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No hay turista para tanta cultura

No hay turista para tanta cultura

A continuación, reproducimos la quinta entrega de la serie de relatos Crónicas desde El Cabo, de Patricia García Varela.

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Así como hay quien disfruta leyendo revistas del corazón mientras desayuna, yo tengo la costumbre — peculiar, lo admito — de ver los informativos de la TVG (la Telegaita, como decimos por aquí) mientras como. Cada loco con su tema.

El bloque informativo del mediodía se divide en dos partes bien diferenciadas. Primero, el Galicia Noticias, mi favorito, que me pone al día con los sucesos cotidianos: desde el último suceso luctuoso hasta la invasión de una manada de jabalíes en una huerta, con los consiguientes destrozos irreparables. También disfruto enormemente cuando nos regalan alguna noticia feliz e insólita, como el parto múltiple de una oveja, o cuando aparece algún paisano orgulloso con una berza de dos metros o un choco de tres kilos recién pescado. Algunos se quejan de estas noticias coloristas, diciendo que ofrecen una imagen atrasada y tercermundista de nuestra tierra. Quizá tengan razón. O quizá no. Pero a mi, qué quieren que les diga, me alegran el almuerzo.

Puede que llegue el día en que el Galicia Noticias tome el rumbo de su hermano mayor y más serio, el TeleXornal (el Telediario de la TVG), la otra mitad del bloque de informativos. Poco espacio hay allí para estas noticias, más bien ninguno. El tiempo de emisión se reparte entre noticias de carácter político —a las que, confieso, cada vez presto menos atención, porque no quiero que me siente mal la comida— y todo lo demás.

¿Y qué es “todo lo demás”? La Cultura, así con mayúsculas.

"Los informativos se han convertido en un gran escaparate de fiestas locales, playas y lugares instagrameables (perdonen el palabro)"

Les juro que nunca en mi vida he oído repetir tantas veces por minuto la palabra cultura. Una retahíla sin fin que encadena fiesta gastronómica tras fiesta gastronómica: exaltación del queso de Vilatorto de Arriba, de la miel de Pendello de Abaixo, del vino joven de Castro-Cagallón, de los pimientos de Cabo de Forro y de los huevos de Santo Estevo de Colganderos. Las imágenes de gente feliz pimplando ante la cámara mientras degustan todo tipo de preparaciones con los susodichos productos —más o menos autóctonos; permítanme dudar que la producción local dé para tanto visitante— se suceden como una colección de estampitas. El decorado siempre es el mismo, sólo cambian los personajes.

Nunca falta una enorme carpa henchida de mesas con bancos corridos, donde comparten pitanza lugareños, visitantes de otras localidades y los verdaderos protagonistas de estos eventos: los turistas, venidos de todos los rincones de nuestra geografía patria e incluso desde más allá, para acompañarnos en este acto cultural y casi litúrgico. Primero, la exaltación del producto. Después, nuestra otra gran aportación a la cultura en este último siglo: las orquestas verbeneras. Como dijo el filósofo: hay que menear el bullerengue.

Los informativos se han convertido en un gran escaparate de fiestas locales, playas y lugares instagrameables (perdonen el palabro) a los que poder escaparse en cuanto se tienen dos días libres. Por eso, las otras “noticias” más difundidas son si hace frío, hace calor o caen chuzos de punta.

De hecho interesa tanto en determinadas fechas que los turistas sigan yendo que incluso se le resta importancia a que el tiempo climatológico sea una auténtica mierda: “Hará frío, sí, incluso puede que nieve como en una película de desastres naturales de los 70, y que se complique con vientos huracanados del noroeste, pero les animamos a que eso no les impida disfrutar de una visita a una entrañable casa rural de Palanganal de Abajo. Delante de una chimenea con una taza de chocolate se sentirán mejor que en casa” —explicará la mujer del tiempo con una sonrisa en la cara, a lo cual añadirá—, “pero sigan siempre las indicaciones de la DGT y conduzcan con precaución. No olviden las cadenas de nieve”.

"Mientras las salas de los museos históricos y etnográficos reciben cada vez menos visitantes, los turistas parecen tener una sed de conocimiento insaciable"

Y allá que se dirigirán las turistas cual lemmings, a disfrutar de la cultura del chorizo preñao o de la castaña pilonga, sin pensar que tal vez no sea buena idea sacarse un selfie en un acantilado mientras hay alerta naranja en el mar. Pero es que los pobres tampoco pueden estar en todo: si se vallara la costa o se acolcharan los adoquines, se evitarían las tragedias.

Hay un hecho paradójico que me resulta difícil de entender: mientras las salas de los museos históricos y etnográficos reciben cada vez menos visitantes, los turistas parecen tener una sed de conocimiento insaciable. En cualquier ciudad, pueblo o aldea remota se hace una recreación “histórica” y se llena hasta los topes. Algo están haciendo mal los museos.

La gente se pirra por ver a otra gente disfrazada de romanos, de celtas, del medievo bajo, del medievo alto, de vikingos, de invasores franceses, de invasores ingleses… de lo que sea. Todo vale mientras se empapan de la cultura histórica de la localidad, aunque las vestimentas no sean exactamente de la época ni las costumbres representadas se ciñan al periodo. Pero, ¿a quién no le gusta un baptisterio romano? O, en su defecto, ¿quién le va a hacer ascos a un mercado medieval con sus maravedíes, puestos de choripanes y artesanía popular? ¿Quién va a despreciar la oportunidad de hacer colas kilométricas para beber vino peleón en un vaso de barro mal hecho, apretarse en callejuelas angostas junto a cientos de ciudadanos sudorosos bajo el sol de agosto o pelarse de frío en pleno mes de febrero mientras le lanzan hormigas vivas y lo engrudan con harina? Nadie dijo que la cultura fuera para débiles, ni que mantenerla viva fuera fácil.

"Viendo tanta expresión cultural junta cada vez me arrepiento más de haber tirado abajo la letrina de ladrillo que había frente a La Casita"

En los últimos tiempos también han proliferado las recreaciones de usos y costumbres tradicionales como las siegas en el campo. En los lugares donde se busca mayor veracidad, se realizan a la hora en que la tarea se hacía de verdad: al abrir el día. En cambio, en aquellos en que los que se busca que los turistas puedan verlo sin sufrir el madrugón, se deja para media tarde. En todos los casos, suele participar gente del pueblo vestida con ropas del siglo pasado. Aunque, siendo sinceros, muchas veces llevan prendas que en realidad se reservaban para los días de fiesta. No lo que sus antepasados se ponían para segar, que seguramente era mucho más tosco y menos fotogénico.
No puedo negar que, cuando veo estas recreaciones, me recuerda un poco a los masáis africanos, cuando se ponen collares de plástico y taparrabos para hacer danzas tribales frente a los turistas en los resorts. Y que, al acabar, se enfundan de nuevo sus Levi’s. Es el mercado, amigos.

Viendo tanta expresión cultural junta cada vez me arrepiento más de haber tirado abajo la letrina de ladrillo que había frente a La Casita. Una letrina sin puerta, sí, pero con unas magníficas vistas al valle: bucólicas, a la par que inspiradoras. Tal vez debería haber conservado esa construcción y alquilar por días el cercano galpón de las cabras, para que la gente pudiese vivir una auténtica experiencia tradicional y ecológica. “Experimenta la vida rural en toda su plenitud, como hace cien años, reconectando con tu lado más agreste”.

Pero se demuestra, una vez más, que no tengo ojo para la cultura. Ni para el negocio.

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Entregas anteriores:

La Casita, mi casa

El fuego

Los vecinos

El agua, la piscinita y la madre que los parió

Próximas entregas:

La Tormenta

No son molinos, amigo Sancho, que son gigantes

De tejones, infancias y pies rotos

El robot Manolo

Las gallinas, la duquesa y el pintor

Mujeres, rural y soledad

Los jabalíes, el pulpo y las velutinas

Mi gato

Verbenas por encima de nuestras posibilidades

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Raoul
Raoul
1 mes hace

Jamás, en toda mi vida de gallego, he oído llamarle “Telegaita” a la TVG. (La autora debe de tener muy mala leche si le alegra el almuerzo que alguien se haya ido al otro barrio o que una manada de jabalíes haya arrasado una huerta, pero en fin, cada loco con su tema y a vivir que son dos días…)

Ramón Ratibrón
Ramón Ratibrón
1 mes hace
Responder a  Raoul

Anda que no. Telegaita de toda la vida de Dios.