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Crónica de una desdicha

Crónica de una desdicha

Ya casi nadie recuerda el concepto de peredonovismo, y a lo mejor tampoco el de oblomovismo, pero ambos términos cobraron fama en la literatura rusa como el haz y el envés de una disposición complementaria ante la vida. Si Oblómov es la personificación del hombre superfluo, inane y carente de osadía para enfrentarse al mundo, Peredónov es el personaje con aspiraciones banales que se mueve por puro filisteísmo en pos de un ascenso social que enaltezca su rango vital en la sociedad de provincias rusa de la época, vacía, vulgar y desasosegantemente mundana, sin otra aspiración que no sea el progreso económico a cualquier precio. Desde luego, el personaje creado por Iván Goncharov en Oblómov (1859) ofrecía más simpatías al lector que el compuesto por Fiódor Sologub en Un pequeño demonio (1907), pero en ambos palpita un mismo propósito: apropiarse del espíritu reinante del momento histórico que viera nacer a cada uno de estos personajes y, de paso, dar cuenta de los pequeños demonios que los habitan.

"La presente edición es la primera que se traduce del ruso de manera íntegra"

Fiódor Kuzmich Tetérnikov (San Petersburgo, 1863-1927), poeta, narrador, dramaturgo y publicista, fue uno de los mayores exponentes del simbolismo ruso, a caballo entre el realismo decimonónico y la sensibilidad modernista. No ayudó en su proyección artística el que nunca simpatizara con la causa soviética, pero las travesuras del diablillo que susurraba al oído de Peredónov hicieron fortuna durante los años de vida del escritor, más conocido como Fiódor Sologub (1863-1927). Empezó la novela en 1892 y le llevó diez años escribirla. Sologub dijo de ella en el prólogo a la segunda edición que “es un espejo, artísticamente elaborado (…). Todos los elementos cómicos, prosaicos y psicológicos de mi novela están basados en observaciones precisas, y debo decir que, al elaborarla, he tenido a mi alrededor un buen muestrario, para copiar del natural”. Sologub toma prestado el espejo stendhaliano a lo largo del camino. Quedan todavía unos años hasta que Ramón María del Valle-Inclán lo deforme hasta hacerlo añicos con los esperpentos nacidos en los espejos del Callejón del Gato. El de Sologub es fiel a la realidad. Así puede entenderse que confiese que “la superficie de mi espejo es lisa, y su composición pura. Ha sido medido muchas veces y probado minuciosamente. No tiene ni la más mínima curvatura. Lo monstruoso y lo bello se reflejan en él con igual precisión.”

"Manuel Abella ha firmado una traducción excelente y la acompaña de una introducción sobre la historia editorial de la novela en nuestro idioma"

La presente edición es la primera que se traduce del ruso de manera íntegra. El poeta Alexandr Blok elevó la obra a la condición de clásico de la literatura rusa, más allá del éxito de ventas, hasta el punto de que existe una película basada en ella filmada en 1995 por el cineasta Nikolai Dostal. Pero el periplo de la novela en español no es todavía agua clara. Es frecuente que muchas traducciones lleguen a nosotros por vías dispares. Aquí se sigue la canónica sin los cortes que se apreciaban en las ediciones anteriores, aunque una búsqueda en los fondos de libros antiguos ofrece algunas sorpresas. Manuel Abella ha firmado una traducción excelente y la acompaña de una introducción sobre la historia editorial de la novela en nuestro idioma. Extrañamente, no habla de la edición de 1920 en Espasa-Calpe, aunque tal vez se trate de un error y se refiera a ésta cuando habla de la edición de 1926 realizada por Náum Tasin Kagan. Tanto la primera como la traducción de 1961 llevada a cabo por María de los Ángeles Bosch eliminaron casi la mitad del texto original, alteraron pasajes y redistribuyeron tanto el texto como los capítulos, con lo que la obra, ya extraña de por sí con la locura que parece acompañar a su protagonista, quedó desfigurada y poco inteligible. Con la edición de Mármara, el clásico puede ya apreciarse en toda su dimensión y comprobarse los porqués de su bien ganada fama de pieza irreverente en fondo y forma, al tiempo que se conocerán todos los sinsabores que acarrea a Peredónov la aparición de ese trasgo inmundo, esa sabandija grisácea que lo aflige y martillea con sus insoportables importunidades.

"Un pequeño demonio es la obra de un artista aferrado al sueño de mostrar sin tapujos las bajezas en las que puede sucumbir el ser humano"

Tras sus gafas de montura dorada, Peredónov asiste a los acontecimientos de la vida como maestro en una pequeña ciudad de provincias. Soberbio como pocos, el protagonista de esta historia se hace acompañar por Varvara, una modistilla de tres al cuarto con un cuerpo tan hermoso como el de la más hermosa de las ninfas, que soportará los desplantes, las vejaciones y groserías del aspirante a inspector mientras cumple disciplinadamente sus labores de amante. Cuando aparece una princesa, clienta de Varvara, que como las hadas madrinas de los cuentos, promete apoyar el ascenso de Peredónov si éste se casa con su amante. Lo que sigue a continuación es la crónica de un ascenso postergado hasta la náusea, motivo por el que el maestrillo con ínfulas queda trastornado por una manía persecutoria —el pequeño demonio que da título a la novela— que le lleva a perder el poco respeto que la escuela y el pueblo le tenían. Poseído por ese trasgo infame, llegará hasta extremos insospechados en pos de su sueño mil veces postergado, y si no que se lo pregunten a su amigo Volodin. El tono pasa de la mofa al escarnio, de la broma al drama soez, “todo se había convertido ya en un gran delirio: absurdo, inconexo y repentino”. Un Peredónov que aspiraba a llegar al lugar destinado a los honores. Todo lo contrario que pretendía Sologub, quien en uno de sus poemas llegó a escribir “no ser alguien, ser anda, / ir hacia el gentío, soñar, mirar, / con nadie compartir los sueños y nada pretender.”

Un pequeño demonio es la obra de un artista aferrado al sueño de mostrar sin tapujos las bajezas a las que puede sucumbir el ser humano si lo único que pretende es negociar con el mal para hacerse con sus sueños de grandeza. El botín es otro, viene a decir Sologub. El botín es la vida, la sencilla, adorable y, a menudo, dolorosa vida. Pero vida al fin y al cabo. Lo demás son sueños por cumplir, que casi siempre suelen acabar en nada. Y esa nada duele al fin más que la propia vida. Buena cosa traer a estos tiempos, en la mejor de las circunstancias —íntegra, cuidadosamente editada y primorosamente traducida— la obra maestra del olvidado Fiódor Sologub. Nunca es tarde para andar atento a las sabandijas, simbólicas o reales, que nos afligen. No habrá que perder de vista la lección que cede a la eternidad el maestro ruso.

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Autor: Fiódor Sologub. Título: Un pequeño demonioEditorial:  Mármara. Traducción: Manuel Abella. Venta: Todostuslibros y Amazon

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