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Crónicas de Danvers (II): Comme Il Faut

Crónicas de Danvers (II): Comme Il Faut

Al amanecer llegamos a la finca, en un valle escondido en Los Montes de Toledo. La rodeamos y aparcamos cerca del pabellón de caza, una maravillosa casona del XVIII en la que desayunamos antes de subir a los puestos. El anfitrión es mi padrino que, siempre encantador, nos acompaña a nuestra mesa, donde hay ya sentadas cuatro personas más. Sólo se levanta una:

—¡Qué alegría verte por fin, hombre! ¿Todo bien? —Palmaditas en la espalda.

Es mi tío Alonso, marqués de Muchas Cosas. Gordo, impertinente, turbio. Ignora a mi hija de 19 años y 1,79 cm de estatura, y cuando le pregunto si se acuerda de Macarena, me mira cómplice e inquisidor. Vuelvo a preguntar que si se acuerda de MI HIJA Macarena y no se le altera el gesto: que me ve estupendo pero que le disculpe, que es que tiene que hablar un momento con Sopelana, algo del banco. Cojo aire.

"Por un momento me siento tentado de contarle que sí, que María va mucho a Lourdes porque ahora que vive en Biarritz con Pierre, Lourdes le viene bien"

Saludamos al resto y mi tía Chiqui, con la que no coincido hace mucho, me pregunta cariñosísima por mi mujer. Contesto que nos divorciamos hace más de dos años, e inmediatamente noto un revuelo a mi alrededor, como un despertar de miradas, pestañeos y alertas. Me coge del brazo y me dice, sottovoce: —No lo sabíamos, cómo es posible que tu madre no nos haya contado nada, si me he encontrado a María en Lourdes dos veces este año y no me lo ha comentado—. Está clarísimo que lo único que le interesa de mi divorcio es no haberse enterado antes. No, espera, ahí viene la segunda andanada: —¿Y cómo te organizas en casa tú solo, tienes a alguien? —No sé si ese alguien es alguien que me ayude con la casa, o una amante. Me encojo de hombros y por encima de su cabeza busco a algún Sopelana que me salve a mí. Por un momento me siento tentado de contarle que sí, que María va mucho a Lourdes porque ahora que vive en Biarritz con Pierre, Lourdes le viene bien. Pierre, su compañero de trabajo, que desde hace unos cuantos años le viene más que bien. Carnaza. Pero mi hija se adelanta, le planta un beso y le dice que le encanta el sombrero de plumas de faisana que lleva. Ella contesta feliz que se lo regalaron los Portmouth-Smith hace mil años, y por ahí deriva la conversación: Macarena se defiende mucho mejor que yo.

Por fin rezamos una salve, subimos a los puestos, y nos instalamos. Entre las confidencias en voz baja, el frío y el caldo caliente del termo, pasamos una mañana deliciosa mano a mano los dos. No cazamos nada, ni nos importa.

"Mi tía Mer no se calla nunca, no sabe. Me ahogo y mi hija se ríe de mí"

Hora de la comida, mismo pabellón. En el aperitivo, mi tía Mer, hermana de Chiqui: —Cielo, me acabo de enterar, no te preocupes que ya nos encargamos nosotras de organizarte un poco, que estás más delgado y tienes mala cara. Verás, acaba de llegar de Roma la sobrina de Pitu, ¿te acuerdas? Era ideal, estilazo, y se acaba de separar también, le he mandado tu teléfono para que le enseñes un poco todo aquí. No sabes lo mal que lo ha pasado y lo inteligente que es, ya verás en cuanto quedéis. Es que no puedes estar solo, que no es natural que un hombre esté solo, no quiero ni pensar en cómo tendrás la casa. ¿Comes bien? ¿Trabajas mucho? Nata era consejera delegada de St Barths en Roma, sabes, la marca esa de las zapatillas de goma que están tan de moda… Se ha cogido un año sabático porque entre el divorcio y el estrés no le daba la vida, es que te va a encantar, lo veo.

Mi tía Mer no se calla nunca, no sabe. Me ahogo y mi hija se ríe de mí. En mi mesa coincido con primos y algún amigo de la infancia y lo pasamos francamente bien. Macarena está encantada con los de su edad, pero en cuanto terminamos de comer huyo con ella, que siempre ha sido mi cómplice. No me despido de nadie.

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