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Fango, jazz y metralletas

Fango, jazz y metralletas

Fernando Castillo no para. Desde el año 2010, sale a por lo menos un libro cada año, y todos son concienzudos, exhaustivos, dinámicos, y no se apartan de este estilo suyo tan peculiar que avanza en forma de espiral, engullendo al lector para mostrarle frisos sobre los aspectos más contradictorios y oscuros de la historia oculta europea y española del siglo XX. Una historia sangrienta que vuelve a estar de actualidad, si tenemos en cuenta lo que está ocurriendo de nuevo en los mismos frentes orientales de los que se ocupa este historiador, centrado en las vidas insólitas y los viajes inesperados, un escritor que echa mano tanto del archivo como de la psicogeografía para explorar no las ideas presentistas que desean escuchar los conformistas, sino las peripecias auténticas de todo tipo de rufianes, personajes modianescos, delincuentes proteicos, artistas del camuflaje, literatos hambrientos de pólvora, antihéroes y condottieros contemporáneos.

En este nuevo libro suyo, publicado por Renacimiento, como Los años de fuego (2020), se ocupa de cuatro personajes que tienen en común haber experimentado la experiencia de la guerra y la transmisión de esas vivencias a la consolidación de una ideología autoritaria influyente. El caso de Ernst Jünger, aristócrata prusiano muy cercano al fascismo pero que no se integró en el nazismo por parecerle éste demasiado vulgar, es el más destacable desde un punto de vista literario, puesto que Jünger no se limitó a resistirse a la desmovilización para llevar una vida de guerrillero o mercenario, sino que construyó realmente un mundo propio coherente en su cosmovisión spengleriana y escribió libros que un prosista mediocre no hubiera podido ni soñar.

"En Italia perecieron más de 600.000 hombres, es decir, que murieron bajo las bombas austríacas más soldados italianos que británicos"

No es el caso del segundo guerrero analizado por Castillo, Benito Mussolini, exsocialista y director del periódico Il Popolo d’Italia, bastante limitado en sus dotes de literato, y que como siempre dio fe de su carácter cambiante, chaquetero, teatral, cínico y vocinglero, en sus crónicas escritas a vuelapluma desde unos Alpes Dolomitas sembrados de artillería enemiga. De este capítulo cabe destacar la abundante información que aporta nuestro historiador sobre el frente del Isonzo, visitado por un ferviente germánófilo español, Juan Pujol, y sin embargo uno de los más desconocidos por la bibliografía de la Primera Guerra Mundial que nos llega traducida. Poco se habla del infausto Generalísimo Cadorna, que intentó romper las filas austríacas un total de doce veces, empleando para ello una estrategia idéntica esas doce veces, garantizando el fracaso de su nación, el humillante hundimiento de Caporetto, y poniendo sobre el tapete la absurdidad insólita de aquella guerra.

En Italia perecieron más de 600.000 hombres, es decir, que murieron bajo las bombas austríacas más soldados italianos que británicos. Castillo también arroja mucha luz sobre las ofensivas alemanas del final de la guerra, que no suelen ocupar muchos folios en los manuales, porque ya llegan fatigados a la narración de los hechos de 1918, cuando ya han pasado las batallas del Marne y las horribles matanzas del Somme, Passchendaele, Verdún y Chamin des Dames, los escalofriantes y absurdos combates en los que literalmente se desangró Europa para nada. Las últimas ofensivas planeadas por Luddendorf fueron especialmente cruentas y apocalípticas, y significaron un avance de 65 Km que luego se perdieron. Si algo queda claro de este friso sobre la llamada “Guerra Civil Europea” es su profunda absurdidad. A este marbete general hoy aceptado por casi todos los contemporaneístas se atiene Castillo para dibujar el viaje que en Alemania, Italia y España se efectuó entre los sistemas liberales decimonónicos hasta los naufragios totalitarios entre 1914 y 1945.

"Mientras se podía escuchar jazz tranquilamente en aquel Berlín crepuscular, se combatía a sangre y fuego en los distritos obreros, con artillería y despliegues de tropas enfervorecidas de odio"

El tercer capítulo de la obra se centra sobre otro escritor alemán, Ernst von Salomon, que era demasiado joven para combatir en 1914 pero que construyó un ideario aún más militarista que el de Jünger a partir de su experiencia como miembro de los Freikorps, las violentas milicias urbanas que combatieron a los revolucionarios comunistas espartaquistas en las calles de las principales capitales alemanas. Son especialmente valiosas las páginas castillianas dedicadas al convulso Berlín de la República de Weimar, inmortalizadas por el novelista Döblin y los pintores expresionistas, tan distintos de los futuristas que, incluso antes de 1915, habían cantado las excelencias de la guerra entendida como higiene espiritual, gimnasia revolucionario y espectáculo de luz, técnica brillante y color. Mientras se podía escuchar jazz tranquilamente en aquel Berlín crepuscular, se combatía a sangre y fuego en los distritos obreros, con artillería y despliegues de tropas enfervorecidas de odio.

En 1919, Salomon ingresó en la Brigada de Hierro que viajó a Letonia y Lituania para combatir a los bolcheviques. Castillo señala ese conflicto como la inauguración de un nuevo tipo de guerra total sin ningún tipo de regla humanitaria, donde la tortura, el exterminio, la negación del adversario, la ejecución y el odio ideológico tomaron la delantera: “La del Báltico fue una guerra despiadada como no se recordaba, en la que las atrocidades y el exterminio de combatientes y civiles fueron algo habitual. Las ejecuciones eran usuales, al igual que las torturas, así como el despliegue de una saña especial hacia las mujeres que combatían en las filas bolcheviques. Según declaró Rudolph Höss, Freikorp en Letonia y futuro comandante del campo de Auschwitz, nunca vio una mayor saña y violencia que en los combates que tuvieron lugar en el Báltico”.

"Como Jünger, García Serrano rescata viejos ideales de la Baja Edad Media y el Renacimiento y hubiera preferido combatir en un siglo menos masivo e industrial"

Todo esto mientras en las calles de Berlín se combatía desde barricadas y tejados, con ametralladoras y bombas de mano. La idea queda clara: el mundo de los Freikorps y las expediciones alemanas en tierras bálticas fueron el campo de experimentación que gestaron los horrores del nazismo: “Ahora, el fervor del acero, el deseo de acción y aventura, el combate por una ideología, por la revolución o la contrarrevolución, desembocaba en lo que no tardaron en considerarse como crímenes contra la humanidad, el nuevo delito imprescriptible surgido en los juicios de Núremberg de 1946, cuando ya existía un catálogo de atrocidades que comprometían a todos”.

El cuarto protagonista es un escritor falangista que Castillo define como un “cruzado castizo”: Rafael García Serrano, autor de La fiel infantería (1942) y otros textos de incólume filiación franquista. Partidario de la facción más nacionalsocialista de la Falange, García Serrano era un seguidor literario de Luys Santa Marina y Ernesto Giménez Caballero, aunque lo distinguen de Salomón y los futuristas la ausencia casi absoluta de fascinación por la maquinaria militar y las armas. Como Jünger, García Serrano rescata viejos ideales de la Baja Edad Media y el Renacimiento y hubiera preferido combatir en un siglo menos masivo e industrial, lo cual encaja bastante bien con su estilo tardomodernista compartido con otros narradores falangistas de la época, que tan bien fueron estudiados por José-Carlos Mainer.

"Fervor del acero reconstruye esta historia oscura y coral con gran precisión, centrándose en conflictos olvidados como la complejísima guerra báltica, en la que participó Salomon"

En opinión de Castillo, “Rafael García Serrano fue un escritor de prosa fluida y enérgica, a veces violenta, algo que probablemente se habría tomado como un cumplido, y de gran capacidad narrativa. Practicaba un realismo muy español en el que se puede seguir el aliento que parte de la picaresca, de Quevedo y que desemboca en el Valle-Inclán de Las guerras carlistas. Entre medias habría que señalar trazas de los noventayochistas Pío Baroja y José Gutiérrez Solana, del modernismo de Pedro Luis de Gálvez y Tomás Borrás, y sobre todo del también falangista Luys Santa Marina, autor de Tras el águila del César, obra con la que comparte idéntico fervor del acero”. Desde 1934, los conflictos ideológicos y la guerra que estalla en 1936 traen al territorio peninsular los fusilamientos, mutilaciones y violaciones características de las guerras coloniales y la neobarbarie moderna, como ocurrió en la guerra báltica y en la Segunda Guerra Mundial. La literatura bélica del bando franquista no huye de los detalles más brutales, se confiesa abiertamente que se siente auténtico placer vaciando cargadores de ametralladora.

De toda esa amalgama de nacionalismo romántico, trincherocracia, dolor, épica, ansia de heroísmo, vitalismo nietzscheano, sorelismo radical, granadas de mano, casticismos, imperialismos, antisocialismo y sangre surgieron las ideologías más violentas del pasado siglo, y Fervor del acero reconstruye esta historia oscura y coral con gran precisión, centrándose en conflictos olvidados como la complejísima guerra báltica, en la que participó Salomon. Es lo que suele hacer el autor: reconstruir las claves y los aromas de tiempos convulsos para evitar tópicos e interpretaciones interesadas o manipuladas. Más de quince libros lleva ya publicados Fernando Castillo, todos excelentes por unos motivos u otros, pero de entre los cuales destacaría Los años de Madridgrado (2016), La extraña retaguardia. Personajes de una ciudad oscura. Madrid 1936-1943 (2018), y Un cierto Tánger (2019), por su originalidad y coherencia interna. Seguramente ya prepara nuevas entregas de esta particular visión basada en el rigor y la perplejidad por un mundo explosivo que alimentan su prosa.

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Autor: Fernando Castillo. Título: Fervor del acero. Editorial: Renacimiento. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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