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Beatriz Miralles da paseos por el borde

Beatriz Miralles da paseos por el borde

Este será un texto que mis manos no han escrito; un artículo en el que algunos vean palabras y otros solo trazos que quieren decir ausencia. Estará escrito fuera del tiempo: no habrá comenzado ni tendrá final. No será más que símbolo intraducible, un artefacto, la luz que atrapa una cámara de fotos en el instante de tomar la imagen, pero también la luz de la fotografía impresa y todas las luces de ese encuadre desde que explotó el Universo. También la oscuridad. Y la vida que hubo allí y por supuesto la muerte.

Este texto será un retrato sin modelo, un testimonio sin ejemplos y siempre un intento de algo que no se puede concretar. Porque “todo en mí es desaparición” y “escribo hasta perder el rostro” y cada una de las caras que pueden definir el tiempo.

Porque el lenguaje no tiene límites, pero sí quien lo utiliza. Y no hay a veces herramientas, no hay forma de concretar una idea, de fijar en una frase todo aquello que eriza la piel, que eleva el pulso, que embebe los ojos y crea el escalofrío.

Así ocurre a veces la poesía: palabras que fijan la opacidad de una luz lejana o una piel que no has rozado, pero sí. Y se mancha el papel con unas líneas minúsculas, humildes, que quieren abarcar un todo que siquiera se conoce. Encarnación de una nada que sacia:

desciendo
el eco a la sombra

así es la desaparición:

raspar el lenguaje
hasta decir silencio.

Escribir el hueco, la sombra, lo inimaginado; centrarse en el molde que nos construye y que se queda ausente de nosotros cuando nos alumbra. Intentar una vez y otra ese imposible: situarse más allá del margen para escribir la línea que separa lo real de lo que no existe: ser algo intangible, irrecordable y al mismo tiempo siempre presente. Como un sueño que no logra explicar al segundo de estar despierta.

Así es la poesía de Beatriz Miralles (Madrid, 1985): pequeña, caliente como el vacío que deja el gato en el sofá, iluminada como la reverberación de un silencio que flota frente a la vidriera azul de una iglesia. Y leve, minúsculo misterio de ritmo e imagen. La suya es una literatura que nace “en todo lo que resuena más allá del papel” y donde la importancia reside en aquello que se quiso decir, que se escribió incluso, pero que después fue borrado. Como un libro de tachones sin ornamento que no se pueden desentrañar, pero que justifican el acto de escribir estos APUNTES DEL NATURAL:

HAY ALGO INVISIBLE en esta luz, un roce en el claro, en la blancura, en el cielo, aire si acaso, que desde muy adentro lo enciende todo latiendo aún el rastro de la noche. En apariencia nada sucede y, sin embargo, todo vive. En la quietud, el río ignora el agua del río: voz que apenas oye lo que en su entrega dice. En la mañana, en los verdes sauces, es mayo que ciñe a su palabra un canto prendido a un ramo de silencio.

Ciento treinta y nueve versos fundidos en blanco

Ciento treinta y nueve versos. Arte menor. Una palabra en cada línea ahogada por el blanco. Oscura deja la piel su sombra (Balduque, 2016) es el primer libro de poemas de Beatriz Miralles. En él, la nada, el vapor de agua en un baño cerrado, mirar el cristal del vagón del tren en el que ella se marcha, pero no ver más que tu reflejo ―mirada triste que quiere ser alegre― devolviendo la ausencia.

Porque Miralles escribe “para conocer la oquedad de la sombra” como una invocación que abre grietas en la Tierra, que explora el símbolo y el signo y toma la nada como espacio de comunicación. Porque su libro se lee también en los blancos, en los silencios que hay entre versos como “cose a mi piel tu tacto / extiende en mis manos / el lugar de las desapariciones”.

sdr

Hay una tensión extraña en los poemas de este primer libro construido como en un párpado. También en El viento sopla donde quiere, su segundo libro, publicado en la colección de poesía de Libros Canto y Cuento el pasado 2020. Se trata de una colección de notas de un diario digital que la autora ha publicado en su blog desde 2015. Prosas desde lo cotidiano que no pierden, eso sí, el sabor poético.

Reflexiones sobre escritura, lectura y experiencia. Postales de lo vivido escritas en carne viva. Una APOLOGÍA DE LO COTIDIANO en la que contarse a sí misma:

LOS APUNTES MÁS intrascendentes. La escritura invisible. Los días que no se nombran. Solamente por un acto de disciplina escribo hoy en este cuaderno. Es jueves. Escucho voces de la gente bajo el balcón. Me gusta esa sensación de la vida en la calle y permanecer aquí mientras llega el fresco de la noche del otro lado de la casa.

Ciento treinta y nueve versos. Un primer libro. Algunas palabras más, otro. En ambos, toda ella contenida. Porque “escribimos para que el tiempo no nos borre del todo” y “en lo escrito a mano hay algo propio, una continuidad o un impulso orgánico que tiene que ver con el cuerpo”.

Editar en pequeño

Todo es minúsculo. La elegancia del gesto, que escribió María Martínez Bautista. También su trabajo como editora: Ad Minimun es una microeditorial creada por Beatriz Miralles, Verónica Cámara y Delia Martín en 2014.

Vencer la maquinaria del mercado con publicaciones mínimas, editar pese a la crisis de 2008, entregar nuevas voces, “dar estímulo a otras formas de edición y creación”. Tiradas breves de un artefacto de papel en el que ilustración, ‘origami’ y escritura se funden con pura pasión.

Autores e ilustradores como José Daniel Espejo, Carmen Juan, Francisco Jarauta, Marina Guerrero o María Moya ya forman parte de este catálogo de plaquettes que pone a la palabra en el centro y le otorga, desde esa trinchera exigua, entidad propia.

El proyecto Ad Minimun parece una extensión propia de Beatriz Miralles. Sutil presencia constante llena de belleza. Dibujo de la verdad. Como su obra.

Decir poco duele

Beatriz Miralles es silencio, discreción, piel de verano. Cada gesto en ella está como pensado: parte de una coreografía íntima en busca de la comunicación.

Me mira desde un sofá negro. Su sonrisa es breve. En el ambiente, “lo que no nombramos”. Charlamos sobre poesía y desvela tan solo incertidumbres con el poema como único centro. Dice: “Los poemas surgen de esa intemperie hecha de restos e hiatos”. Dice también: “A veces escribir es explorar el abismo, como si en la práctica de la escritura uno se entretuviera en ese borde y lo estudiase”. Dice que lo posible es un infraleve. Y desde allí entrega su obra: “la expresión latente, el gesto tenue, sutil, apenas perceptible en la orilla de las cosas, algo parecido a aquellos gestos que se ignoran y parecen estar salvando el mundo a cada instante”.

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