Recorte de la portada de los ‘Cuentos fantásticos’,de Pardo Bazán (Eolas, 2020)
Entre las sucesivas y a veces contradictorias instrucciones sobre la pandemia, la complicada y dispersa opinión de los políticos y las confusas celebraciones pre-pascuales, he tenido ocasión de leer algunos libros que me atrevo a calificar de insólitos. Recientemente, dos libros de cuentos, una novela y un libro de ficciones breves de difícil encaje entre las clasificaciones habituales.

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Otro libro de cuentos peculiar que he leído en estos tiempos raros ha sido El taxista asesino, de Miguel Ángel de Rus (M.A.R. Editor, 2020).
Ya conocía del mismo autor de 36 maneras de quitarse el sombrero, un repertorio de cuentos que me llamó la atención, pues se trata de un sorprendente y divertido grupo de piezas literarias en las que se manifiesta la recuperación de la sátira social, un género que, familiar en España desde las Coplas de Mingo Revulgo, fue habitual en nuestras letras pasando por Quevedo, Cadalso, Moratín, Larra o el esperpento valleinclanesco, pero que desde hace años parecía haberse perdido o difuminado en nuestra literatura, para quedar refugiado solo en los chistes —pienso en El Roto—, en ciertos artículos periodísticos o en determinadas publicaciones humorísticas. De modo que 36 maneras de quitarse el sombrero supone, a mi juicio, una muestra de decidida recuperación de un género muy asentado en nuestra tradición literaria.

La mirada sarcástica está en la mayoría de los cuentos: en La botella de Bukowski, el cigarro de Gainsbourg se habla de la progresiva censura de noticias, que el narrador busca durante el confinamiento pandémico, recurrente en el libro, pues en Es la economía se muestra la mortal satisfacción de un especulador ante las consecuencias de la expansión del virus en la bolsa. También está en la curiosa respuesta del sacerdote a una mujer que le ha confesado sus asesinatos en Puedes ir en paz; en la réplica material del presidente del gobierno construida para afrontar entrevistas y actuaciones en De cartón; en el progreso de un campesino que se hace constructor de generadores eólicos y conoce el mundo de la comunicación virtual en Ficticio; en el paso de una exposición modernísima al asalto callejero en Setenta balcones; en el éxito conseguido con el simbolismo de la venganza en Amada rata; en el contrato rechazado y la robot de Harmony 3.1…; en la muestra de un notable “emprendedor” en Arte, así como en la majestuosa entrada televisiva en un inexplorado escenario de La belleza interior…
Sin embargo, como señalé, hay varios cuentos en los que el sarcasmo se matiza o sustituye por otras miradas. Así, en el mundo de la droga de La barriada de las viudas un tiroteo puede originar un arrepentimiento; en Más duro que nunca, el juego más o menos onírico con el doble deriva en definitiva melancolía, una melancolía que se repite con otros tonos en Recuerdos del pelo largo; los problemas de un rescatador de inmigrantes ilegales y el odio religioso entre ellos en Júpiter muerto entre las olas son muy palpitantes; en Último beso se crea un “micro-homenaje” a La Eva futura de Villiers de l’Isle Adam; y el desfallecimiento del deseo está muy logrado en El arte de amar…
En cualquier caso, como sucede con 36 maneras de quitarse el sombrero, se mantiene en este nuevo libro del autor un aire de “distopía ya imperante” que me parece novedoso. Un libro a resaltar en esta época en que el cuento español parece gozar de buena salud.
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La novela se titula El tango y la marea (De Jaque libros, Ediciones Vitrubio, 2020) y su autor, Roberto López San José, se estrena con ella en la narrativa.
Para empezar, ya es peculiar en esta novela que su protagonista pertenezca al “servicio doméstico” y otros oficios similares, pues en la tradición narrativa española pocas veces la servidumbre ha salido del puro reparto, de su condición secundaria, aunque haya ejemplos que rompen la pauta, como la Benigna o la Tristana galdosianas, la Esclavitud de Morriña de Pardo Bazán, la Petra de La Regenta o la Desi de La hoja roja de Delibes… En el caso de la novela de Roberto López San José, por encima de los sólidos y convincentes personajes está esa protagonista, Plácida, “chica de servicio”. El texto, que los buenos lectores tenemos que agradecer por su perfil estructural y su complejidad, es la historia de la tal Plácida, una supuesta huérfana a quien de muy niña internaron en la inclusa, que en la guerra civil fue acogida por una familia francesa, que con la segunda guerra mundial fue devuelta a su lugar de origen, y que con los años regresará a Francia, como destino definitivo.

Una novela peculiar, ambiciosa, fruto sin duda de un trabajo meticuloso y muy bien discurrido.
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El libro difícilmente clasificable ha sido Bazar, de Emilio Gavilanes (Ediciones La discreta, 2020). El autor ya ha demostrado su capacidad creativa en varias novelas y libros de cuentos y de minicuentos, pero esta vez nos presenta un libro consolidado con múltiples facetas, cargado de sugestión, en verdad insólito.
El libro comprende más de ochocientos textos de diversa extensión —los más breves de una o dos líneas, los más largos sin superar las dos páginas y media—. Como los textos carecen de título y se van sucediendo vertiginosamente, acaban conformando una especie de misterioso monólogo convertido en lo que pudiera parecer un diario, mediante la voz narrativa, una primera persona que, multiplicando sin cesar las perspectivas de su relato, nos cuenta sus recorridos por innumerables lugares, físicos —urbanos o rurales—, mentales —doctrinas, teorías, rincones de la historia—, recuerdos de diversos tiempos supuestamente vividos —juguetes de la infancia, enfermedades, la madre, ficciones, situaciones, encuentros…— o se pregunta por el ser humano, Dios, la literatura, la realidad…

Esa mirada marcada por el mismo estilo, que pasa de la metafísica a la literatura, de la especulación ensayística a la consideración de la naturaleza, de la reflexión histórica al haiku, acaba estableciendo una especie de caos aglutinante, pues el aparente desbarajuste fluye estableciendo su propia lógica, y la voz unitaria convive diestramente con las diferentes perspectivas en las que se manifiesta, hasta conseguir una atractiva estructura bien ajustada, muestra de las inagotables posibilidades expresivas de la ficción literaria.


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