a una novela. Desea que su vida se lea como una novela cuyas peripecias él está dispuesto a hilar en un caos de sucesos. Esas peripecias son innumerables. Aparecen como episodios que descienden a una especie de infierno circular y sin épica, a cual más calamitoso y melancólico. Un purgatorio de perros que mueren o que hay que matarlos, convirtiendo al protagonista en una variante de asesino cuyo único asesinado es un perro, uno que aquí se llama recurrentemente “can de Lazada” y que se mitifica en la novela hasta identificarse el propio can con el alma del propio asesino. Es más, él mismo se presenta como “un asesino de perros o de ideas”.

En su ir y venir por la vida y por la región circular de las Ciudades de Sombra —ese ya conocido universo paralelo de Luis Mateo que ha abordado en varias de sus novelas—, el “trastornado” de Mis delitos como animal de compañía encuentra a otros “averiados” más o menos como él. De pronto relata un verano de infancia con su abuela, o un amorío, o un crimen sin cadáver cierto. Le muerde un lobo. Deambula por clínicas. Sale su infancia de niño cabezón. Sus hermanas variopintas y castrantes. El despertar sexual con una amiga de su madre. La pederastia de los curas. Los animales, ya que por un tiempo llega a vivir en una jaula en un circo. Los marcianos. O un viaje en globo. El protagonista va a médicos hasta hartarse. Porque, al fin y al cabo, para los demás solo es “un bipolar de esos”.

"La referencia al Lazarillo, en cuanto que autobiografía falsaria, se impone en la lectura de esta novela, incluso aunque no fuera intención de su autor"

En realidad, la apariencia de esta novela es la de unas memorias. Su columna vertebral son los recuerdos de la mala vida de ese trastornado. Una mala vida que convierte al narrador, inmediatamente, por su modo de ser, de vivir y de contar, en un hombre que avanza por la vida como si huyera de algo poco ventajoso, en un pícaro doliente, un mataperros, un delincuente, un ladrón, un animal de compañía… (que es, a la postre, lo que era Lázaro de Tormes).

Y la referencia al Lazarillo, en cuanto que autobiografía falsaria, se impone en la lectura de esta novela, incluso aunque no fuera intención de su autor. Porque es sabido que todo gran escritor incorpora, consciente o no, la tradición literaria al completo.

Libertad absoluta, pues, es lo que rezuma Mis delitos como animal de compañía. Luis Mateo Díez está en esta novela a merced de los más altos logros de su propia narrativa, los cuales permiten que la novela se escriba sola, le dicte al autor lo que ella debe ser y, sobre todo, lo que la propia novela sabe ser. Cuando el protagonista manifiesta desde el principio que quiere que se novelice su vida a partir de lo que él, en adelante, vaya contando, ¿a quién se lo irá contando? A la novela misma.

Asistimos desde la primera página a una “novela en marcha”. Pero también a una novela que camina por un abracadabrante túnel de sorpresas (y aquí, de fondo, se percibe la suma de Rabelais, de Sterne y de Quevedo, pero también de El bravo soldado Sveij, de Jaroslav Hašek y, por qué no, de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole). Por todo ello, esta quizá sea la novela más asombrosa de Luis Mateo Díez, sin perder ni un ápice de ese humor negro y burlesco tan propio de su autor y que vuelve sátira lo que es tragedia, y viceversa. Como dije al principio, Luis Mateo Díez alcanza en Mis delitos como animal de compañía una culminación, una cima. Es esta, sin paliativos, una obra maestra de la literatura y un festín para quien quiera y sepa disfrutar de tan feliz conjunción entre la vida y las palabras.

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Autor: Luis Mateo Díez. Título: Mis delitos como animal de compañía. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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