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La bibliotecaria

Parece que te mira el Cantábrico cuando fija la mirada en ti. Una artista amiga refiere que debió usar once tonalidades de verde cuando quiso pintar en un lienzo sus ojos. Es menuda, mas alberga un océano. Oceánica es su energía, la dedicación a lo que emprende.

La nacieron en Lorca, pero a los pocos años su padre hubo de abrirse camino en Cartagena. De sus abuelos paternos, fallecidos cuando su progenitor aún moceaba, heredó una nutrida biblioteca que acompañó a la familia en su peregrinar. Esa biblioteca alimentó su alma de niña que miraba más allá de su cotidianidad. Le encantaba el olor de esos libros añosos, en muchos de ellos aún cosidas a mano sus encuadernaciones. Acariciaba sus lomos y empezó a considerarlos viejos amigos, todavía sin haberlos leído todos, dada su edad infantil. Sus primeros pasos como lectora los dio leyendo con avidez esos cuentos infantiles silueteados con la figura del protagonista que vendían en los kioscos. Cada domingo su padre le daba la paga y ella corría al de la esquina a comprarse cuantos cuentos pudiera, para leerlos al amor de los libros familiares.

"En el instituto descubrió a los grandes de la literatura española y catalana. Siempre recordará cómo saboreó el Quijote en esa edición de Aguilar"

A los 11 años trasladaron al padre a Cataluña, a la provincia de Tarragona. Allí se desplazó toda la familia. Y gran parte de su biblioteca. Encontraron su Ítaca en un pueblo a la vera del mar. No podían alejarse mucho de él. Los había acompañado desde su más tierna infancia. Esos veraneos en la casa ancestral, la Casita Verde, a escasos metros del mar de Águilas imprimieron de agua y sal su carácter. Esos volúmenes leídos en el porche, arrullada por la canción del mar…

En Cataluña acompañaron su adolescencia toda la colección de Agatha Christie, que fue devorando con fruición, mientras que se desintoxicaba con la saga de Torres de Malory y otras lecturas de Enid Blyton. Compartía la devoción por los libros, aparte de con su padre, con su madre y hermana. Guarda grabada la imagen de su hermana apoltronada en su sillón, asomado al mirador, libando lecturas, mientras dejaba volar su mirada, que no su alma, sobre la gente que se dirigía a la plaza frontera.

Al estar escolarizadas en Cataluña, las hermanas hubieron de formarse también en catalán, cosa que no las arredró, ya que amaban las lenguas y podían ampliar sus lecturas también en catalán. A la fin y a la postre, ambas acabarían convirtiéndose en filólogas, clásica la una, hispánica la menor.

En el instituto descubrió a los grandes de la literatura española y catalana. Siempre recordará cómo saboreó el Quijote en esa edición de Aguilar, emocionada porque antes su padre y, tal vez, su abuelo hubieran hecho lo mismo. Sentía cómo esas páginas la unían con sus orígenes cuando buceaba en las vicisitudes de la Celestina y el Lazarillo, hojeando con devoción esos volúmenes con papel biblia, hollados por los ojos de los suyos desde antaño. Vivió con La Plaça del Diamant, de Mercè Rodoreda la gradual renuncia a sí misma de su protagonista, Natalia, hasta convertirse en la Colometa con la que soñaba su marido Quimet. Y se conjuró a que a ella jamás le habría de acontecer lo mismo.

"Tomó conciencia de que tenía una titánica deuda con la sociedad que la rodeaba: velar por preservar y difundir el ingente legado de griegos y romanos"

Cuando le tocó decidir a qué iba a dedicar el resto de su vida, lo tuvo claro. Quería ser profesora de instituto. Profesora de latín. Decidió estudiar Filología Clásica. En una sociedad cada vez más materialista y engreída, que creía que todo lo había inventado ella y que sólo lo moderno era lo chic, mientras que despreciaba lo antiguo, lo clásico, a pesar de que es ahí donde están las raíces que habrían de hacer que el árbol de la modernidad estuviera realmente bien asentado. Era nadar contra corriente. No le importó. Tomó conciencia de que tenía una titánica deuda con la sociedad que la rodeaba: velar por preservar y difundir el ingente legado que griegos y romanos, puntales junto con el cristianismo y la herencia árabe de gran parte de la actual cultura europea, nos transmitieron; evangelizar a su entorno aventando los versos de Homero, Virgilio, Horacio y Ovidio; acercar a sus pupilos las historias narradas por Heródoto, Tucídides, Jenofonte o César, Livio o Tácito; hacerlos estremecerse con las tragedias de Esquilo, Sófocles, Eurípides o Séneca, así como desternillarse con los disparates de Aristófanes o Plauto.

La primera parte de su formación superior la llevó a cabo en Tarragona, lo que le permitió avivar su amor por las piedras romanas. Ese Mediterráneo que ponía un marco incomparable a los muros del anfiteatro. Ese imponente acueducto de Les Ferreres al que la gente conocía como Puente del Diablo. Esa porción del circo, coronada por una torre medieval, a escasos metros de la colosal fortificación a la que llamaban el Pretorio. Monumentos que grabó a buril en su memoria y que despertaron el afán por conocer nuevos vestigios del mundo clásico y honrarlos como se merecían.

"No es una mera funcionaria, como algunos de los que, por desgracia, aún pululan en las aulas hispanas, sin rastros de vocación en una profesión, precisamente, donde ésta resulta crucial"

Una vez concluidos sus estudios en Barcelona, le tocó lanzarse al ruedo del mundo laboral. Comenzó de vendedora en una librería en la ciudad condal. Era feliz rodeada de tan buenos y cálidos amigos, recomendando lecturas y poniéndose al día con las novedades para poder servir mejor a sus clientes, pero los dioses la habían llamado a ser profesora. Pronto pudo dedicarse a ello, aun como sustituta e interina y aunque hubiera de desplazarse a las Baleares. Formentera, Menorca y Mallorca fueron testigos de sus balbuceos en el proceloso mar de las aulas públicas.

Acabó acercándose a los lares maternos y, tras haber aprobado una oposición en la Comunidad Valenciana, desde hace lustros trabaja en un instituto de un pueblo enredado en el laberinto de poblaciones que conforman la Vega Baja alicantina, donde el río Segura rinde lanzas tras haber quedado casi moribundo después del trato que le dispersaron en las vegas de Murcia y Orihuela.

No es una mera funcionaria, como algunos de los que, por desgracia, aún pululan en las aulas hispanas, sin rastros de vocación en una profesión, precisamente, donde ésta resulta crucial. Estableció un compromiso, aparte de con las materias que ha de impartir, con sus alumnos, en especial, pero también con las familias de aquéllos y el ámbito en donde ha de ejercer su magisterio.

"Sabe que si no es ella quien los introduce en las peripecias de Odiseo y Eneas nadie abrirá este mundo a sus discípulos"

Como filóloga vocacional, enseña con meticulosidad las gramáticas latina y helena, pero no se priva de introducirse en la enseñanza de estas materias como lenguas vivas, mitigando un tanto la carga gramatical en beneficio de reforzar la comprensión lectora y deductiva.

Todos sus pupilos, absolutamente todos, desde los que le llegan con 14 primaveras en 3º de ESO, en la materia de Cultura Clásica, hasta los más creciditos de los cursos de bachillerato, han de leer por curso, al menos, tres libros relacionados con el mundo grecolatino. La mayoría, adaptaciones de los clásicos inmortales. Sabe que si no es ella quien los introduce en las peripecias de Odiseo y Eneas, en los amores y metamorfosis de Ovidio, en los exabruptos y desengaños amorosos de Catulo, nadie abrirá este mundo a sus discípulos y éstos pasarán su vida hurtados de lo mucho que griegos y romanos nos quieren transmitir, aun desde sus tumbas seculares. Lo cual considera que es un crimen de lesa humanidad, pergeñado por políticos analfabetos y una sociedad adocenada y complaciente, que prefiere renunciar a su noble esencia mediterránea por mor de convertirse en patéticos clones de lo peor de la cultura norteamericana.

No se limita a impartir sus clases con la profesionalidad y pasión que ha convertido en su sello personal. Ha acabado convirtiéndose para sus alumnos en vitae magistra, en maestra de vida. Idea para ellos mil actividades complementarias a lo que estudian en los manuales al uso: talleres de juegos romanos, de gastronomía, de vestuario grecolatino, viajes a lugares donde vivir nuestra herencia clásica… No se arredra a la hora de vestirse de matrona romana, a fin de compartir mejor estas experiencias.

Como botón de muestra, en 2017 se conmemoró el bimilenario de la muerte de Ovidio. Con sus alumnas de 1º de bachillerato, media docena de chicas enamoradas de la cultura y que habían cogido la opción de Humanidades por pura vocación, no sólo leyeron y estudiaron a fondo las Heroidas, en las que una serie de heroínas de la mitología escriben cartas a sus amantes ausentes, sino que además grabaron un par de vídeos, el uno sobre la vida y obra del vate, el otro sobre una visita de un grupo de puellae acompañadas de su magistra al poeta, en el que le leían la respuesta a esas cartas arriba citadas por parte de sus amantes masculinos. Un ejercicio de documentación y de creatividad literaria a cargo de sus estudiantes, bajo la exhaustiva guía de su docente, totalmente digno de elogio.

"Ante este panorama no se desanima. Cada curso escolar organiza unas jornadas de difusión de la cultura grecorromana"

Por desgracia, tras las infaustas reformas educativas vomitadas, primero, con la LOGSE del PSOE y, sobre todo, con la deplorable LOMCE del PP, los estudios de Humanidades han quedado casi proscritos, despreciados y perseguidos sus docentes y aquellos jóvenes que optan por ellos. Así, en un centro como el suyo, de unos 500 alumnos, sólo unos 60 pueden optar a su enseñanzas, navegar de la mano de Ulises y escuchar con él el canto de las sirenas, aprender de Ovidio el arte de hacer cosméticos y aplicarse a los rudimentos de su arte de amar, u hollar con las legiones de César los brumosos bosques de las Galias.

Ante este panorama no se desanima. Cada curso escolar organiza unas jornadas de difusión de la cultura grecorromana, en las que sus discípulos actúan como monitores para el resto de sus compañeros y los introducen en el fabuloso mundo que estudian con su magistra: talleres de escritura en griego, de vestuario y adornos, de gastronomía, de mitología. Les toca catequizar al resto de la comunidad escolar y a ello se aplican con devoción.

Pero su compromiso con la educación pública llega más allá. Es consciente de que la inmensa mayoría de sus muchachos no tiene la fortuna de contar con una biblioteca familiar tan nutrida como de la que ella gozó. Son, por tanto, los poderes públicos los que han de suplir esta carencia, empezando por las bibliotecas escolares, las más cercanas a los niños, y siguiendo por las municipales. Las bibliotecas son una potente arma de democratización cultural. Políticos que fueran de pura raza y se debieran de verdad al pueblo las convertirían en uno de sus principales objetivos. Mas la realidad es terca y la mayor parte de los que rigen los destinos comunes son politicastros de 8 al cuarto, que prefieren un populacho semianalfabeto. Saben que sólo así, ahítos de telebasura y fútbol, pero huérfanos de espíritu crítico, seguirán justificando con sus votos las corruptelas, recortes y endogamia de sus presuntos líderes.

"Los estudiantes de su centro, todos, fueran alumnos suyos o no, tenían derecho a convertir la fría biblioteca en un santuario de cultura"

Es por ello por lo que halló otro campo de batalla en la biblioteca de su instituto. Como en la mayoría de los centros públicos, ésta está infradotada y desaprovechada, pues, incomprensiblemente, no está contemplada por la administración la figura de un especialista en bibliotecas para gestionarla y poder sacarle todo el partido que un lugar de encuentro y difusión de la cultura posee. Decidió, pues, seguir formándose a conciencia y estudió Biblioteconomía y Documentación. Los estudiantes de su centro, todos, fueran alumnos suyos o no, tenían derecho a convertir la fría biblioteca en un santuario de cultura, donde libros, cómics, revistas, películas y ordenadores llamaran su atención y acompañaran su difícil tránsito por la senda adolescente, bajo la sabia guía de una profesional competente que supiera orientarlos.

Supo formar un grupo profesores que conformaran el equipo de biblioteca, que mal que bien la secundara en su campaña de difundir el amor por los libros entre los suyos. Tuvo la inmensa fortuna de hallar un escudero infatigable en un compañero de Educación Plástica, capaz de engendrar arte con materiales tan simples como cartón fallero, troncos de árboles o materiales diversos reciclados.

Así, cuando hubo que festejar el aniversario de las muertes de Cervantes y Shakespeare, el artista construyó unos llama-fotos para que alumnos, profesores, padres y personal de servicio pudieran fotografiarse con Dulcinea o don Quijote o con Romeo y Julieta. Cuando tocó sumergirse en el mundo de Alicia en el País de las Maravillas fue la primera en disfrazarse, pizpireta, de la misma Alicia, invitando al resto a participar en el experimento. Durante una mañana los pasillos de un centro, aparentemente anodino, perdido en los vericuetos de la Vega Baja, se llenó de reinas de corazones, sombrereros y conejos de la suerte.

Otro curso decidieron homenajear a la saga literaria de Juego de tronos, en el deseo de que sus muchachos conocieran que tras el fenómeno surgido a partir de la emisión en las televisiones de la serie homónima, con honda repercusión social, existían unos libros. Para esta ocasión el artista elaboró una fascinante reproducción del trono de hierro, con la que acudieron a fotografiarse gente de otros centros. Ya eran conocidas las actividades que aquella bibliotecaria y su equipo organizaban.

"Ella misma se caracterizó de la señorita Honey, la entrañable maestra de Matilda, y explicó a toda la comunidad escolar cómo estaba organizada una biblioteca"

Entre sus lecturas predilectas se halla Matilda, de Roald Dahl, por lo que un año dedicaron las actividades a este autor. Consiguió que madres y abuelas de sus alumnos y hasta alguna concejal se prestaran a acudir al centro a leer cuentos o pasajes del autor, llevando largos guantes, lo cual daba pistas a los jóvenes, que habían leído en clase la novela de Las brujas, sobre la siniestra naturaleza de las lectoras. Ella misma se caracterizó de la señorita Honey, la entrañable maestra de Matilda, y explicó a toda la comunidad escolar cómo estaba organizada una biblioteca, el lugar en el que la niña superdotada que da título a la novela más conocida de Dahl encontraba refugio a la insoportable zafiedad de su familia.

Este último curso escolar tocó conmemorar El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Aparte de organizar talleres diversos para reforzar la lectura de sus textos y de montar una exposición con las traducciones a más de una veintena de idiomas de la novela, que ella ha ido coleccionando a lo largo de sus viajes, consiguió implicar a la directora del grupo de teatro municipal, a la que ha acabado convirtiendo en otra apóstol en su tarea de difundir la cultura, no sólo en su instituto, sino también en el pueblo donde está y alrededores. La directora del grupo de teatro había preparado una más que meritoria adaptación de El principito para un pueblo limítrofe y trajo al actor protagonista, perfectamente caracterizado e imbuido de su papel, para que los jóvenes lectores pudieran fotografiarse con él y formularle las preguntas surgidas tras la lectura en las clases de la novela.

"Sirva este artículo, amén de encomio a la labor de esta bibliotecaria en particular, de homenaje a aquellos profesionales de las bibliotecas, aulas y librerías que desde sus humildes mesas intentan evangelizar"

Intenta honrar también desde la biblioteca el día del libro, el de la mujer trabajadora y algunos otros eventos de especial relevancia. Hay semanas en las que ha de trabajar más de diez horas al día, pues, al acabar su jornada lectiva, debe quedarse para que no falle ni el más mínimo detalle en lo que esté preparando. Vive a 40 kms. de donde trabaja, lo cual le supone comer allí y estar más de 12 horas fuera de casa. No cobra más por esta dedicación a la biblioteca, ni le quitan horas de docencia directa por esta ingente labor. Ni siquiera el equipo directivo de su centro y algunos compañeros mentecatos se lo valoran: sufre, como tantos otros, la maldición que ya conociera el Cid: “qué buenos vasallos si hubieran buenos señores”. No le importa. Hace lo que hace por el simple amor a su profesión, por su infinita devoción por los libros, porque sus pupilos tienen derecho a convertir en su templo particular la biblioteca de su instituto, al igual que ella lo hizo con la que le legaron sus antepasados. Tiene claro que la administración debería contar con una persona encargada de la biblioteca única y exclusivamente, formada ad hoc.

Sirva este artículo, amén de encomio a la labor de esta bibliotecaria en particular, de homenaje a aquellos profesionales de las bibliotecas, aulas y librerías que desde sus humildes mesas intentan evangelizar, sin desalentarse, a sus conciudadanos, usando los libros y la cultura como única arma. Son de las pocas esperanzas de construir, al fin, una España más digna y empática, más humana y civilizada, una España que haga justicia a los insignes nombres de la cultura que la hicieron de verdad, grande, en cualesquiera de las lenguas a las que este solar patrio tan vilipendiado cobijó a lo largo de los siglos.

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