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Lorca en manos del pueblo

La camioneta de la compañía teatral La Barraca recorre los montes de la cordillera Cantábrica con las dificultades propias de un trasto que apenas es capaz de rodar, ascendiendo por las pendientes con una docena de personas en el interior. Al llegar a Santander, se monta el escenario con premura. Del maletero salen gorros, carteles, poemas y gozos. Es 15 de agosto, día de la Virgen, y el pueblo se arremolina en torno a aquel grupo de jóvenes. Uno de ellos, que viste, como todos, un mono de tela azul, azuza a los actores. Se llama Federico García Lorca, y un par de días más tarde la compañía va a representar una versión de la Fuenteovejuna de Lope ideada por él. En el corazón de su mono azul luce un escudo: una rueda de fondo, una máscara en primer plano. Identifica bien el espíritu de La Barraca: el teatro se mueve por los caminos de la península. Cuando días más tarde ese poeta llamado Lorca se despide de Santander, atrás quedan los aplausos del público, la emoción de la poesía, la pasión por la escena. El espíritu que se refleja en el mono azul se ha cumplido: el teatro se queda en el pueblo.

"La Junta de Andalucía acaba de reconocer el legado de Federico García Lorca, más de cuatro mil piezas pertenecientes a la fundación que lleva el nombre del poeta"

Varias décadas más tarde, esa vieja tela azul se queda, como había ocurrido con su espíritu, en las manos del pueblo. La Junta de Andalucía acaba de reconocer el legado de Federico García Lorca, más de cuatro mil piezas pertenecientes a la fundación que lleva el nombre del poeta, como Bien de Interés Cultural. Garantiza, de este modo, que el extraordinario conjunto que forma parte de esta colección tan particular quede para siempre vinculado a ese pueblo andaluz tan suyo. Yo he tenido la posibilidad de contemplar algunos de estos objetos, y lo cierto es que impresiona rozar la tinta de esos manuscritos, de esos dibujos tan extravagantes que nacieron de la mente prodigiosa del poeta, de los poemas que más tarde iban evolucionando. Todo queda blindado, a salvo de posibles especuladores y traficantes.

"Custodiar ese mono de La Barraca significa guardar un espacio en la memoria para esa cultura que fue"

En un momento donde lo material ha perdido parte del sentido, donde la enfermedad y la muerte han resignificado el concepto del tiempo y de la posesión, reivindicar el poderoso acervo de nuestra cultura se antoja necesario. No tanto por lo material cuanto por lo simbólico. Porque ese trozo de tela azul que un día vistió Federico García Lorca por los campos de la península no es valioso, evidentemente, por sus costuras y sus bordados, sino por aquello que reivindican los primeros párrafos de esta columna: sobre esa rueda y esa máscara se construyó una de las épocas culturalmente más gloriosas de nuestra historia. Custodiar ese mono de La Barraca significa guardar un espacio en la memoria para esa cultura que fue; y que, precisamente porque fue, seremos. Significa mantener engarzado el eslabón que une al poeta granadino con esos clásicos que, un día, en aquella lejana República, permanecían ocultos en una pequeña camioneta, buscando unas manos populares que los amasaran. Salve, Federico.

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