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Accidente (El vuelco)

Accidente (El vuelco)

¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?
¿Qué clase de aventura has venido a buscar?
Los años te delatan, nena
Estás fuera de sitio
Vas de caza
¿A quién vas a atrapar?
No utilices
Tus juegos conmigo
Mujer fatal, siempre con problemas
Mujer fatal, siempre con problemas…

BURNING

Cuando en un libro se afirma taxativamente que es en los estados cósmicos de la consciencia donde mejor se pueden fundamentar ontológicamente los proyectos políticos de la democracia radical y la igualdad social, como señala Jeffrey Kripal en El vuelco (2019), al margen del aroma añejo a lectura muy personal de William Blake (1757-1827), el autor de la cita contrae de inmediato una responsabilidad extraordinaria. Más aún cuando se afirma también, alegremente, que los dioses son proyecciones nuestras y que eso implica que hay en nosotros algo divino que aún no hemos aprendido a concebir o aceptar.

En un mundo donde la vida cotidiana va adquiriendo paulatinamente la textura de la pesadilla, hasta el punto que mayordomos académicos de la plutocracia global, por lo demás una realidad tangible no una proyección, hablan con descaro de “nueva normalidad” y “gran reinicio”, esta obra, que gira en torno a circunstancias religiosas extremas y estados anómalos de conciencia experimentados por miembros de la profesión científica, constituye por sí misma un comentario significativo a la vez que bizarro sobre la “actualidad”. La forma privilegiada de normalidad en un mundo que desfallece, sumido en la letargia programada de la comunicación.

"Este libro retoma el testigo de esta carrera de relevos, comenzada sin duda antes de Nietzsche, proponiendo inventarse un Dios nuevo sobre la marcha"

Una de las cuestiones filosóficas más candentes de las últimas décadas, vinculada en gran medida a los avances en el estudio del cerebro humano y el desarrollo de las Inteligencias Artificiales, es la que compete al estudio de la relación manifiesta entre la mente y la materia. El libro se ocupa también de ello y discute diversos enfoques, que científicos y filósofos andan elaborando, más allá del paradigma materialista neodarwiniano dominante.

Encuentros personales profundos y directos con el cosmos mental, un repertorio de experiencias extraordinarias pero comunes, constituyen el fundamento este trabajo ambicioso que acaba proponiéndonos la “conciencia cósmica” como panacea; la sombra de Carl Gustav Jung (1875-1961) es alargada. Sobre lo que el autor de este texto piensa de la “consciencia” o la conciencia recomiendo leer de nuevo, con una sonrisa, el fragmento de la letra de la canción de Burning situado al principio.

Heidegger (1889-1976) ya había señalado en una entrevista de 1966 publicada “post mortem” (Der Spiegel, 1976) que “sólo un Dios puede aún salvarnos”: Nur noch ein Gott kann uns retten. Este libro retoma el testigo de esta carrera de relevos, comenzada sin duda antes de Nietzsche (1844-1900), proponiendo inventarse uno nuevo sobre la marcha; cosa intentada tiempo ha en la revolución rusa, incluso en la francesa. Hoy obviamente no se Le califica como tal. En nuestro tiempo hasta el Ser Supremo emana un aroma a código Morse… La hostilidad comprensible, aunque matizable, a los literalismos y dogmatismos de las religiones convencionales por lo demás en estado agónico hace casi 150 años, salvo las eventuales y periódicas reactivaciones determinadas por intereses geopolíticos inconfesables de las maquinas estatales y los nuevos actores supranacionales y globales, y su reivindicación de una verdad absoluta sobre moral y culto, llevan a Kripal a postular soluciones tan perniciosas o más que aquellas se supone trata de combatir.

"Esalen lleva funcionando desde 1962, fecha del nacimiento del propio Kripal, y produce fundamentalmente religión sin religión"

Jeffrey Kripal es profesor de filosofía y religiones en la Universidad de Rice en Houston. También es un conocedor de primera mano del Instituto Esalen, sobre cuya historia ha escrito una monografía ciclópea. Esalen es una de las instituciones privadas más influyentes del entorno contracultural y académico californiano. Situada en un paisaje natural de gran belleza a orillas del mar, en Big Sur (California), espacio habitado en un pasado lejano por una tribu nativa llamada “esselen”, se ha configurado desde hace décadas como lugar de encuentro y reflexión intelectual. Su devenir está asociado a nombres tan significativos como puedan ser los de: Aldous Huxley, Arnold Toynbee, Timothy Leary, George Bateson, F.B. Skinner, Linus Pauling o J.B. Rhine. Una reedición del grupo Eranos, al otro lado del océano. Aunque, como puede observarse leyendo la convocatoria del 2022 del foro de Ascona, este último posee un enfoque menos benévolo sobre “lo políticamente correcto” o “la cultura de la cancelación”; lo cual le honra. Aberraciones ambas surgidas, como la demonización de Donald Trump en la que Kripal también incide, en los campus norteamericanos, donde son consensuadas y guiadas por profesores universitarios. Esalen lleva funcionando desde 1962, fecha del nacimiento del propio Kripal, y produce fundamentalmente “religión sin religión”. Un bien público que a partir de la segunda mitad del siglo XX y el fracaso de las ideologías fabricadas en mostrencos laboratorios sociológicos (metáfora), siguiendo las indicaciones de Emile Durkheim (1858-1917) y su apotegma: la religión es la sociedad que se adora a sí misma, se ha vuelto un artículo de primera necesidad… sobre todo para las clases dirigentes.

Si este libro hubiera comenzado con la cita con la que comienza su Tribolat Bonhomet, Villiers de Lísle-Adam (1838-1889), contemporáneo de la cronofotografía de Etienne Marey (1830-1904) que opera como portada de la excelente edición de Atalanta de este libro, nos hubiera llamado menos a confusión su lectura que la descafeinada referencia a Arthur Miller (1915-2005) con la que Kripal encabeza El vuelco (The Flip: Epiphanies of Mind and the Future of Knowledge).

"Toda la Modernidad es un bucle que se repite con tonalidad ontológica descendente"

Sin duda Me llamo Legión (Lucas 8, 30) es de menos cómoda recepción en los entornos californianos del siglo XXI, donde ha sido concebido este texto. La poco afortunada cita del ex de Marylin (una era puede considerarse acabada cuando sus ilusiones básicas se han agotado) ha de ser leída, en cualquier caso, de manera ambivalente con lo cual el sesgo normativo de este trabajo queda autosaboteado en sus mismos comienzos. Porque lo que se pretende en él, sustituir un sistema de ilusiones que se considera gastado por otro, es de fundamentación y motivación harto dudosas. El progreso, un espectro dañino, que durante la primera mitad del siglo XX dejó bien claros sus propósitos regando con ruinas y cadáveres el solar europeo y asiático, trata de renovar la despensa arrojando por la ventana lo rancio; pero la sustitución de “lo viejo” por productos mal descongelados (“lo nuevo”) no da una salida airosa a la problemática existente. Recuerden al “hombre nuevo” de la URSS.

Toda la Modernidad es un bucle que se repite con tonalidad ontológica descendente. De nada sirve predicar “nuevos eones” y formular síntesis caricaturescas entre el “método de la ciencia” y los objetivos de la religión.

Entre la literatura mística y la ciencia contemporánea, nos avanza el autor, hay una tercera vía cuyo alumbramiento ha de operarse conciliando las “humanidades” con las ciencias. El libro prolonga cuestiones abiertas por los trabajos de C. P. Snow (1905-1980) sobre “las dos culturas” (1959, 1963) y propone una nueva síntesis, a partir fundamentalmente de la noción de consciencia. Las humanidades son calificadas como “consciencia codificada en cultura”. Y no son otra cosa ya, sin duda, tras la tarea devastadora ejercida sobre ellas por los practicantes de la deconstrucción que han encontrado en las universidades norteamericanas un espacio más que favorable para sus prácticas deletéreas. Por otro lado señalar que en “las dos culturas” de Snow no sólo había un desencuentro entre las humanidades y las ciencias, sino que dentro de las mismas ciencias los matemáticos se manifestaban como “bichos raros”.

"La relación entre lo oculto, lo esotérico, lo invisible, lo religioso o lo crudamente visionario está claramente atestiguada, no sólo en nuestra civilización occidental sino en todas las anteriores y coexistentes"

El libro se compone de un prologo y un epilogo, mas cinco capítulos, que pueden, aunque no deban, ser leídos de manera independiente. El primero expone la deriva de lo preternatural a lo paranormal, una de las claves de bóveda de este nuevo enfoque. No es este el lugar para insertar una refutación contundente de esta manera de atisbar lo Real, donde se olvida al Espíritu (Nous) confundiéndole con el psiquismo. Preciso es señalar de modo intempestivo el peligro que existe en psicologizar el símbolo a través del concepto de mente. Porque, como señala Rene Guénon (1886-1951), el símbolo es siempre inferior a lo simbolizado, siendo su psicologización uno de los rasgos definitorios de la desviación moderna.

El segundo narra una serie de experiencias paranormales, sitas entre Hypnos y Thanatos, sufridas por diversos practicantes de disciplinas científicas; vivencias fuertes que han llevado a estos a un vuelco, o conversión, en sus convicciones sobre la realidad. En general, como lo hicieran los estados de conciencia alterados operados por sustancias diversas en los sesenta/setenta, provocando un abandono del materialismo consensuado en los espacios académicos y su opresivo racionalismo. Aquí es donde el autor abre la posibilidad de generar un nuevo humanismo con perspectiva cósmica. Hasta acá nada que objetar salvo señalar que los artistas, desde la Edad de Piedra, llevan conjugando esto y sacando adelante su obra en los más variados entornos políticos y religiosos. El sueño, premonitorio o no, los estados cercanos a la muerte, las sincronías y las sinestesias, las visiones en estado de vigilia, la inspiración… son el maná de pintores, músicos, escritores, alfareros, escultores y cineastas desde el comienzo de sus disciplinas. Y añado: la relación entre lo oculto, lo esotérico, lo invisible, lo religioso o lo crudamente visionario está claramente atestiguada, no sólo en nuestra civilización occidental sino en todas las anteriores y coexistentes. Es algo consustancial… con la Tradición. Por descontado que uno puede aglomerar todo esto en un apartado llamado “humanidades” y aplicarle luego la taxidermia deconstruccionista; también puede pegarle fuego a los materiales y a sus autores, como hicieran: el nazismo, el maoísmo… socialistas, anarquistas y comunistas durante nuestra Guerra Civil… con edificios y personas que no reverberarán en su frecuencia ideológica; como harían sin duda los defensores del “wokeismo” si no obrara aún contra ellos el potencial disuasorio del brazo secular. Este “wokeismo” es originario por lo demás, y me repito, de las universidades norteamericanas que alojan, entre otros, a Kripal.

Al final del camino, en el horizonte del “cibernantropo”, se habrá conseguido (O NO) esa “religión sin religión” que se propone como mito fundador de una nueva humanidad: “nuestra humanidad compartida”. Manteniendo claro está, sin duda, la distancia de seguridad propuesta por los expertos.

El positivismo, atribuido por el autor al pensamiento hegemónico científico actual, es hoy muy distinto del que proponía el fisiólogo Claude Bernard (1813-1878), contemporáneo de Lísle-Adam. La tesis de Kripal es que somos polvo de estrellas, pero que esto no se agota en considerar como raíz de todo minúsculos fragmentos de materia muerta; la raíz está en el entrelazamiento existente entre ellos. Cito directamente:

En la nueva realidad cuántica no puede haber reduccionismo en el sentido clásico, ya que la organización de las partículas reside, por decirlo de alguna manera, dentro de sí mismas en el seno de ese extraño fenómeno llamado “entrelazamiento”. No existe ninguna comunicación externa, reacción química o señal de información “entre” esta partícula y aquella otra. Solo una respuesta instantánea de la naturaleza fuera del espacio y el tiempo. Es como si todo fuera ya una sola cosa y simplemente se respondiera a sí misma.

No puedo resistir narrar, antes de continuar, con palabras del propio Kripal, su experiencia anómala, “su vuelco”: “En 1989 mientras estaba en Calcuta me desperté una noche con el cuerpo paralizado. Mientras me ponía de espaldas, incapaz de moverme, sentí que una intensa “energía» o “poder” emergía de otro lugar. Fue algo muy fuerte y muy obvio, pensé inicialmente que estaba siendo electrocutado, pero se hizo evidente de modo gradual que actuaba una fuerza consciente. No pasó mucho tiempo antes que implosionara en la región del corazón, me encontré flotando entonces en dirección al techo atraído por un imán espiritual”.

"La Gran Ciencia, que se aposenta definitivamente en el mundo entero tras la Segunda Guerra Mundial, poco tiene que ver ya con Copérnico o Galileo"

Para mejor conocer las razones del texto que nos ocupa, adelantémonos y leamos un fragmento de la nota 8 del capítulo 3, donde se comenta un libro que versa sobre las implicaciones filosóficas de la Física cuántica, el meollo del pensamiento del autor. Aquí se afirma de manera clara: “los autores reconocen que ésta no es una cuestión científica pero insisten en su crucial importancia para la construcción de una nueva cosmovisión, para la curación de las heridas en la guerra de las “dos culturas” (a grandes rasgos las ciencias y las humanidades) y para la supervivencia del ecosistema. Su aplicación del pensamiento cuántico —grosso modo, “todo esta conectado con todo lo demás” — con temas como la economía, el crecimiento demográfico y el cambio climático es sencillamente maravillosa”.

El cientifismo se adecúa a los nuevos descubrimientos, a los parámetros retóricos y a los diversos consensos científicos existentes dispersos entre las disciplinas. Kripal no es H.G. Wells (1866-1946) pero anda metido en algo parecido, salvando las distancias. A lo que habría que añadir que esta filosofía vinculada a los desarrollos de las ciencias empíricas y matemáticas está cada vez más influida por consideraciones políticas inconfesables. La Gran Ciencia, que se aposenta definitivamente en el mundo entero tras la Segunda Guerra Mundial, poco tiene que ver ya con Copérnico o Galileo. El mismo Isaac Newton (1643-1727) no tuvo que hacer elecciones personales e institucionales tan incómodas, cuando no tan abierta y abyectamente penosas, como las realizaron, entre otros, Albert Einstein (1879-1955) o seguidores destacados de la Escuela de Copenhage.

No resulta de recibo se nos informe que la espiritualidad en sentido moderno nace entre 1855 (… yo canto al cuerpo eléctrico…) y 1871, vinculada a Walt Whitman (1819-1892) y el trascendentalismo. En 1854 se publica Dogma y ritual de la alta magia de Eliphas Levi (1810-1875); un predecesor destacado en esta cuestión de la religión fusionada con la ciencia.

Nosotros, no dudemos que por esta boca habla sin duda la Distopía de Yevgeny Zamiatin (1884-1937), somos un hiperobjeto transdimensional masivo. Sin duda ha leído con atención Hacedor de estrellas (1937) de Olaf Stapledon (1886-1950).

"Decir que somos el cosmos que ha cobrado conciencia de sí mismo, es una afirmación no menos aventurada que apuntar que vivimos en una simulación"

El tercer capítulo, sin duda el más interesante y fundamentado, expone diversas teorías filosóficas surgidas para explicar la relación entre mente y materia (un esoterista hablaría de macro y microcosmos y estaría obviamente hablando de “otra cosa”) a la luz de los datos que van apareciendo en torno a las investigaciones científicas más recientes. El tránsito desde la visión del mundo propuesta por la Física clásica, alejada ya de los supuestos aristotélicos, a la perspectiva cuántica, las nuevas reglas del juego por así decirlo, encuentra cinco respuestas teóricas potenciales de corte filosófico: pampsiquismo, mente cuántica, monismo de doble aspecto, cosmopsiquismo e idealismo.

El matrimonio de espiritualidad y ciencia, y su problemática adyacente no es algo precisamente nuevo. El mismo Kripal elogia a Francis Bacon (1561-1626), el autor de La nueva Atlántida.

Decir que somos el cosmos que ha cobrado conciencia de sí mismo, es una afirmación no menos aventurada que apuntar que vivimos en una simulación. La ciencia moderna no es la religión antigua, mucha atención, no nos llamemos a engaño. El peculiar sentimiento de los científicos, por lo demás nada homogéneo, entre otras razones porque muchos de ellos son creyentes de religiones convencionales establecidas diversas o agnósticos y ateos en distinto grado, hay que tomarlo con un grano de sal. Más aún si pasamos de lo especulativo y las prácticas privadas a proponer, como ya se está haciendo desde instancias destacadas hace décadas, una religión planetaria. Einstein abundó en tal idea, no precisamente novedosa, con su necesidad de una nueva orientación religiosa o espiritual inspirada, purificada y guiada por la ciencia moderna.

"Que la gente sea obligada a llevar mascarillas, o bozales, no significa que no haya caído la máscara del rostro de la Tecnocracia, no sólo en China, dejando a la vista la calavera rutilante de la Máquina"

Hoy sin embargo, al contrario que a comienzos del siglo XX, la mayor parte de los científicos no son otra cosa que funcionarios públicos o corporativos, con una formación estandarizada y escasa autonomía personal, a fuer de realizar sus trabajos organizados en jerarquías burocráticas complejas. Los científicos viven en una oficina de correos electrificada, el ensueño bolchevique para toda la sociedad. La patética imagen que dan muchos de ellos, descendamos a lo real desde el empíreo y precisemos: algunos científicos, cuando se manifiestan públicamente en torno a sus cuitas gremiales, dice mucho más a los espíritus avisados que las retóricas seudomitológicas sobre la “profesión” frecuentadas en las separatas culturales de los periódicos o las revistas del gremio. Y tras la crisis del COVID 19, no digamos. Que la gente sea obligada a llevar mascarillas, o bozales, no significa que no haya caído la máscara del rostro de la Tecnocracia, no sólo en China, dejando a la vista la calavera rutilante de la Máquina. Como también nos permiten atisbarla esas gafas tan peculiares, otra metáfora, del film profético de John Carpenter.

“¿Cómo explicar el extraordinario éxito de las matemáticas y la ciencia moderna? ¿Cómo explicar en definitiva que el universo sea comprensible?” se pregunta retóricamente Kripal. Actitud curiosa cuando no risible al haber asistido recientemente en primera fila a una crisis médica generalizada, he de insistir en esto, que ha abarcado el planeta entero y que si algo ha dejado en claro, aparte de mucha confusión, dolor y varios millones de muertos, que sólo los espíritus más lerdos atribuirán a la pandemia, es la vacuidad de las pretensiones cognitivas de la “ciencia” y sus modelos matemáticos. A lo que habría que añadir: la falta de transparencia, la politización y mercantilización de la Medicina y el totalitarismo más ramplón propuesto como solución por numerosos expertos; perfectamente integrados por lo demás en las sórdidas tramas de intereses donde se funden los Estados y las Corporaciones. Recuerdo al lector que el campo de la Inteligencia Artificial, la nueva y última bicoca, sobre la cual este libro mantiene un significativo silencio, tiene como su representante más calificado un país como lo es la China comunista. Una nación inmensa gobernada por una secta de asesinos cuya manera de resolver “científicamente” las cuestiones, bregar con una epidemia de escasa letalidad, es convertir las ciudades en prisiones. Aquí todo huele a podrido. ¿Pero qué se puede esperar de quienes consideran nuestro planeta como una “nave espacial” y al “crédito social”, y la consecuente conexión forzada a una noósfera artificial, como la manera más adecuada de “salvar el planeta” de los seres humanos que lo habitan?

"El perfectibilismo, del cual el utopismo es variante destacada, tiene una gran responsabilidad en haber hecho derivar nuestro curso civilizacional hasta aquí"

Tras leer el último capitulo, El futuro (político) del conocimiento, que constituye una burda apología de la ideología de “lo políticamente correcto” impartida en los Estados Unidos por el establishment académico y las grandes corporaciones, que tienen al “partido del burro” como su punta de lanza, uno siente una profunda desazón por la cortedad de miras de la que hace gala su autor. Pero no vamos a insistir en esto. Que las cosas van mal parece ya evidente a todo sujeto más o menos pensante, pero que el escenario pudiera estar empeorando de modo creciente por los esfuerzos dirigidas a enmendar “los males” es opinión menos compartida, aunque para mí es cada vez lo más verosímil. El perfectibilismo, del cual el utopismo (siglo XVI) es variante destacada, tiene una gran responsabilidad en haber hecho derivar nuestro curso civilizacional hasta aquí. Pensar que le corresponda a él, y sus adláteres del momento, “corregir el rumbo” y alcanzar el éxito con ello es un puro dislate. Esa “ecología profunda” de la que se habla en el libro puede muy bien modular y proponer soluciones genocidas, locales o generalizadas, en nombre de algún antiespecismo de partida. Ya se está haciendo.

Expansión de la consciencia y consecuente emergencia de nuevas formas creativas de lo humano se proponen a partir de una fusión posible, quizá ya en curso, de ciencias y humanidades. La perspectiva en tercera persona de la ciencia moderna, el lastre de la objetividad (hasta hace muy poco el leit motiv de los científicos), busca ser sustituida por un modelo más amplio y verdaderamente cósmico de consciencia. Vamos a pasar en breve, si no lo impedimos, a ser tutelados por Inteligencias Artificiales insertas en nuestro propio cuerpo para mejor “salvar al planeta”. Todo va a estar entonces más que entrelazado. Movistar y BBVA ya hablan directamente de ello.

"Lo paranormal puede ser interpretado de modo no religioso y no teísta, como propone el autor, cierto. Pero ¿cómo?, ¿por qué?, ¿quiénes y para qué han de operar esto?"

La relación con el espiritualismo y el ocultismo de toda esta parafernalia que se quiere modernísima, es evidente. Pensemos en Swedenborg (1688-1772), en la presencia misma de algo similar al “acephalos” batailleano presente en algunas consideraciones de Alan Turing (1912-1954) o, ya en frecuencia sincronística, en la mención de un neurocientífico de Harvard de nombre Edward Kelly. Todo ello añade una nota inquietante a esta miscelánea de influencias.

Todo el proyecto de la ciencia moderna consiste en gran medida en aplastar cualquier noción de poderes sobrehumanos, disecando incluso lo inerte, para mayor gloria de la Máquina. Para la perspectiva ecológica no hay deidades externas; en el “antropoceno” nosotros somos la naturaleza que ha tomado consciencia de sí misma.

La conversión por lo tanto de la actual humanidad a una nueva conciencia cósmica podría requerir una secuencia de traumas, infligidos a poblaciones y a culturas concretas, realizados de manera tan violenta como aquella con la que se trabaja la materia en el CERN y otros laboratorios que operan bajo el paradigma cuántico. Una secuencia premeditada de “aniquilaciones en serie”.

Lo paranormal puede ser interpretado de modo no religioso y no teísta, como propone el autor, cierto. Pero ¿cómo?, ¿por qué?, ¿quiénes y para qué han de operar esto? No hay respuesta.

Con ello la visión de cadáveres de profesores de universidad ardiendo en el cielo, que es una de las más seductoras narradas, resulta especialmente significativa. Pero no precisamente en una frecuencia tranquilizadora. Somos conscientes a pesar de nuestro cerebro puede ser sin duda el punto de anclaje de una psicocivilización forzada, por métodos no sólo eléctricos, de los habitantes del planeta. Por un bien mayor claro, “por amor”.

"Es curiosa la indiferencia ante los miedos y la fe ciega del presente, patente y fabricada a la vista de todos en estos últimos 21 años"

Ahora, tras leer este libro, comenzamos a entender mejor las novedades que los ministerios de educación del ámbito “democrático”, aconsejadas por determinados pedagogos, están proponiendo para la formación de las nuevas generaciones. Potenciando la concienciación versus la instrucción, incentivando la modulación de las emociones. Uno de los efectos secundarios de toda esta amalgama de innovaciones tiene como finalidad la conversión a una nueva perspectiva cósmica del ganado humano, con técnicas donde se entremezclan la “revolución cultural china” y el conductismo skinneriano. No otra cosa se puede pretender si se supone, en estados arrobadores de insuperable ignorancia metafísica, que la mente irradia el mundo físico como expresión de sí misma.

Puede que el fisicalismo trate a la materia como desprovista de mente, pero en este libro son contadas las referencias al alma o al espíritu. Se percibe en todo momento de su lectura un zumbido de enjambre. Es curiosa la indiferencia ante los miedos y la fe ciega del presente, patente y fabricada a la vista de todos en estos últimos 21 años (11S “guerra contra el terror”), especialmente los últimos tres, por parte de quien cuando mira al pasado ve poco más que miedo y fe ciega en miles de años de Historia.

No me cabe duda del interés de la física cuántica, ni del potencial de sus implicaciones filosóficas, así como de su influencia sobre la imaginación y la cultura contemporáneas. Me resulta más difícil asumir que el universo es el escaneado de la mente de Dios o tratar de ver con benevolencia el giro postmoderno y sus memeces constructivistas, aceptadas hoy como dogma incluso por Kripal.

En el intervalo entre las dos grandes guerras del siglo XX se hablaba, siguiendo las huellas de Leibniz (1646-1716), de la Ciencia Unificada (1920, Círculo de Viena), un mitologema entonces en ascenso; ahora se habla de una Mente Unificada.

"Un libro pues de lectura obligada donde el lector avisado encontrará un compendio, involuntario y entusiasta, de la mayor parte de los errores y aberraciones que preludian la gran catástrofe"

Las implicaciones políticas y éticas de El Vuelco, con ideas como que la función profética de las humanidades consiste en desafiar las injusticias sociales sin depender de personajes carismáticos, resulta bastante pobre aunque sea un lugar común entre la élite californiana. Recalcar que uno no es nada que haya sido construido, refiriéndose al “yo social”, uno de los núcleos de la persona humana actuante, constituye uno de los requisitos básicos para legitimar el lavado de cerebro en su variante norcoreana. Ni las charlas TED, ni los intangibles de la Nueva Era, valen mucho más que las actas de los Congresos del Partido Comunista Chino (ya van 20) o las memeces de la teosofía blavatskiana/bessantiana, de obligada asimilación en ambientes “esotéricos”, por lo demás uno de los fundamentos del feminismo contemporáneo. Está claro que ambas configuraciones, y sus correspondientes egregores, son manifestaciones de una voluntad de borrado cultural de corte utópico que implica la producción de un declive ontológico y civilizacional programado.

Un libro pues de lectura obligada donde el lector avisado encontrará un compendio, involuntario y entusiasta, de la mayor parte de los errores y aberraciones que preludian la gran catástrofe. Probablemente necesaria y que extiende ya su sombra desde el Mañana sobre estos “últimos días” del ciclo.

This is the end
Beautiful friend
This is the end
My only friend, the end

It hurts to set you free
But you’ll never follow me
The end of laughter and soft lies
The end of nights we tried to die

This is the end
This is the end.

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