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Lepisma y la reconfortante sensación de ser un pececillo de plata

Lepisma y la reconfortante sensación de ser un pececillo de plata

Pese a que puedan sugerirlo estas viñetas, no son los pececillos de plata unos insectos conformistas, sino unos seres felices con lo que tienen. Este carácter es debido a que no acumulan riquezas: su mayor tesoro son los libros, y no hacen acopio de ellos sino que los devoran para que pasen a formar parte de su esencia; ni siquiera construyen una vivienda, como las abejas o las hormigas, sino que habitan entre unas páginas que son al mismo tiempo su sustento, que es como si tú vivieras en la casita de la bruja de Hansel y Gretel, te comieras las paredes, y cuando la acabaras cambiaras de casa para volvértela a comer.

No comparten tampoco con los humanos sentimientos como el de la ambición desmedida: sí, ese deseo de quien siempre quiere más y más, y después más… hasta las becas que por renta no le deberían de corresponder.

—Fíjate, Pitita, todas las becas de estudio van para los hijos de los pobres, ¿y nosotros qué? ¿Quién piensa en nuestros hijos? —y Pitita, que en su fuero interno odia ese apelativo, pero que nunca ha luchado para que la llamen con un nombre que refleje sus ya casi 57 años de edad, sonríe por inercia. Sólo piensa en no llegar la última a la cafetería, ya que sabe cómo son sus amigas y cómo son los comentarios viperinos que profieren sobre las ausentes—. ¿Quién piensa en Cayetano y en Borja, Pitita? —y su mujer vuelve a sonreír, saboreando ya las deliciosas pastas de té que luego le servirá Yolanda.

—Yolanda, saca las mesas a la terraza, que no creo que vaya a llover —ordena el dueño del local al que esa misma tarde asistirá la madre de Cayetano y de Borja, para su desgracia en último lugar. Y mientras carga con las sillas, Yolanda piensa en votar al mismo partido que esa cuadrilla de ricachonas que cada miércoles por la tarde se reúnen para despotricar de las amigas que aún no han llegado. Es levemente consciente de que así votará a los que están desmontando la sanidad y educación públicas, pero son ya muchos años sirviendo a Pitita y su cuadrilla, y es como si creyera que ese gesto ya le acercara un poco más al status que pretende alcanzar: pensamiento mágico, creo que llaman a esto. Y mientras coloca el servilletero en el centro exacto de cada mesa, se dice que si en su casa llegan a fin de mes, eso les convierte en clase media, ¿verdad?

¿Verdad…?

Uf, me temo que la única verdad es que me he vuelto a ir por los cerros de Úbeda. Metafóricamente hablando, claro está, aunque mi ambición para este verano es visitar Úbeda y perderme por sus famosos cerros. El año pasado me fui de vacaciones a Babia, y hay quien cree que aún sigo allí.

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