Hace unas semanas estuve con Ji Houan. Después de tantos meses, me he acostumbrado a su cara de hurón y sus manos de arcilla. Dice que viene de China, pero es difícil saberlo. Sus rasgos no son los orientales característicos y el pelaje en torno a los ojos difumina su expresión. Además, aunque le oigo hablar en chino (creo que es chino) con algunas personas de rasgos más evidentes y marcados, hoy en día no es significativo. Le preguntes a quien le preguntes te dirá que aprender idiomas está sobrevalorado, que el avance de las IA y su implementación en los sistemas de comunicación lo hacen inservible. Conozco a muchos que tienen conectado el traductor simultáneo en sus dispositivos subcutáneos, e incluso en el móvil de la muñeca o el pulgar. Es fácil si tienes pasta. Siempre es así. Siempre lo ha sido y siempre lo será. El dinero es el combustible del mundo. Ahora que hay menos papel moneda y la tendencia gira en torno a la conversión digital y el movimiento de efectivo virtual con las bitcoins y otras monedas de curso legal, la gente adinerada es más cauta y no se exhibe ni pavonea en determinados sitios. No obstante, como decían AC/DC antes de ser transferidos a la conciencia global suavizada, «Moneytalks». Igual ya no son «trajes a medida, coches con chófer, hoteles finos y cigarros grandes» —los tiempos han cambiado—, pero ese espíritu y su concepto siguen vivos.
En el intermedio entre la primera y la segunda caña, cambió de asiento y se sentó a mi lado. Bajó la voz y me explicó un poco mejor. «Es un prototipo. Lo lanzaremos al mercado a principios del año que viene o finales de este. ¿Has visto Black Mirror? Una de las últimas temporadas. Esto es algo así. Te lo pones en la sien, da igual cuál, y acaricias la parte central. Y ya está. Entras directo. Viaje instantáneo. Tiene tres destinos pregrabados para cubrir tres escenarios comunes según clima, entorno visual, sociedad, tiempo, etc… Y estamos trabajando en otros siete que saldrán con el lanzamiento de la beta. Vas a flipar. Pero no te quedes enganchado, ¿eh? Esto es peor que la droga». Si era tan malo, ¿por qué me lo daba? Le pregunté con confianza. «Bah, es seguro. Solo no te piques ni te olvides de vivir, aunque ya te digo yo que esto es el futuro. Shì wèilái. El futuro, tío». Antes de irse me dijo otra cosa: «No olvides la palabra mágica». Se refería a la «palabra de seguridad», término que Ji Houan había adoptado del BDSM. «Es difícil perderte y creer que todo es real ahí dentro. Estamos trabajando en ello y estará listo para cuando llegue la salida al mercado. Mientras tanto, tenla muy presente y grítala al otro lado si necesitas salir». Si me dijo la palabra, no lo recuerdo.
Entrar fue fácil. Se han acabado las ferias y he paralizado el proyecto en el que estoy trabajando, así que encontrar un momento en el que zambullirme en esa fantasía no resultó demasiado complicado. Coloqué la lenteja en mi sien derecha y una pantalla que no existía se desplegó ante mis ojos. Me sentí como Tom Cruise en Minority Report, moviendo las manos delante de mí, desplazando menús, abriendo y cerrando ventanas emergentes y clicando aquí y allá. Solo yo podía verlo. Elegí el modo «aventura» en Asia. Sentí vértigo al pulsar «Enter». Fue como si algo me succionara, como si atravesara un túnel o me lanzara por un retorcido y largo tobogán de un parque de atracciones. Creí que vomitaría. Antes incluso de sentir la náusea, el mundo a mi alrededor se reconfiguró con absoluta perfección. «Ji Houan es un maldito genio», me dije. Tiempo después rectifiqué y borré lo de genio, convirtiendo el adjetivo en sustantivo.
Al principio fue toda una experiencia. Deduje que aquel paraíso cibernético futurista no era un lugar real, sino que estaba basado en una mezcla de las ciudades asiáticas más importantes a nivel tecnológico: Shanghái, Tokio, Seúl, Dubái… No era ninguna de ellas, pero en todas se apreciaban rasgos extrapolables a cada una. «Bienvenido a Todushaka». Al ser una versión de prueba, apenas había habitantes. El neurosensor estimulaba la red neuronal de forma intensa, y era como si estuviera allí. Se sentía todo: el olor de los cerezos en flor, el sabor del mango, el tacto de los tapices, el sonido de los pájaros… Y los colores estimulaban la vista de una forma increíble. Sin embargo, estaba solo. Los ciudadanos parecían reales, pero no eran más que unos NPC creados con premura para sacar adelante el proyecto y tener algo que mostrar a los inversores. Después de varias horas, cuando quise salir, me di cuenta de que no recordaba la palabra de seguridad. No tenía la llave ni tampoco sabía dónde diablos se encontraba la puerta. Escribo esto horas después desde la cama del hospital al que me llevaron hace un par de semanas. Me creyeron en coma. Intentaron retirar la lenteja de mi sien; mi mujer me dijo que se lo pensaron mejor cuando empecé a convulsionar. Estaba sufriendo mi aventura en Asia, luchando con ninjas y samuráis, creyendo que me alimentaba a base de sushi, fideos de arroz y empanadillas, cuando en realidad lo hacía a través de un tubito por la vía de mi brazo.
Encontré la palabra mágica de casualidad. Maldije el espíritu chistoso de Ji Houan entonces y aún hoy, días después, lo sigo haciendo. Xìngrén jī. No era una palabra, sino una frase. En chino, además. De no haberme insistido aquel camarero —tanto como para que yo le gritase que no quería el maldito pollo con almendras del menú—, aún seguiría allí dentro. Ji Houan podría haber escogido cualquier palabra o frase, pero escogió aquella. El plato de un menú de una anécdota de hace como mil años. Tardaré en perdonarle lo de esta puñetera lenteja sensorial, eso seguro. Aun así, no puedo evitar que se me escape una risita o esboce una sonrisa cuando recuerdo lo del pollo y las almendras en aquel local tan cutre de Pekín. Puede que Ji Houan tenga sus secretos con Paco el Pulpo, pero él y yo también tenemos alguna que otra anécdota. Será un hurón con manos de arcilla, pero tiene un sentido del humor de lo más retorcido. A veces se parece demasiado a mí.


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