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Un nudo en la garganta 

Un nudo en la garganta 

Hacerse el nudo de la corbata es lo último que nos ata a la civilización. La linea de seguridad que nos salva, como funambulistas caminando por un siglo incierto. Hay tipos que duermen con pijama y otros que amanecen con corbata, igual que a Churchill lo parieron con pajarita. Los hay que llevan corbata incluso cuando no la llevan. Lo de la corbata, como el sombrero, es el último acto de rebeldía en este mundo de restaurantes sin mantel y sin carta en papel. Suerte que todavía los haya donde es casi tan primordial como un por favor: en algún gentleman’s club —como el Travellers— de los que es cronista de cámara Peyró, en el Ritz de Londres o en el Casino de Madrid. Horcher se bajó del carro. Lo mismo que el Congreso de los Diputados, donde debería de seguir siendo exigible, más después de aquella bronca de Bono a Miguel Ángel Sebastián, como obligación que va en el sueldo. La corbata tiene más que ver con los modales que con un retal de tela en el gaznate. La corbata son retales de lo nuestro. E igual que al Palace se puede ir como te dé la gana, lo único exigible en cualquier lado es no hacer el ridículo.

"Lo de la corbata, como el sombrero, es el último acto de rebeldía en este mundo de restaurantes sin mantel y sin carta en papel"

Así me presenté el miércoles en el Casino sin ella y sin darme cuenta. Y me colé para ver a Jorge Volpi, que para mi sorpresa también iba sin corbata, pero él, claro, tenía la ventaja de ser el centro de atención y yo el anonimato. Y salvé la situación poniendo cara de llevarla, que es cara de artificiero, esa tranquilidad sostenida aunque no sepas qué cable cortar. Que se exija corbata en el Casino de Madrid no tiene nada que ver con el esnobismo, sino con las lentejas. Y así me presenté yo en el Casino sin ella. No escribo esto como una tarjeta de disculpa, más bien como una de adhesión: yo, a mí mismo, no me habría dejado entrar… pero no por lo de Groucho Marx.

Me reconfortan esos pocos lugares donde prima la intolerancia a la vulgaridad. Hay tardes, siglos, que uno tiene que gritar: ¡Bendita intolerancia qué nos salva de la ordinariez!

"Pero siempre habrá mujeres que busquen hombres sin corbata y se arrepientan dos ratos después de que no sepan hacerse el nudo y mucho menos atarse los machos"

Según José Peláez debería quitarme la corbata. “Corres el riesgo de parecer presidente de una Diputación…” Y yo siempre pienso que con suerte ellos se parecerían a mí. Saber anudarse la corbata es casi tan importante como hacer una buena tortilla de patata. Son detalles que le hacen a uno más alto y más guapo, o como mínimo parecer menos idiota. La corbata no hace al hombre, pero lo que queda de la elegancia es un traje de Tom Ford bien cortado como hay hombres cortados por unos principios inquebrantables. Nada de valores, he dicho principios. El traje no hace más que mantener calientes esos principios. Pienso en aquel aforismo novísimo que corrió hace tiempo como la pólvora, aunque viendo el percal, sin demasiado éxito: “Si no tiene libros, no te lo folles”. Bien, si no tiene ninguna corbata en el cajón porque le parece cosa de carcas, franquista, de ministros de la UCD, de pirómano que no lucha contra el cambio climático, de derrochador de energías blanditas, huye y no mires atrás. Pero siempre habrá mujeres que busquen hombres sin corbata y se arrepientan dos ratos después de que no sepan hacerse el nudo y mucho menos atarse los machos.

Lo de la corbata lo he heredado de mi padre, que es eternamente él, pero más que como Dorian Gray él se fijó una apariencia que no varía con las décadas a base de gomina. Mi padre, que sin gomina no es mi padre. Quizá llevo corbata porque a cierta edad deja uno de renegar de su padre y no le encuentra tanta gravedad al irse descubriendo rasgos, gestos, canas que le recuerdan a él. Para mí la infancia son recuerdos de mi padre haciéndose el nudo cada mañana, con la destreza con la que un francotirador desmonta el fusil. Y después fusilar la raya del pelo con gomina para que no se vuelva a mover.

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Josey Wales
Josey Wales
1 año hace

Antes, llevar corbata era como ir afeitado o no escupir al hablar. No era elegancia, era algo mucho más básico, algo así como respetarse a sí mismo. Mi abuelo trabajaba en el campo y era casi analfabeto, pero cuando volvía a casa se duchaba, se echaba colonia y se ponía corbata, aunque no saliera de casa y se pusiera encima una rebeca. No se trataba de aparentar nada, dentro y fuera de casa era lo mismo.