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El regreso al futuro de los macrodatos, por Pablo Rodríguez

El regreso al futuro de los macrodatos, por Pablo Rodríguez

Los datos son el combustible de la inteligencia artificial. Dicen tanto de nuestro comportamiento e interacciones y de cómo nos relacionamos con el entorno que, con la ayuda de potentes ordenadores y sofisticadas técnicas estadísticas, y en conjunción con la inteligencia artificial, pueden transformar para mejor la vida de millones de personas.

Inteligencia artificial, de Pablo Rodríguez, plantea un recorrido por la historia de los datos, una mirada a su funcionamiento, un mapeo de las redes, el retrato de los gurús de los macrodatos y el futuro del internet de las cosas y de la inteligencia artificial. Zenda ofrece un fragmento de este libro publicado por Ediciones Deusto.

 

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El regreso al futuro de los macrodatos

Cualquier loco inteligente puede hacer las cosas más

grandes, más complejas y más violentas. Pero hace falta

un toque de genialidad —y mucho valor— para moverse

en la dirección opuesta.

E. F. Schumacher

¿Por qué deberías preocuparte?

Durante la parte más productiva de mi trayectoria como científico, pasé unos años fantásticos en Cambridge, la famosa ciudad universitaria junto al río Cam de la que han salido mentes brillantes como Stephen Hawkings o Isaac Newton. Cambridge desprende un aire de placidez y la sensación de que hay espacio para que las cosas maduren en su momento, algo que no he encontrado en ningún otro lugar. Es un lugar que ofrece a la mente el espacio necesario para el pensamiento profundo necesario para poder idear las grandes revoluciones tecnológicas. Y fue en Cambridge donde creció y estudió Alan Turing, el científico informático más decisivo de todos los tiempos. También es el lugar donde vive mi amiga la doctora Anastasia Christofilopoulou. Anastasia lleva cuatro años preparando una exposición sobre criptografía y el Proyecto Enigma, que ayudó a poner fin a la segunda guerra mundial y marcó el inicio de una nueva era de datos, algoritmos e inteligencia computacional nunca vista antes.

Vive con su marido Christos Gkantsidis en Ely, donde me invitan a algo tan inglés como el té en una tarde de lluvia, en pleno otoño, para preparar nuestra reunión familiar anual en algún rincón soleado del Mediterráneo. Ely es un bonito pueblo al norte del condado de Cambridgeshire, con un fantástico paseo junto al río y un animado centro donde se celebra cada año el Festival de la Manzana para la promoción de este fantástico producto nacional. La exposición en la que está trabajando Anastasia es una muestra pionera e interdisciplinaria. Codebreakers and Groundbreakers unirá, por primera vez, los notables logros intelectuales y las narrativas paralelas de dos grupos de criptógrafos (codebreakers) que trabajaban a la vez, pero de forma independiente: los que intentaban descifrar los códigos de la segunda guerra mundial y los que descifraron el Lineal B, el primer sistema de escritura comprensible de Europa. En una exposición que incluye una máquina Enigma prestada, excepcionalmente, por el GCHQ (el Cuartel General de Comunicaciones y la Agencia de Inteligencia de El Reino Unido), y documentos únicos archivados en la Universidad de Cambridge. La exposición explica la vida y conmemora los logros de criptógrafos de la segunda guerra mundial como Alan Turing o Bill Tutte, así como de Michael Ventris y John Chadwick (también criptógrafo de la base de Bletchley), que descifraron el Lineal B. Es una muestra fascinante, pero yo lo que busco es la historia que desencadenaron los datos, los algoritmos y los descubrimientos en computación que dieron paso a la inteligencia de las máquinas.

 

Todo empezó en 1951, en Manchester, cuando el M16, servicio de inteligencia británico, interceptó un mensaje que le habían robado a Alan Turing. Alan, conocido profesor de Cambridge, recibió la visita de la policía, que le preguntó por el robo. Le encontraron en casa, pero él mostró una actitud desdeñosa. Los agentes declararon que era una persona insoportable y sospecharon que ocultaba algo. Años atrás, en 1939, al declararse la guerra, 800.000 personas habían sido evacuadas de Londres. La segunda guerra mundial se había alargado seis años. Las fuerzas aliadas eran limitadas e iban perdiendo efectivos. Estados Unidos y Canadá intentaban colaborar enviando convoyes de material estratégico.

Alan Turing, que entonces tenía veintisiete años, había llegado a Bletchley Park en el tren, escoltado por agentes de la Marina. Esperaba en el despacho del comandante Denniston. Cuando llegó el comandante, Alan tenía frío y no parecía estar de buen humor. El comandante le preguntó por qué quería trabajar para el gobierno; él respondió que no quería. Mencionó que no le interesaba mucho la política, y el comandante dijo que posiblemente aquélla sería la entrevista de trabajo más corta de la historia. Alan mencionó que no hablaba alemán, pero le dijo al comandante que era uno de los mejores matemáticos del mundo. Se planteaba los códigos alemanes como rompecabezas, que le gustaba solucionar. El comandante le pidió a su secretario que acompañara a Alan a la salida, a lo que Alan respondió con una palabra: «Enigma», dejando claro que estaba al corriente del programa de alto secreto para el que había sido escogido como candidato. Alan explicó que Enigma era el mecanismo de encriptación más grande de la historia, y que si los Aliados conseguían descifrar el código, aquello pondría fin a la guerra. El comandante le dijo que todo el mundo estaba convencido de que Enigma era indescifrable. Alan le pidió que le dejara intentarlo, para que pudieran estar seguros.

Así pues, le permitieron participar en Enigma junto a otros, como Peter Hilton, John Cairncross o Hugh Alexander. Habían conseguido hacerse con una máquina Enigma auténtica que lograron sacar de Berlín, pero no conocían la configuración necesaria para que descodificara los mensajes. Cada noche, a las doce, los alemanes cambiaban la configuración; como interceptaban el primer mensaje cada mañana a las 6.00, los criptógrafos sólo tenían dieciocho horas al día para intentar descifrar el código antes de que volviera a cambiar, cuando tendrían que volver a empezar de cero. Hugh (Matthew Goode), campeón de ajedrez, calculó que eso significaba que había 159 trillones de posibilidades al día.

Alan no tenía muy claro que debieran trabajar en equipo; Stewart Menzies, el jefe del MI6, les dijo que en los últimos minutos habían muerto cuatro hombres por no haber podido descifrar el código, y les ordenó que se pusieran manos a la obra. Alan le dijo al equipo que todos los mensajes estaban flotando por el aire, al alcance de cualquiera que quisiera hacerse con ellos. El problema era que estaban encriptados y que había 159 trillones de posibilidades. Llevaría 20 millones de años probarlo todo. Una misión imposible. Pero Alan Turing tenía una idea brillante en mente. Estaba convencido de que reuniendo suficientes referencias de mensajes anteriores, descifrando unas cuantas claves sobre cómo se habían encriptado aquellos mensajes y usando sofisticados algoritmos de predicción irían mucho más rápido y podrían descodificar los mensajes cifrados. Si capturaban una gran cantidad de datos y llegaban a comprender cómo se encriptaban los mensajes, podrían intentar predecir lo que escribían los alemanes. ¡¡Sí, era el inicio de la era de los macrodatos y la inteligencia artificial!

 

La información ha pasado de ser escasa a superabundante. Eso genera unas enormes ventajas que influyen en nuestro día a día. Los macrodatos y la IA nos ayudan a ahorrar dinero en lo que comemos con programas de fidelidad, páginas web de reintegros y cupones de descuento, todo ello diseñado para reducir la factura semanal de la compra. Lo mismo se puede aplicar al transporte, al recreo, al ocio y a las vacaciones.

Nuestra forma de comprar online ha cambiado para mejor gracias a la emergencia de nuevos algoritmos de proceso de datos. La mayoría de cosas que buscamos en internet o en televisión vienen acompañadas de opiniones de cliente y de análisis más detallados de empresas de valoración de productos. Éstos nos dan una imagen mucho más clara de los productos que compramos y de los que han comprado otras personas como nosotros, y sirven para que nos puedan recomendar nuevos productos.

No son sólo las compras en internet las que se han visto modificadas con los macrodatos y la IA; es toda la red. Descubrir nueva información a través de internet nunca ha sido tan fácil. La población global de internet creció un 14,3 por ciento entre 2011 y 2013, y ahora son 3.000 millones de personas los que tienen acceso a la red.

Las redes sociales son un elemento de los macrodatos que ha observado un rápido crecimiento en los últimos años. La constante emergencia de información actualizada a través de Twitter e Instagram da una accesibilidad increíble a noticias y registros de todo el mundo. Cada minuto se envían 204 millones de emails en todo el mundo, y se cuelgan 277.000 tweets y 216.000 posts de Instagram.

Ninguno de nosotros disfruta recibiendo facturas de suministros, pero los macrodatos pueden ayudar a reducir esos costes. Es mucho más fácil rastrear y monitorizar el uso que se hace de la energía para poder configurar temporizadores de calefacción o una presión del agua que nos permita ahorrar en la factura. Los macrodatos y la IA también han simplificado la monitorización del estado del coche en cuanto a kilometraje y consumo de gasolina. Muchos coches cuentan ya con tecnología integrada, como sistemas de navegación por satélite o sensores para el aparcado. Si usas el transporte público para ir a trabajar, dispones de informaciones en tiempo real que te permiten planificar tus viajes por si hay retrasos en el servicio o carreteras o líneas de ferrocarril cortadas por obras.

Las autoridades y los servicios de emergencia usan los macrodatos para poder analizar mejor la delincuencia y los accidentes en todo momento, y la recopilación de datos es cada vez más efectiva. Sin duda, es algo que va a imponerse.

Todo lo que hacemos implica un uso de macrodatos e IA. Desde el momento en que enciendes la tele por la mañana hasta que te acuestas por la noche. Y es una tendencia que va acelerándose cada vez más. En los últimos veinte años, las tecnologías inalámbricas y la conexión a internet se han convertido en algo generalizado, asequible y disponible prácticamente para cualquiera. El uso de teléfonos móviles va aumentando exponencialmente, del 2 por ciento en el año 2000 al 28 por ciento en 2009 y el 70 por ciento en 2017. Hoy en día, personas sin educación formal y con poco que comer se conectan por telefonía móvil de un modo impensable hace sólo treinta años.

Años atrás, cuando la revolución de los gadgets tecnológicos empezó a arraigar, la gente solía comprarse dispositivos que mejoraran su calidad de vida —como equipos de música, cámaras fotográficas, sistemas de ocio, enciclopedias, etc.—. Comprar todas esas cosas por separado podía costar miles de dólares. Hoy en día, todo eso viene de serie en un smartphone que sale por una fracción de ese precio, y todo lo que no esté incluido en el precio se puede comprar en forma de app por menos de lo que cuesta un café.

De este modo, la tecnología se introduce rápidamente en nuestras vidas, cambiándonos para siempre en ciclos cada vez más cortos. Hoy en día tenemos que observar lo que puede suceder en los próximos quince años para comprender lo que ocurrirá dentro de cinco. Ahora mismo, una persona en Papúa Nueva Guinea tiene más posibilidades de comunicación telefónica de las que tenía el presidente de Estados Unidos hace veinticinco años. Y si tiene un smartphone con acceso a internet, goza de un mejor acceso a la información del que tenía el presidente hace sólo quince años. En otras palabras, vivimos en un mundo de rápida aceleración de la tecnología y los macrodatos.

En los próximos años presenciaremos el desarrollo de nuevas tecnologías transformadoras —sistemas de computación, computación cuántica, realidad virtual, redes de siguiente generación, inteligencia artificial, redes neuronales, robótica, interfaces de usuario, comprensión de la mente, salud predictiva y ordenadores que igualan la capacidad bruta de procesamiento del cerebro—, lo cual muy pronto hará posible que la gran mayoría de la humanidad experimente muchas cosas que hoy aún están limitadas al reducido grupo de los que tienen una capacidad inmensa de procesamiento de datos.

Lo que significa todo esto es que, por impresionante que resulte la velocidad del cambio tecnológico mundial registrado hasta el momento, aún no hemos visto nada. Cuando todas estas tecnologías (que siguen avanzando a un ritmo exponencial) se combinen, se harán progresos mayores que nunca. El índice actual del progreso tecnológico es más que suficiente para resolver numerosos retos sociales para todos. Esto, combinado con los macrodatos y la IA, significa que muchas preguntas que hasta ahora permanecían sin responder por fin tendrán respuesta.

Los datos y la IA existen prácticamente en todo lo que usamos y hacemos. Están en teléfonos, coches, carreteras, líneas eléctricas, cursos de agua, contenedores de comida y una cantidad innumerable de otros elementos que nunca habríamos identificado con los ordenadores.

Éstos dicen mucho sobre nuestra conducta colectiva y nuestra sociedad, lo que nos permite hacer cosas increíbles. Por ejemplo, podremos usar los macrodatos y la IA para predecir con suficiente antelación la escasez de alimentos. Variables como los precios de mercado, las sequías, las migraciones, la producción regional anterior o las variaciones estacionales influyen en esta clasificación y en el modelo de aprendizaje de la estructura causal para predecir la probabilidad de que un habitante del entorno rural tenga dificultades para obtener alimentos. Podremos usar los macrodatos y la IA para comprender las trampas de pobreza y cómo salir de ellas, o cuantificar una ola de delincuencia antes de que se extienda en determinando el lugar, el momento y la naturaleza del delito, o decidir qué intervención o serie de intervenciones es más conveniente para mejorar el aprendizaje en las escuelas de países en desarrollo.

Ahora que tenemos todo esto al alcance de la mano, hay una sencilla comprobación que suelo usar: ¿Estás trabajando en algo que pueda mejorar el mundo? ¿Sí o no? El 99,99999 por ciento de la gente responde «no». Yo creo que tenemos que empezar a pensar más en cómo cambiar el mundo y en cómo nos puede ayudar a hacerlo el «alma de nuestros datos y la IA». Se nos presentan numerosas oportunidades para conseguir un gran impacto social, para transformar sociedades, para resolver problemas arraigados como la pobreza, el acceso a la educación o la escasez de comida, eliminando barreras y convicciones que ya no son ciertas (o que van desapareciendo). Así se allanará el camino a las nuevas oportunidades que pueden cambiar el mundo.

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Autor: Pablo Rodríguez. Título: Inteligencia artificial. Editorial: Ediciones Deusto. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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