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La poesía total y humanísima de Luis Rosales

La poesía total y humanísima de Luis Rosales

La poesía de Luis Rosales muestra desde el comienzo una plasmación coherente y armoniosa, una unidad profunda tanto textual como temática, debido a la vertiente rehumanizadora que el poeta elabora como representante activo de la preocupación vitalista que expresa la poesía española a finales de los años veinte. Su primer libro, Abril (1935), prefigura un espacio luminoso que derrama alrededor belleza primaveral: el poeta se entrega totalmente a la belleza contemplada del universo frente a la que declara, acudiendo al uso de un versículo repleto de carácter visionario, toda su congoja y límite humano. El libro, plagado de múltiples instancias y anhelos de vida propia e imaginaria, es el resultado de una voluntad de superación de todo estilo y género, lo que crea una especie de multiléxico en el que conviven formas del pasado y escritura de vanguardia. El verso ensambla movimiento y ritmo, y forma una unidad rodeada de silencios, blancos espacios, que salda lejanía y cercanía, asume y resume el contraste de la lucha interior del poeta. Poesía unitaria, poseedora de verdad, siempre susceptible de variación y elaboración, algo que da la impresión de una serie infinita de posibilidades que la realidad del poeta —y del hombre— contempla. Abril acude al soneto, a la décima, al lado del verso libre y la imagen audaz de cuño gongorino y surreal, hasta componer un puzle estilístico de gran variedad que imprime con medidas clásicas acentos nuevos, ritmos inéditos y lenguaje onírico. Dinamismo, vida integrada en la conciencia del tiempo, en su incesante renacer y atenta al latido de los hechos cotidianos, donde queda presente la influencia del libro Residencia en la tierra de Neruda. También Retablo sacro del nacimiento de Señor (1940) encierra una serie de incorporaciones y cambios y supera el tema sacro de la Navidad al añadir su preocupación humana. En La casa encendida, cuya definitiva edición es del año 1967, el poeta acompaña al lector en su casa, que suma las distintas demoras de la vida, diseñando un recorrido confuso que guarda los momentos intensos de su existencia. Cada habitación guarda las caras al halo de una luz imaginaria que enciende e ilumina, a veces confundiéndolas. El poeta ha reducido su énfasis expresivo a favor de una mayor profundización del mensaje, brindando una poética que intenta soldar su fe religiosa con lo cotidiano anclado en la historia del hombre y su tiempo, donde el yo dialoga consigo mismo y otros tú del entorno familiar, sujetos alternantes del monólogo-diálogo. La casa encendida es un espacio de carácter ontológico y gnoseológico en que la memoria mezcla los distintos ciclos de experiencias vitales que albergan lenguajes distintos, monólogos y diálogos diferentes, realidad e imaginación. El proceso de elaboración afecta también al libro El contenido del corazón (1969), donde son evidentes los lazos formales y las conexiones temáticas con Rimas (1951) y La casa encendida.

Con la llegada de los años setenta la nueva producción de Rosales comprende los libros Canciones (1973), Como el corte hace sangre (1974). La extrema estación de la vida del poeta regala el libro Diario de una resurrección (1979), fruto de una nueva vivencia sentimental, donde afloran motivos de preocupación social y política, objeto de otra experiencia amorosa, que viene a confirmar esta idea de totalidad e integridad que caracteriza toda la obra de Luis Rosales. Al borde de su vejez, el poeta abre un diálogo con el tú: un tú amoroso que no constituye, como antes, escisión o duplicación del yo y amplía el concepto de unidad que rige el existir humano, que el poeta acepta en toda su disonancia. La última producción, la tetralogía Carta entera (1980), Un rostro en cada ola (1982) y Oigo el silencio universal del mundo (1984), insiste en la necesidad de una escritura consciente y aclaradora. El verbum vuelve a ser instrumento de alumbramiento que indaga en la parte más íntima, donde el yo lucha contra la intemperie de la existencia. Estamos ante el legado literario y el testamento espiritual que el poeta deja a sus lectores, confirmando una vocación que marca al autor como testigo y protagonista de su tiempo. Fiel a estas razones profundas, la poesía de Rosales afirma una totalidad directa, coloquial, ligada a un léxico flexible, variado y capaz de contener el flujo incesante del mensaje con sus imágenes cotidianas e irracionales que penetran en la zona de la expresión anímica. Se impone una escritura muy elaborada pero aparentemente sencilla y directa que de inmediato llega al lector. Atraviesa toda la obra del granadino un yo dialogante que se expande, reproduce las confesiones y preocupaciones del hombre en busca de una identidad habitada por el dolor y la memoria. Asistimos a una llamada a la conciencia, al orden contra el desorden (otro oxímoron), que la herida profunda del ser humano —su desesperación— recoge y salva.

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Autor: Luis Rosales. Título: Primavera del agua. Edición: Luis Rosales Fouz. Prólogo: Gabriele Morelli. Editorial: Renacimiento. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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