People drawn by the dream, people running from the nightmare. (Michael Conelly, The Brass Veredict)
I never felt sadder in my life. LA is the loneliest and most brutal of American cities; LA is a jungle. (Jack Kerouac, On the Road)
The valley of the ten million insanities. (Ry Cooder, Los Angeles Stories)
Desde que apareció como un diamante en bruto entre ranchos y viñedos, California fue una gran promesa, y Los Ángeles su Edén prometido. Todo aquel que pasa por la ciudad se ve embriagado. Recibe una sacudida emocional. Un billete a la capital de las expectativas es un movimiento sensible y arriesgado. No vuelves siendo el mismo de Los Ángeles: lo amas, lo odias o ambas cosas. Los Ángeles sigue viviendo en parte ciega a su belleza y significado moral, y en parte ahogada en el drama de su anhelo. Desde su característico LA Noir hasta la sátira del siglo XX, la literatura de la ciudad californiana abarca los extremos de la riqueza, la fama, la frustración y el fracaso. Aun así, a pesar de su idioma magnético, siempre ha sido eclipsada por los focos hollywoodienses y su cualidad de musa de las letras pocas veces es reivindicada.
Los Ángeles como foco literario no nació hasta los años 20, y desde entonces, a pesar de haber corrompido e inspirado a partes iguales a artistas y errantes, nunca ha sido justamente homenajeada. ¿Cómo competir con el París de Camus, el Londres de Woolf o el Madrid de Baroja?
A diferencia de estas, sus escritores son recién llegados, newcomers, huérfanos en busca de una madre que los mira de reojo y les firma un nuevo apellido. El que más convenga. Acoge con sutileza, pero todos compiten en la misma carrera para ser el hijo predilecto. Los angelinos biológicos forman parte de la mitología americana. Por ello, su ficción carece de raíces, y en su lugar transmite un nuevo punto de partida: el descubrimiento de tomar posesión de un lugar que difiere significativamente dejado atrás. La visión distanciada del forastero, dislocada y alejada, es uno de los rasgos esenciales. Tampoco en la ciudad hay un centro discernible, no hay un estilo arquitectónico reinante, ni un sentido de pertenencia. Tradicionalmente, las ciudades contienen implícitamente una dimensión histórica. Los Ángeles es la contrapartida. Joan Didion escribe en su ensayo Los que sueñan el sueño dorado que el futuro siempre se ve bien en la tierra dorada, porque nadie recuerda el pasado”. Los Ángeles existe como una geografía diferente: la del presente continuo.
El resultado fue una ficción que jugaba, a veces de manera obsesiva, con temas de irrealidad, engaños y máscaras que provocaban estos temas en patrones de imágenes que abarcaban todo el paisaje: la preponderancia de las carreteras y autopistas, el aparentemente sin centro de la expansión. El aspecto de la tierra ofrecía, en contraste con los lugares recordados, imágenes de inestabilidad e irrealidad. Un sentido de dislocación temporal y espacial.
Janet Fitch, James Ellroy, autores contemporáneos que captan el carácter agridulce de la urbe, el LA Noir subgenérico de Raymond Chandler, que abarca los crímenes en las sombras de las calles o el retrato nostálgico de un casi retirado Fitzgerald. La poesía sugestiva de Wanda Woleman y Eloise Klein Healy. Y por supuesto la crudeza de los sucios realistas como Bukowski retratan relatan su cara sombría y hechizante.
Una ciudad encantada de conocerse y cortejarse a sí misma las veces que haga falta. Cuando se anunció que La La Land había conseguido más nominaciones que El Padrino, el New York Times escribió que aquello suponía la culminación del narcisismo absoluto. Hollywood rendía homenaje a la ciudad del Olimpo, a sus dioses beatificados en estrellas de asfalto que conviven con folletos turísticos arrugados, avenidas con el código postal más revelador del mundo en una jungla desiderata. Decía Carlos Ruiz Zafón desde su exilio que Los Ángeles es ese lugar donde los que son alguien se convierten en nadie, y los que no son nadie se convierten en alguien.
El 98% de personas que conozco que han visitado la ciudad vuelven con un estribillo de decepción. Que en dos días lo has visto todo —y lo que hay no vale la pena el jet lag— suele ser el resumen. Buscan el paraíso terrenal y se encuentran con el engaño.
Pero es una ciudad que hay que absorber con todos sus matices. No hay un flechazo: más bien, como bienvenida, te rompe el corazón. Un amor fatale. LA es el delirio y el despertar al unísono de Blanche Dubois: “Prefiero la ficción a la realidad”. Todos los que llegan a LA conviven el resto de sus días con la caída del sueño, el despertar forzoso. De esas ilusiones truncadas están hechas sus casas prefabricadas, desde Bel-Air a Los Feliz. En su cementerio vestido de parque de atracciones ondean fantasmas melancólicos y desencantados que cubren las colinas con su esplendor naranja al atardecer. Probablemente, a los que sí nos cautiva las entrañas habla mucho de nosotros —y puede que no del todo bien— de cómo entendemos el romanticismo. La belleza de la caída, lo seductor de lo fracturado. Estos autores y autoras compartían esa incauta tara, e hicieron de Los Ángeles su idílica obsesión.
Charles Bukowski, Hollywood (Anagrama, 2006)

Joan Didion, Según venga el juego (Random House, 2017)

John Fante, Llenos de vida (Anagrama, 2007)

Eve Babitz, Black Swans

En Black Swans, Babitz merodea por su amada California y narra sus fábulas cual juglar infiltrada del star system. Escribe sobre Rodeo Gardens, la aparición del SIDA, los fantamas que habitan en el cementerio de Hollywood y en las calles, con sus bulevares de neón y sueños congelados. Y sobre todo, describe la envidia y los celos que existen en sus entresuelos. Con un estilo voyeurista y algo excéntrico, Black Swans te traslada a un Los Ángeles en los 80 y 90 con una narrativa casi autobiográfica que recuerda una Didion más libre y abiertamente hedonista. Sus personajes son profundos, mientras que por fuera parecen atrapados en el embrujo de la superficialidad. Historias en primera persona que se refugian en una decadencia del Chateau Marmont, en la que realidad y ficción quedan desdibujadas. Todavía no se ha editado el libro en español, pero como contrapartida podéis descubrirla en El otro Hollywood (Random House, 2018)
El último magnate, Francis Scott Fitzgerald

Desde su residencia angelina de West Adams crea a Monroe Stahr, un ejecutivo cinematográfico que trabaja obsesivamente para producir películas de alta calidad sin tener en cuenta el dinero. A los 35, el control del estudio y de su vida se le escapa. La novela ha sido llevada a la pantalla por Robert De Niro y recientemente, en una nueva serie a cargo de Amazon Prime. La última palabra de Fitzgerald sólo se encuentra en su póstumo libro.


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