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La biblioteca de Rebeca Argudo

La biblioteca de Rebeca Argudo

Hace unos días estuve con Rebeca Argudo en el Café Varela, para tomar unas cañas y hacerle las fotos para este reportaje. Aunque en su mayoría este espacio esta cargado de bibliotecas, está bien que no sea siempre así. Me interesan las personas y los libros, más que las estanterías. Rebeca vive en Mallorca, pero pasa mucho tiempo en Madrid por trabajo. El libro es su gran aliado en estos viajes, al igual que los bares, donde pasa tiempo entre crónica y entrevista, esperando a amigos, o simplemente leyendo mientras disfruta de una buena cerveza fría. Creo que una parte fundamental de una biblioteca es compañía, consuelo, consulta y, por supuesto, entretenimiento. Eso es justo lo que le da a Rebeca la combinación de libros y bares.

Para saber más sobre Rebeca:

Soy periodista, pero no me identifico mucho con el epígrafe. Ni con ese ni con ninguno. Me cuesta bastante (siempre digo, de coña pero en serio, que no podría definirme sin ofenderme) encontrar un grupo con el que me identifique y no lo consigo ni con el oficio. Dramitas del primer mundo. Supongo que, por lo que hago para ganarme la vida, lo soy: he colaborado a lo largo de mi carrera profesional con diferentes medios, agencias, diarios y revistas. Actualmente lo hago de manera habitual con La Razón y The Objective, donde escribo de cultura, política y actualidad, y también opinión. Me interesa sobre todo lo que tiene que ver con la libertad de expresión. En 2022, contra todo pronóstico, me otorgaron el premio Pop Eye de Periodismo, y en septiembre de este año sale a la venta mi primer libro de ficción: Todos los hombres tristes llevan abrigos grandes. Una novela que no aspira a cambiar el rumbo de las letras en castellano ni a dar una gran lección moral, sino a que quien decida leerlo pase un buen rato y no quiera buscar mi contacto luego para que le devuelva el dinero invertido.

Escribo y leo en los bares. Me gustan los bares. Son mi biblioteca, mi oficina, mi sala de reuniones, mi rincón favorito. Y soy un animal de costumbres, por eso necesito un Mibardesiempre en todos los lugares a los que suelo ir. ¿Puedo aprovechar para hacer un llamamiento en contra de esta nueva moda en Madrid y Barcelona de no dejar utilizar ordenadores en algunos bares o limitar el tiempo que puedes estar en el local? Soy una persona considerada, y si te conviertes en Mibardesiempre seré una cliente fiel y agradecida que consumirá durante todas esas horas y a la que visitará gente que también consumirá, y, en cuanto tengamos confianza, me preocuparé por ti y por tu familia, y podrás contar conmigo para cualquier cosa. Algunos de mis grandes amigos hoy han sido antes Micamarerofavorito en Mibardesiempre.

Yo no tengo una biblioteca: tengo estanterías con libros por toda la casa, libros amontonados por los rincones, incluso en la mesa de la cocina, en el baño o sujetando puertas, pero no tengo un biblioteca. Llamar biblioteca a mi Diógenes por ese objeto me parecería pretenciosísimo. Biblioteca para mí es la del Real colegio Mayor de San Clemente de los españoles en Bolonia, por ejemplo. Con sus incunables, sus códices y sus exquisitas primeras ediciones. Con toda su historia, no ya de la biblioteca en sí, salvada de los franceses en 1796 por el Cardenal Mezzofanti y los propios estudiantes, sino la de algunos de sus ejemplares, desde el Rabano Mauro al Quijote de Ybarra o los volúmenes de la Magna Glosa de Accursio. Lo mío es solo una acumulación de objetos por afición y por devoción. Yo, como mucho, tendré algo que ligeramente recordará a una biblioteca, con un poco de suerte, dentro de muchos años cuando me haya retirado a una aldea en Asturias y, si alguien además de mis gatos se acuerda de mí, cuando venga a verme y traerme mis cervezas favoritas, le pediré que me alcance ese libro al que no llego y tengo ganas de releer.

Tengo la asquerosa costumbre de leer cuando camino, porque odio las transiciones y los desplazamientos. Me hacen sentir vulnerable. Por eso siempre llevo un libro encima a modo de escudo. A veces un ensayo, a veces una novela, las más un cómic. Uno fácilmente manejable que leo en paralelo al que esté leyendo en ese momento y que es solo para transiciones, bares y esperas.

Nos recomienda Los Tres Mosqueteros a los lectores de Zenda:

Porque, cuando me preguntan por un libro que me haya marcado o que fuese en su momento determinante en mí como lectora, siempre pienso en libros que leí durante mi infancia o adolescencia. Pienso en Le Petit Nicolas, en Astérix, en Krazy Kat, en Cronopios y Famas, en La Dama de las Camelias, en El Anacronópete, en Veinte Mil leguas de viaje submarinoLos que leí más tarde, en la adultez, me han acompañado, me han entusiasmado, me han decepcionado, me han reafirmado… pero no han sido determinantes. Creo que los libros que nos marcan como lectores son los que llegan a nosotros en un momento en que nuestra personalidad, nuestra forma de ser, nuestra escala de valores, nuestros gustos, aún son moldeables. Cuando estamos descubriendo el mundo. A mí me marcó Los Tres Mosqueteros porque me descubrió un mundo de aventuras, de emociones, de intrigas. Y además todo eso, ese fondo iba acompañado de una forma en la que las palabras eran las que debían ser y no otras, una detrás de la otra, minuciosamente elegidas y colocadas en su lugar. Discurrían los párrafos y los capítulos sin problemas, sin alardes innecesarios, sin gratuitos ejercicios de estilo autosatisfactorios. Me estaban contando algo y me lo estaban contando bien, pensando en mí, en el lector y no en la posteridad. A veces me da la sensación de que hay gente que piensa que si un libro es divertido no es literatura. Y creo que Los Tres Mosqueteros es el ejemplo perfecto de que la buena literatura no tiene por qué ser un plomazo farragoso que trate de descubrirnos el sentido de la vida. Algunos confunden escribir altisonante con escribir bien.

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