La memoria colectiva es una entelequia —cuando no una ficción impuesta para la manipulación de la colectividad cuyos recuerdos se quieren tutelar—, porque pocas cosas son tan subjetivas como la memoria. Y nada más lejos de la subjetividad que lo colectivo, lo común, siempre basado en una supuesta objetividad. Solo rememoramos lo que queremos rememorar, y lo evocamos tal y como nos gustaría que hubiese sido para convencernos de que, en efecto, lo fue. Así las cosas, tengo la sensación de que la imagen de Jeanette que se transmite desde comienzos de los años 90, cuando la antigua intérprete y compositora de “Cállate niña” (1967) pasó a integrar las formaciones nostálgicas del momento —Mágicos 60, Míticos 70…— y girar con ellas para deleite de los afectos a lo pretérito, ha desdibujado la imagen que yo guardo de Jeanette que, a mí, particularmente, dada esa subjetividad a la que me refiero, se me antoja la de la Jeanette de verdad.
Ya andando la siguiente década, el referente de Jeanette, según confesión propia, resultó ser Janis Ian, la de “At Seventeen”—I learned the truth at seventeen / that love was meant for beauty queens—, aquella que tanto nos sugería en los días en que la música lenta, el baile agarrao —que se decía en Madrid—, parecía invitar a “darse el lote” —maravillosa expresión— a quien pudiera o a quien le dejaran las reinas de la belleza de hace ya medio siglo. Testas coronadas, no en ningún concurso, en algo mucho más grande, aquel primer universo juvenil, aquel mundo en ciernes que se descubría al salir de clase, tras las declinaciones latinas y el valor de π. Y todavía es ahora, cuando quienes tutelan la memoria han impuesto esa infausta supeditación de la belleza a la estética para mí, en pleno uso de mi indestructible subjetividad, aquellas reinas de 17 años, ya ancianas —como yo— han devenido princesas. Princesas en su torre abolida. Torre que, naturalmente, es de marfil. Pero eso fue después, lo de Janis Ian como referente llegó con posterioridad. Cuando descubrimos a Jeanette, en aquella emisión de TVE del año 66 en que interpretó “Cállate niña” junto a Pic-Nic, se me antojó como una Janis Ian avant la lettre. Jeanette, con su estilo y voz, anticipó características que luego, ya en la década siguiente, volvería a ver en Janis Ian.
No, Jeanette no tenía nada que ver con Karina ni con Tony Ronald, ni con el resto de sus compañeros en aquellas formaciones, para deleite de los afectos a lo pretérito, que integró. Irrumpió en el hit parade patrio cuando lo moderno, entre los vocalistas, era fingir acento inglés. El suyo, que a mí se me figuraba francés, que no inglés, era en verdad anglosajón. Llegada a España con trece años, pasados en Chicago y California, ya entre nosotros, lo primero que tuvo que hacer fue aprender nuestro idioma: el español. Puesta a ello decidió traducir su primera canción, “Hush, Little Baby”, que resultó ser “Cállate niña”, abanderada de su repertorio de canciones tristes, en aquella ocasión dedicada a una muchacha que acaba de perder a su madre. En Pic-Nic, el grupo que la acompañaba en aquel tiempo —un poco en la línea de los californianos Jefferson Airplane, si se me permite la comparación—, también se distanciaba de las formaciones al uso en el pop español. Entre los miembros de Pic-Nic formaban músicos de la talla de Toti Soler —quien, con el tiempo, habría de acompañar con su guitarra a mi dilecto Léo Ferré en Ludwig, L’Imaginaire, Le Bateau ivre, su triple álbum del 82— y el pianista Jordi Sabatés, uno de los grandes del jazz autóctono, futuro arreglista de Pi de La Serra y María del Mar Bonet.
Seguro que el famoso sonido Torrelaguna, que imponía a sus grabaciones Hispavox, tuvo algo que ver con que “Cállate niña” también merezca una página en la historia del pop español. Pero la madre de Jeanette, consciente de que la música estaba obstaculizando los estudios de su hija, la obligó a dejar su incipiente carrera artística.
Ya en el 71, muy a su pesar, Jeanette accedió a volver a los estudios de Hispavox para grabar “Soy rebelde”, el segundo de sus grandes éxitos. Aquellos eran los días de la canción comprometida, siempre indignada. Frente a tanta militancia, Jeanette volvió a ganarse el favor de las audiencias más sosegadas con su candor. En mi colegio había una chica, a la que cualquier bailarín del agarrao se hubiera pegado como si ella fuera de azúcar, que cantaba “Soy rebelde” a capella, subida a un pupitre, en aquellas fiestas previas a las vacaciones de Navidad. Y nos callaba a cuantos la admirábamos, como animales en celo, como solo la música calma a las fieras.
Pero no hay duda de que fue Carlos Saura quien contribuyó de forma determinante a la proyección internacional de la carrera de Jeanette, al incluir “Por qué te vas” como tema principal de Cría cuervos (1976), la cinta con la que el realizador aragonés ganó el premio del jurado en aquella edición del festival de Cannes. No mucho después, Jeanette se convertía en una de las grandes baladistas del panorama internacional. Hace unos días, escuché una versión reciente de Carla Bruni de “Por qué te vas” y me acordé de Jeannette, aquella chica de canciones tristes —siempre mejores que las alegres— y sonrisa luminosa.


Muy cierto que la memoria es subjetiva, y pienso que tener demasiada no es bueno para la salud mental. Asimismo, también creo que todos somos un poco malditos, heterodoxos y alucinados por haber sido heridos en algún momento de nuestra vida donde más duele. Y que quizá por eso seamos rebeldes, porque el mundo -o la vida- nos hizo así. ¿Cómo apaciguarnos entonces? ¿Cómo poner paz en nuestras vidas? En nuestras familias. Por más que lo intentamos nos volvemos a herir, cuando sería mejor dejar de hacerlo y aceptar las derrotas con caballerosidad y buen hacer. Y aceptar que nadie va a cambiar el mundo para mejor nunca. Ser honestos con nosotros mismos y afrontar el destino con mentalidad estoica. Y tirar hacia adelante dejando mochilas para quienes vendrán. Para los niños del futuro, que unos de un modo y otros de otro se parecerán a nosotros cuando sean viejos. Porque la historia no cesa nunca.