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Cartografía del “Universo Enríquez”

Cartografía del “Universo Enríquez”

József existe. O, al menos, ha existido. Llegó a las puertas del Irish Rover, un garito muy popular en el Madrid de los años noventa, de parte de su compañero de celda en Carabanchel. József tenía experiencia como portero de discoteca y era corpulento, lo cual resultaba conveniente como factor disuasorio en las madrugadas de Madrid, cuando el alcohol engrandece el carácter de los veinteañeros a la vez que les achica la paciencia. Era reservado del modo en que solo pueden serlo aquellos que han vivido mucho y saben que nadie nunca se metió en problemas por callar demasiado. 

A continuación reproducimos el prólogo —escrito por José F. Peléz— a la novela József El Húngaro (Esfera de los Libros) de Luis Enríquez.

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La primera vez que leí el manuscrito estuve tentado de llamar a la embajada de Hungría y ponerme a disposición del embajador para encabezar una misión diplomática que siguiera los pasos de József a través de todo el planeta. Me encerré en el despacho, coloqué un foco que apuntaba directamente a la mesa, extendí mapas, tracé rutas y compré varios diccionarios para dar mis primeros pasos en todos aquellos idiomas que podría llegar a necesitar. La segunda vez, me tuvieron que detener en la puerta de la comisaría de Huertas cuando me dirigía a hablar con el subcomisario para pedirle las fichas policiales de todos los personajes aquí recogidos. Simplemente no podía dejar las cosas así, en la medianía frívola de unas letras que juntaban la palabra “FIN” y a través de las cuales Luis Enríquez concluía el relato en el peor momento, como un “coitus interruptus”. Y mira que hasta a eso uno puede llegar a acostumbrarse. A lo que es difícil acostumbrarse es a un “coitus interruptus” que dure toda la eternidad, como un Sísifo penitente, congelado y literario. Pero tampoco pasa nada, la edad adulta no es más que el arte de ponerse cómodo ante una frustración constante. Y la madurez, la renuncia a la tiranía del final feliz, que es una cárcel como cualquier otra. Así que la tercera vez me metí en un gimnasio con la firme intención de convertirme en boxeador y la cuarta comencé a actuar como un irlandés, bebiendo Jameson y Guinness en el Temple Bar de Dublín y escuchando a Shane McCowan compulsivamente. Y me puse a Queen, rodeado de revistas de música de los noventa y recordando el futuro tal y como entonces lo imaginaba.

"Cuando por fin levantas la mirada del libro ya no sabes ni qué hora es ni por dónde te vienen los golpes. Simplemente estás agotado"

En realidad —caigo en la cuenta de ello ahora— todo es parte del “Universo Enríquez”, que es el único universo literario en el que el autor es a la vez estrella, planeta y satélite. De hecho, a estas alturas aún no soy capaz de decidir si este libro es novela o crónica; no sé si es ficción, no-ficción o ciencia ficción. Lo que tengo claro es que el libro es de Luis, retrotrayéndome a aquellas palabras de mi paisano Jorge Guillén acerca de Lorca: «Cuando estás con Federico, no hace ni frío ni calor. Hace Federico». Pues en este libro hace “Enríquez”: doble malta, cerveza negra y rock and roll; aventuras a vida o muerte, apuestas arriesgadas y consecuencias imprevistas. Todo es una mezcla poco frecuente de ese trabajo duro y metódico al que solo pueden aspirar los verdaderamente humildes y de esa chulería de Tetuán a la que solo pueden renunciar los castizos. Una chulería de taberna, es posible. Pero de taberna cara, de “San Mamés”, de “El quinto vino”. Por eso pienso ahora en la historia de nuevo —es complicado hablar de un libro como este sin destriparles su contenido— y creo que a Luis le ha caído del cielo. Porque está hecha para él, tiene todos los tópicos del “enriquezísmo”, que es un “ismo” sin vanguardia y un género en sí mismo, algo a medio camino entre la novela negra, el nuevo periodismo americano y una remontada en el 94. Y como es sabido que Luis es un gran cinéfilo, también tiene un punto de “road movie”, un poco de Easy Rider, un poco de Thelma y Louise, un poco del libro del Éxodo. Como todos los amantes del cine clásico Luis antepone el argumento y la brillantez de la historia a cualquier otro aspecto narrativo. Quizá por ello la trama de József es una procesión de puñetazos sucesivos: “jab” por aquí, “uppercut” por allá, gancho de derechas directo al hígado. Cuando por fin levantas la mirada del libro ya no sabes ni qué hora es ni por dónde te vienen los golpes. Simplemente estás agotado y con muchas ganas de ir a poner una vela a la Virgen de los Desamparados. Y dejar que Ella se encargue del resto.

"Luis escucha una historia, la investiga y la escribe, que es exactamente lo que hacen los periodistas de raza y los escritores con calidad"

Luis dice que el personaje es real y que lo que sucedió, sucedió. Como no tengo ningún motivo para desconfiar, se vuelve a confirmar que la realidad se ríe de la novela en la cara, como Michael Jordan de aquel chaval que una vez le dijo que sabía cómo defenderle y al que respondió con cuarenta puntos. En cualquier caso, la dinámica es interesante: Luis escucha una historia, la investiga y la escribe, que es exactamente lo que hacen los periodistas de raza y los escritores con calidad. Aunque, en realidad, suelen ser los mismos. Simplemente hay algo que enciende el fósforo, la luz ilumina un rincón del pasado y el instinto pone todas tus fibras a contarlo todo, como guiadas por una especie de obligación íntima y sagrada. Igual que en las colmenas hay reinas, zánganos y obreros, por las calles hay funcionarios, podólogos y escritores. Digamos que uno de cada mil. Muchos se encuentran en estado de latencia hasta que un día la vida los llama, los agarra por las solapas y les deja las cosas claras. El universo —Dios— hace que escritor e historia se crucen en el espacio y en el tiempo y el resto surge solo, como el amor en los adolescentes. Los acontecimientos hacen una llamada a los neurotransmisores y el escritor hace lo que tiene que hacer, que es lo que ha hecho Luis: dejarlo todo por un rato y contarlo desde el principio. Te conviertes así en un médium entregado a la misión sagrada de relatar los hechos. Puedes negarte, pero ya adelanto que es inútil porque el destino no se elige: es el destino, al igual que el Real Madrid, quien te elige a ti. Sucede igual con las historias. Yo creo que es en ese momento de anunciación cuando Luis adquiere conciencia de su misión, comienza a esprintar, se saca la espina del costado y escribe de esa manera tan personal, tan salvaje y tan de película de Tarantino, con tomas perfectas, música adecuada y el corazón del lector de taquicardia en taquicardia.

"Aunque hace tiempo que sospecho que, en realidad, Luis Enríquez no existe. Él es, en realidad, un ser literario"

Aunque hace tiempo que sospecho que, en realidad, Luis Enríquez no existe. Él es, en realidad, un ser literario, uno que vive su vida interpretando el papel de sí mismo, que va mucho más allá de limitarse a serlo. Cuando es cronista, hace lo que cree que haría el Luis cronista; cuando es ejecutivo, se mueve como cree que se movería el personaje de Luis ejecutivo, se remanga la camisa blanca, tira una bola de papel a la canasta que hace las veces de papelera y dice algo así como: «¿Soluciones? ¿Quién quiere soluciones, hijo? Esas ya las tengo yo. A mí tráeme solamente problemas. Y whisky irlandés». Y cosas así. Luis es un personaje de sí mismo: el padre, el hijo, el Espíritu Santo. En estas páginas le vemos como un cronista extraordinario, como uno de esos revolucionarios de los 70 que sabían que, con su sola presencia, la historia que iban a contar ya estaba cambiando. Precisamente eso pensé la cuarta vez que leí el libro: es posible que Luis tenga las respuestas a las preguntas que usted tendrá dentro de un par de días, cuando haya terminado este libro, se sienta muy cansado y se sorprenda mirando precios para billetes de avión. O de barco. O pasajes en una diligencia, o buscando en “Google Maps” un bar llamado “Fortuna”, o buscándose la vida como polizón en el “Orient Express”, o mirando los nudillos a los gorilas de las puertas, o haciendo señales de complicidad a traficantes de esteroides en gimnasios rotos. O quizá todo sea solo una “perfomance” que aún no ha terminado. Por si acaso fuera eso, he pensado en cambiar mi nombre, que ya no será “José F.” sino “József”. Que viene a ser lo mismo y me gusta más. Y, además, bien pensado, tampoco creo que exista una mejor salida.

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Autor: Luis Enríquez. Título: József El Húngaro. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Todostuslibros.

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