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Javier Ors: “El periodismo cultural es más importante hoy que nunca”

Javier Ors: “El periodismo cultural es más importante hoy que nunca”

Historiador, reportero, escritor y púgil. Javier Ors lo tiene todo, incluso aquello de lo que carece. Periodista de mirada aguda y pluma certera, llegó al diario La Razón hace veinte años. Después de una novela y dos libros de relatos, presenta ahora una versión contemporánea de Viaje a la Alcarria, de Camino José Cela. Se trata de Una aventura periodística: Nuevo paso por la Alcarria de Cela, publicada este otoño por el sello Calambur.

Respetando la estructura original que empleó Cela en la década de los cuarenta para narrar su periplo por la comarca castellana, Javier Ors resucita la tercera persona del Nobel sin desarreglo alguno, y con el oído muy pegado a la tierra y sus caminos. Así exhuma ese castellano tallado en piedra que resuena en cada renglón. Al leer este libro, el lector no tendrá muy claro si lo que tiene entre manos es un reportaje, una novela o un ensayo. Da igual: es literatura. Un homenaje aventajado.

Los conocimientos de documentación que Javier Ors atesoró mientras estudiaba la carrera de Historia le aseguraron un empleo en el archivo fotográfico de La Razón. Sus lecturas y su pluma lo condujeron de las diapositivas a la sección de Cultura de ese periódico, en cuyas páginas firma entrevistas, reseñas y reportajes. Si la actualidad y la urgencia del periodismo conceden poco margen, él aprovecha las hilachas que deja el reloj sin desperdiciar un segundo, ni una palabra.

Desde que en 2013 publicara Los años asesinos, Javier Ors cultiva por igual novelas, relatos, ensayos y perfiles periodísticos. Los concibe con la precisión de un relojero, la sobriedad de un escultor y la fiereza de un boxeador, deporte en el que se prodiga con sobriedad y elegancia: derriba al lector apenas con una coma. Así es Javier Ors: una criatura hecha de lenguaje; un ser literario que viste pantalones y camisas impecables; un tímido que aborda el mundo con fiereza, erudición y lucidez. Él escribe como quien combate limpiamente: con frases pulcras y brillantes.

Se reconoce desordenado, y por eso mucho más disciplinado al momento de buscar la precisión y el método. Lo domina la pulsión de quienes acarician la palabra con la certeza de un guerrero: las sujeta con firmeza y por eso ellas le obedecen. Javier Ors teclea con los guantes de boxeo puestos y extrae del alfabeto lo que Bach exprimió de la música en sus Variaciones de Goldberg. Por eso se atreve con Cela, porque puede. Y de eso habla en esta entrevista.

¿Hay respeto o exhumación en Una aventura periodística: Nuevo paseo por la alcarria de Cela?

"El aliciente fue buscar la huella que había dejado el libro en la Alcarria y también el recuerdo que había del propio Cela"

La idea nació hace cuatro años, cuando se cumplió el aniversario de Cela. Tenía  la vocación de revisitar el libro y el paisaje que describe en sus páginas, que son dos cosas distintas. El aliciente fue buscar las huellas de esta obra en la Alcarria de hoy en día y, también, rastrear el recuerdo que había dejado el propio Cela en sus pueblos. Era una manera de regresar a este clásico y comprobar cómo esta geografía había cambiado con el paso del tiempo. Hay una serie de transformaciones que han ocurrido, más allá de la llegada de las diferentes modernidades. Pero yo me llevé dos sorpresas. Lo cierto es que eran previsibles, pero no pensé ellas. La primera, la desaparición de oficios tradicionales como  alfareros, tejedores o chamarileros, por mencionar algunos trabajos antiguos que en nuestro imaginario tenemos vinculado a las aldeas. La segunda, fue el retroceso del vocabulario más rural, más pegado a la tierra, que es el que encuentra Cela y refleja muy bien en sus páginas. En Cifuentes me encontré una cuadrilla de chavales y las palabras que utilizaban ya no eran las que esperaríamos escuchar, sino otras muy diferentes, más unidas a internet y las redes sociales.

—Un lenguaje cuyas palabras conserva usted en el libro.

—Procuro mantenerlo. Las palabras nos permiten conocer mejor un tiempo pasado porque retienen las preocupaciones, el pulso y las ideas de las épocas. A través de ellas podemos hacernos una idea de la importancia que tienen determinados objetos, costumbres, o divisiones sociales. Y eso obedece a una realidad y, por medio de esa realidad, accedemos también a la mentalidad de cada instante. Recuerdo un examen de Historia Moderna que me pusieron en la carrera. No nos cayó un texto histórico, sino uno de Cervantes. A partir de ahí teníamos que explicar la sociedad. La literatura y las palabras ayudan a encontrar el tono del siglo y los años pasados. En las palabras si no está todo, hay mucho. De hecho, ellas ya arrastran su propia historia y la de todos los significantes y las acepciones que se adhieren a ellas con el paso del tiempo. Yo procuro mantener un lenguaje próximo al que usó Cela para mantener un vínculo con su «Viaje a la Alcarria» y que podamos apreciar lo que queda, pero, también, lo que se ha perdido.

—Quien haya leído su primera novela, Los años asesinos, y conozca su interés por la palabra y la oralidad, lo reconocerá al instante. El redactor se refiere al escritor viajero como alguien que persigue el lenguaje donde se habla, que es en la calle.

—Cela bajaba a la calle, atesoraba la palabra que escuchaba y la reflejaba en sus libros, que están llenos de expresiones extraídas de las conversaciones que atendía. Más allá de su significado, las palabras están llenas de colores y matices. Su sonoridad, para mí, resulta crucial. Parte de la literatura consiste en eso: en sustituir una palabra por otra; una más corriente por una más culta o, si conviene, una muy culta por otra más vulgar. Eso es lo que le da ritmo y fuerza. En Los años asesinos recurro la jerga de la delincuencia de los ochenta y los noventa. Son palabras que pertenecen a los estratos marginales, a las capas más orilleras, a esa gente que se dedica a mercadear con la la droga, que se mueve en el crimen. Es un libro que también está permeado por el habla más juvenil, que es un lenguaje distendido y muy espontáneo y lleno de gracia si se le presta suficiente oído, porque, si algo he aprendido es que en la lengua no sobra ni una sola palabra. Todas son necesarias. No existen palabras buenas o malas. Lo que hay que criticar no son las palabras, sino es el uso que hagamos de ellas. Pero eso corresponde a nosotros y a nadie más. En aquel léxico de adolescentes que mencionaba, busqué los términos que imprimieran ritmo al texto que por entonces escribía. Eso me obligó a estudiar matices y a atender al sonido de las palabras, porque según las que elijas, los textos se elevan y toman fuerza, o decrecen y disminuyen en pegada.

Las palabras populares suelen menospreciarse a veces, pero tienen algo. ‘Acáis’, por ejemplo, significa «ojos». Es una palabra bellísima. Hay que saber escogerlas y darles su lugar… Esa es la labor del novelista… El léxico rural es muy rico, y aunque resulta inevitable que vaya retrocediendo, es una pena que al final se esté perdiendo porque posee una variedad y riqueza inmensa. Pero la historia es la historia y el tiempo es el tiempo. Todo pasa y no se puede ir ni contra uno ni contra el otro.

—El paisaje y el lenguaje se exponen a la huella de quien viaja a través de ellos.

"En mi formación hay novelistas que son esenciales y están vinculados al campo: Miguel Delibes, Camilo José Cela, Azorín, Unamuno, Josep Pla"

—En mi formación existen novelistas que son esenciales: Miguel Delibes, Camilo José Cela, Azorín, Unamuno, Josep Pla. Todos ellos han escrito viajes. A comienzos del siglo XX prevalecía cierta idea de que había que salir a conocer al paisaje y al paisanaje para adentrarse en la historia de un país. Ortega y Gasset tiene su Notas de andar y ver, que influyeron mucho en Camilo José Cela, al igual que el concepto de intrahistoria de Miguel de Unamuno. Esto, más el hartazgo que él reconoce que tenía de la ciudad, es lo que le impulsó a recorrer el país. Este tipo de literatura dejó huella en mí. La manera de describir, las palabras vinculadas a las tareas del campo siempre me resultaron muy visuales, además que encontraba textura en ellas, me atraían. Azorín, ya tan olvidado, resulta  muy evocador y melancólico al describir la España en ruinas que ve en las villas, con sus palacios abandonados y arquitecturas descuidadas. Cela no cae tanto en eso, al contrario, y sabe sacar provecho desde una esquina distinta.

—Entre la Alcarria de Cela y la suya han transcurrido más de 70 años. A los dos los une el viaje (siempre el viaje). Nada más comenzar, en el pie de página, alude a la idea de la copia y el original.

—El tema de la copia y el original me interesa. El día antes de partir me pregunté: «¿cómo te atreves a hacer el mismo viaje que hizo un Nobel?» Aquello me llenó de inquietud, me robó el sueño y me dejó un poco a la intemperie, sobre todo, porque el libro de El viaje a la Alcarria es uno de los más aplaudidos y posiblemente el más leído de Cela. El intento de revisitarlo como yo pretendía estaba entre el atrevimiento y la inconsciencia. En este caso es un libro de viaje y eso me ofrecía la posibilidad de visitar los caminos que recorrió el escritor, ver cómo estaban sus  aldeas. Es la mejor manera de comparar lo que el escritor vio y cómo están ahora. Es bonito descubrir qué se conserva y queda, y qué no; los edificios que se mantienen y que él lo vio y los que ya no están; patear las sendas originales y comprender que otras ya son imposibles de patear y han desaparecido para siempre.

—Está hablando de reportear, de buscar el dato. ¿Cómo viaja el periodismo y cómo viaja la literatura? En su caso, ¿cómo viven esos dos itinerarios?

"Hay una distancia entre el cuaderno del redactor y el libro que se ha publicado, una distancia enorme"

—Salí de viaje con el alma escindida. Prácticamente era una persona bifurcada: de un lado estaba el periodista, que debía ir tomando notas de todo para  sacar, digamos,  lo más noticioso y sustancial, y, por otro lado, estaba el escritor, el que va con una vocación más contemplativa y que espera solazarse en los momentos de placer y reírse en los momentos de amargura. Hubo unos equilibrios muy complicados.

Quería hacer unos reportajes. Debían publicarse de manera seriada, pero al final se cayeron… Estas han sido unas páginas con muchos vaivenes. Hay una distancia entre el cuaderno del redactor y el libro que se ha publicado, que ya pertenece al escritor. Una distancia que yo diría que es enorme. El redactor tiene una escritura muy concisa, se queda con todo aquello que aporte información. Va al grano. En cambio, el escritor se recrea en otros aspectos que no son periodísticos, pero que humanizan y templan el texto. En un periódico estarían fuera de lugar estas páginas concretas, pero en un libro, y en un libro de viaje, son casi imprescindibles.

—En el libro queda claro que estos reportajes no llegaron a publicarse, y que «el redactor» (el protagonista) tiene un regusto amargo al respecto. ¿El periodismo es siempre agrio con quien lo ejerce?

—La mayoría de las personas tiene una visión del periodismo asociada al compromiso social. Tienen razón. Es así. Es lo que es. La exclusiva. La noticia. Pero  del periodismo lo que más me ha atraído siempre es el ambiente de las redacciones. No sólo hacemos periodismo por el placer de ir al lugar donde ocurren las noticias. También lo ejercemos por la vida que conlleva: hablar con los compañeros, enterarte, conversar con este aquel. Me gusta ir con un tema que me interesa al redactor jefe de turno, al responsable de opinión o al veterano tallado en muchas batallas y entablar una conversación con ellos, que te digan: ‘atiende a lo que ha escrito este o aquel’, ‘lee esto, o aquello’. Eso enriquece. Otro aspecto del periodismo que siempre me ha fascinado es lo que tiene de improvisación y de azar. Esa idea de cómo en un momento todo puede ir mal y, sin embargo, al final sale todo bien… Estas páginas no se publicaron, es cierto.  En lugar de ser una serie para un par de semanas, o las que fueran, no recuerdo ya, pasaron a ser un reportaje de un fin de semana. Esto es muy frecuente. Es muy fácil que te ocurra: una información que se iba a dar a cinco columnas, al final se encaja en una. Eso sucede y el que no lo acepte más vale que  cambie de oficio, porque forma parte  de él. Lo de ‘Una aventura periodística’ se debe a que nos pasó de todo. Lo que iba a ser un viaje normal  de pronto se convirtió en un pasillo de sucesos. Hubo un pueblo en el que dormimos porque nos ayudó el alcalde, nos perdimos dos veces en el monte, el fotógrafo cogió una alergia… Dos veces nos identificamos como periodistas y en una de ella nos dieron con la puerta en las narices y en la otra nos mandaron a ir al ayuntamiento, como en los Western: identifíquese ante el sheriff y deje las armas… Al decir que éramos periodistas, en lugar de suscitar  respeto, nos miraban como si fuéramos unos marcianos. En ocasiones ni lo decíamos. Y ya para rematar, en el tren de vuelta, el periódico nos pidió que hiciéramos un reportaje extenso, porque coincidía con la fecha del aniversario y resultaría más oportuno.

Lo de la «Una aventura periodística» se debe también a que nos pasó de todo. Lo que iba a ser un viaje normal para unos reportajes de pronto se convirtió en un pasillo de sucesos. Hubo un pueblo en el que dormimos porque nos ayudó el alcalde, nos perdimos dos veces en el monte, el fotógrafo cogió una alergia… Dos veces nos identificamos como periodistas, en una nos dieron con la puerta en las narices y en la otra nos mandaron a ir donde el alcalde, como en las películas: identifíquese ante el sheriff y deje las armas… Al decir que éramos periodistas, en lugar de suscitar algún respeto, nos miraban como a unos marcianos. Y ya para rematar, en el tren de vuelta, recibo un mensaje del periódico en el que me pedían que cambiara el concepto: que sería un reportaje de este fin de semana, porque coincidía con la fecha del aniversario y por eso resultaría más oportuno.

—¿Después de diez días de camino?

—Sí, pero lo entiendo. Es un diario y debe estar pegado a lo que ocurre, al suceso. Bueno, ya nos habíamos pateado la Alcarria, así que hablamos con mucha propiedad de aquello.

—Convierte al fotógrafo en escudero del redactor, y a diferencia de Cela con Wlasak, usted sí lo menciona. ¿Un desagravio, acaso?

"Cela escribe ese libro como una novela: crea una tercera persona y emplea el tiempo presente, que es un recurso que se ha explotado mucho después"

—La primera edición de Viaje a la Alcarria, de Camilo José Cela, apareció con fotos. Como se iba a publicar de manera seriada en el periódico, iba acompañado de un fotógrafo. Se publicaron tres capítulos en el diario «El español», pero hubo desavenencias y dejaron de salir. Eso ocurrió en 1946, aunque el libro terminó publicándose en 1948. El propio Cela reconoció en artículos periodísticos que él había hecho ese viaje con un fotógrafo, y de hecho, existen las imágenes. ¿Cuál es el problema hoy? Es muy complicado dar con los herederos de los derechos de esas fotos. Él no hace el viaje solo. Con él van Karl Wlasak y Conchita Stichaner, que es la amante de Wlasak. Cela reconoce que las fotos de Wlasak fueron cruciales para la elaboración del libro. Al verlas cayó en matices que le habían pasado desapercibidos. Con las fotos, como reconoce, volvió hacer el viaje.  Yo fui acompañado de Alejandro Olea, que es un gran fotógrafo y un compañero divertido y alegre y con un grato sentido del humor. Y no lo omito, no: es mi compañero, es mi amigo y los dos nos apoyamos. Es tan protagonista él como lo soy yo. Me ayudó en muchísimas cosas y basándome en él pude completar algunos capítulos debido a lo que me había insinuado o comentado durante el viaje. Era curioso porque al llegar a los pueblos, como tenía un aire más risueño y simpático, la gente se dirigía a él y no a mí, que tengo un aspecto más desabrido y borde. Cuando me pasó las fotos, me ocurrió lo mismo que a Cela: recordé muchas más cosas.

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—Otra vez el díptico periodista y escritor, ¿no?

—Pero existe una diferencia. Yo no me podía tomar ninguna licencia. En el libro no hay nada falseado, todo es real. Lo más literario que hay, además de la utilización del lenguaje, es la estructura, que ahí sí se nota cierto juego literario…

En esa estructura, a través de los pies de página, Javier Ors se muestra muchísimo. Para alguien tan reservado como usted, resulta llamativo.

"En este libro me desnudo en determinados aspectos, por ejemplo sobre cómo me introduje en la literatura"

—Se muestra a una persona que ha tenido que luchar y aunque soy de natural tímido, algunos aspectos míos transparentan bastante. En este libro me descubro en determinados aspectos, por ejemplo, sobre cómo me topé con la obra de Cela. Yo llegué a su literatura de golpe, a causa de un desafuero con un compañero del colegio. Él estaba un curso por encima de mí. Un día, al regresar hacia casa, me dijo que cómo no había leído  La familia de Pascual Duarte. ‘¡Qué burro eres’, me comentó. Y claro, volví a casa muy ofendido, busqué en la biblioteca La familia de Pascual Duarte y lo leí. Y me impresionó muchísimo, a ver…

—¿Qué edad tenía?

—No recuerdo bien. Pero sí cuando me lo dijo. Era por la tarde y estábamos por Reina Victoria llegando ya a Cuatro Caminos. Es ese tiempo en que empiezas a estudiar literatura y a leer ciertos libros, como «El camino» de Delibes, por mencionar alguno. Cuando lo leí, se produjo cierta fascinación por el escritor sin conocer todavía muy bien su figura. Descubrí que había algo que no concordaba. Reparaba en ese personaje desmedido y desaforado que aparecía en la televisión y me decía: ‘¿Y ese hombre ha escrito eso?’. Tengo la impresión de que Cela fue devorado por el propio personaje que creó. Era tan potente que terminó fagocitándolo. Hay muchos detractores de Cela y tiene episodios muy discutibles en su vida, pero, esos í, lo que no se puede poner en duda son sus galones literarios, la prosa que tiene. Es arrolladora. Deberíamos aprender a deslindar al escritor de su obra. Martin Amis decía por algún lado que estábamos más en el tiempo del novelista más que en el de la novela. Se preludia ya lo que hoy conocemos como «los fenómenos». La creación de una marca a partir del nombre. Pero lo de crearse un personajazo lo han hecho muchos. Por ejemplo, Umbral. A Cela, me da la impresión, de que le salió peor y ha terminado pasándole factura una factura mayor. En el viaje que hice a la Alcarria encontré dos opiniones: la de quienes lo habían visto o conservaban la memoria del primer viaje que hizo, y los que le conocieron en el segundo. Los del segundo grupo no tenían tan buena opinión, los otros, en cambio, sí.

 

—Javier Ors tiene veinte años como reportero. ¿El periodismo parece una playa a la que van a refugiarse todos los que batallan con el lenguaje? ¿Es un desembarco literario?

"Cuando estudié era habitual leer Proust, Stendhal, Cortázar. Había vocación estilística en la carrera"

—Mi camino es distinto. Procedo de la carrera de Historia, y en la facultad, entonces, se leía mucho. Cuando estudié era habitual pasar por Proust, Stendhal… Había cierta vocación estilística. Hubo profesores de Historia Medieval que nos recomendaban escritores franceses. Nos insistían en que era importante escribir bien. Siempre me atrajo la literatura, desde pequeño. Y siempre he escrito. Me gusta el estilo, los lenguajes cuidados y se nota en los escritores que me gustan: Cervantes, Quevedo, Valle-Inclán o Cela, que tienen una batalla personal con el estilismo, una lucha constante no sólo por hacerse un nombre, sino con el intento de que se les reconozca en sus párrafos.

—En los casos que cita, la forma estética completa siempre el contenido.

—Sí. Aún siendo un esteta, Valle Inclán hace una crítica feroz. La estética puede sacar punta a una idea y también puede ayudar moldearla.

—¿Cuál es su primer recuerdo lector?

—Recuerdo a mi madre leyéndome cuentos, historias… tengo marcado cuando me descubrió la toma de Cartago por los romanos. Como buen niño, con cierta tendencia morbosa, hizo que me fascinara. Eso propició que me acercara a los clásicos. Justo hace unas semanas, Andrés Trapiello me recordaba que había que procurar un equilibrio entre los clásicos y la literatura de hoy para no perder el compás con tu tiempo. Tiene razón.

—¿Su impronta periodística proviene de su padre?

"Los golpes más duros no los recibes en un cuadrilátero, los recibes en la vida"

Mi familia se ha desenvuelto en dos ambientes: uno es el periodístico y otro, el cine. Esas han sido mis fuentes. Parte de mi familia materna procede del mundo del cine y, después, existe otra parte que viene periodismo. Casi todos los amigos de mis padres son periodistas. Siempre he estado en contacto con ese ambiente. Eso, sin duda, me ha marcado. Recuerdo leer a Umbral de joven porque a mi padre le gustaba y me pasaba sus libros.

—Historiador, periodista, escritor, boxeador… ¿Dónde se reciben más golpes? ¿Cuál duele más?

—Cualquier boxeador que entrevistes o conozcas te dirá lo mismo: los golpes más duros no los recibes en un cuadrilátero, sino en la vida.  Ellos lo tienen muy claro. Y aciertan. Creo que la vida puede resultar muy dura. De hecho, hay personas obligadas a bregar con ella con una inmensa dureza.

—Quienes lo conocen podrían decir que existe en en Javier Ors un sentido del deber, el cuidado de las formas: desde la manera de vestir hasta el lenguaje.

—Todos los que somos desordenados intentamos ser ordenados igual que muchos vagos procuran esforzase y parecen los mayores trabajadores del mundo. En ambos casos, me siento identificado. Tiendo a la pereza de una manera que podría definirse inmensa y como lo sé, intento ponerme las pilas. También tengo un punto rebelde, así que mi mayor pelea siempre es por contenerme. Tiendo al desorden y por eso soy el tipo más disciplinado que existe. Lo que me gusta en realidad, es leer. Pero, claro, eso no da dinero…

—¿Qué criatura vence en Javier Ors: el escritor o el periodista? Sus entrevistas a Jacinto Antón y a David Gistau parecen una prueba.

"Una de las cosas que decía Cela es que las personas tienen muchas aristas: detrás de un personaje hay muchos otros"

—Tuve ases en la mano en esos dos casos. Me llevaba muy bien con los dos, había afinidades. Recuerdo un viaje a París, para la presentación de un libro de Arturo Pérez-Reverte,  al que acudió también David Gistau. De camino hacia al aeropuerto, nos tocó un atasco tremendo y hablamos mucho de libros. Eso hizo que cuando yo lo entrevistara, la conversación fluyera, aparte de que ya lo conocía de bastante antes. Los dos estuvimos en el mismo diario y nos conocíamos. Cuanta más confianza tienes con un autor y cuanto más lo hayas entrevistado, más ahondarás en él. De todas maneras, el mérito de esas dos entrevistas forma parte de ellos, que entraron a todas mis preguntas y me contestaron con una inmensa generosidad. Algo que es de agradecer. Me acuerdo de que Cela decía que las personas tienen muchas aristas y que detrás de un personaje existen muchos. Una misma persona puede ser un escritor, un autor o un amigo. Cuanto mas lo conozcas más podrás desbrozarlo y descubrirlo.

¿Tiene sentido el periodismo cultural? ¿Incluso ahora que resulta asfixiante?

—El periodismo es periodismo. Luego le puedes añadir lo que quieras. Claro que es necesario el periodismo cultural. Hay que explicar por qué determinados libros o exposiciones son relevantes y qué aportan. Han cambiado los parámetros de trabajo, por supuesto, eso te hace sentir que no llegas a tiempo a nada y que constantemente te pierdes algo. Por el periodismo cultural es más importante que nunca. Es muy necesario que la gente conozca por qué hay que leer determinadas novelas o ensayos o poemarios. Los libros aportan puntos de vista diferentes a los nuestros y en un tiempo en el que la sociedad está tan polarizada, resulta útil para ponernos en el lugar de otro, ser más comprensivo, más abierto y entender que no toda tu verdad es la verdad, que el otro puede tener razón en muchas cosas y que hay que aprender a dialogar con posturas diferentes. Por mencionar solo uno de los valores que aporta la lectura.

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