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La herencia de los Smith & Mortimer

La herencia de los Smith & Mortimer

Aquella mañana ,cuando ya todo estaba preparado para el desembarco de Holmes y Watson en la granja de Fulworth, el detective estaba terminando de leer por quinta vez El Quijote y su ayudante ojeaba tranquilamente el Morning Post. De improviso una noticia del periódico llamó la atención de Watson, pero no quiso comentarla con Holmes, porque podía alterar de nuevo sus planes de marcha.

El detective, que no perdía detalle de lo que ocurría a su alrededor, a pesar de estar absorto en la lectura que tanto regocijo le producía, notó que Watson doblaba cuidadosamente su periódico, quizá para centrarse con más comodidad en alguna noticia de interés. Y ese detalle es el que lo delató.

—¿Hay algo en la prensa que merezca su atención y quizá también la mía, mi querido amigo? —preguntó Holmes.

—Estoy leyendo un artículo relacionado con la famosa herencia de los Smith & Mortimer en la que se dice que ambos magnates han muerto con unos escasos minutos de diferencia.

En ese momento la señora Hudson entró en la sala de estar con un sobre de considerables proporciones que le acababa de entregar, bajo firma, un mensajero. Holmes tomó el sobre en sus manos y antes de abrirlo exclamó:

—Mi querido Watson, entre lo que usted me cuenta que acaba de leer y este sobre que acabo de recibir, me temo que un nuevo caso se nos viene encima.

—Pero ambos quedamos de acuerdo, Holmes, en que ya no estábamos disponibles en Baker Street. Nuestro retiro nos espera con los brazos abiertos.

—No se preocupe, Watson: este asunto, suponiendo que las viudas del señor Smith y del señor Mortimer decidan ponerlo en mis manos, lo resolveremos en una tarde, a pesar de que se trata de mucho dinero, pero primero quiero darle un vistazo a la documentación que contiene este voluminoso sobre y saber cuáles pueden ser las dificultades para que ambas esposas no se pongan de acuerdo.

"Ambos eran católicos y no podían divorciarse, por el enorme escándalo que hubiera suscitado la noticia en la sociedad en la que se movían"

Holmes pasó menos de una hora revisando el contenido de lo estipulado en la herencia, y al final lo tiró a la papelera, encendió su pipa con el tabaco de la repisa de la chimenea y se arrellanó en su sillón como si quisiera tener una larga conversación polemista con Watson.

—Cuando usted estuvo en San Francisco cuidando a su hermano recibí la visita de los señores Smith y Mortimer. Como puede apreciar, el caso viene de lejos. El tema que me expusieron era bastante enrevesado, como para cogerlo con pinzas. El señor Smith estaba casado con Catherine (de soltera Mendelson), pero tenía la mala costumbre de acostarse de vez en cuando con Miranda (de soltera Keeler), que era la esposa del señor Mortimer, quien hacía lo mismo con la mujer de su socio Smith. Es decir, que cada uno de ellos sufría una fuerte atracción por la esposa del otro. Pero aquello constituía un escandaloso adulterio impensable entre dos socios y amigos.

»Ambos eran católicos, y no podían divorciarse por el enorme escándalo que hubiera suscitado la noticia en la sociedad en la que se movían. Hasta hubiera tenido serias repercusiones en la City. No querían que sus respectivas esposas supieran nada de sus escarceos amorosos, pero tampoco querían marcharse al “otro mundo” sin una adecuada confesión de sus vergonzosos pecados. Yo les dije que podía hacer muchas cosas, pero de ninguna manera estaba autorizado para darles la absolución. Les recomendé que viajaran a Roma y hablaran con Monseñor X, a quien, en su día, resolví un enrevesado problema.

"Me consta, Watson, que todo se hizo muy legalmente y los señores Smith y Mortimer, los dos arrodillados y con gran devoción, confesaron su pecado al fonógrafo"

»El asunto se estudió en las más altas esferas de la Curia. Se trataba de saber si para obtener la absolución, independientemente del abandono inmediato de sus aventuras, tenían que poner al corriente a sus esposas de sus reiterados y pecaminosos actos. La respuesta fue afirmativa, pero un ingenioso abogado del Vaticano propuso que ambos socios grabaran su confesión en un fonógrafo, que sería entregada a sus propias mujeres por mediación de Holmes, cuando los dos adúlteros hubiesen muerto. Era una manera de darle la vuelta al asunto. La decisión constituía una gran novedad para las tradicionales sentencias dictadas por la Iglesia Católica, pero abogados eminentes del Vaticano opinaron que con esa original sentencia se daba un gran paso adelante en la modernización de la institución religiosa.

»Ha querido el destino que ambos hayan fallecido el mismo día, y me consta, Watson, que todo se hizo muy legalmente y los señores Smith y Mortimer, los dos arrodillados y con gran devoción, confesaron su pecado al fonógrafo en presencia de su eminencia Monseñor X. Por fin la Iglesia Católica abría una puerta a las nuevas tecnologías.

—Pero tan culpables eran ellos como ellas —argumentó Watson—. No entiendo en qué afecta esto a la herencia.

—Hay alguna cosilla más —dijo Holmes, quien abriendo el libro que tenía entre manos por una página muy bien señalizada leyó con voz suave—. Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho.

Dicho esto, el detective, extrajo de un cajón de su escritorio dos carretes de hilo de cobre envueltos en papel de aluminio y le dijo a Watson:

—Si nos damos prisa, quizá lleguemos a tiempo de tomar el té junto a las inconsolables viudas.

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