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La rastra, de Joy Williams

La rastra, de Joy Williams

Tras veinte años sin escribir, o al menos presentar a sus lectores, una novela, Joy Williams ha sido uno de los grandes desembarcos de la rentrée literaria. La calidad incuestionable de sus novelas y cuentos junto con la utilización del lenguaje como una parte más de la trama se encuentran, si cabe, aún más presentes en La rastra, una novela de difícil explicación pero calidad incuestionable.

La historia comienza con el cumpleaños de una niña que es celebrado en una bolera. Por algún motivo su madre ha elegido contarle justo ese día que su padre mató a su abuelo y ha decidido que la mejor forma de hacerlo es mediante una tarta decorada. Solo que el panadero se confunde y pone el cuadro de Goya de Saturno devorando a su hijo. Con esta perturbadora escena uno ya se da cuenta que no está ante una novela común y rápidamente nos da la autora la pista de la importancia del tiempo. Un tiempo que para su protagonista puede ser o no igual puesto que estuvo muerto un instante, algo que ha marcado profundamente a su madre. A partir de este momento, William despliega su narración y nos envía de viaje mientras el tiempo, ese que fue nombrado por un asistente a la bolera cuando se mostró la tarta, hace acto de presencia para convertirse en el gran protagonista. El lector comienza un viaje en el que lo importante son las vidas interiores y cuya pista nos de Khristen, condenada a aprender a la vez que nosotros, cuando nos dice que hay una vida verdadera, otra falsa y otra que nos es desconocida. Y a caballo entre todas ellas aparecen sectas, niños de inteligencia sorprendente, preocupaciones ambientales, búsquedas y una denuncia teñida de ironía que convierten a La rastra en un libro apasionante. Una novela en la que es fácil extraviarse y en la que eso, lejos de ser un problema, traza una suerte de solidaridad con Khristen tanto como con otros personajes que se mueven en un aparente estado de desconocimiento real sin que ello les impida seguir avanzando. Y es que sabemos que algo ha pasado y ha acabado con gran parte de la vida que el lector conoce, sabemos que el planeta está maltrecho, tal vez de forma terminal y sus personajes se ven apáticos incluso cuando no son indiferentes, con la excepción de aquellos que pareciera tienen menos futuro: los enfermos, los ancianos… Como podéis ver, todo en la novela tiene un significado. Nada está escrito al azar ni colocado en una página porque había que avanzar con la trama.

Todos estos ingredientes componen una novela con tintes apocalípticos de un mundo distorsionado que pide al lector un esfuerzo, prometiendo como recompensa un viaje del que difícilmente vaya a salir bien parado pero que es, a todas luces, más que satisfactorio. Cada frase, cada escena, se acoge a una interpretación personal tanto como a la dada por su autora, y cada una de ellas puede pertenecer a una de las realidades, o tal vez a uno de los tiempos. Y es que si la novela comenzaba hablando del tiempo, ese es el gran misterio de esta historia: el tiempo. Que es el que tenemos, el que nos queda, la vida, la realidad en la que transcurre y aquella otra que está escondida justo debajo. Por eso la novela se titula La rastra.

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Autora: Joy Williams. Traductor: Javier Calvo. Título: La rastra. Editorial: Seix Barral. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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