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Mirar el mundo por el ojo de una aguja

Mirar el mundo por el ojo de una aguja

La escritura hizo al hombre. Escribir nos hizo en verdad humanos. A lo largo de la historia se ha escrito de múltiples maneras, en los más diversos soportes y con los más variados instrumentos. Se puede escribir y se ha escrito sobre los más duros materiales, como la piedra. También sobre los materiales más débiles y frágiles, del papiro a la hoja de papel. Las posibilidades son muchas, tanto en la acción de escribir como en el hecho de leer. «Cortas una hebra, anudas un extremo y pasas el otro por el ojo de una aguja. Tomas un pedazo de tela y piensas qué quieres decir, cómo vas a hacerlo, para quién será y qué otras personas podrán leerlo».

Sí, se puede escribir con una aguja. Más aún, a lo largo de los siglos esa ha sido la principal y, a veces, hasta la única manera en que determinados colectivos podían hacer oír su voz. Era por ello la voz de los postergados, los oprimidos, los silenciados. Pero dejémonos de eufemismos y digámoslo claramente: si estamos hablando de bordados —para decirlo en una palabra—, tenemos que hablar de mujeres, porque en nuestra historia y en nuestra cultura han sido ellas las que de manera más usual y constante han integrado ese colectivo al que acabamos de aludir. Coser ha sido la labor femenina por antonomasia. En términos tradicionales, basta decir “sus labores” para que nos imaginemos una mujer cosiendo.

"Se comprenderá entonces que la autora se rebele contra la incomprensión y hasta el desprecio que los hombres muestran hacia esta actividad. Un desprecio que, a menudo, adquiere connotaciones de brutal machismo"

Este libro son varios libros a la vez. En su aspecto más superficial es un recorrido por la historia de todo lo que las manos humanas han podido y sabido hacer con los humildes instrumentos de una tela, hilo y aguja. Me apresuro a precisar que no se trata de un recorrido convencional, sino todo lo contrario. La autora escribe en primera persona e incluso enfatiza esa perspectiva particular y da prioridad a las experiencias vividas personalmente. Por ese motivo, su Glasgow natal y sus vivencias en Escocia tienen un gran protagonismo. Por otro lado, tampoco pretende que su itinerario histórico tenga los usuales caracteres de orden y precisión, mucho menos de exhaustividad, que exigiríamos a una obra académica. Este es un libro para disfrutar, aceptando que vamos de la mano de la autora allá donde ella, por gusto o capricho, nos quiera llevar.

Por todo ello, en segundo lugar, es un ensayo, más que una simple exposición. Para expresarlo con las propias palabras de la autora, «estoy escribiendo un libro sobre el significado social, emocional y político del bordado». La costura, nos dice, es un lenguaje visual. «Tiene una voz que las gentes han usado desde siempre para comunicar algo sobre sí mismas: su historia, sus creencias, sus oraciones y sus protestas (…). Utilizando los motivos como sintaxis, los símbolos y figuras como vocabulario y la disposición de todo ello como gramática, el bordado transmite información y significado de una manera gráfica». Conviene insistir, porque así se hace en el libro, que esas gentes a la que se acaba de aludir con cierta ambigüedad o imprecisión son, claro está, mujeres: la costura es la voz de las mujeres. No es una afirmación ontológica. Es que así ha sido a lo largo de la historia.

"Hunter procura no caer en la reivindicación feminista de manual o pancarta. Su alegato es más sutil. Y por ello mismo inserta esa dimensión reivindicativa en un contexto más amplio, que no solo es de género"

Se comprenderá entonces que la autora se rebele contra la incomprensión y hasta el desprecio que los hombres muestran hacia esta actividad. Un desprecio que, a menudo, adquiere connotaciones de brutal machismo. Hunter se hace eco del comentario de un compañero que le pregunta cómo lleva la escritura de su «libro sobre calceta». Aquí está la tercera dimensión del libro, un alegato feminista. Pero, en consonancia con lo dicho hasta ahora, no se trata de un feminismo primario y doctrinal, sino histórico y empírico. «El bordado suele ser el último bastión de identidad que atesorar para quienes lo han perdido todo». Por ello se manifiesta como voz específica del género femenino. «Las mujeres, sobre todo las más pobres o analfabetas, han recurrido a la costura porque es una forma accesible y barata de hacerse oír».

Acabo de señalar que Hunter procura no caer en la reivindicación feminista de manual o pancarta. Su alegato es más sutil. Y por ello mismo inserta esa dimensión reivindicativa en un contexto más amplio, que no solo es de género. He aquí el cuarto aspecto que quería destacar. La costura es la voz de los oprimidos, en general. «En distintos países, en distintas épocas y de distinta forma, las personas siempre han usado la costura para alzar la voz cuando han sido silenciadas y para hablar por quienes han perdido la palabra por causa de la agitación política o social».

"Hunter defiende que la costura puede ser un valioso documento del pasado y transmitir información relevante sobre una persona, un colectivo o una época, al mismo tiempo que expresar ideas, creencias, protestas y aspiraciones"

A la postre es esta dimensión la que se termina imponiendo. Hunter empieza hablándonos del tapiz de Bayeux y de María Estuardo, hace varias incursiones por los siglos pretéritos, se detiene en las características del movimiento sufragista, pero termina pesando mucho la valoración de todos los acontecimientos históricos desde la perspectiva citada. Es decir, no se trata solo de historia, sino del peso de la historia en el presente. De ahí que se hable de la resistencia en Chile y Argentina durante las dictaduras militares, y de Ucrania y de Palestina… La óptica se desliga de la valoración política clásica para dar prioridad a lo humano y concreto: personas perseguidas, desplazadas, torturadas. «Todas ellas encontraron distintas formas de afirmar su identidad en lo que cosían y vestían. Aprovecharon las habilidades y connotaciones de la costura para reclamar, restaurar y señalar el valor de las sociedades que las conformaban y crear recordatorios visibles del legado de su nación y las promesas de su futuro».

Ya nos ha quedado claro que Hunter defiende que la costura puede ser un valioso documento del pasado y transmitir información relevante sobre una persona, un colectivo o una época, al mismo tiempo que expresar ideas, creencias, protestas y aspiraciones. Esto es irrebatible porque así ha sido a lo largo de la historia. El libro que nos ocupa tiene el mérito de hacérnoslo ver y nos invita a desechar los prejuicios tradicionales, que son, como señalé antes, los que han llevado a una visión androcéntrica del mundo y su plasmación en el arte. El problema, desde mi punto de vista, no está sin embargo en la historia (el pasado) sino más bien en el presente, y aún más claramente, en el futuro.

"Clare Hunter, más que escribir un libro, ha tejido con palabras un tapiz que narra una historia tan emotiva como postergada: en ella late la vida, el trabajo, la inspiración y el arte de millones de seres humanos"

Reconoce la autora que, con el paso de los siglos, «la costura fue domesticándose». Más aún, eclipsándose, recluyéndose, sufriendo el efecto del repliegue y extinción de tantas otras labores artesanales. Hubo un fulgor de recuperación, con el arte feminista de las décadas de los 60-70 del pasado siglo. «Pero no es solo la pérdida de visibilidad de los objetos textiles lo que debemos llorar, sino también la del propio proceso de bordado (…) Ya no forma parte integral de nuestras vidas». Lo que me resulta más curioso es que este diagnóstico demoledor no conduce a una estimación pesimista, hasta el punto de que Hunter ve claros indicios de recuperación con «proyectos que invitan a la ciudadanía a hacerse oír con aguja e hilo».

Personalmente no comparto ese optimismo pero, como es obvio, lo que yo crea en este aspecto es irrelevante para lo que aquí tratamos. El futuro se encargará de sancionar en un sentido u otro esta manifestación de «cultura material». Me interesa más recalcar que el libro termina su periplo con una bellísima valoración del bordado como «forma de fijar nuestra existencia en tela: plasmar nuestro lugar en el mundo, dar voz a nuestra identidad, compartir algo de nosotras con las demás y dejar una huella imborrable de nuestra presencia en las firmes puntadas de nuestras manos».

Solo al llegar al final, cuando se termina la lectura, se comprende en toda su profundidad cuán acertado es el título de Hilos de vida. Tengo la impresión de que Clare Hunter, más que escribir un libro, ha tejido con palabras un tapiz que narra una historia tan emotiva como postergada: en ella late la vida, el trabajo, la inspiración y el arte de millones de seres humanos —mujeres en su mayor parte— que dejaron testimonio con tela y aguja de su concepción del mundo.

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Autor: Clare Hunter. Título: Hilos de vida: Una historia del mundo a través del ojo de una aguja. Traducción: Noemí Jiménez Furquet. Editorial: Capitán Swing, Venta: Todos tus libros.

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