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Making of de Irene de Atenas

Making of de Irene de Atenas

No salgo de mi asombro. Acabo de publicar mi primera novela, Irene de Atenas, y, sin creérmelo todavía, me veo escribiendo este making of para un medio tan importante como Zenda.

Yo pensaba que eso sólo se hacía con las películas, pero la idea me parece fantástica. Empiezo a escribir sin tener muy claro por dónde empezar y con una curiosa mezcla de entusiasmo y de vergüenza, porque voy a enseñar las costuras de algo que hasta ahora era íntimo y privado.

"Empiezo a documentarme y descubro que hay poco escrito sobre ella, menos aún por sus coetáneos; parece que el siglo VIII queda muy lejos, incluso para los bizantinos"

Me han preguntado ya varias veces que qué hace un médico, un cardiólogo como yo, escribiendo sobre una emperatriz, de Bizancio además. Porque sí, soy médico, aunque me gustaría llegar a decir que soy un escritor que ejerce la Medicina. Y además por lo visto Bizancio es un periodo y un lugar que no interesa demasiado a la gente. Será porque no saben lo que se pierden. Siempre he sido un hombre de letras, si es que tal cosa existe, o al menos siempre he sido muy curioso, de manera que hubo un tiempo, cuando era joven del todo, en que mis múltiples vocaciones coexistían pacíficamente, se retroalimentaban entre ellas y mantenían el equilibrio, hasta que poco a poco la Medicina, que si la dejas se convierte en un monstruo capaz de devorar todo tu tiempo, se las fue tragando a todas y dejé de escribir. Eso sí, nunca dejé de leer, antes muerto.

Seguí el camino marcado, y me hice primero cardiólogo y luego arritmólogo o electrofilósofo, como les gusta decir jocosamente a los que no entienden muy bien lo que hacemos (siempre he tenido debilidad por las cosas más raras, las que pocos entienden, las causas perdidas de los locos, como Bizancio). En esas estaba cuando, no sé muy bien en qué momento, vuelvo a sentir la pulsión de volver a escribir. No es algo que sucede de un día para otro, sino que va creciendo poco a poco. Tampoco puedo recordar el instante preciso en que decido que va a ser Irene, que cómo es posible que nadie haya reparado en ella antes, que su vida da para una novela, para varias. Empiezo a documentarme y descubro que hay poco escrito sobre ella, menos aún por sus coetáneos; parece que el siglo VIII queda muy lejos, incluso para los bizantinos. No tardo mucho en tener el esquema de la novela en la cabeza, los puntos de anclaje en torno a los que se va a articular el libro, pero todavía no sé cómo voy a contarlo. Hago varias pruebas, hasta que me doy cuenta de que la única forma de hacerlo es en primera persona. Entonces todo empieza a fluir, y de repente resulta que estoy escribiendo un libro, no un cuento ni un relato, como en mi juventud, sino una novela. Qué locura.

"Me travisto en emperatriz bizantina cuando escribo, pero también cuando duermo, o cuando estoy poniendo un marcapasos"

Le paso las primeras páginas a algunos amigos. La gente tiene vidas muy ocupadas, pero algunos responden. Les gusta, mucho. Eso me da el combustible que me falta. Puede que no esté loco después de todo. Poco a poco Irene me va poseyendo, o yo la poseo a ella, me travisto en emperatriz bizantina cuando escribo, pero también cuando duermo, o cuando estoy poniendo un marcapasos y todo va bien y el paciente tiene nombre de emperador y yo se lo digo sin parar de pensar en el momento de volver a casa para ver qué pasa con Irene, cómo va a llegar a donde tiene que llegar, porque hay momentos ineludibles en su vida, como ella misma terminará por darse cuenta. No hay intriga sobre su futuro en un mundo en el que con un click uno puede saber cómo acabará sus días, cuál fue su mayor pecado. El misterio radica en el camino, en su mente y en su alma ya para siempre perdidas y que yo trato de reconstruir con los pocos trozos que han dejado y un poco de mí mismo.

Pasan los días, las semanas. Voy avanzando rápido. Alcanzo el clímax de la novela y sigo intoxicado de ella hasta que pongo fin a su historia y lo dejo estar. Luego, después de un mes, vuelvo a hacer el viaje desde el principio y encuentro a Irene completa, contradictoria pero verosímil, porque no existen los sentimientos puros: siempre hay una mezcla, una amalgama que es imposible deshacer, y la Irene que he construido es así. Me estremece lo real que ha llegado a ser. Los dos lectores que aún me quedan, los fieles e irreductibles, también creen en ella, se han convertido a su fe. La desprecian y la adoran a partes iguales. Parece que, después de todo, el libro funciona.

"Sólo una editorial me responde y me propone pagar para publicarlo, pero no dudo en rechazarlo porque no tengo prisa e Irene se merece algo más."

Envío la novela a algunas editoriales que aceptan manuscritos. Tengo pocas esperanzas porque no soy nadie, ningún editor ha oído hablar de mí, no tengo amigos en el mundillo y la avalancha de manuscritos que reciben sepultará a Irene. Sólo una editorial me responde y me propone pagar para publicarlo, pero no dudo en rechazarlo porque no tengo prisa e Irene se merece algo más; ya han sido demasiados siglos de silencio, de figurar en las antologías de mujeres perversas de la historia sin que nadie se haya molestado en preguntarse el porqué ni el cómo. Las semanas de silencio se suceden y yo espero con paciencia. Se me da bien esperar. No tengo nada que perder y mucho que ganar. Y al final no gano, pero sí que gano en realidad: he enviado el manuscrito al concurso de Edhasa y el premio se lo lleva otro, pero me llaman porque les ha gustado la novela y la quieren publicar. No me lo puedo creer al principio, aunque luego me digo que sí, que está ocurriendo, y poco a poco voy pasando por el ritual desconocido del contrato, las correcciones, la elección de la portada… Lo hago a tientas, porque no sé nada de este mundo y voy aprendiendo sobre la marcha.

"1217 años desde que murió sin que nadie le haga justicia, y justo a alguien se le ocurre la misma idea que a mí"

En ese momento ocurre algo inesperado: se publica otra novela sobre Irene. «No es posible», me digo. 1217 años desde que murió sin que nadie le haga justicia, y justo a alguien se le ocurre la misma idea que a mí. Me asaltan los inevitables temores, paranoicos, del plagio, así que me hago con el libro y lo abro con ansiedad. Lo hojeo con inquietud mientras mis ojos van saltando de línea en línea buscando a Irene como si esperara encontrármela siéndome infiel con otro. Pero no está. Es el mismo personaje histórico, y sin embargo no la reconozco. Su corazón no late como yo lo he sentido latir, sus palabras me resultan extrañas y desconocidas. No es ella, no es mi Irene, así que me quedo tranquilo.

Luego todo va muy rápido. Para cuando me quiero dar cuenta recibo una caja con libros, y está ahí, convertida en páginas de verdad que huelen a libro nuevo. En cuanto sale a la venta, los amigos y conocidos se apresuran a comprarlo. Quedo a cenar con dos de ellos y se ponen a discutir sobre Irene, cada uno con su versión, que sólo es un poco la mía, y me doy cuenta de que ahora es así, que yo ya no rijo su vida, que se ha emancipado y pertenece a los demás, que vive su propia existencia lejos de mí, y a la vez tan cerca. En eso consistía escribir un libro, pienso, en regalárselo a los lectores para que lo hagan suyo. Sólo ahora está verdaderamente acabado. Así que ahí tenéis a Irene, que fue una mujer extraordinaria para lo bueno y para lo malo. Merece la pena conocerla, ya veréis.

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Autor: Álvaro Lozano. Título: Irene de Atenas. Editorial: Edhasa. Venta: Todostuslibros y Amazon

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