Digámoslo de entrada. No existe en el mundo realmente un método, una forma de pensamiento que permita a los seres humanos navegar con seguridad entre los peligros contrapuestos de saber demasiado de algo o saber demasiado poco. Enfrentarse a ese reto es deber de cada uno de nosotros, y encontrar la vía correcta entre ambos extremos da la medida de nuestra sabiduría. En todo caso, las dificultades de todo tipo crecen a medida que ha ido creciendo la complejidad del mundo, como viene advirtiendo Edgar Morin desde su teoría del pensamiento complejo. ¿Qué hacer, cómo pensar, cómo actuar ante situaciones y desafíos que resultan cada vez más inquietantes para nuestro futuro como humanidad? Por ejemplo, nos es forzoso prever las consecuencias que aportará la IA a nuestra actual conciencia del mundo. ¿Debemos apostar por ella sin reparos? Ansiamos la certeza en cualquier orden de cosas, pero lo cierto es que la mayoría de las veces nuestra única opción para combatir la incertidumbre es pensar, porque solo así podemos aumentar el grado de verdad de nuestras opiniones y hacerlas más firmes.
Sin embargo, para algunos pensadores, filósofos y críticos de la cultura los avances de la IA se han convertido en objeto de una guerra total. Es el caso del reciente ensayo de Basilio Baltasar, Crítica de la razón maquinal, una iluminadora reflexión contra la cultura cibernética, donde se parte de la idea de que los modos dominantes del pensar no son los únicos posibles y precisamente por ello no garantizan la ilusión de la verdad que anuncian. Este es el paradigma fundamental del libro y en este marco su autor plantea que la IA no es más que el último avatar de algo que viene de muy atrás: la entrega de la filosofía moderna a lo que el autor define como la “razón maquinal”, confundiéndose la idea de progreso —el legítimo deseo del ser humano a una expansión ascendente de su horizonte vital— con el perfeccionamiento de las máquinas que, sin duda, han mejorado y siguen mejorando nuestras condiciones de vida, desde la invención de la rueda hasta el uso de los drones, cuyas aplicaciones parecen infinitas.
Pero la pregunta que se formula Basilio Baltasar es la siguiente: ¿los avances de la ingeniería pueden implementar nuestra dignidad como seres humanos? ¿En qué momento de la Historia brotó la idolatría por la máquina? El autor rastrea los pilares del conocimiento moderno, cuándo y dónde empezó todo esto. Quiénes fueron los autores que fundaron el molde del cual la cultura no ha conseguido escapar, sino que, muy al contrario, cada vez estamos más atrapados en él. Porque ¿acaso debemos aceptar sin resistencia una vida humana permanentemente adosada al detritus vertido por cualquier pantalla? Parece una vida en muy poco superior a la que anima los anillos convulsos de un gusano mutilado. Para Baltasar buena parte de la responsabilidad recae en dos filósofos ingleses. Francis Bacon en su Novum organum (1620) cargaba contra la sabiduría antigua, contra la filosofía de Platón especialmente, en la convicción de que los nuevos instrumentos de los que podía disponer ya la ciencia de su tiempo impondrían el dominio del hombre sobre la naturaleza, como así viene ocurriendo. La cuestión está precisamente en calibrar las consecuencias que ha tenido este dominio. Por su parte, Thomas Hobbes, imbuido de la penosa impresión que le causaba el género humano, en su Leviathan (1651) sostuvo que todo lo que existe, incluidos los pensamientos, emociones y deseos humanos, puede explicarse en términos de materia física y de movimiento mecánico. Por último, fue Descartes quien en su Tratado del hombre (1664) defendió la posibilidad de replicar mecánicamente al hombre mortal, porque el cuerpo de este último no es más que “una máquina de tierra”. Claro que todos ellos, fundadores, en definitiva, del pensamiento moderno, escribían bajo un clima de censura y represión moral, de dominio eclesiástico, que les empujaba hacia la ciencia (y a su enseñanza y pedagogía) como contrapunto y avance en el camino de la libertad. Dar entrada a la ciencia era en pleno siglo XVII una necesidad epistemológica, una liberación de las servidumbres religiosas.
El sueño cartesiano de encontrar una réplica mecánica del hombre ocuparía algunas noches del verano de 1816 a Mary Shelley, cuando escribió su Frankenstein. Pero también la moderna psicología se sumaría al entusiasmo por la ciencia mostrado por la filosofía, la política y la literatura y lo hizo a a través del conductismo, planteándose la necesidad de formatear adecuadamente la conducta humana a fin de convertirla en dirigible (y también evitar así la criminalidad). Pero el autoritarismo de Skinner resulta estremecedor en el pasaje que exhuma Baltasar en su libro, cuando el psicólogo estadounidense aconseja a la administración estadounidense: “Lo que debe quedar sometido a proceso de abolición es el hombre autónomo, el hombre interior, el homúnculo, el demonio posesivo, el hombre defendido por las literaturas de la libertad y de la dignidad”. Norbert Wiener, Dona Haraway, ambos entusiastas defensores de la ciencia cibernética, han contribuido, entre muchos otros, a despejar los prejuicios éticos que pudiera albergar todavía la ciencia en su avance imparable hacia el logro de un ser humano mejorado por la tecnología. ¿Mejorado o atrofiado? ¿Pueden los avances de la ciencia ser la culminación de nuestras relaciones con la naturaleza de las cosas? Son preguntas que alimentan el fuego de una profunda insatisfacción actual, como si ahora, en las antípodas del primitivo pensamiento moderno —cuando se reclamaba luz ante la oscuridad del dogma religioso— necesitáramos recorrer de algún modo un camino de retorno, encontrar algún proceso de pensamiento en virtud del cual el abominado Ser, tras agotarse el recorrido que se ha hecho en su contra, pudiera o sintiera la urgencia de recuperarse a sí mismo. Aferrarse a lo que de verdadero hay en nosotros, profundizar en la comprensión de cuánto estamos arriesgando al ceder nuestra voluntad al imperativo de las máquinas, dar un paso atrás buscando un nuevo equilibrio entre ética y física, y, en definitiva, tantear otros modos de estar en el mundo, modos tal vez inéditos de interpretarlo, a todo eso nos alienta el breve libro editado por KRK. Un pequeño gran libro.
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Autor: Basilio Baltasar. Título: Crítica de la razón maquinal. Editorial: KRK. Venta: Todos tus libros


Sabia reflexión sobre el mecanicismo, la cibernética y la IA. Lo mínimo que podemos hacer ante este reto es replantearnoslo todo, pensar, pensar en el camino a seguir y si somos capaces de cambiarlo.
Va este artículo mucho más allá que las descerebradas loas a la IA de gentes que viven de ello como el defenestrado gurú Alonso, tan ponderado y glorificado en Zenda.
La IA está hecha para que no pensemos. Por lo tanto, pensemos.