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José Carlos Llop: «Da la impresión de que ahora ya estemos viviendo una posible ciudad del futuro y no nos gusta»

José Carlos Llop: «Da la impresión de que ahora ya estemos viviendo una posible ciudad del futuro y no nos gusta»

A lo largo de cuatro décadas, la literatura de José Carlos Llop ha demostrado una fidelidad absoluta a sus principios rectores: memoria, verdad, belleza, libertad, estilo. Ahora, la editorial ELBA publica Una conversación, un libro singular cuyo título evoca de forma deliberada el término anglosajón conversation piece, con un ritmo pausado y feliz de respuestas a las preguntas que el periodista Daniel Capó y el crítico Nadal Suau proponen al autor a modo de viaje sin rumbo unívoco. Nosotros ahondamos un poco más en la memoria del escritor en esta “conversación sobre una conversación”.

—¿Es este libro una tentativa de biografía (aunque usted aborrezca ese término), o una ética para escritor?

—No exactamente, aunque lo biográfico aparezca de refilón —al fondo hay una vida— y el libro pueda lindar con la poética literaria. Es una conversación con dos amigos que me han leído bien a lo largo de estos años: Daniel Capó y Nadal Suau han hecho un trabajo impecable.

—En este libro-entrevista su memoria se entreteje continuamente con la literatura. ¿Se puede recordar sin haber leído? La pregunta es extensible a la memoria del individuo o a la futura memoria de nuestra vieja Europa.

—Ningún escritor entiende la vida sin literatura, y aunque se pueda recordar sin haber leído imagino que la memoria será mucho más pobre. En cuanto a la vieja Europa, soy de los pesados que cree que tiene su mejor memoria —desde su nacimiento hasta su cénit y ocaso— en su literatura, no en los libros de Historia. Pienso en un arco que va de la Odisea a Proust y, aunque más débil, todavía continúa.

—Para el ejercicio de mirada y de tiempo con el que construye su literatura, ¿qué elemento pesa más, la música, la literatura o la historia?

"La música es el gran arte, el que entronca inteligencia y emociones y les concede un lenguaje único hecho de tiempos distintos"

—La música es el gran arte, el que entronca inteligencia y emociones y les concede un lenguaje único hecho de tiempos distintos. Pero los hay que luego necesitamos incorporar ese lenguaje al literario. La Historia es el telón de fondo, pero nunca la partitura.

—Si fuese bibliotecario de la última (desordenada) biblioteca del mundo, ¿entre qué autores colocaría su obra literaria?

—Los dejaría entre algunos clásicos antiguos. No porque se lo merezcan, sino por ver si se les contagia algo a los míos en el silencio de la última y abandonada biblioteca del mundo.

—¿Existe una literatura para élites? En caso afirmativo, ¿la suya lo es?

"Existe la alta cultura y la cultura popular; a veces se mezclan y el resultado es óptimo. Piense en la música pop-rock de los 60-70, por ejemplo"

—Existe la alta cultura y la cultura popular; a veces se mezclan y el resultado es óptimo. Piense en la música pop-rock de los 60-70, por ejemplo. Pues lo mismo con la literatura: mis libros participan de ambas cosas, aunque a veces parezca que no.

—Dice usted en esta conversación: “La escritura es respiración, como lo es la lectura”. Hay gente capaz de vivir con un solo pulmón. ¿Podría J. C. Llop vivir sin escribir?

—De momento —y tengo 64 años— no he sabido, ni querido hacerlo, pero sospecho que saber dejar de escribir, cuando se ha hecho siempre, tiene más mérito del que pueda parecer a primera vista.

—¿A quién le diría hoy esa frase tan significativa para usted: “ser escritor es una de las cosas más importantes que se puede ser en la vida?”

—Es una frase que me dijo mi abuelo materno tras leerme El licenciado Vidriera, una tarde que yo estaba enfermo. El día que tenga nietos, podré contestarte.

—¿Se podría escribir hoy en España una historia de familia y fin de una era como Los Buddenbrook o El Gatopardo? En caso afirmativo, ¿quién, en nuestro panorama literario, podría hacerlo?

—La familia es un magnífico invento y era una metáfora del mundo, pero me temo que, dados los tiempos, ya no da ni para El jardín de los Finzi-Contini.

—¿Sigue siendo actual el humor posmoderno de Ceronetti, o deberíamos, en la frase “el misterio se ríe de nuestra incredulidad”, cambiar “incredulidad” por “ignorancia”? ¿Ride si sapis tal vez sea, paradójicamente, más actual?

"La incredulidad va unida a la desconfianza y ésta a la filosofía de la sospecha"

—Creo que la frase de Ceronetti continúa siendo exacta. La incredulidad va unida a la desconfianza y ésta a la filosofía de la sospecha, que se ha impuesto por todo, y así nos va. La ignorancia es una de sus consecuencias. Y para reír bien, antes hay que conocer. Reírnos de lo que no sabemos sólo denota nuestra estupidez.

—¿Con qué o con quién rie J. C. Llop?

—Con mis hijos y amigos. Con algunas mujeres. A todos nos gustaría reír más de lo que lo hacemos

—El muchacho J. C. Llop tuvo dos pilares: Oriente, en la Biblia, Flavio Josefo, las Cruzadas o Las mil y una noches. Las aventuras de Tintín para el concepto de la “Europa moderna” u Occidente. ¿Cree que estas fuentes o pilares indiscutibles de conocimiento siguen siendo útiles para la educación de un niño/muchacho europeo de hoy; para consolidar en él la memoria de lo que fuimos?

—Estoy convencido. Junto con la Eneida. No sólo la memoria de lo que fuimos, sino la conciencia de lo que somos, por mucho que se empeñen en desvirtuarlo.

—Sostiene Pérez-Reverte que solo hay un escritor capaz de concebir “la gran novela mallorquina (y mediterránea), y ese es usted. ¿Qué opina al respecto?

—¿Qué voy a opinar ante tamaña hipérbole? Que ojalá la capacidad visionaria de Arturo fuera de la misma calidad que su amistad, pero en lo que a mí respecta tengo mis dudas.

—¿Qué es el género diarístico exactamente, y cómo es que en España se ha cultivado tan poco (en comparación con otros países)?

"Ahora hay entregas de diario que se esperan antes de que se publiquen y otras —pienso en el reciente de Ignacio Peyró— que se reciben con entusiasmo general"

—El diario tiene dos caras: la ordenada y metódica, que es pariente de las tareas de los monjes en un monasterio; y otra más caótica, un cajón de sastre donde se escribe aquello que no cabe en otra parte. Ambas caras configuran una escritura que nos permite conocer y conocernos a través del reflejo de la vida de cada uno sub specie literariae. Pero en España, al revés que en Inglaterra o en Francia, un mal entendido sentido del pudor lo fue aparcando en el territorio de la indiscreción hasta, digamos, mi generación, que lo ha normalizado (aunque el palabro sea muy feo). Cuando empezamos a publicarlos se contemplaban como un pecado narcisista; ahora hay entregas de diario que se esperan antes de que se publiquen y otras pienso en el reciente de Ignacio Peyró que se reciben con entusiasmo general.

—Si tuviera que elegir un libro que resumiera, a modo de crónica, la Europa del siglo XX, ¿cuál sería? ¿Y uno que resuma el Mediterráneo, o bien nuestra memoria como Vieja Europa a través del Mediterráneo?

—Para lo primero he de elegir tres, y perdóname el abuso: El hombre sin atributos, de Musil, Muerte en Venecia, de Mann, y El Danubio, de Magris. Creo que entre los tres dan la crónica de Europa en el XX. En cuanto al Mediterráneo citaré uno que, paradójicamente, no es europeo pero que, en cuanto a sentimentalidad civil, nos retrata. Somos muchos, al menos, los mediterráneos que hemos visto nuestra vieja vida familiar y su reflejo en la ciudad a través de Estambul, de Orhan Pamuk.

—Usted confiesa que la rutina del trabajo como bibliotecario, así como la experiencia de treinta años de periodismo, le ha permitido “escribir, más o menos, los libros que quería escribir. No todos”. ¿Qué libro o libros le gustaría escribir o le quedarían por escribir?

"Me habría gustado escribir Pálido fuego y Ada o el ardor de Nabokov"

—Me habría gustado escribir Pálido fuego y Ada o el ardor de Nabokov y Paradiso de Lezama, hace años que lo digo: fíjate lo lejos que estoy de lo que me habría gustado escribir.

—Afirma que “el carácter mediterráneo varía de Oriente a Occidente”. ¿Cómo es el de su literatura?

—En el Mediterráneo oriental aún está muy presente la oralidad, como en la literatura africana; en nosotros ya no. En el mío es la memoria —y no quiero resultar insistente— quien lo entrelaza todo: mundos que han sido —desde la educación jesuítica a la familia y sus misterios, de los secretos de una ciudad hasta las formas del amor— y he visto desaparecer.

—La pandemia ha cambiado muchas cosas, pero quizás uno de los cambios más profundos se esté produciendo en las ciudades. Usted afirma en el libro que la ciudad es su lugar natural de escritura. ¿Qué género literario la cuenta mejor: la poesía, la crónica, la novela?

—Bueno, lo que digo en Una conversación es que la novela del XIX, que es el siglo de su esplendor, está intrínsecamente unida al desarrollo y plenitud de la ciudad, algo que no ocurre con la poesía; incluso la poesía, digamos, de ciudad (pensemos en Eliot, por ejemplo) acude a otros escenarios que no son, necesariamente, urbanos.

—Haciendo un ejercicio de ficción, ¿cómo ve la ciudad del futuro próximo? ¿Es una ciudad aún novelable?

"Da la impresión de que ahora ya estemos viviendo una posible ciudad del futuro y no nos gusta. Es una ciudad temerosa y vacía, desolada"

—Da la impresión de que ahora ya estemos viviendo una posible ciudad del futuro, y no nos gusta. Es una ciudad temerosa y vacía, desolada. Una ciudad que nos empuja hacia el campo, que es el origen, como el mar. Una ciudad que carece de casi todo lo que le da vida, donde vemos, por ejemplo, extinguirse los cines (o sea, el aleph urbano del siglo XX) y donde la ciencia ha desaparecido en beneficio de la inseguridad. Pero la mutación de una ciudad como asunto novelístico es eterno. De la caída de Babilonia a Philip K. Dick, pasando por Dickens, el maravilloso.

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