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La novela de escribir una novela

La novela de escribir una novela

El músico argentino Marcelo Donadello se alzó con el Premio Ignacio Aldecoa 2023 gracias a un cuento, “La Virgen de tergopol”, que en realidad forma parte de un libro de relatos titulado Chéljelon (mariposa en lengua tehuelche). Pero ese libro de relatos estuvo a punto de ser primero una novela y esa novela sufrió tantas transformaciones que, en fin, tal vez sea mejor que el propio autor las resuma en un making of.

En este making of, Marcelo Donadello explica el origen de Chéljelon (Fulgencio Pimentel).

***

Hace un año y medio ¿me propuse? escribir una novela. Hasta entonces sólo había escrito algunos cuentos, y por supuesto canciones (mi vida ha sido la música).

Buenos Aires, dos amantes, una discusión, alguien toca la puerta... La cosa comenzó como un cuento cualquiera. Pero pronto los personajes se rieron de mí. Meche y Ranquel invitaron a otros seres a esa cajita donde yo sólo los había puesto a ellos dos, y antes de que pudiera darme cuenta todo se iba de mis manos. Esos personajes no tardaron en decirme, esto no es sólo un cuento, esto debería ser una novela.

"Un relato que pasa las cien páginas y describe el universo de un puñado de sudamericanos no es una prenda que se pueda tejer sin pensar"

Les obedecí con entusiasmo. Fui feliz escribiendo sus felicidades e infelicidades. Les seguí la corriente durante más de un año: la infancia de éste, la aventura de aquél. Parecía fácil. Empecé, como ya he dicho, con la idea del padre que guía a sus hijos pequeños. Tú serás trompetista, tú matador de toros, tú serás gusano o mariposa. Y no. Tal como ocurre en la vida real, ellos hicieron lo que quisieron. La historia se expandió como la copa de un árbol en primavera. El Ranquel me presentó a su primo Huevo y éste a su amigo Chango, Meche se conoció con la Vane, y luego fue Priscila quien dijo: “Hola, aquí estoy”. Los padres de Meche me enseñaron su casa en el Sur, su abuelo me contó su salgariano viaje a América. Los textos fluyeron con relativa rapidez y me parecían diversos, frescos, estaban bastante bien.

Pero un relato que pasa las cien páginas y describe el universo de un puñado de sudamericanos no es una prenda que se pueda tejer sin pensar. Releyendo, descubrí contradicciones en relaciones, lugares, tiempos. Debía reconstruir para seguir avanzando.

Hice mapas de personajes, les puse fechas, les puse lugares. Cambié elementos. Borré algunas partes y planeé escribir otras nuevas. Escribí y disfruté aventuras al pasado, a los ancestros de algún personaje. El tono siempre me recordó al western, o mejor al cómic de Robin Wood o de Hugo Pratt que tanto disfruté en mi juventud. No le permití alejarse de allí.

"Fue entonces que me sacó un poquito del agua un amigo que me dijo: Es que vos no escuchaste la historia de la Virgen de Tergopol"

Decidí cuál sería el final, lo escribí. Un capítulo donde el protagonista reúne sus pedazos entre el desastre y dice, como Chesterton a las máquinas, “tal vez sí, pero hay otras cosas”. Me gustaba. Sólo tenía que llegar a él, pasando por un par de escenas que se me hacían bastante difíciles, duras, y siempre posponía.

Después de la revisión, de 120 páginas habían quedado unas 80. Las que faltaban (y faltaban) se hicieron cada vez más difíciles de terminar. Llegué al punto en que me dije, esto no es para mí, yo no soy para esto. Lo mío son los cuentos. Y las canciones, claro. Fue entonces que me sacó un poquito del agua un amigo que me dijo: “Es que vos no escuchaste la historia de la Virgen de Tergopol”.

El Falu es músico, percusionista. Si estás renegando con un acorde de una canción, él te aconseja: “Poné cualquiera”. Generalmente funciona. Yo había llegado a un ensayo con la cara larga, porque mi novela se me había retobado y ya no sería nada. Él me contó ese pedazo de folklore local, una virgen de plástico que aparece volando en el campo, un hombre que la encuentra, la noticia en la prensa. Me hizo reír bastante. Esa noche empecé con el cuento, al otro día lo terminé. La conexión de la Virgen con la historia principal fue a través de Vane, un personaje importante que hasta allí no tenía pasado. Y me permitió introducir a Honorio, su padre (que luego retornaría en Mamihlapinatapai). Hay algo de mis abuelos en él: el sombrero de uno, los cuentos del otro, más cosas. Mañas, brillos, tristezas. Me gustó mucho.

"Una constelación es una construcción del que mira, un signo que reúne en una figura subjetiva estrellas que están a distintas distancias y que no tienen necesariamente mucho que ver"

La Virgen me permitió entender que podía sumar cosas de distintas procedencias (una anécdota, un recuerdo), y que no tenía por qué ser lineal. De un relato familiar de mi viejo y del de un amigo viajero surgió otro texto. Nacieron otros capítulos. Cada uno con cierto tema propio, cierto arco argumental, tensión y cierre. Tenían algo de cuentos más que de capítulos. La historia estaba latente allí, si conseguía llegar a cerrarla… La orilla se veía, pero lejos. Por momentos se veía un poco más cerca, por momentos parecía cada vez más lejos.

El nombre de la criatura ya se había establecido, sigilosa, suave y sólidamente. Chéljelon (o Cheljelén) es mariposa en lengua de un pueblo patagónico. La palabra designa también más o menos la misma constelación llamada Orión por los europeos; Orión, el guerrero loco o el cazador. La mariposa es otra manera de ver las mismas estrellas. Una mariposa sobrevuela los diálogos de Vane con Honorio. Y además, una constelación es una construcción del que mira, un signo que reúne en una figura subjetiva estrellas que están a distintas distancias y que no tienen necesariamente mucho que ver. Más o menos así veía yo mi constelación de relatos, esa misma que me resultaba cada vez más difícil de cerrar.

Por entonces supe que un periodista chileno de Buenos Aires había ganado un premio con una novela. Cristian Alarcón escribe muy bien, yo había sufrido y amado su Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Supe que su novela era medio biográfica y que transcurría más o menos en los mismos lugares y tiempos que la que yo estaba escribiendo o intentando escribir. Eso me pareció casi preocupante. La conseguí, la leí. Había más de una coincidencia. Me espanté.

"Busqué concursos en internet. Ignacio Aldecoa me hizo un guiño desde una página. Bajé un par de pdf y leí dos cuentos suyos, me gustaba. Quizá mis textos le gustaran a su gente"

En mi proyecto un ancestro de Ranquel tenía un encuentro con Darwin que me gustaba bastante. Un ancestro del protagonista de El tercer paraíso, la novela de Alarcón, tenía interacción con Humboldt, otro científico europeo importante que se dio el gusto de pisar estas pampas. Demasiado parecido; kind’a plagio, aunque yo no había sabido de lo suyo antes de escribir lo mío. Inmediatamente sacrifiqué a Darwin y todo eso. Después, su protagonista recibe sus primeros anteojos en la adolescencia (el mío también), y descubre por primera vez los detalles de las flores (el mío descubre las estrellas); no pude hacer con esa escena lo mismo que con lo de Darwin, la dejé así. Y después estaba el final. Ese aroma de flor creciendo a pesar de todo, en medio del desastre; en mi libro, la última frase era “se podría decir que la vida va bastante bien”. En el suyo, “se puede decir que somos felices”, o algo así. Con el corazón en modo tristeza y desilusión, me dije, adiós novela. No estaba de ánimo ni de energía para concebir otro desenlace.

Decidí tomar las partes más logradas para intentar publicarlas como cuentos. Busqué concursos en internet. Ignacio Aldecoa me hizo un guiño desde una página. Bajé un par de pdf y leí dos cuentos suyos, me gustaba. Quizá mis textos le gustaran a su gente. Cerraba en un mes. Estaba decidido, competiría en el Aldecoa; la Virgen haría los honores.

Cuando miré el detalle del concurso supe que el premio ascendía a 6.000 euros. Con eso me podría comprar dos Neumann U87 y grabar lo que sea como el mejor, me dije. Siempre pensando en modo músico. Supe también que pedían una colección de relatos relacionados, para publicarla si el cuento ganaba. Esto parece hecho para mí, me dije. Mi “novela que no es” es una colección bastante consistente.

Tenía 30 días. Trabajé los capítulos, ya como cuentos, reescribí partes. Elegí los mejores de los 20 textos que hubieran sido la novela (20 incluyendo un par que jamás empecé). Agregué alguno… El último día escribí un final. Uno nuevo, y me gustó.

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Autor: Marcelo Donadello. Título: Chéljelon. Editorial: Fulgencio Pimentel. VentaTodos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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