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Quevedo, un Siglo de Oro a base de insultos

Quevedo, un Siglo de Oro a base de insultos

Si los insultos fueron parte sustancial del Siglo de Oro, un silogismo nos permitiría deducir que la corrección política hará irrepetible aquel periodo de esplendor, como puede concluirse ante el Diccionario de insultos extraídos y trasvasados de las obras de D. Francisco de Quevedo (Editorial Verbum).

Seleccionado por José Antonio Martínez Climent (Alicante, 1965) y Ricardo González-Haba (Salamanca, 1967), este breve pero intenso diccionario reúne casi dos millares de insultos, palabrotas, denuestos, improperios y dicterios, y cuenta con un prólogo del académico y exdirector del Instituto Cervantes Santiago de Mora-Figueroa, marqués de Tamarón, que comienza con una sentencia: «Hoy en día los únicos escritores vivos son los clásicos, por estar muertos. Por estar muertos son inalcanzables a la criminal estupidez de la corrección política».

Inasequibles a esa «criminal estupidez» parecen también Climent y González-Haba, quien en la brevísima introducción que escriben a la colección de «perlas» de Francisco de Quevedo se autodefinen como «unos Don Nadie», y no es eso lo que más sorpresa causa en un tiempo tan estrecho que acota las parcelas de conocimiento, ya que ambos proceden del mundo científico. Con formación en biología, Climent es un ecólogo que se ha desempeñado en esa labor por media Europa, y González-Haba es un ingeniero que trabaja en el sector del cemento, de modo que este diccionario que han entresacado de las obras completas de Quevedo es fruto de la amistad que ambos trabaron en su todavía no tan lejana época universitaria, por un lado, y de que los dos descrean de esa división del conocimiento por parcelas, por otro.

Su diccionario es doblemente satisfactorio, porque si por una parte ofrece el rescate de los insultos del Siglo de Oro, o sea términos clásicos, por otra las definiciones de Climent y González son actuales, o sea de ahora mismo, como demuestra la expresión clásica «a lo ministro», a la que corresponde la definición: «Hecho con rigidez y cerrazón de mollera, como cerril plenipotenciario o con mayoría».

No menos actual resulta la definición de la expresión «abultador de apellidos»: «Que exagera las virtudes de su mercancía, en especial de las de honra y forma; comisario vendedor de Espacios Transversales y Artes Contemporáneas», y la del término «águila», que aún hoy se emplea con sentido similar al clásico y a la que corresponde la siguiente definición: «Fullero de modales corteses, habilísimo para escapar a la justicia o para esconder cartas en la manga; frecuentador de palcos y selectos clubs de golf; quien usa sus garras para aferrarse al escudo del euro». Otras definiciones no carecen de carga de profundidad social o política, como «zampalimosnas: Pedigüeño sin fondo; incluidas Organizaciones dedicadas a tal fin», o «vaciado a lo catalán: Expolio completo».

Climent ha dicho a Efe que su insulto favorito de los recogidos en el diccionario es «necio de tres suelas y por chueca», cuya definición reza: «Quien, hipócrita y calculador, mide el alzamiento del sombrero, mano o voz según a quien salude», mientras que el preferido de González-Haba es «bufón en racimo», al que pertenece la siguiente definición: «Cómico de bululu, actorzuelo de compañía y errante que actúa poco y mal en plaza pública y se contenta con algún mendrugo; artista que firma manifiestos o encabeza manifestaciones». Tampoco el prologuista se abstiene de destacar un par de insultos: «cornicantano», que se define como el «marido al que su mujer pone cuernos por primera vez, como quien canta misa», y «de encaje de lechuza» que en este caso se aplica al «escritor afecto a dárselas de interesante empleando expresiones oscuras».

De Quevedo recuerda en su prólogo el Marqués de Tamarón que «fue fiel incluso a las causas perdidas».

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Juan
Juan
7 meses hace

Precioso resumen, me imagino que para un precioso libro, que nunca llegará a las costas de esta ínsula barataria. Solo difiero con el prologuista en que, como esto siga así, muy pronto ni los escritores muertos estarán a salvo de la estúpida corrección política. No se me olvida que la versión de Las mil y un noches que me llegó en mi infancia había sido prolijamente espulgada por los censores de la época y en ella nadie se follaba (ni deseaba follarse) a nadie. ¡Quién sabe qué nos falta por ver!