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En casa de Montecristo, radiografía de una venganza (III)

En casa de Montecristo, radiografía de una venganza (III)

Acto IV: Cómo vengarse del Conde de Morcerf

Fernando Mondego, Conde de Morcerf, es quien, empujado por la más profunda envidia y ayudado por Danglars, urde la trama que lleva a Edmundo Dantés al Castillo de If. Él es quien se casa con Mercedes, la prometida de nuestro protagonista, y sufre las consecuencias de la venganza más personal.

El tocador de Haydée

Para empezar, Montecristo ofrece a Albert, el hijo de Fernando y Mercedes, acceso libre a casi cualquier parte de su casa. Esa confianza le convierte en el único personaje de la novela que, además del propio Conde, entra en el segundo piso, reservado exclusivamente a Haydée y sus mujeres. Allí, en el tocador, la sala circular sin ventanas, donde la única luz natural procede de un lucernario de color rosa, sentado entre cojines y alfombras, escucha la desdichada historia de la esclava de Montecristo, cuyo padre, Alí Pashá, fue traicionado, asesinado y expoliado por un militar francés. El efecto del impresionante relato es potenciado por la propria arquitectura, hecha para evitar todo contacto con el exterior y cuya escenografía, sacada de las mil y una noches, siembra en Albert una razonable duda sobre la identidad del militar francés. Conforme avanza la novela, el joven descubre otras pistas que señalan a su padre como el principal responsable de la muerte de Alí Pashá, pero su rechazo de la verdad le lleva hasta desafiar a Montecristo a un duelo, por haber puesto en duda el honor de su padre.

El gabinete de Montecristo

El Conde prepara ese duelo en su gabinete del primer piso, cuya arquitectura se convierte en el marco ideal para una de las escenas decisivas de la novela. El mismo lugar en donde maquinó parte de su venganza le sirve para practicar su impecable puntería, con la ayuda de una diana situada en un extremo de esta sala rectangular. Allí, esa fatídica noche, recibe la inesperada visita de Mercedes, que le ruega perdone la vida a su hijo y, por ende, ofrezca la suya a cambio. En ese momento, que todo lector tiene grabado en la memoria, el Conde se rinde ante Mercedes y decide claudicar, abandonando un perfecto plan de venganza.

"El Conde no se mancha las manos de sangre, sino que dispone sus piezas de tal manera que las jugadas de sus adversarios se suceden de forma automática y facilitan que el aplastante sentido común, que él llama providencia, haga su trabajo"

Vencido, Montecristo escribe una carta en la que lega toda su fortuna a Haydée, que entra en el gabinete, escenario de tantas emociones, y confiesa el amor que siente hacia su protector, intuyendo que su vida está en peligro. Peligro que no tarda en disiparse, pues Albert, tras conocer la verdadera historia de su padre, contada por su propia madre, acaba desistiendo de batirse en duelo y dando la razón al Conde. El duelo abortado empuja al propio Fernando al corazón de la casa de los Campos Elíseos, en busca de la verdadera razón de la renuncia de su hijo. Y precisamente el gabinete es el lugar en donde Montecristo le revela su verdadera identidad, conmocionando tanto a Fernando, que vuelve precipitadamente a su casa para suicidarse.

Una vez más, el Conde no se mancha las manos de sangre, sino que dispone sus piezas de tal manera que las jugadas de sus adversarios se suceden de forma automática y facilitan que el aplastante sentido común, que él llama providencia, haga su trabajo en un juego cuyas reglas conoce mejor que nadie. Esas piezas necesitan un espacio físico en el que manifestarse, a modo de tablero. En este caso el gabinete es el lugar clave, el detonante de la reacción en cadena: donde se ultiman los detalles de la venganza; donde los antiguos amantes (Mercedes y Edmundo) se reencuentran, reconocen y admiten que no son los mismos que antes; donde el Conde constata el amor que Haydée siente por él y descubre el que él siente por ella; donde desvela su identidad a Fernando y asesta el final jaque mate.

La casa aporta a Montecristo la seguridad que necesita para aturdir a sus adversarios, ya sea Danglars, Villefort, Caderousse o Fernando de Morcerf. Una vez acabada su misión, abandona una arquitectura que ya no le sirve para nada y deja que la providencia dé una nueva vida a esas cansadas paredes, que tanto han visto y oído.

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