Hay unas líneas de los Cuadros de viaje de Heinrich Heine que me gustan mucho, tanto que en 1985 las utilicé como epígrafe para El maestro de esgrima, que fue mi segunda novela: «Soy el hombre más cortés del mundo. Me precio de no haber sido grosero nunca, en esta tierra donde hay tantos insoportables bellacos que vienen a sentarse junto a uno, a contarle sus cuitas e incluso a declamarle sus versos».
Me ocurrió hace unos días en la estación del AVE de Atocha, al bajar del tren. Caminaba por la alfombra mecánica que conduce a la salida, arrastrando mi maleta, cuando dos señoras mayores, detenidas delante, me bloquearon el paso. Lo intenté por el pequeño hueco que dejaban a su izquierda, sin conseguirlo, así que me quedé detrás, esperando. En ese momento, una mano me empujó a un lado y un individuo me apartó sin una palabra ni una disculpa y, forzando el paso entre las señoras, a las que empujó también, se abrió camino y siguió adelante.
Cuando llegué al vestíbulo inferior, antes de las escaleras mecánicas que conducen a la parada de taxis, el individuo se había detenido a hablar por teléfono. Pasé por su lado dirigiéndole una mirada de censura a la que se mostró ajeno. Era más joven que viejo, bien vestido. Me fijé en sus zapatos —a menudo te delatan los zapatos—, que eran correctos y estaban limpios. No tenía aspecto de patán, ni parecía falto de la educación elemental. El caso es que lo dejé atrás y tomé la escalera mecánica: una alfombra móvil estrecha que asciende con una inclinación que dificulta caminar por ella. Así que me detuve mientras ascendía, esperando llegar al último tramo. Entonces sentí una mano en el brazo izquierdo, que me empujaba para apartarme. Al volverme a mirar, vi al mismo fulano de antes. Y esta vez no me aparté.
—¿Por qué me toca? —pregunté.
Me miró sorprendido. Una cara hosca, antipática. Llevaba gafas —yo las llevé algún tiempo— y pensé fugazmente, por experiencia, que eso era una ventaja a mi favor. Dentro de lo que cabe.
—Porque quiero pasar —dijo.
—Pues bastaría —respondí— con que dijera «déjeme pasar, por favor», o «perdone», o «disculpe». Y en tal caso, tanto yo como cualquiera nos apartaríamos con mucho gusto.
Me seguía mirando con aire obtuso, en silencio. Quizá le sonaba mi cara de algo, o tal vez no. Permaneció un momento desconcertado; luego torció la boca como si fuera a decir algo desagradable. Y, bueno. Por aquello de que Jesucristo dijo sed hermanos pero no primos, metí una mano en el bolsillo donde llevaba las llaves. Por si acaso. De todas formas, pensé con resignado fatalismo, a mis 73 tacos de almanaque, confío en no pasar esta noche en un hospital ni salir en el telediario.
Por suerte, el tramo de escalera no era muy largo y llegábamos al final. Cogí mi maleta y dejé atrás la escalera. Me hice entonces a un lado, deteniéndome, y el individuo pasó con rapidez, sin decir nada, en busca de un taxi. Lo estuve observando desde la puerta hasta que desapareció en el tráfico: había entregado su maleta al taxista sin saludarlo siquiera con un buenas tardes, y se acomodaba en el asiento mirando al frente, estólido, el móvil pegado a la oreja, patéticamente seguro de sí mismo. Entonces comprendí que aquel tipo había pasado por el incidente sin obtener de él ninguna utilidad. Que nada cambiaría en sus actitudes presentes ni futuras, por la sencilla razón de que nada creía él haber hecho mal. En su limitado mundo, en la escasa educación que pudo recibir y en las torpes maneras que practicaba, todo cuanto cualquiera podía insinuar o decirle al respecto era inútil. Es demasiado tarde, concluí, para aprender lo que nadie le enseñó y que ahora apenas se enseña. Todo resbala, ya, sobre la berroqueña estupidez, la grosería de un mundo cada vez más hecho a la medida de gente como él. Bellacos que incluso, a veces, se atreven a declamarnos sus versos.
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Publicado el 2 de febrero de 2025 en XL Semanal.
Además de expresar mi acuerdo total con don Arturo, voy a referirme a algo que quizás ya anteriormente me he referido. No me acuerdo, sinceramente. El caso es que, a cierta edad, quizás algunos vivimos de recuerdos y quizás hacemos balance demasiado a menudo de cómo ha sido nuestra vida y de cómo es y ha sido la sociedad en la que se nos ha permitido nacer y vivir. Y hacemos este balance (por lo menos yo prefiero hacerlo así), sin prejuicios, sin dogmatismos, sin tener en cuenta las introyecciones mentales que nos intentan hacer a todos, hoy, desde la ingeniería social, desde el poder.
Esto, contrastado con un cierto conocimiento de la historia, nos permite a algunos hacer comparativas con lo que pudieron ser otros tiempos y otras sociedades de las que, por fortuna o por desgracia, provenimos.
Recuerdo que cuando yo era pequeño, hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana, sin princesas Leia y sin héroes Skywalker, en una España sencilla, humilde, hoy denostada hasta la saciedad, una España gris (fue la década más lluviosa de todo el siglo XX), con calles sin asfaltar, con necesidades, por no decir hambre, sin lujos, sin coches, sin internet, sin móviles, sin productos extranjeros que poder comprar, heredando ropa ya usada de nuestros hermanos mayores y de nuestros padres (se rehacían los pantalones para recortarlos y adaptarlos), donde no llevabas unos pantalones largos hasta que no tenías quince años (era más barato que nos destrozáramos las rodillas, llenas siempre de pústulas, a que se rompieran las rodilleras de un pantalón), una España de frío y sabañones. Una España también de sudor y sin piscinas. Una España sin Europa.
Pero éramos felices. Y era una España de personas.
P E R S O N A S.
Había en el colegio una asignatura para los niños que se llamaba “Urbanidad”. Una asignatura que todo el mundo consideraba normal, sin alharacas, sin “relatos”, sin propaganda zapaterista, sin posverdades, sin tanta educación para la ciudadanía dogmática y partidista. Sencillamente enseñaba a los niños a cómo comportarse en la sociedad, con los mayores, con educación, con respeto.
Además, también en la familia se ejercía esta función de enseñanza. Lo hacían los padres, los abuelos y el resto de familiares. Pero también había una presión social, de que cualquier adulto podía reprender los malos modos de comportamiento de un niño. Era una labor conjunta y común. Colegio, familia, sociedad.
Éramos sencillos, humildes, pobres, pero bastante más felices que ahora y, sobre todo… más educados, con más respeto.
P E R S O N A S.
Hoy, si estás esperando en la cola de la caja de un supermercado ( a mí me ha pasado) y viene un niñito y te pega un patadón en la pierna, sin ir a cuento, si te quejas, los papaítos, además, te echan la bronca por meterte con el pobre niñito. Este, este, es el futuro empujador mudo, personaje principal de la historia contada por don Arturo. Los educan o deseducan en el convencimiento de que el mundo entero se ha construido para ellos. Todo está a su servicio.
Como hay países que nos llevan ventaja, también en las desventajas, en esto también nos han adelantado hace tiempo en los países más “adelantados”. Niños como estos que se han hecho mayores, por azares del destino o por venganzas del destino, llegan a comandar una nación. Y, todo el mundo, al completo, se ha construido para ellos. ¿Saben ustedes de quién o de quienes estoy hablando? Seguro que lo adivinan.
Colegio, sociedad, familia, hoy todo está desestructurado. Ninguno de estos tres pilares funciona, en general. No hay autoridad en el colegio, no hay autoridad en las desestructuradas familias y la sociedad mira para otro lado ante los comportamientos ineducados e incívicos. Nadie dice nada.
Nos sé por qué ocurre pero, en general, en tantos años he podido comprobar que las mujeres son bastante más educadas que los hombres (espero que no se me llame sexista o machista por ello, aunque también es cierto que me importa un pito ya que lo que está bien, siempre estará bien). Soy muy antiguo, mejor decir que soy viejo, pero tengo que decir que es un verdadero placer ver la sonrisa radiante de una mujer, independientemente de su edad, cuando le cedes el paso en cualquiera de nuestros entornos sociales tan deshumanizados. He observado a verdaderos “zopencos” pasar por las puertas como verdaderos tornados, arrollando a todo personal vivo, viejos, mujeres, niños. Solamente ELLOS tienen prisa. Lo de ceder el asiento en un lugar público a una persona de edad o a una mujer, ya ni les cuento a ustedes.
«Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana.…»
Saludos a todos.
¡Lo entiendo tan bien…!
También yo, en mi Chile de hace diez lustros viví de esa manera: “con calles sin asfaltar, con necesidades, por no decir hambre, sin lujos, sin coches, sin internet, sin móviles, sin productos extranjeros que poder comprar, heredando ropa ya usada de nuestros hermanos mayores y de nuestros padres (se rehacían los pantalones para recortarlos y adaptarlos), donde no llevabas unos pantalones largos hasta que no tenías quince años (era más barato que nos destrozáramos las rodillas, llenas siempre de pústulas, a que se rompieran las rodilleras de un pantalón)”.
Por cierto, don Arturo, ya sabe usted que son un seguidor incondicional de sus escritos. Me encanta su lenguaje. Me encanta que emplee los que hoy se podría decir ya que son arcaísmos de nuestra preciosa lengua. Disfruto con su excepcional prosa. Es una delicia ver cómo se emplean términos ya en desuso en una absurda sociedad que le encanta emplear “palabros” ingleses que nadie sabemos realmente lo que significan.
Bellacos.
Me ha encantado el término. Es una delicia, y, además, tremendamente descriptivo como solamente lo puede ser el idioma castellano. Una vieja palabra vigente desde muy antiguo y que hoy poco se emplea, cuando se podría emplear muy a menudo tristemente para describir a una abundante fauna que puebla nuestra sociedad, comenzando, por supuesto, en primer lugar por el ámbito de la política.
Bellacos.
Jacques Audiard, hombre que parece ser director cinematográfico y “dueño de muchas verdades”; ha dicho hace poco que: “el español es un idioma de pobres y migrantes”. Curiosa afirmación, algo apresurada y denigrante.
Este señor es el clásico ejemplo de un bellaco, no tiene idea de los pueblos de habla hispana, pero el habla de mi pueblo como si lo conociera, la verdad, no me merece mi respeto y menos aún me importa su insignificante existencia.
El idioma español es uno de los pocos idiomas, tal vez el único, que permite la expresión en todas las formas y colores posibles, abarcando con sus tonalidades, la belleza del habla.
¿Qué puede saber este individuo de los pueblos y sus historias que hablan nuestra lengua?; rica en términos, matices e infinitas tonalidades.
Los pueblos de habla hispana, tienen múltiples defectos, pero jamás podrá nadie abarcar en una sola palabra, perfectamente dicha y entendida.
Un bellaco es alguien como usted, Monsieur, que solo mira su horripilante ombligo y cree que es conocedor del mundo.
Cordial saludo
Amén.
Yo eso lo sufro a diario. Leo con estupor que se fijó usted en su atuendo, más concretamente en sus zapatos, que estaban correctamente limpios, y que no tenía aspecto de patán. Eso, señor Pérez Reverte, no es pasaporte a nada, ni bueno ni malo. El maleducado se hace, no nace. A menudo, por mi profesión, he tenido que sufrir las malas artes del maleducado de turno, y he podido comprobar que iba vestido de sastrería cara del barrio de Salamanca. Eso no es pasaporte para nada. A menudo me he cruzado con el tipo más humilde y peor vestido, pero con una educación cinco estrellas, amable, servicial, y con el “por favor” y el “disculpe” siempre por delante.
Lo que es el clasismo, ¿verdad?. Vemos a un fulano vestido de punta en blanco y en seguida deducimos que su educación irá acorde con su atuendo. Pues ya le digo yo que no es así. El individuo que usted sufrió en la escalera mecánica de Atocha, puede ser digno hijo de la clase media-alta de la villa y corte, ridícula, mezquina, malencarada, monopensante y maleducada. Adictos al afterworking y a la coca. Que llaman chistando al camarero o al empleado cara al público en general, y que siempre van por la vida con prisas. Creen que todo y que todos deben estar a su servicio. Por ejemplo, llegarán a la cafetería de turrno de Atocha Renfe, y meterán prisa al camarero porque en cuarto de hora le sale el tren, y él pretende comerse primero, segundo postre y café en ese tiempo, saltándose a todos los que llegaron antes que él.
Un auténtico dechado de virtudes, que seguramente fue educado en los mejores colegios, pero que nunca recibió un “no” a tiempo.
Y es que la educación, señor Pérez Reverte, ni entiende de clases, ni de atuendos. La educación o se tiene o no se tiene.
Buenos días. Lleva usted toda la razón don Javier: hay de todo en la viña del Señor; y la altivez y desconsideración por los demás suelen pulular también por los cachorros de menor o mayor edad de la clase adinerada o con cierta forma característica de pensar. No obstante, lo que también puede querer decir el autor respecto a fijarse en la limpieza de los zapatos es que, ante personas a las que no conoces de nada, sólo los signos externos nos pueden dar una idea del talante de una persona. Y el calzado, mucho más que la ropa, puede ser uno de estos signos. Es algo que se aprende cuando ya tienes unos añitos y has hecho el servicio militar o te has tenido que mover en ambientes frecuentados por militares (como, creo, le ocurrió a don Arturo). La limpieza del calzado, con brillo y sin polvo, es una práctica metódica cuyo cumplimiento obliga a una disciplina diaria que rara vez se olvida y que sugiere, al comprobar su llevanza, que quien la ejerce ha sido educado en ciertos valores de orden, limpieza y sobriedad. También, es cierto, que puede denotar que quien muestra esa limpieza del calzado dispone de medios económicos y personal a su servicio particular o familiar que realiza esas tareas, pero esos ya no abundan tanto.
Muchas veces los signos externos son los únicos de los que se disponen inicialmente para inferir la cualidad de las personas. Luego, efectivamente, como dice la canción… la vida te da sorpresas. Un saludo.
“Entonces sentí una mano en el brazo izquierdo, que me empujaba para apartarme. Al volverme a mirar, vi al mismo fulano de antes. Y esta vez no me aparté.”. En ese “esta vez no me aparté” del texto viene resumido todo el progreso, la lucha y defensa por la libertad de la humanidad de todos los tiempos. Parece una tontería, pero ahí dentro se cobijan tanto la resistencia, el temple y la valentía de los Tercios españoles en Rocroi; o la tozudez y arrojo, ante la prepotencia británica, de Blas de Lezo en Cartagena de Indias; o la osadía de “la quinta del biberón” en la batalla del Ebro en la guerra civil o, incluso, el genio indomable de un imaginario Capitán Haddock ante los pertinaces hotentotes en una aventura africana con Tintín.
Es ese signo de plantarse ante el enemigo, ante el abusón del patio de colegio que puede ser la vida muchas veces, donde nace la estirpe del héroe que, flemático, decide arriesgar integridad física, honra y patrimonio para evitar que el malvado se salga con la suya sin respetar a nada ni a nadie.
Todos en un momento dado, ante un cúmulo de maltratos, de agravios o sandeces aguantadas de viles, de poderosos maleducados o de políticos sin casta, podemos ver anclarse nuestro orgullo y pensar aquello de: No, esta vez no, ya no, a costa de lo que sea.
Y nos llevamos incoscientemente por acto reflejo, como don Arturo, la mano buena al bolsillo donde guardamos las llaves, para defendernos con la más larga de ellas, cual faca albaceteña, ante el desgraciado que no se avenga a respetar nuestros derechos o los del desvalido o desvalida de turno. Y buena parte de las veces tienes suerte y descubres que el miserable que está enfrente es un cobarde que, tal vez, no saque enseñanza moral alguna del lance, pero se achantará y no olvidará la desagradable sensación de, por unos instantes, habérsele puesto los cojones por corbata.
¡Chapeau por usted, sr. B.! Excelente.
Efectivamente, el “no apartarse” es Rocroi, es Blas de Lezo, es el Cid, es el juez Peinado, es nuestra ya tristemente olvidada jueza Mercedes Alaya, es Jenny Hermoso, es Trafalgar, es Adolfo Suárez, es el ¡basta ya! contra los asesinos y es el general Gutiérrez Mellado y también Nevenka Fernández.
Cada vez que alguien no quiere “apartarse, es todos ellos y muchos más. Es un nuevo bellaco que tendrá que morderse los huevos.
Un abrazo.
Muchas gracias por su comentario querido amigo. Me ha recordado usted con sus ejemplos adicionales una película española de Paco Martínez Soria, de la que guardo grato recuerdo, de otro personaje que no quiso apartarse, esta vez de las garras y malas prácticas de un banco: Don Erre que Erre.
Un abrazo.
Qué gran película!
Magnífica guión, magníficos actores, genial director…
Una delicia, lástima que don Paco y don José Luis sólo coincidieran en dos películas, la susodicha y “Se armó el Belén “, otra genialidad…
No se preocupe D. Arturo, algún día empujará a quien no toca y le meterán las gafas por… montera.
Con un poco de suerte y confiando en el fatum o moira o karma… el tiempo lo pone todo en su sitio.
“A veces en la vida tienes que plantarte y dejar que te peguen, aunque sepas que vas a salir lastimado. Porque si no lo haces, nunca serás un hombre de verdad.” Wilson, Cazador blanco, corazón negro.
En los supermercados te encuentras manadas de estos especímenes, empujan en los pasillos, en las cajas te soplan en la nuca o directamente se cuelan y van por la vida avasallando hasta que alguien les para los piés. Amén de que tengo imán para los gilipollas, como haya uno a un kilómetro a la redonda, seguro que se me arrima, en la tienda, en el banco, en la feria o en las carreteras. Falta de educación se le llamó toda la vida y yo al igual que usted, no insulto ni levanto la voz cuando alguien me toca los bemoles, será que he visto muchas películas de Clint Eastwood, aquello de, ” ¿Morenos, que estáis tramando?”.
Don Arturo, en mi pueblo dicen, el que no tuvo madre en la casa, en la calle encuentra un padre. Déjelo ir, que en algún recodo del camino, estará ese padre, o padrastro, que le explique lo que le faltó de aprender. Saludos
Osada bellaqueria en red
“Bellacos que incluso, a veces, se atreven a declamarnos sus versos…”
Es la mala educación
Habitual en nuestros días…
Se extiende con demasía
Sin pausa ni remisión.
Hace mucho que aprendí
Que, aun siendo “bellaco” osado,
Puedes ser muy educado
Con lo que vas a decir.
En los versos descubrí
Esa poción tan buscada,
Que una décima encerraba,
Y, con ella, la luz vi.
Para hacer una objeción
No hay que mentar a los muertos,
Cuesta muy poquito esfuerzo
El usar la educación.
Por ello no estoy de acuerdo
Con tal literario aserto
Que da por seguro y cierto
Que son pesados los versos.
Seguro que es más molesto,
Créame usted, don Arturo,
Si el “bellaco”, cual cianuro,
Llama poesía a un texto.
Cortando al albur la frase,
Sin que aparezca la rima,
Van provocando la grima
Y hasta el caos de MUFACE.
PD:
No me resisto a incluir de nuevo estas décimas. A mí me parecieron magníficas cuando las descubrí, hace décadas, de boca de un octogenario que decía haberlas aprendido en la escuela.
Nunca averigüé el autor y sólo hice unos arreglillos para cuadrar versos que quizá ya no recordaba textualmente quien me las transmitió.
Con sobrada inexperiencia,
Y en aras de la osadía,
Subieron al cielo un día
La hermosura y la opulencia.
Pidieron, con insistencia,
Que las dejaran entrar,
Mas fue en vano, que a pesar
De ser gente tan preciada,
Junto a la puerta cerrada
Se tuvieron que quedar.
En cambio, siempre que henchida
De claro y tranquilo vuelo
La virtud sube al cielo
En busca de mejor vida,
Por ley jamás abolida,
Aunque no pueda ostentar
Una belleza ejemplar
Ni esté de galas cubierta,
Aquella cerrada puerta
Se le abre de par en par.
Bellaco es la palabra de hoy,
muy bien puesta y decidida,
por qué mentir, si sabemos,
que los bellacos abundan,
grandes, pequeños u hostiles,
sobre su ego montados,
son capaces de romper,
nuestra calma y bienestar
Hasta que en un momento
sentimos, que se nos desboco’
el diccionario, e increpamos al fulano
dejándolo en su lugar.
De una pieza y sin tapujos
sin ganas de continuar
con su grosería infinita
para que aprendan por fin
Que ser educados no implica,
solo soportar estragos,
también es bueno decirles
a estos maleducados
Que un día se pueden topar
con alguien de pocas pulgas
que los ponga en su lugar,
de una vez y para siempre
con un cartel colgado que diga:
De bellaco tienes la impronta
De bellaco es tu sentir
Bellaco, no te propases,
porque estoy harto de ti
Muy bueno señor Brun
Si usted lo aprueba señor Aguijón, es como si me hubiera condecorado el Rey de España.
Un saludo estimado amigo
Aunque los que te declaman sus versos son más groseros y egoístas
Yo sí llegué a los golpes con un troglodita similar, hace algún tiempo y lo hice a plena conciencia de la triste reflexión final de don Arturo: como el imbécil nada había aprendido del asunto, le dejé al menos un par de recuerdos del mismo.
Hace varias décadas abandoné ya la diplomacia de la decencia con los indecentes: al bárbaro no se le puede tratar civilizadamente, sino en sus términos. Piensen en Münich 1938 o Crimea 2014, si no.
El problema es que siempre, en tales casos, se me aparecen las palabras finales con que Howard termina “Conan, el Bárbaro”: “Al final, los bárbaros siempre ganan”.
Usted y yo hemos seguido, parece, el camino inverso. Un servidor de jóven era todo diplomacia, reinserción y pacifismo. Y ahora pienso, con la experiencia de toda una vida, que hemos sido demasiado indulgentes, y así nos va, concediéndoles derechos y pervivencia que no se merecen (y menos a costa de los corderos como ocurre), con los asesinos, los genocidas, los violadores, los maltratadores, los narcotraficantes de altos vuelos, los terroristas y los políticos corruptos. Es como si malos y buenos jugaran al mismo juego pero con reglas diferentes y además con cartas marcadas a favor de los malvados. Ellos conocen nuestras reglas y se benefician chulescamente de las mismas, pero las suyas sólo se conocen tras el crimen… y ya es demasiado tarde para enmendar la desgracia. No piense usted en los bárbaros, es un concepto muy etéreo. Yo pienso en el Ángel justiciero y defensor, con la espada flamígera impidiendo el paso al Edén y diciéndole socarrón al malvado, a lo Clint Eastwood: ¡Vamos, alégrame el día!
Un saludo.
A mi siempre me queda el consuelo de que a todo cerdo le llega su San Martín, y algún día dará con otro como él o peor, y ese día recibirá su propia medicina
Es el mundo de hoy, Don Arturo, donde ya se ha olvidado que la buena educación no es un conjunto de reglas absurdas y obsoletas, sino la única manera de hacer soportable la convivencia.
Un cordial saludo.
Totalmente de acuerdo con lo expresado don Arturo. Tengo 72 años, vivo en Argentina, soy una señora a la que llevan por delante sin miramientos como si fuese un espejismo. Me he plantado alguna que otra vez a su estilo pero también he aprendido lo inútil de mi esfuerzo. Vivimos en un mundo donde el ombliguismo es el pan de cada día. No sé si son mal educados o mal aprendidos, como decía mi madre, pero les llegará el turno y les pasará lo mismo.
Que casualidad, justamente anoche en la cena con mis hijos, llegamos a la triste conclusión que a la mayoría de las personas nos les interesa un bledo, al que tienen detrás. En el despacho de combustible, estacionado donde no corresponde, hablar de bueyes perdidos con el comerciante sabiendo que hay gente que está esperando ser atendida, ni que decir brindar el asiento a una señora mayor, o a una embarazada. Decir malas palabras a los gritos en la vía pública es frecuente y está asumido. No puedo generalizar, pero la mala educación en Latinoamérica está asumida como normal, la excepción es comportarse correctamente: señor, por favor, disculpe usted, gracias, no tiene porqué; son frases fuera de uso.
Se suma a la mala educación, la intolerancia, la agresividad, la ira y el exceso de alcohol; un combo perfecto para que ocurran situaciones en la vía pública deplorables. Es frecuente las trifulcas entre jóvenes a la salida de boliches bailables, jóvenes mujeres peleando tomándose de los cabellos a la salida de los colegios, o madres atacando a maestras. Ya hubo varios casos incluso en que alguien perdió la vida.
El deterioro social es palpable, se siente, duele y está llegando a límites extremos, en donde incluso ya ni los ladrones tienen códigos, se convierten en asesinos, y matan por matar, o torturan a personas mayores indefensas; estos ya dejan de estar en la categoría de bellacos, convirtiéndose en cobardes hijos de puta.
Cuando la buena convivencia en una sociedad se termina, la vida se convierte en una guerra campal por la subsistencia, por el lugar; la confianza en el prójimo se pierde; la alegre pradera verde de la amistad, se convierte en un pastizal seco.
Con solo asistir a una reunión de un consorcio, se puede apreciar, el clima de época que nos involucra a todos.
Cordial saludo
Bellacos… En hispanoamérica les decimos HDP!. Al leer la cita referencial de Heinrich Heine. Pienso en la ocasiones, que he sido descortes, con uno que otro bellaco, y con personas, que no lo merecían. En la tierra de los bellacos! De la cual “latinoamerica solo es el confin del mundo, de los bellacos”. Me siento como un bellaco, al sentarme frente al computador o el móvil; para contar mis cuitas y a veces, hasta para escribir mal, algunos versos. Al final del artículo de Don Arturo, Me he sentido como un atrevido bellaco. Acá en el confin del mundo (Managua Nicaragua) hay tantos bellacos, por un momento recordé a tanto bellacos mandadores; Pero no todo está perdido acá, habemos quienes cedemos el lugar a las damas, los ancianos y discapacitados, ayudamos a cargar pesados bultos, escoltamos a sus casas a desprotegidos, salimos heroicamente contra bellacos peligrosos aunque salgamos llevando la peor parte. Hay bellacos habladores, patanes y unos violentos y peligrosos, en los sitios menos esperados, bellacos extremos se encuentran; uno nunca sabe cuando puede encontrar un maldito bellaco, soez y bruto. No me imagino una falange de los tercios españoles cortés, moderada y de maneras suaves; ni imagino a Blaz de Lezo en batalla diciendo “con su permiso” -me permite vapulelarlo con mi apropiada artilleria- Si: debieron ser unos bellacos! ruines de lo peor; aquellos infames, que saquearon las pertenencias, del camarote del gran Cosme Churruca en Trafalgar. En mi infancia trate con tantos bellacos en el patio del colegio, y en las calles de mi barrio, que no supe, en qué momento me convertí en uno de ellos. Hasta que me civilice, Pero es verdad, en este mundo “los bárbaros siempre ganan” y he perdido y cambiado muchas veces las llaves de mi bolsillo, que he aprendido a darle un inusual empleo en casos de: “bellacos a la vista”; cierto es, la calle y el exterior salvaje, no perdona a los bellacos, hay muchos padres golpeadores de bellacos, que golpean bellacos por mal educados, o por antipáticos, o por pendejos!, Pero que bellaco escribe poemas? Es bonito ese que dice: “Hace mucho que aprendí. Que, aun siendo “bellaco” osado, Puedes ser muy educado Con lo que vas a decir.” Pese a que ya no puedo recordar; con cuántos bellacos me sostuve a golpes, será porque me golpearon tan fuerte, a reventar, cuando uno no es un bellaco golpeador, aprende diplomacia, es buena manera de evitar: perder perder, y simular empate o parlamento componedor. El bellaco haya justicia, solo hasta, que se encuentra un bellaco peor que el, dándole hierro también. Una vez me asaltaron a mano armada unos delincuentes motorizados, con la estación de autobús con unas 15 personas observando, los ladrones educados, montaron pistola con estilo, se acercó uno de ellos suavemente, sin quitarse el casco oscuro, que cubría su rostro, en un tono de vos normal y con palabras gentiles me dijo: “caballero, el maletín” no dijo por favor, tampoco me agredieron verbalmente, no me golpearon, ni me dispararon. No considere oponer resistencia, con tan moderados delincuentes y -educados- como muchas veces hice otras ocasiones. No puedo decir lo mismo de otros bellacos. Ahora que lo reviso mejor, la primera vez que comenté un texto en Zenda, fui un cyber bellaco mal educado, no recuerdo si dije: saludos… No se, si me presente en este foro con educación y cortesia. -Me llamo José-, y agradezco el espacio y plataforma para hablar mis cuitas, me reviso y examino a mi mismo, cada vez, que leo uno de vuestros artículos. Los modales y maneras siempre serán importantes. En un foro civilizado.
Steven Pinker, en uno de sus libros (no recuerdo cuál) decía que una de las causas de la disminución de la violencia homicida en Europa en los últimos siglos había sido la enseñanza de las reglas de buena educación.
Los niños aprendían a dominar sus impulsos y a pensar antes de actuar, a no ser agresivos y molestos para los demás.
Por lo tanto, no inducían a los demás a tener una respuesta violenta puesto que la propia conducta no era ofensiva o chocante.
Y también refrenaban el impulso violento de responder las ofensas con más violencia.
Estimado amigo, su situación relatada es la que quienes nos sabemos educados, sufrimos a diario. La falta de valores, de empatía, la jactancia de su mala educación y sobre todo, como ud lo indica, la convicción de que su accionar es el correcto y la inequívoca afirmación de que no le quedo nada de eso, es la muestra de lo común en nuestros días. Soy Argentino. Vivo en el Interior de este generoso País y sufro a diario en todo ámbito esa penuria. Entrar a comprar Pan o a solicitar algo en una farmacia, o el simple hecho de sentarse a tomar un café, demuestra que quienes atienden o coexisten en esos lugares no tienen educación ni quieren recibirla. Un signo de nuestros tiempos que a futuro, cuando quizás ya no seamos convites de este oxígeno, será usual y diaria sin que ninguno de nosotros, ya occisos reclamemos respeto y educación como valor. Abrazo.