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Luna llena, de Aki Shimazaki

Luna llena, de Aki Shimazaki

En una pequeña localidad japonesa, el matrimonio compuesto por Tetsuo y Fujiko Niré vive apaciblemente en una residencia en cuyos jardines cantan toda clase de cigarras. Son ya abuelos, y se mudaron allí cuando ella, Fujiko, empezó a mostrar síntomas de alzhéimer. Y una mañana, al levantarse, Fujiko, extrañada, no reconoce a Tetsuo, su marido. Gracias a una improvisada ayuda, Fujiko se tranquiliza: una enfermera de la residencia le dice que Tetsuo es su novio, el prometido que, según la antigua tradición japonesa, ha conocido gracias a un encuentro, un miai. A partir de ese momento, Tetsuo no solo se enfrentará a situaciones que lo desconcertarán, sino que, ante todo, tendrá que decidir si quiere convertirse en el novio de la que ha sido su esposa durante décadas. Porque las sorpresas solo acaban de empezar.

Zenda adelanta las primeras páginas de Luna llena, de Aki Shimazaki (Tusquets).

***

Me despierto con el bullicio de los gorriones. Durante un instante me pregunto dónde estoy. ¿En nuestra casa? Echo una ojeada hacia el ventanal entreabierto. Al instante reconozco nuestra habitación en la residencia para la tercera edad en la que vivimos.

La cama de Fujiko está vacía. La manta de verano y la sábana están arrugadas, la almohada y el cojín no están bien colocados. Debe de estar en el cuarto de baño. El reloj de pared marca las siete menos cinco. Me sorprendo. Habitualmente, mi mujer no se despierta antes de las ocho. Aprovechando el frescor de la mañana, daremos un paseo antes de desayunar.

Tumbado en la cama, observo los muebles que trajimos de casa: un sofá, un sillón, la mesa redonda, unas sillas, mi escritorio, el tocador de Fujiko… Son antiguos pero de buena calidad. Las camas las compramos durante la mudanza. Fue idea de Fujiko tener dos camas individuales en vez de una doble.

En un rincón hay un fregadero y dos armarios. Hemos instalado una neverita, un microondas y un hervidor eléctrico. Para comer, bajamos al comedor de la residencia. La comida es equilibrada y deliciosa. Raras veces vamos a un restaurante. Disponemos de nuestro propio cuarto de baño. A decir verdad, vivimos como en una suite de hotel.

Llevamos aquí seis años. Este establecimiento tiene como divisa: «Cuidados de por vida con respeto». Aunque sea privado, no es muy caro y nuestras pensiones lo cubren. El personal es excelente. Organizan actividades culturales y deportivas. Se respira un ambiente muy agradable. La lista de espera para entrar es larga, por supuesto. Estamos muy satisfechos, y en ningún momento hemos pensado mudarnos a otro sitio.

Mi esposa padece de alzhéimer. No reconoce ya a nuestros nietos y confunde a la menor de nuestras hijas, Anzu, con la primogénita, Kyōko, que murió de cáncer hace cinco años. Por fortuna, a mí todavía me reconoce y sigue llamándome «cariño». No le resultan dificultosas las actividades diarias, tales como comer, ir al servicio o darse un baño. Puedo mantener con ella conversaciones sencillas y cotidianas.

Lo cierto es que pusimos empeño en vivir el mayor tiempo posible en casa. Cuando nuestro hijo, Nobuki, se casó, diez años atrás, pensábamos que él y su mujer vendrían a vivir con nosotros, como nosotros habíamos hecho con mis padres. En ese caso, Nobuki habría heredado la casa. Sin embargo, la joven pareja alquiló un piso y posteriormente compró una casa en las afueras. Cosas de la nueva generación. Nos quedamos muy decepcionados, sobre todo Fujiko, que ansiaba cuidar de nuestros nietos, como había hecho mi madre.

En cambio, Nobuki no escatimó esfuerzos para encontrar esta residencia en cuanto su madre dio ligeros signos de demencia. Cuando nos trajo aquí para mostrarnos el lugar, nos dejó sumamente impresionados el experimentado y respetuoso personal. Decidimos quedarnos a vivir aquí, aunque lamentamos abandonar nuestra casa.

Dos años después de nuestra mudanza, nuestra hija Anzu y su marido compraron nuestra antigua morada. Era el segundo matrimonio de Anzu, que tiene un hijo del primero. De hecho, su marido actual había sido novio de Kyōko. Ésta falleció al poco de dar a luz a una hija. Anzu adoptó al bebé al casarse. Así pues, su familia consta de cuatro personas. A la pareja le encanta esa casa.

Mis hijos nos visitan regularmente. En ocasiones, Anzu sale a pasear con su madre para que yo pueda tener ratos libres. Nobuki organiza fiestas en su casa, y allí vemos a nuestros cuatro nietos. Está bien así, al fin y al cabo. De este modo no somos ninguna carga para nadie.

Entra una brisa por la ventana. Jiii…, jiii…, cha…, cha…, cha…

Es una kuma-zemi. Según mi mujer, las cigarras de esa clase cantan solamente por las mañanas. No sé gran cosa de esos insectos, pero ella distingue el nombre de cada especie con sólo oír su canto. Resulta asombroso que recuerde unos detalles tan precisos aprendidos durante su infancia.

Son las siete y veinte, ¿es posible que Fujiko siga en el baño? Bajo de mi cama lentamente y me acerco al cuarto de baño. Llamo a la puerta:

—¿Todo bien, Fujiko?

No hay respuesta. Empujo suavemente la puerta, que se abre; no está cerrada por dentro. Fujiko no está. Vuelvo hacia su cama y compruebo que su camisón no está en el lugar habitual, y tampoco el chal de verano que se pone cuando está encendido el aire acondicionado. ¿Habrá salido al balcón? Me acerco al ventanal de puertas correderas y aparto las cortinas. Tampoco está allí.

Miro en la consola que está junto a la puerta de entrada. No hay nada encima. Cuando sale, suele depositar una de las tarjetas plastificadas que utilizamos para indicar dónde estamos: «ESTOY EN EL SALÓN», «ESTOY EN LA SALA DE ESTAR» o «ESTOY EN EL JARDÍN». La cesta de costura de mimbre que lleva siempre consigo está en su tocador. Pero ¿dónde está ella? De pronto cruza por mi mente la palabra «fuga». Exclamo:

—¡No es posible!

Me visto a toda prisa y salgo de la habitación.

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Autora: Aki Shimazaki. Traductor: Javier Albiñana. Título: Luna llena. Editorial: Tusquets. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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