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Marta del Riego Anta: «Las mujeres de mis novelas están en plena rebelión»

Marta del Riego Anta: «Las mujeres de mis novelas están en plena rebelión»

Existen autores que juegan con elementos de su recorrido vital, dan nueva vida a anécdotas o vivencias, nueva luz a relaciones que quedaron sin cuajar; hay autores que navegan por procelosos cauces de destino incierto, que se enfangan en historias novedosas que dinamitan esquemas precedentes, que consiguen hacer volar la imaginación de sus lectores; hay autores, también, que a medio camino entre los dos anteriores, se empeñan en sacar brillo a las cosas que están rotas. Marta del Riego Anta comenzó a pulir una historia hace cuatro años. Esta historia, enraizada en su vida personal, se rompió en los comienzos de su escritura. Este volantazo inesperado sacó a la autora de su trayectoria y la condujo por otros derroteros.

Marta del Riego retomó la historia, recondujo sus palabras a ese sendero que, hecho trizas, amenazaba con romperse para siempre. Encaminó esta historia (jaro del Noroeste, AdN 2020) y le dio una nueva luz. Se afanó en pulir una trama que se enredaba de manera abrupta con su vida personal y profesional, que aportaba nuevos significados a sus relaciones familiares. jaros del Noroeste es una novela que transita por el mismo cauce vital que su autora: del dolor a la esperanza, del desamor al entendimiento, del vacío a la nueva vida. La novela jaros del Noroeste, que llega ahora a las librerías, es el fruto de cuatro años de trabajo literario, es la historia de una mujer, Icia, que de joven abandonó la estirpe de las chicas que cumplían con el guion de futuro escrito para ellas. Es la historia de un regreso y de tratar de encontrar, en quienes fuimos, la esencia de lo que hoy somos.

En jaros del Noroeste hay violencia y deseo, hay sueños por cumplir y la voluntad férrea de tomar las riendas del presente y el futuro. La novela se escribió durante cuatro años de incendios. Hablamos con Marta del Riego Anta sobre este título, sobre decisiones vitales y el regreso a la naturaleza, sobre uvas muy especiales y sueños de la infancia, sobre cómo palabras y vino ayudaron a apagar el fuego. Desvelamos con la autora cómo se cuida la tierra para que dé sus frutos y cómo trabajar, con tiempo y mesura, un texto hasta que la vendimia de palabras nos descubra una novela. Nos revela Marta del Riego Anta el camino de regreso a casa que emprendió Icia después de años de vivir contrariándose a sí misma.

—Esta novela es una vuelta a la naturaleza, un homenaje a la vida más sencilla, al placer de trabajar lo tangible. ¿Por qué necesita Icia, la protagonista de jaro del Noroeste, este regreso a lo rural?

"Piensa que la autenticidad está ahí: en el regreso a la naturaleza, a la tierra"

—Ella estudió en Madrid, pone muchísimo empeño en el trabajo que está haciendo: le dedica muchas horas, fines de semana, su tiempo libre… Le gusta su trabajo, está volcada en él. Resulta que la empresa en la que trabaja la acaba despidiendo, y entonces se da cuenta de que toda esa dedicación no ha servido para nada. Es una empresa privada que, de repente, prescinde de un trabajador, y da igual el tiempo que le hayas dedicado. En su parte afectiva tiene una pareja, que es más bien un amante: se ven a salto de mata, porque él vive con su mujer (aunque se supone que están separados) y siguen compartiendo piso. Icia ha ido posponiendo la maternidad porque quería trabajar y quería triunfar en su trabajo, y llega un momento en que está en una disyuntiva: de repente le llega el momento de querer tener hijos y no puede. Se mete en una serie de tratamientos de fertilidad que la dejan exhausta. Un día, cuando la despiden de su trabajo, piensa que su vida no es real: su vida es trabajar para una empresa que no es ella, que la explota, una empresa a la que ha dedicado muchas horas, tiene un amante que tiene una mujer rondando… Se da cuenta de que es todo falso, su vida es falsa, no tiene entidad. Piensa que si vuelve a su tierra y se dedica a trabajar la tierra, a trabajar las viñas, eso es algo que tiene una consistencia. Además, en estos momentos (aunque la novela la empecé hace cuatro años) en los que todo lo que no sea virtual es como que no existe, esto tiene muchísimo valor. No es una novela que tenga moraleja, pero sí que sientes que lo que tú puedes hacer con tus manos, o lo que crece del suelo, por lo menos es algo consistente, no se va a volatilizar. Icia siente que ahí tiene unas raíces, que puede poner el pie en la tierra y no vivir en un mundo incierto en el que todo parece falso. Piensa que la autenticidad está ahí: en el regreso a la naturaleza, a la tierra.

—Icia vuelve a su pueblo para volver a dar vida a las viñas familiares. En una reunión se encuentra con la negativa local a montar una cooperativa. ¿Son los hombres de la región los enemigos de Icia?

—Claro, el mundo del vino hasta ahora ha estado dominado por los hombres. Es verdad que ahora las mujeres están abriendo camino: hay muchísimas enólogas, incluso hay dueñas de bodegas. Pero sigue siendo una minoría. Ella vuelve y se da cuenta de que, en lo que tiene que ver con el mundo agrícola, las mujeres están en minoría. Se tiene que enfrentar con todos los prejuicios y, digamos, el desprecio de los hombres por ser mujer y además por ser más joven, de otra generación, y por venir con ideas nuevas. Yo soy de pueblo y lo sé. Es verdad que la gente del campo tiene una mentalidad muy tradicional y a veces es muy difícil romperla. Icia se enfrenta a todo eso: a los prejuicios por ser mujer, a los prejuicios por querer innovar.

—¿Contra qué o quiénes se enfrenta la protagonista?

"Ella se ha ido fuera, ha estado fuera muchos años. Entonces la pregunta es: ¿y tú para que vuelves aquí?"

—Aparte de enfrentarse a todo ese mundo de viticultores que la rodean y que no creen en su proyecto (Icia quiere hacer un vino lo más natural posible, ecológico, sin utilizar productos fitosanitarios en la tierra. Eso es una revolución que ya han superado muchísimos viñedos, pero en ciertas zonas todavía va contra lo establecido), también se enfrenta contra su familia, porque es una familia muy peculiar. Ella se ha ido fuera, ha estado fuera muchos años. Entonces la pregunta es: «¿Y tú para que vuelves aquí?, ¿qué quieres?, ¿qué buscas?» Porque aquí no tienes futuro. Esta tierra está vacía. No tiene sentido que vuelvas». Los padres le ponen zancadillas, no creen en ella, no creen en su proyecto.

—La novela está narrada en primera persona con la voz de Icia. Con mucha frecuencia, Icia muestra sus pensamientos: íntimos, socarrones ¿Por qué ha dejado tan desnuda al personaje frente al lector? ¿No le da miedo que sufra a la intemperie?

—Esa es una buena pregunta [risas]. Ahondo mucho en la psicología de los personajes, de mis protagonistas. Mis novelas tienen mucha acción, sin embargo, en realidad lo más importante no es la acción sino el interior de los personajes. Esto está contado en primera persona, ¡además en presente! Se dice que el presente es muy poco literario. Ha sido un juego para mí sacar el mayor jugo posible al presente, y además en primera persona. Creo que el punto de la novela, la gracia, es que esa protagonista esté tan desnuda —lo que dices tú— que veamos todo el rato lo que está sintiendo, y además Icia tiene ese mundo interior tan controvertido y tan en lucha constante consigo misma y con lo que sucede alrededor… Sobre todo porque es un personaje auténtico, no hay nada falso en ella, por eso no le gustaba su vida en la ciudad, y por eso quiere volver al campo.

—El entorno del pueblo, el paisaje en el que se mueven los personajes, ¿qué papel juega dentro de la novela?

"El paisaje le da un tono a la novela, le da un tono místico: por donde pasa el antiguo camino de Santiago hay también leyendas de los aparecidos, de las piedras que suplen el alma de los muertos"

—La verdad es que el paisaje es muy importante en todas mis novelas. Como decía Joyce Carol Oates, una gran escritora que admiro, los paisajes a veces le dan la historia. A mí me pasa un poco igual: veo un paisaje y se me ocurre una historia en torno a ese paisaje. Es verdad que León es una provincia muy escenográfica y tiene unos paisajes desde las montañas del embalse de Barrios de Luna con esas rocas que tiene alrededor y la montaña del Teleno… El paisaje le da un tono a la novela, le da un tono místico: por donde pasa el antiguo camino de Santiago hay también leyendas de los aparecidos, de las piedras que suplen el alma de los muertos, o el Teleno, que es un monte mítico. De pequeña veía esa montaña, desde donde mirase estaba esa montaña, el Teleno. El Teleno tiene resonancias místicas, es un monte sagrado para los celtas, para los prerromanos… Todo ese poso que yo tengo de lo que he escuchado en mi infancia lo veo también reflejado en el paisaje, y por eso los personajes tienen a veces esas dobles vidas, como “la abuelastra”, que tiene un matiz casi de bruja. El noroeste está al lado de Galicia, de Asturias, de Zamora, de Portugal. Es una zona que se presta mucho a las leyendas.

—¿Cree que de alguna manera este paisaje agreste, rural, condiciona el comportamiento de los personajes?

—Sí, totalmente. De los personajes y de la gente que vive allí ahora. El paisaje creo que condiciona muchísimo. En Castilla, hablando de Miguel Delibes, los personajes de sus novelas (secos o cortantes) son como esa tierra resquebrajada de Castilla. Y este paisaje, aunque es el sur de León, tiene estos personajes que son un poco oscuros. Tienen muchas facetas, tienen lados por donde no da el sol. Totalmente de acuerdo: el paisaje marca y marca mucho a estos personajes. Por ejemplo, está el militar. Su madre es de la montaña, siempre está con la diferencia entre la gente del llano y de la montaña. Y los de la montaña, no sé por qué razón, tienen los ojos azules. Y son diferentes, mucho más callados.

"Es como un derrotismo: te preparamos para irte fuera, para emigrar. Ahora nos estamos dando cuenta de que eso es un gran error, un error garrafal"

—¿Es esta vuelta a casa una llamada de auxilio o una rebelión?

—Creo que es una rebelión contra esa madre que tiene tan peculiar, que los ha echado de casa porque no les ha dado cariño. Ella vuelve otra vez, se planta allí y dice «aquí estoy, voy a seguir con la herencia de mis antepasados. ¿Por qué me tengo que ir a la ciudad si no me gusta? ¿Por qué tengo que dejar esto si es en realidad lo que me gusta? Lo que pasa que he tardado muchos años en darme cuenta de que lo que yo quiero es vivir en esta tierra y morir en esta tierra. Quiero trabajar la tierra con mis manos». Es un poco también esta España rural, de la que hablamos todo el rato, que expulsa a la gente. Yo desde niña sabía que me tenía que ir fuera de mi pueblo. Era una cosa que no me habían dicho con esas palabras, pero flotaba en el aire ese convencimiento de que aquí no tienes futuro, esto se muere, te tienes que ir a estudiar fuera. Esa obsesión de todos los agricultores de mandar a sus hijos a estudiar, y a estudiar fuera, y no que se queden a trabajar la tierra me parece una pena, porque conozco a mucha gente que se hubiera quedado con muchísimo gusto. Es como un derrotismo: te preparamos para irte fuera, para emigrar. Ahora nos estamos dando cuenta de que eso es un gran error, un error garrafal. Con todo lo que está pasando ahora se vive mucho mejor en el campo que en la ciudad. Lo que pasa que en el campo la gente no tiene incentivos laborales, no tienen trabajo, por eso se van fuera. Ese es también el sentimiento de la protagonista. Ella sabía que se iba a tener que ir fuera a vivir, pero se da cuenta de que lo que quiere es volver allí.

—En la novela Sendero de frío y amor ya ubicó la trama en parajes de León. ¿Qué tiene ese entorno que lo hace tan novelable?

—Por un lado, es mi tierra. Entiendo que la literatura nace de la infancia, de los recuerdos de tu infancia y o bien escribes cosas que huyen de eso, o todo lo contrario. Siempre hay una vuelta o un retorno y sabes todas las claves, sabes cómo actúa la gente. Es verdad que es una provincia que ha dado muchísimos escritores, desde Julio Llamazares a Luis Mateo Díez, pasando por Noemí Sabugal y Antonio Colinas. León tiene una escenografía espectacular que se presta a las historias. Además estamos en ese cruce de caminos en el norte. Luego hay zonas como La Cabrera, que es una zona muy deprimida con pueblos casi abandonados. Desde niña iba a ver pueblos en los que vivían cinco, pueblos con casas caídas. Todo eso estimula la imaginación.

—¿Cómo es Icia? ¿Cómo son las mujeres de las novelas de Marta del Riego Anta?

—Son mujeres que están en plena rebelión contra todo [risas]. Nunca encuentran su espacio. Es verdad que están en la ciudad y nunca están a gusto del todo, siempre tienen una nostalgia de la tierra. Son mujeres —no te diría feministas porque no es que sea una novela feminista— que van contracorriente. No llevan vidas normales (¿qué es la normalidad?), no tienen la vida habitual de mujer casada con niños. Son mujeres que no tienen pareja, no porque no quieran (no sé por qué no encuentran alguien que encaje con ellas). Tienen intereses laborales, posponen la maternidad. Son mujeres muy libres en el amor, conocen hombres, tienen amantes. Son mujeres que se creen débiles, pero en el fondo son mujeres muy fuertes: al final acaba triunfando su fuerza de voluntad.

"Mi padre fue inspirador para la novela porque desde niña me llevaba por ahí, recorríamos la provincia, dábamos paseos, hablábamos con los agricultores"

]—Dijo hace poco en La Nueva Crónica: Escribir jaro del Noroeste fue un proceso muy largo y retorcido”. ¿Cómo fueron estos cuatro años de escritura? ¿Puede contárnoslos?

—La verdad es que me ha pasado de todo durante la escritura del libro. Cuando empecé a escribirlo era periodista en una revista. A los no sé cuántos meses de empezarlo me quedé sin trabajo. Ese fue el primer shock. Tardé en encontrar trabajo. De repente es como que pierdes pie, toda tu vida está ahí: un buen trabajo y un buen sueldo, relaciones laborales que tienen que ver con tu trabajo… Crees que estás en el centro del mundo y de repente no eres nadie. Te quedas sin trabajo y no eres nadie. Luego mi padre enfermó. Mi padre fue inspirador para la novela porque desde niña me llevaba por ahí: recorríamos la provincia, dábamos paseos, hablábamos con los agricultores… Él es hijo de labradores, aunque estudió una carrera (fue el primero de su familia que estudió una carrera), y montó una granja de ovejas. Yo pasaba allí todos los fines de semana de adolescente hasta que me fui a Madrid, que fue cuando la vendió. La verdad es que él fue inspirador. El padre de la protagonista está inspirado en mi padre. Se murió mi padre y yo no podía seguir escribiendo esta novela. Me quedé bloqueada, así que escribí un libro con mi hermano sobre fútbol [La Biblia blanca: Historia sagrada del Real Madrid, editorial Corner, 2018, escrito con Ángel del Riego]. Fue una manera para los dos de olvidarnos un poco de lo que estaba sucediendo: de los últimos meses de mi padre, de su enfermedad, de la muerte. Escribimos un libro sobre fútbol. Luego pensé en la novela, en que llevaba mucho tiempo invertido en ella y que tenía que retomarla. La retomé y me costó muchísimo. Cuando la estaba revisando llegó el Coronavirus, así que me fui a mi pueblo, a La Bañeza, un 11 de marzo que se interrumpieron las clases en el colegio. Cogí a mi hijo y dije: «Aquí no me quedo, encerrada en Madrid». He estado en mi pueblo seis meses, y he vuelto ahora, a mediados de septiembre. Allí la acabé. Ya la tenía más o menos terminada, pero suelo revisar muchísimo: hice una última revisión y cambié cosas del final. Pensé que todo esto era premonitorio: es una novela en la que a la protagonista la echan del trabajo. ¡Pum! A los seis meses me echan del trabajo. La protagonista vuelve a su tierra. ¡Pum! De repente yo vuelvo y estoy seis meses en mi tierra. Desde que me había ido no había pasado tanto tiempo allí. Ya me da miedo la próxima novela que escriba, me da miedo empezarla [risas].

El magma que subyace en su novela es la maternidad. El personaje de Icia desea ser madre y no lo ha conseguido. ¿Se puede echar de menos lo que no se ha tenido? ¿Cómo llegó a ponerse en la piel de una mujer marcada por esta ausencia?

—Es verdad que cuando una persona escribe siempre hurga en su vida, en sus sentimientos, y no es que escribas novelas autobiográficas, pero sí que utilizas ese material que tienes, que eres tú, y lo magnificas, lo distorsionas… Como la protagonista, yo también he intentado ser madre muy tarde. Yo no quise serlo hasta los 40 años, y ya era muy tarde. He vivido todo ese proceso de intentar ser madre, y fue durísimo. Eso está ahí reflejado. Tengo muchas amigas alrededor a las que les gustaba muchísimo su trabajo de periodistas y han ido posponiendo el momento de ser madres porque están contentas: trabajan y no paran, hacen vida social, eventos, viajan… y de repente, a los 40 años dices: «¿Qué hago viviendo a los 40 años como si tuviera 30? Ahora quiero cambiar». Resulta que intentas ser madre y es muy difícil. Muchas no lo han conseguido. Tengo muchas amigas que son madres solteras y otras que no tienen hijos. Es una cosa que yo he vivido y que además la veo mi alrededor.

En esta novela hay varios tipos de violencia, la que procede del entorno rural (hay un suicidio, y tiempo después los lugareños no aceptan el emprendimiento de Icia); también hay una violencia cuando su familia no acepta que vuelva (como tampoco aceptó a su pareja, el señor X), y una violencia sexual que aparece y sorprende a la protagonistaen La Salgada. ¿Estamos hechos de violencia?

"La violencia sexual es algo con lo que la protagonista sufre un choque. Por un lado, ella disfruta, por otro, se siente mal por disfrutar, se siente como malvada"

—Creo que la violencia está dentro de nosotros, desgraciadamente. Creo que todo el mundo tiene una parte violenta que, a veces, no sale a la luz hasta llegar a situaciones extremas: gente que parece muy pacífica te podría sorprender en un momento dado. Creo que existe una parte violenta en el ser humano, que también llevaremos en los genes: luchar por la supervivencia. De los suicidios se habla muy poco. En mi tierra no es que haya más suicidios, pero he oído hablar de ellos todo el rato. A lo mejor en una ciudad grande eso se diluye. Si estás en un pueblo no solamente escuchas hablar de que Fulanito se colgó. Aparte, allí los agricultores siempre usan métodos muy violentos. Para suicidarse nadie se toma una pastilla: se pegan un tiro con una escopeta de caza, una que se tiró al pozo, la gente se ahorca, se cuelga del granero, del pajar… Eso yo lo he oído muchas veces, incluso gente de mi familia lejana (que estaban, a lo mejor, un poco tarados). En una ciudad, ¿quién sabe hacer un nudo? La violencia sexual es algo con lo que la protagonista sufre un choque. Por un lado ella disfruta, por otro se siente mal por disfrutar, se siente como malvada. No llega a ser tampoco un maltrato, pero está en el borde. Icia se siente confusa con ese hombre, no sabe muy bien lo que sucede, si le gusta o no le gusta. Icia tiene un problema con el amor porque su madre no supo darle amor. Mi madre se murió cuando yo tenía 13 años. La figura de la madre es muy difícil de reemplazar. Todas las personas que conozco que no tienen madre (que su madre murió, por ejemplo, durante su adolescencia…) lo noto al minuto. Hay algo que chirría en la forma de expresar el amor. Los padres no saben expresarlo, o por lo menos los padres de antes, porque ahora los hombres han cambiado mucho. Los padres no sabían expresar ese amor que solo sabía expresar la madre. Hablo de caricias, de exteriorizar el amor. Esa falta de amor que tiene Icia la deja a la intemperie con respecto al amor de pareja, porque no sabe muy bien cómo reaccionar, no sabe si está dando mucho o poco, si le dan a ella mucho o poco, si tiene que exigir más o no, o si está exigiendo demasiado. No sabe medir el amor, y esto viene por su madre, por esa madre que no ha sabido darle el amor. Y no solo eso, sino que su madre les ha impuesto una forma de comunicarse entre ellos en la que todo tiene que ser racional y cuadriculado, una forma en la que no hay lugar para los sentimientos. A Icia le falta esa educación amorosa, y por eso le cuesta tanto encontrar pareja y le cuesta discernir, de entre estos hombres que la rodean, quién es el que de verdad la quiere.

Los viñedos de la familia producen una uva muy característica. ¿Qué papel juega el vino, la viticultura, en su novela?

"Me gusta muchísimo el vino, me gusta muchísimo toda la cultura del vino, no solo la bodega, sino la cultura del trabajo de la viña"

—La novela nace de esos paisajes de León. Yo quería contar una historia que sucediera en distintos paisajes de León y también en los paisajes de las viñas en mi pueblo. En La Bañeza había una pequeña industria vitivinícola en los años 20 y 30 sobre la que se escribió una novela que se llama El vendimiario. Esta novela es muy antropológica y habla mucho de la vendimia. Trata de un señorito que vive en Madrid y vuelve al pueblo en plena vendimia. Cuenta lo que ve y tiene un rollo con una campesina de las que trabajan recogiendo la uva. Es muy curioso porque esta familia, los Mena, tenían una casa que sigue en pie, y es una casa que sale en mi novela. Está medio abandonada. Hay en La Bañeza una zona de ruinas y casas abandonadas, donde las bodegas parecen iglús. Todo eso quería revivirlo en mi novela. Allí la uva más característica era la mencía y la prieto picudo (que solo se da en León y algo en Zamora). La prieto picudo es una uva de la que se hablaba mucho en mi casa. Es muy pequeña, muy apretada, picudita. Mis abuelos tenían viñas y la prieto picudo era una uva muy, muy complicada porque daba una producción muy pequeña. Solamente la podía vendimiar mi abuelo, nadie más la podía tocar y se usaba para madrear (la echaban al vino en racimos enteros, con raspón y todo, y lo dejaban fermentando). Es una cosa que solo se hace en León prácticamente. Con ella se hacían unos vinos rosados que eran casi tintos, ¡el clarete de prieto picudo! Cuando empecé a pensar en escribir esta novela y ambientarla en el mundo del vino hablé con Pepe Peñín, de la Guía Peñín, que es de la zona. Él sabe muchísimo, es una enciclopedia andante. Tuve con él conversaciones maravillosas: sobre el vino, la uva, cómo era el vino antes, cómo ha cambiado todo… Me gusta muchísimo el vino, me gusta muchísimo toda la cultura del vino, no solo la bodega, sino la cultura del trabajo de la viña. He conocido una pequeña revitalización de la zona: unos chicos que hacen un análisis del ADN del suelo de los viñedos, han inventado un sistema que desvela qué microbios tiene el suelo. Con esto pueden prevenir las plagas y evitar el uso de productos fitosanitarios. El mundo del vino es muy importante en la novela porque la protagonista va a La Rioja, a la Ribera del Duero, a las Rías Baixas; también está todo un mundo de los sentidos. El vino tiene que ver mucho con los sentidos, con el olfato, con el gusto, el color… He intentado reflejar el mundo del olfato y del gusto en el vino, que es algo maravilloso, porque es muy poético. Si escuchas a gente como Pepe Peñín, o a grandes enólogos, cómo describen los olores y los sabores de un vino… ¡Es increíble! No se repiten nunca y sacan cosas muy literarias, muy poéticas.

En esta novela todos los personajes tratan, en algún momento, de curar sus heridas. ¿Cree usted que la literatura nos sana?

—La literatura más que una aspirina es una copa de vino. La literatura la disfrutas y a la vez te embriaga un poco.

Si no lo hace la literatura, ¿qué nos sana?

—En estos momentos que estamos viviendo ahora, que todo son malas noticias, piensas: «Bueno, siempre nos va a quedar la cultura, siempre nos va a quedar el arte, siempre nos va a quedar la literatura; el ser capaz de sentarme —aunque esté encerrada— a leer un libro que me transporte lejos, puedo vivir mundos que son imposibles, que antes eran imposibles y ahora aún más». La literatura es una vía de escape, una forma de vivir muchas vidas.

—¿Para qué sirve escribir?

"He estado pensando hacer una especie de híbrido entre mi vida, la vida de mi madre y de mi abuela"

—Escribir es muy sanador. Tengo un momento sagrado de escritura por las mañanas, tras levantarme, antes de ir a trabajar, antes de que mi hijo se levante. Es un momento de escritura que no perdono, aunque me acueste muy tarde. Es un momento de paz, de concentración absoluta, de evasión, de pensar que estás creando algo bello y lo haces con el convencimiento de que estás haciendo lo que merece la pena.

—¿Qué otras historias le quedan por contar a Marta del Riego?

—Muchas, la verdad [risas]. Estoy escribiendo poesía, porque, claro, después de este novelón necesitaba cambiar. Necesitaba hacer un corte, como cuando escribí el libro de fútbol. Necesitaba un corte radical, otro ritmo. Estoy escribiendo poesía, a ver si consigo terminar un librito pequeño de poesía. También me puse a investigar sobre la historia de mi familia (siempre vuelvo a mi familia, cada uno tiene sus obsesiones): la familia de mis padres, que eran de familias de ideas políticamente opuestas, y la historia de cómo se unieron en contra de todos y cómo les salió bien. Estoy investigando de dónde venían. Por ejemplo, mi abuela era de las juventudes socialistas, le raparon la cabeza cuando llegó la guerra civil. Lo pasó muy mal. He estado pensando hacer una especie de híbrido entre mi vida, la vida de mi madre y de mi abuela. Aún tengo que cuajarlo.

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