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Aprende a escribir con… Ricardo Menéndez Salmón

Aprende a escribir con… Ricardo Menéndez Salmón

Fotografía: Carlos Ruiz B.k.

Los escritores no mantienen el mismo método de trabajo durante toda su vida. Pasan por diferentes fases y, si hoy te dicen que invierten ocho horas al día en eso de narrar, mañana pueden asegurarte que sólo dedican media tarde al oficio. Cambian de estrategia como quien cambia de chaqueta, y hasta los hay que inventan milongas para hacerse los laboriosos. De hecho, ya voy teniendo ganas de que un autor me garantice que trabaja de sol a sol y de que, acto seguido, resuene la carcajada de su pareja por toda la casa.

Pero lo que resulta innegable es que los escritores alteran sus rutinas según el momento vital en el que se encuentran. Y esto resulta tan interesante que convendría que la crítica especializada tuviera en consideración la metodología laboral a la hora de valorar las obras. Es decir, que no sólo evaluaran la transformación del estilo, la evolución en la temática o los cambios en la estructura, sino también las mañas con las que cada texto fue escrito. Es una idea, y ahí la dejo.

"Graham Greene tenía una norma que seguía a rajatabla: nunca escribir más de quinientas palabras al día. Pero, ojo, tampoco menos"

Un buen ejemplo de esto que decimos lo representa Ricardo Menéndez Salmón, que, mientras los demás dividimos la Historia entre antes y después de Cristo, él parte su obra entre antes y después de El Sistema (Seix Barral), distopía que le hizo merecedor del Premio Biblioteca Breve 2016 y que cambió su método de trabajo para siempre.

Antes de concebir dicha novela, Menéndez Salmón escribía a salto de mata, cuando el azar le permitía hacerlo, cuando sentía la urgencia del hecho físico de sentarse a la mesa, en definitiva, cuando la vida le regalaba un rato libre de otras ocupaciones. Pero entonces consiguió una beca, la Internationales Künstlerhaus Villa Concordia, que le aseguraba un alojamiento en Bamberg (Baviera) durante un año y que implicaba una mensualidad de mil quinientos euros, y su forma de trabajar sufrió un vuelco. De hecho, aquello fue paradójico: cuando al fin disponía de todo el tiempo del mundo para escribir, empezó a hacerlo menos. Porque fue durante aquella estancia en Alemania cuando adoptó el «método Graham Greene».

Foto: Carlos Ruiz B.k.

Graham Greene tenía una norma que seguía a rajatabla: nunca escribir más de quinientas palabras al día. Pero, ojo, tampoco menos. Lo hizo durante veinte años, de lunes a viernes sin excepción alguna, ni siquiera faltaba a su cita con el folio en blanco cuando andaba metido en líos de faldas. Y es que esa era su estrategia: invertir tan poco tiempo en la escritura que siempre hubiera un hueco en la agenda para cumplir con dicho cometido. Porque, oigan ustedes, si alguien no es capaz robarle una hora al día, mejor que abandone sus pretensiones de ser novelista.

"Ricardo Menéndez Salmón adoptó el método del espía británico durante su estancia en Baviera y, desde entonces, no lo ha abandonado"

Tan exigente era Graham Greene con su cupo de quinientas palabras que, tras un rato aporreando las teclas de su máquina de escribir, se ponía a contarlas y, cuando descubría que ya había alcanzado la cifra deseada, hacía crujir sus dedos, se levantaba y buscaba otra cosa con la que llenar la jornada. No le importaba abandonar una escena en el momento cumbre, ni dejar a un personaje con la palabra en la boca, ni tampoco interrumpir el trabajo cuando apenas quedaban dos líneas para terminar el capítulo. Y no le importaba nada de eso porque era consciente de que lo único relevante en su oficio era la disciplina. De hecho, sólo cambió el método en la década de los setenta, cuando ya se sentía mayor y bajó el cupo hasta las trescientas palabras. Y de esa manera tan pausada fue como escribió treinta novelas, cinco antologías de cuentos, cuatro volúmenes de biografía y algún que otro poemario, libro infantil y obra de teatro. Que no es poco.

Foto: Carlos Ruiz B.k.

Ricardo Menéndez Salmón adoptó el método del espía británico durante su estancia en Baviera y, desde entonces, no lo ha abandonado. Se limita a trabajar un par de horas por las mañanas, lo cual le asegura un mínimo de 1.500 palabras a la semana, y así nunca se aleja del proyecto que tiene entre manos. Porque, en su opinión, el mayor problema del proceso creativo es la detención, es decir, el estancamiento en el que cae la productividad cuando aparece un periodo de tiempo en el que las circunstancias vitales impiden seguir escribiendo y tras el que los autores descubren que ya no pueden retomar la historia porque se ha producido una desconexión con la misma. El cordón umbilical que los unía a sus manuscritos se ha roto y resulta difícil, cuando no imposible, volver a ensamblarlo. Para evitar este alejamiento, nada tan sencillo como escribir a diario. Aunque sea tan sólo un párrafo, incluso unas líneas. Porque las novelas, queridos lectores, son como las parejas: si no les demuestras tu amor con frecuencia, acaban cogiendo la puerta y diciendo adiós muy buenas.

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La última novela de Ricardo Menéndez Salmón es No entres dócilmente en esa noche quieta (Seix Barral, 2020)

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