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Discursos, VII, de Cicerón

Discursos, VII, de Cicerón

Llega a las librerías, con traducción de José María Requejo, el séptimo volumen de los Discursos de Marco Tulio Cicerón, probablemente el mejor orador que jamás ha existido, además de principal responsable de dar forma al latín clásico.

En Zenda reproducimos uno de los textos de Discursos, VII (Gredos), de Cicerón.

***

EN DEFENSA DE MARCO TULIO

Me había propuesto con anterioridad, jueces recuperadores, llevar esta causa partiendo de la creencia de que mis adversarios negarían que una matanza tan grande y tan atroz recaía sobre su grupo de esclavos; así que había venido con la mente libre de preocupación y cavilaciones, porque entendía que podía fácilmente dejar claros los hechos mediante los testigos. Por el momento, en cambio, después de que un hombre tan destacado, Lucio Quincio, no sólo ha confesado…***

(faltan seis líneas de, aproximadamente, dieciocho letras cada una)

me esforzaba para que, lo que denunciaba, pudiera demostrar que se había cometido. Ahora, mi intervención ha de ser consumida en que mis adversarios no parezcan quedar en mejor situación por haber confesado aquello que por ningún medio pudieron negar, a pesar de que lo deseaban por encima de todo. Así que me parecía en aquel momento que vuestra labor de jueces sería más difícil, mi defensa fácil. Por mi parte, en efecto, todo en los testigos… ***

(se echan en falta siete líneas)

¿hay algo más sencillo que pronunciarse sobre alguien que confiesa? Por el contrario, para mí es complicado hablar con la suficiente prolijidad sobre lo que ni puede ser pintado más terrible con palabras que lo que de hecho es, ni hacerse más manifiesto con mi exposición que lo que se ha hecho con su propia confesión.

Como en estas circunstancias que acabo de mencionar me es preciso modificar mi plan de defensa… ***

(se echan en falta siete líneas)

daría la impresión de defender con empeño no menor la reputación de aquel5 que los intereses de Marco Tulio. Ahora, dado que Quincio consideró que concernía a la causa sacar a la luz aspectos tan numerosos, falsos, sobre todo, e inicuamente inventados, acerca de la vida y la conducta y la reputación de Marco Tulio, deberá perdonarme Fabio por muchos motivos si llega a parecer que soy menos indulgente con su fama de lo que antes me había propuesto. En primer lugar… ***

(se echan en falta seis líneas)

… estimó que atañía a su deber no dar tregua a su adversario en ningún terreno, ¿qué es recomendable que haga yo, Tulio, en defensa de Tulio, persona unida a mí no menos con el espíritu que con el nombre? Y en mi caso parece que debo afanarme más en aquello, jueces recuperadores, en ser capaz de que se me admita no haber hablado antes nada contra ése, que en no ser censurado por replicar en esta instancia.

Pero si entonces hice lo que convenía, ahora, también, haré lo que es necesario. En efecto, al plantearse el debate sobre materia pecuniaria, puesto que alegábamos que se le había ocasionado un daño a Marco Tulio, me parecía alejado de mi manera de ser añadir algo sobre la reputación de Publio Fabio, no porque el asunto no pareciera reclamarlo. ¿Qué pasa entonces? Aunque la causa lo requiera, con todo, a no ser que me obligue claramente, contra mi voluntad, no suelo rebajarme a causar mal de palabra. En este momento, dado que hablo por obligación, lo que previsiblemente diga lo haré en cualquier caso, precisamente eso, con recato y moderación, con la única finalidad de que, como en la sesión anterior Fabio pudo apreciar que yo no era su enemigo personal, sepa al presente que soy un amigo leal y seguro para Marco Tulio.

Esta sola cosa desearía vivamente conseguir de ti, Lucio Quincio (que, aunque lo deseo porque es útil para mí, de todos modos te lo pido por la cabal razón de que es justo): que te tomes todo el tiempo para hablar con la condición de que dejes algo a éstos para juzgar, teniendo en cuenta que antes la justa medida de la defensa no te puso el término a tu parlamento, sino la noche. Ahora, si es que puede ser de tu agrado, no hagas lo mismo, eso es lo que te pido. Y no te lo pido supuestamente porque opine que conviene que omitas algo o que no hables con la mayor elegancia y facundia de que seas capaz, sino para que hables sobre cada una de las cuestiones una sola vez. Si lo haces así, no tengo miedo de que se esfume el día mientras hablas.

Vuestro juicio es, jueces recuperadores, «De qué montante resulta el daño causado con dolo malo de los esclavos de Publio Fabio, con violencia por gente armada y organizada».

Nosotros ya hemos hecho el cálculo del objeto material; la valoración es función vuestra; la fórmula se ha emitido al cuádruplo.

Así como todas las leyes y fórmulas procesales que dan la impresión de ser un tanto más duras y crueles han nacido de la iniquidad y desafueros de malhechores, del mismo modo el procedimiento que nos ocupa ha sido implantado estos últimos años en atención a la mala conducta y la excesiva falta de control de la gente. Por eso, como se difundía la noticia de que en campos y pastos lejanos muchos grupos de esclavos estaban arma dos y causaban muertes, y como esta práctica parecía afectar no sólo a los intereses de los particulares, sino al interés supremo del Estado, Marco Lúculo, que administró justicia con suma equidad y sabiduría, fue el primero que redactó esta fórmula y buscó que todo el mundo contuviera a sus esclavos hasta un grado que no únicamente no ocasionaran, armados, un daño a alguien, sino que incluso, atacados, se defendieran con la ley antes que con las armas. Y aunque sabía que existía una ley Aquilia sobre el daño, aun así apreció el hecho de la manera siguiente: en tiempos de nuestros mayores, como, a la par que los patrimonios, también la codicia era menor, y las familias de esclavos, no grandes, eran refrenadas por un temor grande, de suerte que ocurría muy raras veces que una persona fuera muerta (y tal cosa se consideraba un delito nefando excepcional), no había sido preciso un proceso sobre violencia por hombres organizados y armados; porque si alguien establecía una ley o un procedimiento sobre algo que no llegaba a ocurrir, parecía no tanto impedirlo como insinuarlo.

En nuestra época, como, a consecuencia de una guerra prolongada e interna, la situación había desembocado en el hábito de que la gente hiciera uso de las armas con menos escrúpulos, consideró que era necesario conceder una acción contra todo el conjunto de esclavos respecto a lo que se informase que había sido cometido por el conjunto de esclavos, y crear unos jueces recuperadores para que el hecho fuera objeto de procesamiento con la mayor inmediatez, y fijar una pena más grave para que la osadía se reprimiera con el miedo, y eliminar aquella argucia «daño por conducta antijurídica».

Lo que es de aplicación en otras causas, y lo es en virtud de la ley Aquilia, eso que parte de un daño de esa clase, el que ha sido ocasionado con violencia por medio de hombres armados… ***

(faltan siete líneas de poca extensión, de, aproximadamente, trece letras cada una)

… ellos mismos decidieran en qué momento podían, en uso de su derecho, tomar las armas, reunir una partida, matar hombres. Como emitía una fórmula en los términos de que sólo se sometiera a juicio la cuestión de si resultaba que se había ocasionado un daño con violencia por hombres organizados y armados con dolo malo de la familia de esclavos, y no añadía «por conducta antijurídica», creyó que había eliminado la audacia de los malhechores, al no haberles dejado ninguna esperanza de defensa.

Puesto que sabéis qué proceso y con qué propósito ha sido establecido, escuchad con atención ahora los hechos mismos mientras os expongo brevemente cómo se desarrollaron.

Posee Marco Tulio en el territorio de Turio, jueces recuperadores, un fundo heredado de su padre, cuya posesión llevó sin problemas hasta el momento en que se topó con un vecino de un talante tal que prefería extender los límites de su finca con las armas que defenderlos con la ley. Veamos: Publio Fabio adquirió no hace mucho del senador Gayo Claudio una finca, finca con la que era colindante Marco Tulio, por una cifra realmente alta, casi la mitad más —inculta, con las viviendas destruidas por el fuego— que por lo que la había comprado, en perfecto estado y provista de todo lo necesario, el propio Claudio, ya a un precio carísimo… ***

(faltan once líneas)

… que habían embaucado en secreto esos de la Macedonia consular y de Asia. Añadiré incluso un detalle importante que atañe al asunto: tras morir el general, deseando invertir en fincas un dinero conseguido no se sabe cómo, no lo invirtió, sino que lo tiró. Nada hasta el momento… ***

(faltan diez líneas)

… enmendó con la ruina de sus vecinos y que intentó desahogar su malhumor con el daño a Tulio. Hay en aquel paraje, jueces recuperadores, una centuria que se llama Populiana, que siempre ha sido de Tulio, que había poseído ya su padre… ***

(faltan once líneas)

… estar situada y ajustarse bien a su fundo. Y al principio, como estaba arrepentido de todo el negocio y de la compra hecha, sacó a subasta el fundo. Lo cierto es que lo tenía por haberlo adquirido en sociedad con Gneo Acerronio, persona excelente. ***

(faltan once líneas)

… haber indicado por escrito la extensión. Emplaza al hombre. Éste respondió con absoluta arrogancia lo que le convino. Mientras tanto el vendedor aún no había notificado los límites. Envía Tulio cartas a su administrador y al colono… ***

(faltan diez líneas)

… declaró que no lo haría. En ausencia de aquéllos notificó los límites a Acerronio y, en cambio, no le consignó la citada centuria Populiana como de libre posesión. Acerronio, como pudo, de todo el asunto… ***

(faltan once líneas)

… de un lance de tal clase consiguió escapar medio quemado.

Conduce ése entretanto a los prados a gente escogida, de grandes arrestos y fuerza, y les proporciona las armas que les fueran más manejables y adecuadas a cada cual, en forma que cualquiera se daría cuenta de que se les equipaba, no para las tareas del campo, sino para el homicidio y la lucha.

En aquel corto espacio mataron a dos hombres de Quinto Cato Emiliano, persona honorable, al que conocéis vosotros. Cometieron otros muchos desmanes. Vagaban por doquier armados, sin ocultarse, antes bien con las trazas de que parecían comprender perfectamente para qué misión habían sido pertrechados; en resumen, tenían todos los campos, los caminos invadidos.

En el ínterin llega a Turio Tulio. Ese padre de familia, al cabo, asiático afortunado, agricultor a la par que ganadero principiante, mientras paseaba por el campo divisó en esa misma centuria Populiana una edificación no especialmente grande y a un esclavo de Marco Tulio, Filino. «¿Qué asunto os traéis entre manos ahí en mi propiedad?», le espeta. El esclavo le respondió con discreción, pero no con simpleza, que su dueño estaba en la quinta, que podía discutir con él si quería algo. Pide Fabio a Acerronio (pues estaba allí en ese momento) que le acompañe a casa de Tulio. Llegan. Tulio estaba en la quinta. Fabio hace el requerimiento para despojar él de la posesión a Tulio o para ser despojado por éste. Responde Tulio que se encargará él y que garantizará a Fabio la comparecencia ante la justicia en Roma. Fabio se aviene a esta condición y poco después se separan.

A la noche siguiente, cuando ya amanecía, hacia la edificación de la que he hecho mención antes, que estaba en la centuria Populiana, llegan esclavos de Publio Fabio, en gran cantidad y armados. Franquean la entrada con la fuerza y por las malas; a hombres de precio elevado, esclavos de Marco Tulio, y desprevenidos, los atacan, cosa que fue sencilla de hacer, y a los no numerosos y que no repelían la agresión los numerosos, armados y equipados, los asesinan, y tanto odio y crueldad demostraron que dejaron a todos ellos con el cuello cortado, no fuera que, si llegaban a abandonar a alguno medio muerto y respirando aún, su prestigio les fuera tenido en menos. Además, destrozan las dependencias y la casa.

Este suceso tan atroz, tan ignominioso, tan repentino, se lo anuncia a Marco Tulio Filino, a quien he nombrado antes, que había escapado de la matanza gravemente herido. Tulio despacha al instante mensajes a sus amigos, de los cuales, procedente de la vecindad de Turio, se puso a su disposición una multitud de gente de bien y honorable. A todos les parecía el suceso cruel y desdichado.

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Autor: Cicerón. Título: Discursos, VII. Traducción: José María Requejo. Editorial: RBA. Venta: Todos tus libros

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