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Una celebración de la naturaleza

Una celebración de la naturaleza

Una avispa parásita en cuyo interior había otra en cuyo interior había otra en cuyo interior había otra y en cuyo interior había otra. Atrocidades como ésta son las que puede deparar la observación minuciosa de la naturaleza, tal y como la acometen los entomólogos, pero también personas como Annie Dillard. Esta profesora de Literatura decidió un día trasladarse a una casa en los Apalaches y de aquella experiencia salió una obra merecedora del premio Pulitzer de Ensayo. La autora escribió su tesis sobre Thoreau y a él se encomienda en las primeras páginas. Pero termina citando a Emerson, maestro inicial del autor de Walden, de quien acabará distanciado. La visión de Emerson resulta después de todo más cercana a la que mantuvo siempre Walt Whitman que a la que finalmente desarrolló Thoreau. Y la mirada de Dillard, también. La mirada de Dillard es una celebración de la naturaleza a la manera en que Whitman se celebraba a sí mismo.

"La autora encuentra explicación religiosa para muchos de los acontecimientos que observa. En el cristianismo, en el islam, en el budismo."

Porque estamos ante una obra de enorme ambición poética —“Toqué la hierba muerta del invierno, enredándola con la punta de los dedos como si fuera pelo y agitándola con la palma de la mano.”— que explora el lirismo de los acontecimientos más minúsculos: el balanceo en el aire de una semilla de arce, la luz reflejada en los peces desde el fondo del río, el refugio recién levantado de una larva de tricóptero. Momentos amables y momentos muy crueles: arañas que a duras penas pueden arrastrase sobre sus siete patas, mariposas que seguramente perdieron su cola segundos después de su nacimiento, pájaros sin ninguno de los dedos en la pata izquierda. De hecho, algunos de los párrafos más deslumbrantes de este libro son aquellos dedicados a describir cómo la naturaleza se devora a sí misma, cómo la inmensa mayoría de los seres vivos -sobre todo, si tenemos en cuenta a los insectos- nacen para ser engullidos.

La autora encuentra explicación religiosa para muchos de los acontecimientos que observa. En el cristianismo, en el islam, en el budismo. Como si, después de todo, los fundadores de estas religiones nunca hubiesen tenido en mente al ser humano. También los fenómenos de la física y, sobre todo sus misterios, encuentran su razón última en lo que acontece en la naturaleza, según se desprende de lo que va diciendo Annie Dillard. Si alguien hubiese prestado más atención a las ratas almizcleras no hubiéramos tenido que esperar a 1927 para que un tal Heisenberg nos revelara el principio de incertidumbre.

"La aproximación de Annie Dillard a la vida salvaje se hace casi desde el interior de la misma, sin relación con nada más, ni con la búsqueda de la soledad ni con el deseo de una vida más auténtica."

Este libro evidenció en su momento los más de cien años que habían pasado desde que Thoreau inaugurara la literatura de la naturaleza. Lo que aquí se plantea ya no es despojar al hombre de los ropajes asfixiantes de la vida moderna. La aproximación de Annie Dillard a la vida salvaje se hace casi desde el interior de la misma, sin relación con nada más, ni con la búsqueda de la soledad ni con el deseo de una vida más auténtica, y se nos revela filtrada por los muchos que para entonces ya han reflexionado sobre ella. Es una inmersión desde la inteligencia lírica, que insufla nueva vida o, al menos, una vida distinta a este tipo de escritura.

Autora: Annie Dillard. Título: Una temporada en Tinker Creek. Editorial: Errata naturae. Venta: Amazon y Fnac

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