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Nada es eterno salvo la Carrà, de Pedro Ángel Sánchez

Nada es eterno salvo la Carrà, de Pedro Ángel Sánchez

El periodista Pedro Ángel Sánchez, última persona a quien Raffaella Carrà concedió una entrevista en España, ha escrito una biografía de aquella cantante a la que, pese a su nacionalidad italiana, muchos sentimos como coterránea. El autor usa la historia de nuestro país como telón de fondo sobre el que poner en movimiento el pasado de la Carrà.

En Zenda reproducimos el primer capítulo de Nada es eterno salvo la Carrà (Dos bigotes), de Pedro Ángel Sánchez.

***

1. Señoras y señores… ¡Raffaella Carrà!

«Distinguida señora. Tengo dieciocho años y, desde hace tres, mantengo relaciones formales. Mi novio es muy buena persona y siempre ha demostrado quererme mucho. Me lleva siete años y, como ya tiene empleo fijo, quiere casarse el año que viene. Sinceramente, yo le quiero, pero físicamente no me acaba de gustar. Por eso tengo bastantes dudas. Siento que, una vez casada, no encontraría la felicidad. En realidad debería sentirme muy feliz ante un próximo matrimonio, y no es eso exactamente lo que me ocurre».

La respuesta a aquella carta enviada por Faustina, seguidora de El Consultorio de Elena Francis, aleccionaba moralmente una vez más sobre su modo de comportarse a las miles de oyentes que aquel primero de marzo de 1975 sintonizaban el legendario programa de radio desde sus transistores.

En ese preciso instante, ese caballero al que se mencionaba en la consulta radiofónica, se tomaba un vino en el mismo bar en el que prácticamente todas las tardes se echaba una partida al mus con los amiguetes, a la vez que leía la portada de ABC, que aquel sábado, junto al titular «Funeral por Don Alfonso XIII», mostraba la fotografía en blanco y negro de «Su Excelencia el Jefe del Estado y Su Alteza Real el Príncipe Don Juan Carlos» dirigiéndose, 34 años después del fallecimiento del monarca, a la Basílica del Real Monasterio de El Escorial.

La única señora que estaba en la tasca esa jornada era Carmen, la cocinera encargada de los menús del día. Mientras cortaba patatas fritas y no quitaba ojo a las natillas para evitar que se pegaran en la cazuela, tarareaba: «Tómame o déjame. Si no estoy despierta, déjame soñar»; la canción que Mocedades convirtió en éxito tan solo un año después de su paso por el Festival de Eurovisión con Eres tú.

Ese mismo sábado, Carmeli, la hija de Carmen, enamorada platónicamente de Michael Landon por su papel en La casa de la pradera, bien casada y ya teniendo en mente ser madre, trataba de buscar un trabajo que tuviera que ver con la escritura. Pero en el periódico, las únicas ofertas laborales para las mujeres eran tareas relacionadas con las manualidades o de cosedora.

Quizá no estaba del todo muerta, como escribió Cecilia en la versión no censurada de su canción Mi querida España que ese 1975 lanzó al mercado, pero esa patria privada de todo tipo de libertades ya agonizaba demasiado.

Los problemas de salud de Franco, con 80 años cumplidos, venían de lejos y el país necesitaba oxigenarse tras casi cuatro décadas de dictadura. Empezaba a ser urgente pasar página y dejar atrás una sociedad en la que las minorías eran castigadas y en la que la única misión atribuida a la mujer era la de tener la casa limpia, la ropa planchada y el plato puesto en la mesa en cuanto el marido llegara de trabajar.

Lo que nadie esperaba es lo que pasaría esa noche cuando encendieran la televisión. Ni Faustina, la mujer que escribió a la radio para pedir consejo a Elena Francis, ni su futuro marido, ni la cocinera Carmen, ni tampoco su hija Carmeli, ni siquiera el periodista que escribió la crónica en ABC sobre los funerales de Alfonso XIII. Ninguno imaginaba que por primera vez a través de su televisor se colaría una figura que nada tenía que ver con esa forma de entender la vida.

Una italiana que parecía sacada del futuro y que cantaba y bailaba con un estilo totalmente diferente a la folclórica o flamenca ye-yé más puntera de la época. Una fémina empoderada que contrastaba con una sociedad en la que la liberación de las españolas era una utopía; la soltería, una rareza criticable y la viudedad, una desgracia. En la que el papel de la mujer se reducía a ser «la esposa de» para tener cierta dignidad.

Ana María Pérez del Campo, octogenaria y ya feminista durante el franquismo, detalló hace algunos años en el diario El País la situación de las mujeres de la época: «Las casadas estábamos obligadas a obedecer al marido. Además, en cuanto a la capacidad de obrar y prestar consentimiento en contratos, el artículo 1263 equiparaba a las casadas con los menores, los dementes y los sordomudos. […] Las madres tampoco tenían la patria potestad sobre los hijos».

El panorama social de entonces hacía resaltar aún más la presencia en los televisores de esa extranjera de trajes ceñidos, lentejuelas y desbordante energía que se alejaba por completo del concepto de mujer que teníamos en España. La Carrà había llegado y con ella, de alguna manera, una añorada libertad que ya contaba los meses para instalarse en el país.

El culpable de acercarnos por primera vez al terremoto rubio fue ¡Señoras y señores!, un programa de variedades que TVE emitía la noche de los sábados. Un show dirigido entre 1974 y 1975 por José María Quero y Valerio Lazarov por el que pasaron grandes figuras de la música y que logró que nombres como Norma Duval, María José Cantudo o Ángela Carrasco alcanzaran la popularidad cuando aún eran jóvenes promesas que soñaban con triunfar en el mundo del espectáculo.

La idea de que Raffaella formara parte de una de sus transmisiones nació de la cabeza de José Luis Gil, una de las figuras imprescindibles en la historia de la industria musical de nuestro país. El ejecutivo madrileño sería la mano derecha de Tomás Muñoz, encargado de abrir en 1970 la filial española de la multinacional CBS.

Con el tiempo, José Luis sería un elemento decisivo en el desarrollo de las carreras de grupos y artistas como Locomía, Nacha Pop, Miguel Bosé, José Luis Perales o, ya en la década de los noventa, de referentes como la mismísima Mónica Naranjo. También fue una pieza clave en la trayectoria de Raffaella.

Una tarde del mes de julio de 2023 en la que casi se rozaban los cuarenta grados en Madrid, José Luis me abrió las puertas de su casa para conversar varias horas sobre el fenómeno Carrà en España. La premisa con la que comenzamos nuestra charla fue clara y rotunda: «Raffaella ha sido la estrella más importante de todos los artistas con los que he trabajado y a la vez la mujer más dulce y fuerte que jamás conocí».

Director internacional de CBS desde 1972 y posterior director de la compañía Hispavox, Gil tenía en ese momento la misión de, entre la multitud de discos que le llegaban de todos los países del mundo, escuchar y seleccionar aquellos que él consideraba que debían lanzarse al mercado español.

Con una memoria prodigiosa, el reconocido mánager me detallaba el momento en el que por primera vez llegó a sus manos el single de Rumore allá por 1974. «Me llamó mucho la atención porque al ver la portada y escuchar el tema lo primero que pensé es que se trataba de un sencillo de una artista sajona. El autor y arreglista de la canción, Shel Shapiro, no era italiano —aunque nacionalizado en Italia, realmente era británico— y su sonido nada tenía que ver con las producciones italianas románticas y melódicas características de la época».

Gil y Muñoz quedaron tan sorprendidos por la imagen y la producción de Rumore, que no titubearon a la hora de apoyar su lanzamiento: «Ahí comienza la historia de Carrà en España».

La propia Raffaella relató en su día cómo fue la grabación del tema: «Acudí a Milán para grabarlo junto a Shapiro. Me dijo que tenía que cantarla en esa tonalidad, porque cuando la compuso con Andrea Lo Vecchio estaban borrachos y la idearon con ese sonido. Estaba dos tonos por encima de mi voz, pero me dijo: “Tranquila, ¡llegarás!”. Me hizo trabajar en la canción durante tres días seguidos. Finalmente lo logré», narró a la revista Rolling Stone.

Aunque ya era muy popular en su tierra natal, la cantante todavía no había explosionado. Aún no había llegado el gran personaje en el que se transformaría con el paso de los años, lo que permitió al directivo descubrir a la Raffaella más cercana, más sensible y, en definitiva, más inocente: «Tuve la posibilidad de conocer a una mujer muy tierna, alejada de la presión que conllevan las grandes audiencias, los grandes éxitos y la enorme popularidad. Yo conocí a Raffaella en un periodo de su vida en el que nadie todavía estaba».

El debut televisivo de la artista en ese programa de variedades propició el primer encuentro entre ambos; un estreno en nuestro país al que la italiana se enfrentó sola, ni siquiera trajo consigo a su cuerpo de baile. Solo la acompañó Gianni Boncompagni, productor y compositor de gran parte de sus canciones, ideólogo de muchos de sus programas de televisión y en ese momento también su pareja sentimental.

«No me sorprendió en absoluto que Gianni estuviera al lado de una mujer como Raffaella porque era un tipo con una altísima cultura, muy inteligente, muy divertido y además poseía un sentido del humor muy irónico», me aseguraba. «En ese momento él era de alguna manera el ente pensante del proyecto de Carrà como artista».

José Luis y Gianni serían testigos de la presentación oficial de Raffaella en España, un debut que tuvo lugar en el momento de transición del blanco y negro al color en nuestras teles, como si de alguna manera estuviera ligado al cambio político que se vivía en nuestro país. Fue en 1977 cuando el color se asentaría de forma definitiva en prácticamente todas nuestras casas.

La ausencia de policromía en las pantallas no impidió que ese 1 de marzo del 75 los televisores se llenaran de luz y fantasía al sonar por primera vez la melodía de Felicità tà tà, un tema emblemático para la cantante que por entonces ni siquiera se planteaba adaptar al castellano.

La dirección la había recibido con un decorado enorme que resaltaba su nombre artístico en letras gigantes. Con un pequeño detalle: se les olvidó poner la tilde a Carrà. «¡Esto siempre se les olvida!», contaba ella resignada. Pidió que se lo agregaran y finalmente el asunto quedó solucionado al poner sobre la «a» un trozo de madera con brillantes.

Aquella noche, Fiorella Faltoyano, maestra de ceremonias del recordado espacio, introducía la transmisión desde un plató transformado en un gran crucero por el que a lo largo de la velada irían desfilando los diferentes invitados. Un viaje televisivo de hora y cuarto de duración que, gracias a la magia de la pequeña pantalla, permitió a los espectadores navegar a través de «la música, el ballet y el ritmo».

A ello contribuyeron, además de la desconocida Carrà, el dúo femenino Morena y Clara, una formación que quiso probar suerte en la música siguiendo la estela del gipsy rock con el que ya empezaban a triunfar Las Grecas. También tuvieron camarote reservado Los 3 Sudamericanos, el trío uruguayo conocido en España desde la década de los sesenta por canciones como Me lo dijo Pérez o Cartagenera. El trasatlántico de cartón piedra llegó a puerto con la actuación de Sergio y Estíbaliz; el dúo regaló a los espectadores la interpretación de Tú volverás, tema compuesto por Juan Carlos Calderón que tan solo un mes después alcanzaría el décimo puesto en el Festival de Eurovisión celebrado en Estocolmo.

Justo antes de la aparición de la popular pareja, considerada la actuación estelar de la noche, Faltoyano presentó al nuevo talento del espectáculo italiano: «No es una estrella del music-hall, pero podría serlo. Ni de la comedia musical, pero podría serlo. Es un fenómeno nuevo. Capaz de cantar, bailar, interpretar y hablar. Y capaz también de convertirse en espectáculo por su personalidad y su profesionalidad, condiciones estas muy idóneas para este medio: la televisión. ¡Señoras y señores! Desde Italia, en este crucero musical… ¡Raffaella Carrà!».

Un tono sobrio y modulado, acorde a la estética comunicativa de la época, dio paso a la show-girl que, además de interpretar sus ya célebres Felicità tà tà y Rumore con los que había conquistado las listas de ventas italianas, entre canción y canción quiso mostrar su faceta como bailarina gracias a la performance ideada por Don Lurio, todo un referente de los musicales de Broadway y por entonces también miembro del equipo de Raffaella.

Esta actuación de once minutos simbolizó un nuevo tiempo que ya comenzaba a vislumbrarse. No deja de ser curioso, por todo lo que su figura ha significado para el feminismo, que esa primera aparición de la diva tuviera lugar el mismo mes de marzo en el que se celebró por primera vez el Día de la Mujer, una jornada instaurada por parte de la ONU aquel 1975. Una transformación política y cultural que unos meses después comenzaría a materializarse de forma definitiva con la muerte del dictador el 20 de noviembre.

Al día siguiente de la emisión de ¡Señoras y señores!, Carmen, la cocinera que esa misma mañana había tarareado Tómame o déjame, no pudo evitar comentar con su hija Carmeli la actuación de aquella chica tan carismática: «¿Viste anoche a la italiana esa? ¡Cómo vestía y cómo bailaba!». Los señores que cada tarde se reunían para jugar al mus también harían mención a esa cantante que los dejó sin pestañear.

Incluso Faustina, la asidua oyente que había enviado su carta a El Consultorio de Elena Francis, llegó a plantearse seriamente que quizá la respuesta que le habían dado por la radio unas horas antes sobre lo «moralmente correcto», en referencia a su futuro matrimonio, no era la más idónea para encontrar la felicidad. Algo había cambiado. Algo le decía que, seguramente, lo más adecuado era volar en libertad, igual que lo hizo aquella noche el pelo dorado de esa mujer que cantando Rumore, tan solo a través de su forma de bailar y de expresarse, mediante su golpe de melena, le mostró sin pretenderlo que otra forma de vivir la vida era posible.

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Autor: Pedro Ángel Sánchez. Título: Nada es eterno salvo la Carrà. Editorial: Dos Bigotes. Venta: Todostuslibros.

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