La marquesa de O

Adaptar una obra literaria al cine no es tarea fácil. John Ford solía decir que de hacerlo prefería partir de un cuento antes que de una novela. Ejemplo de ello fue La diligencia, El hombre tranquilo o la Trilogía de la caballería, aunque nunca se le dio mal transcribir en imágenes una compleja novela, como con El delator, ¡Qué verde era mi valle!, Las uvas de la ira, Centauros del desierto o Misión de audaces. Personalmente creo que de manera insuperable John Huston The Dead—, Luchino ViscontiEl Gatopardo y Martin ScorseseLa edad de la inocencia— alcanzaron la excelencia al adaptar los modelos narrativos y estilísticamente complejos de las obras de Joyce, Lampedusa y Wharton.

"Cuando se dispuso a filmar la adaptación de Die Marquise von O., un relato corto de Heinrich von Kleist, un autor que le fascinaba, se limitó a plasmar las hojas de una edición de la obra en el guión"

Eric Rohmer era un cineasta culto, con una formación literaria sencillamente extraordinaria. La literatura, la música clásica y el cine ocupaban toda su vida. Enseñaba en institutos y universidades y le habría encantado, y lo intentó, hacer carrera académica oficial como profesor. Leer sus recensiones críticas de películas en las legendarias páginas de los Cahiers du Cinéma es un placer inagotable, por su perspicacia, hondura y altura literaria. Como lo es la lectura de los guiones de sus películas, en los que la palabra, los diálogos, se compenetran con la sutil sencillez de su puesta en escena, cada vez más despojada de cualquier artificio que la impidiera, con las convenciones inherentes a la ficción, natural. Su pasión por la literatura medieval francesa le llevó a rodar adaptaciones estilizadas, nada à la page, de Perceval le Gallois y de Les amours d’Astrée et Céladon, película con la que en 2007 cerró su carrera como cineasta. Su adaptación de las memorias de Grace Elliot, Journal of My Life During the French Revolution, dió lugar a La inglesa y el duque, su iconoclasta y nuevamente a contracorriente mirada sobre la sangrienta y cruel Revolución Francesa, que supuso además un despliegue de innovaciones técnicas en la forma de rodar, sencillamente inimaginables.

Por todo ello, cuando se dispuso a filmar la adaptación de Die Marquise von O., un relato corto de Heinrich von Kleist, un autor que le fascinaba, se limitó a plasmar las hojas de una edición de la obra en el guión. Producida y filmada en alemán, como el original, con actores germanoparlantes, rodada en Alemania, La marquesa de O se revela como uno de esos hitos alrededor de los cuales George Steiner se hacía una idea de Europa.

"Luz, decorado, vestuario, puesta en escena, los elementos de una concepción de un cine a la vez puro y mestizo, bebiendo del rigor literario de Von Kleist y de la imaginería entre neoclásica y romántica de pintores como Füssli"

Intensamente, desesperadamente romántico, incluso en su suicidio, Von Kleist cuenta la imposible pasión amorosa de un militar, un aristócrata ruso, nacida de una violación y desarrollada por el honor primero, y luego por una nueva pasión amorosa incapaz de expresarse mientras el secreto tortura a una dama, viuda y con hijos, incapaz, humillada, de explicar por qué está embarazada sin haber hecho nada para ello. La ilustrada sociedad europea del convulso inicio del siglo XIX, la estanqueidad de clases sociales, principios y valores, la posición pasiva, pero firme y decente, de la mujer, incluso de una aristócrata como la marquesa de O, la filma Rohmer con un encanto especial. Ese encanto especial gira, de un lado por la sencillez aparente de la puesta en escena, clara, precisa, de un esplendor clásico, y en la que los silencios, las miradas (uno y otro encubren secretos, dudas, deseos, vergüenza, pudor, pasión, dolor, tristeza, esperanza) confluyen con la extremada belleza de las imágenes, no menos clásicas y naturales, cortesía del genio de Néstor Almendros, que cambió la estética de la fotografía de las películas, estudiando y usando las fuentes de luz natural. Luz, decorado, vestuario, puesta en escena, los elementos de una concepción de un cine a la vez puro y mestizo, bebiendo del rigor literario de Von Kleist y de la imaginería entre neoclásica y romántica de pintores como Füssli. Es un gozo, calmado, tan emocionante como racional, ver La marquesa de O, como lo es disfrutar de una manera de entender desde dentro a los personajes en la actuación de un reparto exquisito, especialmente en el combate entre la Marquesa, Edith Clever, elegante, delicada, honesta, y el atribulado pero constante aristócrata ruso, un extraordinario Bruno Ganz.

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La marquesa de O (Die Marquise von O, 1976). Producida por Barbet Schroeder. Dirigida y escrita por Eric Rohmer, adaptando el relato Die Marquise von O., de Heinrich von Kleist. Fotografía, Néstor Almendros, Montaje, Cécile Decugis. Interpretada por Edith Clever, Bruno Ganz, Peter Lühr, Edna Seippel, Bernhard Frey, Otto Sander, Eduard Linkers, Ruth Drexel. Duración: 102 minutos.

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