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Triunfo sin gloria, de Antonio Álvarez Gil

Triunfo sin gloria, de Antonio Álvarez Gil

El escritor cubano-sueco Antonio Álvarez Gil ha ambientado su nueva novela, Triunfo sin gloria, en la época en la que el ejército norteamericano irrumpió en Cuba y terminó el dominio español de la isla. En ese ambiente sitúa a un hombre, Leonardo Quintana, que coge las armas para vengar la muerte de su familia a manos del Cuerpo de Voluntarios y que, al término de la guerra, descubre apesadumbrado que el ejército norteamericano se ha apoderado del país.

En Zenda ofrecemos las primeras páginas de Triunfo sin gloria (Huso), de Antonio Álvarez Gil.

***

Capítulo I

Una tarde, mucho antes de que naciera yo, o incluso mis padres o alguno de mis abuelos, un jinete armado llegó al bohío donde el protagonista de esta historia vivía con sus propios padres y sus dos hermanas. Nadie supo nunca cómo el hombre había podido dar con aquella humilde morada, dada su ubicación en lo más recóndito de las lomas que dividían en dos los campos de la entonces provincia de La Habana. Pero había llegado hasta allí y, naturalmente, deseaba ser atendido por alguien de la casa. Como el cabeza de familia no se encontraba, su único hijo varón salió a averiguar qué sucedía. El forastero conducía de la rienda un segundo caballo en cuyo lomo, atravesado como un fardo, se veía el cuerpo de un hombre herido, al parecer inconsciente. Era un hombre negro, vestido con ropa de civil y bastante raída. El chico, que se llamaba Leonardo Quintana y acababa de cumplir quince años, se enfrentó al extraño y le preguntó si necesitaba ayuda.

—Claro que sí —respondió el sujeto, señalando al herido—. Hay que hacer algo para salvarle la vida. ¿Tu padre no se encuentra?

El muchacho dudó un instante, y cuando se disponía a responder vio que su madre y sus hermanas habían salido al patio y observaban la escena.

—Primero bájese usted —dijo la mujer, dirigiéndose al extraño—. Y baje a su amigo. Hay que ver si tiene vida.

—¿No está su marido? —repitió la pregunta el jinete.

La señora negó con la cabeza y el forastero descendió de su cabalgadura y entre él y el muchacho bajaron al otro hombre y lo acostaron sobre la hierba del patio. Enseguida, la dueña de la casa se inclinó sobre él y examinó la herida. Esta no parecía ser grave; pero el desconocido había perdido mucha sangre. La mujer, que sabía un poco de hierbas medicinales y de cómo recolocar huesos y curar magulladuras domésticas, dijo que, según le parecía, la bala había entrado y salido del cuerpo sin tocar nada importante dentro. Y agregó que intentaría hacer lo posible para ayudar al enfermo. El desconocido, mientras tanto, se había inclinado sobre su compañero y trababa de echar una mano en todo lo posible.

—Desabróchele la chamarreta —ordenó la dueña, que ya iba a buscar agua hervida para limpiar la herida. A su regreso comprobó que un hilo de sangre manaba todavía de ella, y que el hombre seguía sin recuperar la conciencia.

La mujer lavó con agua hervida el orificio en la piel y luego lo limpió con pócimas fabricadas por ella misma a base de hierbas del monte. Finalmente, lo taponó con retazos de tela vieja que una de sus hijas le había traído antes desde el balde donde el agua hervía. Por último, le envolvió el torso con un pedazo de lienzo que la segunda de sus hijas trajo desde el bohío.

—Bueno —dijo finalmente la señora—. Ahí lo tiene. Espero que se salve; pero yo no puedo hacer nada más.

El extraño miró a su compañero, que seguía sin reaccionar. Luego levantó la vista hasta la dueña de la casa y observó de nuevo al herido.

—¿Qué usted cree? ¿Vivirá?

—No lo sé, señor —respondió la mujer en tono seco—. Creo que ha perdido mucha sangre. Pero no me haga caso. Yo solo soy una guajira que sabe un poco de hierbas. Además, es la primera vez que veo una herida de bala. Dios dirá.

—Muchas gracias, de todas formas —dijo el hombre, en tono cordial—. De verdad le estaremos muy agradecidos.

—Es mi deber de cubana. No tiene que agradecerme nada. —Entonces la mujer bajó la vista hasta el herido y, suavizando el tono, agregó—: No puedo garantizarle nada; pero, si se salva, demorará en curarse.

—¿Cuándo regresa su esposo? —preguntó el desconocido y añadió, lleno de dudas—. ¿No sabe?

—No, no lo sé —respondió ella y, señalando a su hijo, agregó—: Si precisa de algo, cualquier cosa que sea, puede hablarlo con él.

—Voy a serle franco: necesitamos que lo cuiden por un tiempo.

La mujer pareció revolverse en su sitio.

—Usted sabe… —dijo, evidentemente incómoda.

—Mamá —intervino de repente su hijo—. Si lo llevamos hasta la cueva, yo puedo atenderlo allí, hasta que se reponga o…

—Sí —dijo el forastero—, o se muera. Así se habla. Yo espero que viva. Ese hombre es como un hermano para mi jefe.

—¿Se puede saber quién es su jefe, señor? —preguntó el muchacho, sin poder contenerse.

—Manuel García. ¿Han oído hablar de él?

—Claro. —Los ojos del chico se encendieron con un brillo alegre—. El Rey de los Campos de Cuba, ¿verdad?

—Ese mismo.

Entonces el joven se volvió hacia su madre y preguntó:

—¿Qué hacemos? ¿Lo llevamos para allá?

La mujer pareció dudar un instante más y, finalmente, dijo:

—Está bien. Espero que tu padre no proteste. —Entonces, bajando la voz, agregó—: Es que tenemos problemas con unos vecinos que…

—La entiendo, señora. Y de nuevo le doy las gracias por lo que están haciendo hoy—. Dicho esto, el forastero se dirigió al muchacho y le pidió—: A ver, ayúdame a cargar a este hombre.

Entre los dos acomodaron al herido sobre la bestia y el sujeto montó en su caballo y partió tras el muchacho, que ya abría la talanquera del patio. Antes de salir al camino, el jinete volvió la vista atrás, se quitó un instante el sombrero y saludó con él a la dueña de la casa.

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Autor: Antonio Álvarez Gil. Título: Triunfo sin gloria. Editorial: Huso. Venta: Todostuslibros, Fnac y Casa del Libro.

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