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Fernando J. Múñez: «En la Edad Media la religión filtraba la realidad»

Fernando J. Múñez: «En la Edad Media la religión filtraba la realidad»

Foto: Miguel Garrote

Fernando J. Múñez (Madrid, 1972) es un perfecto anfitrión, educado y entusiasta, con una viva inteligencia que brilla en unos ojos atentos y risueños. Le apasiona su trabajo, y al hablar de él revela algo de aquel muchacho que a los catorce años empezó su primera novela y se atrevió con los primeros guiones de cine a los dieciocho.

Vinculado profesionalmente al mundo audiovisual, tras licenciarse en Filosofía dirigió sus primeros cortometrajes, completando su formación académica cinematográfica en Estados Unidos. Empezó su carrera literaria en 2002 en el mundo de la literatura infantil y juvenil, donde tiene una amplia trayectoria. En 2019 publicó su primera novela para adultos, La cocinera de Castamar, a la que sigue la recién publicada Los diez escalones. Hablamos con él de este “thriller medieval”.

—No podemos empezar esta entrevista sin hacer referencia al éxito de La cocinera de Castamar, que acaban de estrenar como serie en Antena 3. ¿Está satisfecho con la adaptación cinematográfica?

"El audiovisual es otro registro y, nos guste o no, exige un lenguaje diferente"

—Directa al grano, ¿eh? (risas) Bueno, me gustaría matizar la respuesta y enrollarme un poco, si me permites. Cuando decido vender los derechos audiovisuales de La cocinera de Castamar, en cuyo proyecto voy a ser coproductor ejecutivo, todos los miembros del equipo sabemos que eso me permite cierta libertad para interactuar. A mí me interesaba especialmente cuidar los decorados y usar un formato panorámico que, aun siendo serie, pudiera recordar al cine, con una luz muy estudiada para lograr una narración fidedigna de época. Debo decir que en todo lo anterior el equipo, y por supuesto los directores, han hecho un trabajo maravilloso. Pero también es verdad que, al vender los derechos de una novela para un proyecto audiovisual, el autor, inevitablemente, tiene que dar un paso atrás frente a las numerosas, inevitables voces que intervienen, y que por fuerza hay que conciliar. Respecto al trabajo y el resultado, independientemente de que haya cosas con las que no esté de acuerdo, en términos generales estoy satisfecho. Pero los autores tenemos que tener claro que la literatura está hecha para ser leída, mientras que el audiovisual es otro registro y, nos guste o no, exige un lenguaje diferente.

—¿Por qué ese salto del siglo XVIII de Castamar al siglo XIII de Los diez escalones?

—Cuando escribo, lo que realmente me interesa es el viaje, independientemente de la cronología. Escribir para mí tiene un componente de aventura esencial, y por eso creo que soy de esos escritores de brújula, que lo que realmente desean es ir descubriendo cosas al ritmo de la escritura. Lo otro, el mapa, me aburre bastante. Es más, a mí me basta tener algo trazado para, acto seguido, sentir la necesidad de saltarlo o cambiarlo.

—Hay en esta novela un personaje femenino muy potente que afronta situaciones realmente difíciles, entre ellas la violación. ¿Cómo construyes a esa mujer?

"Narrar las escenas de violación no fue nada fácil"

—Una de las cosas que yo quería era mostrar en la novela era el triángulo emocional entre los tres personajes principales: Isabel, Alvar y Sancho, el verdugo. Yo necesitaba focalizar la crueldad en la voz y los actos de este último para poder explicar el dolor de ella. Por otro lado, la figura de Isabel es la de una mujer destruida después de veinte años de vejaciones y sufrimientos, abandonada por todos (Alvar, su antiguo amor, la Iglesia, su hermano…), pero que aun así no se rinde. El encuentro entre los viejos amantes (Isabel y Alvar) es el detonante de su fuerza, y yo quería que fuese así, porque más que amor, lo que hace él por esa mujer es ayudarle a recordar quién era, pero es ella y solo ella la que reclama el tributo de la justicia, y por eso se libera. Isabel es una mujer del siglo XIII, pero tiene algo en común con las del siglo XVIII en Castamar: la fortaleza. Digamos que con los personajes femeninos pretendo siempre un empoderamiento, pero desde su propia época: contar la valentía en su contexto. Debo decir que narrar las escenas de violación no fue nada fácil. De hecho, después de cada aparición de ese personaje tan abyecto, Sancho, salía al jardín a sacudirme su voz de encima, pues su presencia en mi cabeza pesaba como si me la cubrieran con brea.

Foto: Miguel Garrote

—Parece que la Edad Media española está de moda (el reciente Premio Edhasa, sin ir más lejos). ¿A qué cree que se debe?

—No sabría decirte; lo que sé es que para mí esta Baja Edad Media es un momento especial, porque históricamente es un periodo lleno de contrastes. Por un lado está el estado llano, analfabetos y supersticiosos interpelados por la violencia, y al mismo tiempo, dentro de ese mundo, otros mundos como las abadías, protocolarizados, quietos, reflexivos. El circuito de la sabiduría de Grecia, Roma, Bagdad, Alejandría, Al-Ándalus y las escuelas de Toledo se cierra como un anillo en las abadías. Esas dos realidades que yo he tratado de reflejar en la novela me parecen fascinantes, pues nos permiten reflexionar sobre fronteras y contrastes y reconocer los vestigios que hoy quedan en nuestro mundo. El medievo es una encrucijada cultural muy literaturizable. Y mira, ahora que lo hablamos te diré que hay todavía una pequeña vuelta de tuerca, pues el tiempo externo de la novela es, digamos, un tiempo como marcan las reglas, pero luego está el tiempo de los personajes, dotado de los símbolos que hay alrededor: la nieve, los ruidos, la tormenta… Me gustaba trazar ese contraste de lo trepidante, lo azaroso, en un mundo monástico donde todo ocurre lentamente en atención a la falsa seguridad de lo preestablecido.

—¿Qué es lo que más le ha costado a la hora de novelar un siglo tan lejano, en comparación con el de La cocinera?

"En la Edad Media el conocimiento era recopilatorio, no para avanzar, sino para conservar"

—Lo primero, las fuentes del siglo XIII, escritas en un lenguaje arcaico que exigen mayor inversión de tiempo y no poca paciencia. Pero lo más dificultoso, sin duda, es la mentalidad, traducir el pensamiento del medievo para que el lector se lo crea en una novela actual. En la Edad Media el conocimiento era recopilatorio, no para avanzar, sino para conservar. Y claro, yo tengo que aceptar, recrear y reconvertir esa mentalidad para que el lector de hoy no se aburra o deje de leer la novela por no entenderla. Por otra parte, la religión filtraba la realidad, pero la razón cada vez se imponía con más fuerza. Mi personaje, Alvar, encarna la bisagra entre las dos épocas, la tardomedieval y el nuevo humanismo renacentista. Un investigador privado, como es el papel que este monje desempeña en la novela, al fin y al cabo debía ser un ser racional.

—El título, Los diez escalones, remite para algunos lectores inevitablemente a Hitchcock y sus míticos 39 escalones. ¿Un guiño cinematográfico?

—Es curioso, eres la segunda persona que me lo dice. Yo nunca pensé en el cineasta, tuve siempre más presente a Eco.

—El argumento de Los diez escalones, inevitablemente, nos lleva a la mítica novela de Umberto Eco El nombre de la rosa.

"Esta historia es un homenaje clarísimo tanto a Eco como a Jean-Jacques Annaud, responsable de la magnífica adaptación cinematográfica"

—Yo no puedo negar que en mi background está El nombre de la rosa, y de hecho, esta historia es un homenaje clarísimo tanto a Eco como a Jean-Jacques Annaud, responsable de la magnífica adaptación cinematográfica, que si te soy sincero, ha ejercido en mi escritura en los meses de construcción de esta novela un poder innegable de evocación, en cuanto a la ambientación de lo sensitivo: la luz, el frío, hasta las voces… De hecho, la voz del doblador de Sean Connery (Arsenio Corsellas) retumbaba en mi cabeza cuando escribía las escenas de mi Alvar. También hay similitudes en Mario, el personaje secundario que acompaña a Alvar, con el Adso de Melk de Umberto Eco, pues ambos comparten esa misma pureza en la mirada, aunque mi Mario es ya un hombre, no un adolescente, y eso me lleva a señalar otra importante diferencia, y es que Mario va a ser transformado por las perversiones de la trama, que hacen de éste un personaje que evoluciona.

—La novela no es solo una trama de misterio e investigación. También está llena de referencias históricas, personajes relevantes y obras míticas medievales: Diógenes de Sinope, Avempace, Averroes, la Stromata y el Protreptikós de Clemente de Alejandría, los apologetas, como San Ireneo, la Biblia Septuaginta…Incluso incluye un glosario final. ¿Una novela debe ser un instrumento didáctico?

—Siempre he procurado huir de las lecciones, pero sí me gusta proponer modelos y dar referencias. Aunque parezca una minucia, todas esas citas y personajes históricos se dan como una diminuta punta de un iceberg gigantesco del conocimiento medieval. El viaje de la sabiduría en esta etapa me fascina como lector; en el mundo judío, musulmán, cristiano, se entrelazan complejas doctrinas y ambientar la novela en esta época me daba la oportunidad de, al menos, esbozarlas; mostrar espejo de las corrientes telúricas del conocimiento, el comportamiento, el desempeño del ser humano en su contexto ideológico y social. También una novela de historia es eso.

—¿Cómo se te ocurre recurrir a Jesucristo como elemento de misterio o —en términos hitchckonianos—, de Macguffin?

—San Agustín sentó cátedra sobre cómo entender la religión cristiana. El misterio de esta historia se materializa en diez papeles, que en realidad son diez mandamientos hechos preguntas. Pero en el meollo argumental, ni siquiera las preguntas son lo importante, sino las respuestas. No se trata de recurrir al misterio de la Biblia, sino al misterio del hombre y esa famosa máxima de “conócete a ti mismo”.

—Sin destripar nada, decir que, desde el punto de vista del protagonista, renuncia a ascender hasta Dios por esos diez escalones, pues las circunstancias lo obligan a descender por ellos hacia la verdad-hombre. La afirmación No matarás se plantea en esta novela como una cuestión reflexiva. ¿No matarás?

—¿Tú qué responderías?, me interpela el autor, entusiasmado. Me pilla desprevenida.

—Pues, depende de las circunstancias, supongo.

—¡Exacto!, exclama.

Nos sonreímos y se hace un silencio que con Fernando, gran conversador, siempre es breve. Sigue la entrevista, que ya alcanza su fin.

—¿Tendremos película de estos Diez escalones?

—No lo sé… Es más, ahora mismo no sabría decirte si serie o película. Creo que para esta novela sería más adecuado el cine, pues se trata de una historia muy condensada.

—¿Puedes adelantarnos algo de tus nuevos proyectos literarios?

—Lo que aprendí con Castamar es que no se debe, al menos en mi caso, simultanear la promoción de una novela recién publicada con el periodo de inicio de una nueva novela. Es una locura. Por eso te diré que tengo varias ideas, y una de ellas me tiene atrapado. También estoy con un guion que he escrito con mi mujer, un proyecto que realmente me entusiasma.

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