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Marina Sanmartín: «Leer sobre el dolor ajeno nos produce un vértigo controlado»

Marina Sanmartín: «Leer sobre el dolor ajeno nos produce un vértigo controlado»

Fotos: Luis Gaspar.

¿Dónde has estado escondida, Marina Sanmartín?, se pregunta Carlos Zanón en la contra de Las manos tan pequeñas, la última novela de la escritora valenciana, que acaba de llegar a las librerías de la mano de Harper Collins.

Tras varios títulos de ficción atravesados por el misterio, la escritora viaja a Tokio para deleitarnos —como es habitual en ella— con un crimen poco corriente: las manos de una famosa bailarina aparecen cortadas en un hueco entre dos edificios. No solamente esas extremidades se sesgarán esa noche, pues las vidas de tres personajes que acaban de cruzarse (Olivia Galván, escritora de novela negra; César Andrade, su marido, catedrático universitario; y Gonzalo Marcos, consejero de la Embajada española en Japón) verán cómo sorprendentemente este crimen que, en apariencia, nada tiene que ver con ellos sesga su rutina abocando sus destinos al incierto transcurso de la investigación policial.

La novela, que toma Tokio como telón de fondo y personaje imprescindible de la trama, avanzará y retrocederá en el tiempo, ofreciendo un esbozo del paisaje personal de Olivia que planteará más preguntas que certezas en el lector.

"Conversamos con la escritora sobre deseo, dolor, placer y crimen y cómo estos ingredientes han alimentado durante años su creación literaria"

Como ya hizo en otras obras —como El jardín de los sospechosos, Informe sobre la víctima o El amor que nos vuelve malvados— Sanmartín evoca en este desconcertante título a maestros del género, convirtiendo esta novela en un explícito y rotundo homenaje a la prosa de Highsmith. La maldad y la inocencia, el deseo y la violencia, el placer y el dolor serán los puntos sobre los que orbita la vida de estos tres personajes durante estos turbulentos días que compartirán en Tokio.

Marina Sanmartín fue periodista antes que escritora, dio clases de creatividad en talleres literarios, enfrentó a centenares de alumnos al pavor de la página en blanco, hoy día colabora con el diario ABC y gestiona uno de los enclaves culturales de Madrid, la librería Cervantes y cía.

Allí nos reunimos con Sanmartín para hablar de Las manos tan pequeñas, destripamos con la escritora algunos largometrajes de Haneke, y Marina desvela a Zenda que para ella escribir es entender la vida. Conversamos con la escritora sobre deseo, dolor, placer y crimen y cómo estos ingredientes han alimentado durante años su creación literaria.

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—Comenzamos la entrevista con la pregunta que se hace Carlos Zanón en la contra: ¿dónde has estado escondida, Marina Sanmartín?

"No estaba escondida en ningún sitio, estaba con las manos arriba gritando para que me viesen"

—La literatura no deja de ser una carrera de fondo, y esta es la quinta novela. Sí que creo que Las manos tan pequeñas es significativamente mejor que las otras cuatro. Creo que esta novela recoge todo el trabajo que he ido haciendo en las cuatro anteriores, que son interesantes precisamente por eso. Pocas cosas hay más interesantes para los que les gusta la literatura que poder ver la evolución de una autora o u autor. En este caso creo que Las manos tan pequeñas entronca directamente con mi segunda novela, El amor que nos vuelve malvados, porque reflexiona —creo además que es uno de los puntos centrales de la historia— sobre qué entendemos por amor, qué no lo es. En ese sentido creo que es una novela bastante complementaria. Un ejercicio que puede gustar es leer El amor nos vuelve malvados y después Las manos tan pequeñas. Pero vamos, que no estaba escondida en ningún sitio, estaba con las manos arriba gritando para que me viesen. Es verdad que creo que con esta novela me están viendo más.

—La protagonista, Olivia, es escritora de novela negra. ¿Cuánto hay de autobiográfico en este título?

—Mucho. Hay mucho autobiográfico por el tema literario. Si el concepto del amor es una parte fundamental de la novela, otra es la reflexión sobre la literatura, la ficción, hasta qué punto la mentira nos ayuda a entender mejor la realidad… En ese sentido, claramente, Olivia Galván se parece mucho a mí. Pero también es verdad que Olivia Galván tiene otras cosas que tienen que ver mucho conmigo: por ejemplo, ese viaje a Tokio yo lo hice. No me encontré unas manos cortadas entre dos edificios, pero fue un viaje que me cambió la vida.

—¿De dónde surge la historia de Las manos tan pequeñas?

—La historia surge fundamentalmente al descubrir los intersticios entre los edificios de Tokio. Esto era algo que yo no había visto en ninguna otra ciudad. No sé si por ejemplo en Lima existirá una protección sísmica como esa. Cuando llegamos a Tokio (primer destino que tuvimos en Japón), salimos a pasear la primera noche, nada más aterrizar, y me llamó muchísimo la atención ese espacio entre los edificios. De un lado de la calle, cada pocos metros, podías ver el otro, aunque el espacio fuera minúsculo (rara vez superaba los 15 cm). La idea no surgió tanto de la imagen de las manos de la bailarina como de las ganas de utilizar ese detalle para una historia de ficción. Y si te digo la verdad, no sabría decirte el momento en que apareció ante mí el personaje de Noriko Aya. Surgió mucho antes el personaje de Olivia Galván. Otra cosa que yo siempre había querido utilizar para una novela era el verso de Cummings. Creo que fue una fusión de la visión del espacio entre los edificios y ese verso de Cummings que yo recurrentemente recupero. Por ejemplo, Hannah y sus hermanas es una película que me gusta mucho. En ella éste es el poema que Michael Caine le dedica a Barbara Hershey la primera vez que le regala un libro, antes de ser amantes. Luego, por muchas razones, en los últimos años ese poema ha vuelto a mi vida. De todo esto surgió la idea, pero fundamentalmente nació de ese paseo por Chiyoda, que es el barrio donde está el Grand Arc Hanzomon (el hotel), y viendo ese espacio entre los edificios. Un espacio que al principio no sabía lo que era, tuve que descubrirlo.

"El dolor ajeno nos fascina, en parte, porque nos hace pensar que no lo estamos sufriendo nosotros mismos"

—“Siempre me he sentido atraída por el sufrimiento de los demás”, dice Olivia. ¿Qué tiene el dolor que nos fascina tanto?

—El dolor ajeno nos fascina, en parte, porque nos hace pensar que no lo estamos sufriendo nosotros mismos. Es una cuestión muy egoísta, pero me da la sensación de que siempre que vemos sufrir al otro es una constatación de que nosotros estamos a salvo. Por otro lado, es como cuando nos acercamos a un acantilado o estamos en una azotea y, aunque no vayamos a hacerlo, inevitablemente pensamos en saltar. El domingo pusieron Vértigo en Telemadrid, y veía a James Stewart con ese pánico a las alturas, pero, al mismo tiempo, es miedo porque nos atrae. Pensamos todo el rato “¿qué pasaría si…?”. Leer sobre el dolor ajeno nos produce esa sensación, esa especie de mariposa en el estómago, ese vértigo controlado, porque estamos sufriendo, pero sabemos que en el fondo no es verdad.

—Es lo que hace en todas sus novelas.

"¿Dónde hemos dejado ese concepto de amor de la tragedia griega, de la tragedia de Shakespeare? ¿Por qué necesitamos vaciar la palabra amor de todas sus connotaciones negativas?"

—Esta novela es, también, una reflexión sobre el placer. En ella se dice una frase que siempre tengo en mente: “Tendemos a asociar el placer con la diversión, y no siempre va asociado a la diversión: hay muchos tipos de placer”. Yo tenía una amiga en la facultad —es una cosa que se me quedó grabada— que un día vino a clase fuera de juego. Nos contó que, a mediodía, antes de salir de casa, se había cortado las uñas y, al empezar, no había podido evitar seguir cortando hasta casi llegar a hacerse daño. Estaba asombrada porque había sido un ejercicio que tuvo que parar. Le estaba produciendo cierto placer el hecho de llegar a la cutícula. ¿Por qué hacemos estas cosas tan absurdas? La cuestión es que las hacemos, y las hacemos más de lo que parece.

Foto: Luis Gaspar.

—Enseguida pensé en La pianista, de Haneke, que supongo habrá visto.

—Sí. Me gusta La pianista y me gusta Haneke en general. La pianista es además una novela de Jelinek, premio Nobel, que también leí. Me interesaba mucho en su momento por esa forma que tiene Elfriede Jelinek de abordar el deseo (tiene, de hecho, una novela titulada Deseo). Me sentía algo identificada con eso. Durante estos últimos años en los que lo políticamente correcto se ha extendido tanto, nos resulta tan fácil y estamos a la que salta para buscarle connotaciones a todo. El otro día leí un tuit —de alguien que me merece bastante crédito— que decía: “Si te hace daño, o si sufres por ello, no es amor”. Yo pensaba: ¿no es amor, o es que nos hemos empeñado en entender el amor como algo edulcorado que solo nos puede reportar cosas buenas y un poco moñas? ¿Dónde hemos dejado ese concepto de amor de la tragedia griega, de la tragedia de Shakespeare? ¿Por qué necesitamos vaciar la palabra «amor» de todas sus connotaciones negativas? ¿Nos da miedo? ¿O es que no queremos verlas? No. Es que el amor también se puede torcer. Creo que es una cosa tremendamente volátil, que hoy es normal y mañana puede ser una tormenta. Por eso me gusta Haneke. La película Amor me parece maravillosa porque llevada al límite nos podríamos plantear: ¿que él la asfixie con la almohada es amor? ¿Es desesperación? ¿En el momento en que la asfixia con la almohada ya no la quiere? ¿O eso sigue siendo amor? Eso es lo que me interesa.

"La película Amor me parece maravillosa porque llevada al límite nos podríamos plantear: ¿que él la asfixie con la almohada es amor?"

—¿Comparte usted ese gusto (sentirse fascinada por el dolor ajeno) con Olivia?

—Me llama mucho la atención el dolor ajeno y, sobre todo, me llama mucho la atención —ya lo hemos hablado tú y yo— el hecho de que alguien pueda ejercerlo. No tanto el que lo sufre como el que lo ejerce, el que hace daño al otro. Creo que preferimos creernos que esa persona nunca podremos ser nosotros, y en realidad pienso que es más fácil de lo que parece que nosotros lleguemos a hacerle daño a alguien. Creo que leer sobre eso es una manera de mantenerse a salvo, como de prevenir.

—Este narrador en primera persona que utiliza a veces se muestra como un observador-testigo muy poco fiable.

—Exacto.

—Nos introduce en un thriller que es la historia, además, de una traición. ¿Quería que dudásemos en todo momento de Olivia?

"Es una novela un poco tramposa, yo creo, pero no tanto como El asesinato de Roger Ackroyd. Creo que es tramposa en el sentido que tú decías antes, que puedes creerte o no el final"

—Mi intención era que, cuando la novela terminase, cada uno de los personajes tuviera una composición de la historia distinta, que es efectivamente lo que pasa. Cuando salimos del libro sabemos que la verdad de César es una —porque nadie le va a convencer de lo contrario—, que la verdad de Hideki es otra, que la verdad de Olivia es otra… y el lector creo que se acerca mucho al personaje de Gonzalo Marcos, que es un personaje muy frío porque es un personaje que no sabe qué creer. Espero que eso sea lo que le pase al lector. La gente ya ha leído la novela, cada vez tengo más feedback, y estoy recibiendo muchas opiniones. La verdad es que yo no sé lo que pasa. Yo soy la voz de Olivia, pero no estoy en la mente de Olivia, entonces… [Marina deja de hablar, está a punto de desvelar un giro importante de la trama] ¡Bueno! Tampoco es algo que me preocupe. Esto es también un ejercicio de cómo la realidad en el fondo es inaprensible, y por eso está contada en primera persona. Creo que la verdad sólo se puede contar en primera persona, porque hay tantas verdades como individuos. Por eso la novela es como una confesión.

—Hablemos ahora de los referentes de la novela. El más obvio, quizá, El asesinato de Roger Ackroyd, de Agatha Christie. ¿Qué otros referentes hay?

—Conscientes ninguno. Es una novela un poco tramposa, yo creo, pero no tanto como El asesinato de Roger Ackroyd. Creo que es tramposa en el sentido que tú decías antes, que puedes creerte o no el final. Pero, en realidad, lo que ella cuenta podía haber sucedido. A posteriori, viendo la novela desde fuera, yo creo que Olivia tiene mucho en común con Tom Ripley, pero sin llegar a serlo, porque Patricia Highsmith nos describe muy claramente cómo es Tom Ripley, y nosotros, en Las manos tan pequeñas, solo podemos imaginarnos cómo es Olivia. De hecho, tenemos que confiar en que ella se está describiendo tal y como es. Pero, claramente, viéndolo desde fuera y con cierta distancia, mi referente más claro es Tom Ripley.

—¿Qué van a encontrar los lectores que se adentren en esta novela?

"Hay muchas novelas en las que el escritor recurre a la metaliteratura. Yo en casi todas mis novelas lo hago"

—Van a encontrar una descripción peculiar del deseo, creo que bastante honesta, que hoy en día no es fácil de encontrar. Van a hacer un recorrido por Tokio. Creo que lo que yo sentí mientras recorría Tokio está aquí. Es un recorrido atípico porque, aunque es verdad que hay lugares imprescindibles en la ciudad, hay otros que no lo son tanto y Olivia recorre la ciudad de la mano de alguien que vive allí. Entonces sí que la lleva a ciertos sitios más característicos (y más de guía turística) y a otros que no lo son. Y van a encontrar una trama policiaca bastante adictiva que al final no deja de sorprender un poco.

—Esta mezcla de ficción con retazos de una lección de escritura… ¡me recuerda mucho a Joël Dicker!

—A la última, sobre todo, a El enigma de la habitación 622, que creo que ha sido una novela en la que Dicker se ha puesto contra las cuerdas. Pero también nos puede recordar a muchas más cosas. El protagonista de El enigma de la habitación 622 es un escritor y aquí es una escritora. Hay muchas novelas en las que el escritor recurre a la metaliteratura. Yo en casi todas mis novelas lo hago. De hecho, en El amor que nos vuelve malvados uno de los personajes, que es incapaz de comunicarse con el otro, solo lo hace dejándole las grandes lecturas de su vida cerca para que, de esa manera, comparta algo con él. Me parecía algo muy interesante: la posibilidad de comunicarse a través de las grandes obras de la literatura. Aquí no. Aquí es la reflexión sobre la propia creación literaria, que es algo que obsesiona a Olivia.

—También me ha gustado mucho la interpelación directa que hace la narradora a Gonzalo. Cuando cambia de primera a segunda persona, en cierto modo está interpelando al lector.

—Está en cierto modo interpelando directamente al lector, pero también es verdad que toda novela es una carta, y esta novela está escrita para alguien. Una carta yo creo que es más sólida si se escribe de tú a tú. Claro que uno se puede dirigir al “nos”. El Papa habla al “nos” y se dirige al pueblo. Pero yo soy una escritora y me dirijo a alguien en concreto, por eso le hablo a un tú. No pienso en el lector de forma abstracta. Cuando escribí esta novela pensaba en alguien de forma concreta. Pensé que era la única forma de que esa confesión resultase creíble (¡sin haber matado a nadie!).

—¿Qué hace diferente a Las manos tan pequeñas dentro de su género?

"Mis novelas van siempre asociadas a una experiencia de vida. Aunque yo viajé a Japón en octubre de 2018, Japón se vino conmigo"

—En este caso el género es una excusa, que es algo que muchos escritores de novela policíaca dicen. Pero sí que creo que esta novela, más que una novela policíaca al uso es literalmente el estudio de la escena de crimen. Hay una novela que he leído hace poco (de May Wilson, publicada por Firmamento) que es, a la enésima potencia, lo que yo he hecho sin proponérmelo. Las manos tan pequeñas es el estudio de la escena de un crimen. Ellos constantemente están volviendo a ese punto. En realidad, la acción de la novela es muy corta, se alarga porque nos cuentan sus trayectos por Japón, Olivia recuerda su pasado… pero el núcleo de la novela es ese asesinato en los Jardines de Hamarikyu y exactamente qué pasó allí.

—¿Por qué ha tardado tanto desde su último texto de ficción?

—Porque estaba viviendo este. Mis novelas van siempre asociadas a una experiencia de vida. Aunque yo viajé a Japón en octubre de 2018, Japón se vino conmigo. Me resulta curioso porque soy capaz de terminar las novelas antes de terminar las historias. Cuando la historia se terminó, terminé Las manos tan pequeñas.

—Cuéntenos, si puede, cuáles son sus próximos proyectos literarios.

—No puedo. Estoy disfrutando mucho de la escritura de un ensayo del que espero poder contar algo más pronto.

—¿Por qué escribe Marina Sanmartín?

—Esto se lo escuché a José Ovejero, que supongo que lo habrá dicho mucha más gente: yo escribo porque a través de la ficción puedo comprender mejor la realidad. Ese es mi motor fundamental. Cuando hay algo en la realidad que me impacta, que trastoca mi vida, necesito escribir para poder jugar con ello. Creo que la ficción nos permite desmontar la realidad, montarla de una manera diferente, utilizar todos los factores que intervienen en ella para deconstruirlos o ponerlos en un orden distinto y entenderlos mejor. Me preguntabas antes que por qué tardé tanto en escribir Las manos tan pequeñas. Probablemente porque lo que ha hecho que la escriba es algo que me ha afectado mucho más que otras cosas que me han llevado a escribir antes. Creo que la experiencia de vida mía que hay detrás de Las manos tan pequeñas es mucho más potente y traumática (para bien), me ha cambiado más, que lo que me ha hecho escribir otras historias. Por eso he necesitado más tiempo para asimilarlo, y para ser sincera conmigo. Cada vez estoy más convencida de que un autor tiene que ser sincero consigo mismo para poder escribir buena literatura, ser honesto. Y eso no es tan fácil.

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Autora: Marina Sanmartín. Título: Las manos tan pequeñas. Editorial: HarperCollins. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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Pepehillo
Pepehillo
1 año hace

Los papas no se dirigían al ‘nos’, usaban el plural mayestático; los autores de una obra literaria o científica usan el plural de autor, que es más elegante que usar el ‘yo’; y también hay un plural coloquial («¿Cómo está usted?» «Bien, aquí estamos»). El sujeto y el sentido es muy diferente en cada caso. De este modo, se entiende como una licencia el uso de plural del titular, que nos incluye a todos, aunque no hay que darse por aludido, porque no a todos nos gusta leer sobre el dolor ajeno, ni siquiera la novela negra, tan de moda hoy.