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Partes de guerra, de Ignacio Martínez de Pisón (ed.)

Partes de guerra, de Ignacio Martínez de Pisón (ed.)

La gran novela colectiva de la Guerra Civil española escrita por algunas de las voces más importantes de la literatura española de todos los tiempos.

Zenda adelanta el prólogo de esta obra coral, firmado por su coordinador, Ignacio Martínez de Pisón.

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PRÓLOGO

En fecha tan temprana como diciembre de 1937 apareció publicada la novela La esperanza de André Malraux, y apenas había pasado un año de la finalización del conflicto cuando llegó a los lectores norteamericanos Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway. Así, a través de dos de sus más ilustres escritores, las principales lenguas de cultura del planeta certificaban no solo la universalidad de la guerra española del 36 sino también su enorme potencial literario. Malraux y Hemingway vivieron muy de cerca la contienda y participaron muy activamente en ella, y en sus respectivos libros, invención y experiencia autobiográfica se presentan tan estrechamente unidas que con frecuencia ambos son interpretados como romans à clef. Una cosa está clara: todos o casi todos los escritores extranjeros (y fueron multitud) que viajaron a aquella España dividida y desangrada la incorporaron más pronto que tarde a su quehacer literario. Venían, conocían las penurias de la retaguardia, se asomaban al frente y muy poco después tenían ya listo su reportaje o su cuento o su novela. Desde luego, para un escritor hay pocos materiales que inspiren tanto como una guerra civil. Pero a lo promisorio del tema había que añadir un elemento de carácter moral o político: la urgencia por contribuir a la victoria de uno de los bandos desde el lado de la propaganda. Ese afán propagandístico explica en parte las prisas de Malraux por publicar su novela (y por adaptarla en seguida al cine en escenarios reales del conflicto): el escritor francés no solo aspiraba a escribir una gran novela, sino también a reclamar por medio de ella la atención de las potencias europeas sobre el difícil trance que atravesaba la República española. Tres años después, el objetivo de la novela de Hemingway es ya distinto: derrotada la democracia española por el ejército franquista con la impagable ayuda de los regímenes de Hitler y Mussolini, lo que Hemingway buscaba era alertar contra el fascismo internacional a una sociedad como la norteamericana, que por aquellas fechas se negaba todavía a acudir en defensa de las democracias europeas.

Puede decirse que la primera literatura surgida al socaire de la Guerra Civil aspiraba a recrear y dar testimonio de lo ocurrido, cuando no a intervenir directamente en la realidad histórica. Esta afirmación vale por igual para los escritores extranjeros y los españoles. En 1937, el sevillano Manuel Chaves Nogales, decepcionado por la orientación que el conflicto había impuesto al funcionamiento de la República, publicó en Chile el volumen de cuentos A sangre y fuego, en el que las responsabilidades de los desmanes quedaban repartidas entre los matarifes del franquismo y los de las organizaciones revolucionarias. Un propósito de índole moral, la búsqueda de la rectitud, ilumina todos y cada uno de esos magníficos cuentos. Pero esa misma rectitud otros escritores contemporáneos a Chaves Nogales la hallaron o creyeron hallarla en la subordinación de su talento a una causa superior, fuera esta la de la defensa de la democracia y el combate contra el fascismo o la de la lucha contra el comunismo y los enemigos de la civilización cristiana. En las páginas que siguen, el lector de este libro encontrará varios relatos concebidos desde el compro‐ miso explícito con uno u otro bando, y no está de más recordar que los autores de algunos de esos relatos colaboraron muy activamente en labores de propaganda: Arturo Barea y María Teresa León parala España republicana, Edgar Neville para la nacional. Sin duda, en el fragor de la contienda fueron muchos los escritores que se adaptaron a la situación de emergencia y alteraron su sistema de prioridades: contribuir a la victoria bélica, aunque fuera con algo tan modesto como una narración o un poema, estaría siempre por encima de cualquier otra consideración. En ese aspecto, como hemos visto, no existían demasiadas diferencias entre sus proyectos literarios y los de Malraux o Hemingway. ¿Literatura?, ¿propaganda?, ¿literatura a la vez que propaganda? El paso del tiempo acaba poniendo las cosas en su sitio, y al final suele haber un momento en el que los árboles dejan entrever el bosque. La buena literatura nacida al calor de la propaganda ha terminado desprendiéndose de la ganga, y lo que ahora importa no son las altas motivaciones que inspiraron a sus autores sino el compromiso de estos con la verdad, aunque sea con una ver‐ dad de naturaleza literaria. O, mejor dicho, lo que importa es eso y lo de siempre: la precisión expresiva, la construcción de personajes de carne y hueso, la hondura del conflicto abordado, la sutileza en la creación de atmósferas, la fluidez narrativa…

Refiriéndose a la narrativa surgida de la guerra civil italiana (la guerra partisana de 1943 a 1945), Italo Calvino sugirió que podía toda ella ser leída como un macrotexto unitario: un libro de mil padres, capaz de hablar en nombre de todos los que habían participado en la lucha. Con la literatura que sobre la Guerra Civil española escribieron quienes intervinieron en ella podría hacerse algo similar. El material de partida es bueno y abundante, porque han sido muchos los escritores que han acertado a convertir sus experiencias de esos tres años en gran literatura. ¿Por qué, entonces, no probar a componer con los relatos escritos por unos y por otros una suerte de novela colectiva sobre la Guerra Civil? ¿Y por qué limitar el proyecto a las generaciones de escritores que vivieron el conflicto desde dentro y no ampliarlo también a aquellas que, por razones cronológicas, solo han podido percibir sus ecos y consecuencias? Han pasado más de ochenta años desde el final de la contienda, y lo que está claro es que sobre ella han escrito literatos de todas las generaciones: los que intervinieron en ella, los que la padecieron en la niñez o la adolescencia, los hijos de estos o de aquellos, los nietos… Tanto unos como otros podrían con idéntica legitimidad participar en esa hipotética novela coral, y esta no solo ampliaría su perspectiva histórica sino también la diversidad de sus enfoques literarios, dado que la documentación y la inventio por fuerza habrían de servir de contrapunto a una narrativa del testimonio y la memoria.

De lo dicho hasta ahora puede el lector deducir que no se encuentra ante una antología en sentido estricto. Sí, estos treinta y tantos relatos están con toda seguridad entre los mejores que se han escrito acerca de la Guerra Civil. De hecho, algunos de ellos («El cojo» de Max Aub y «Patio de armas» de Ignacio Aldecoa) ya aparecieron juntos en la única (y, por fuerza, incompleta) antología que hasta ahora existía de cuentos sobre la guerra (Historias del 36, 1974). Pero lo que este antólogo ha intentado no ha sido reunir un ramillete de buenos relatos sino contar la Guerra Civil, o al menos una gran parte de ella, a través de las historias escritas por que propone un recorrido desde poco antes del 18 de julio del 36 hasta poco después del 1 de abril del 39. De ahí también cierta aspiración a la globalidad: en este volumen encontrará el lector relatos escritos originalmente en español pero también en catalán, gallego y vasco, relatos escritos por hombres y por mujeres, de derechas y de izquierdas, de autores que pertenecen al mainstream y autores que no, relatos ambientados en la España nacional y en la republicana, en el frente y en la retaguardia, en el campo y en la ciudad, en el norte y en el sur… Por supuesto, entre los criterios de selección, el principal ha sido el de la excelencia literaria, pero también he buscado que cada una de las historias contribuyera al carácter sinfónico del conjunto: entre los relatos de un libro se establece siempre algún tipo de diálogo, y formaba parte de mi responsabilidad que ese diálogo fuera lo más fluido y armonioso posible. Puede ser (aunque espero que no) que en este coro falte alguna voz, en esta orquesta algún instrumento. De lo que no me cabe duda es de que no sobra ninguno. Ante la publicación de un nuevo libro, pocas veces me he sentido tan seguro de su calidad. Pero reconozco haber jugado con ventaja: un simple vistazo a la nómina de los autores basta para confirmarlo. Entre esos nombres hay bastantes que resultarán familiares al lector. Los que no lo sean o no lo sean tanto no desmerecen en absoluto al lado de los otros. Para mí, al menos, todos estos relatos son igual de buenos y, sobre todo, igual de necesarios.

Ignacio Martínez de Pisón

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VV.AA. Edición: Ignacio Martínez de Pisón. Título: Partes de guerra. Editorial: Catedral. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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