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Cercas y la fe del papa

Las novelas que revientan los escaparates son las que exhiben en sus páginas asesinos en serie, polvos seriados, vidas aventureras, amores desquiciados, escenas extravagantes… No es fácil dar con la fórmula combinatoria para hacer de un libro un best seller, y por eso lo logran tan pocos, aunque muchos lo busquen con afán frecuentemente desatinado. Con todo y con eso, aparten de mí ese sucedáneo libresco y permítanme que me quite el sombrero, que en realidad es gorra, ante un señor que es capaz de seducir a decenas de miles de lectores con una historia, sin ficción, sobre el papa Francisco. Manda huevos, que diría el castizo. Ahí lo tienen, natural de Ibahernando, Cáceres, de la cosecha del 62, se llama Javier Cercas, pertenece a la gama alta de los escritores, la que provoca envidias, ante la que se postran los lectores culturetas y se santiguan los beatos de la sintaxis. La que pasa por el fielato de la crítica y aspira a academias, premios de relumbrón y un lugar en los textos de literatura del bachillerato. Les voy a confesar, ya que andamos con cosas de iglesia, que yo me he tragado la novela de Javier Cercas con gusto y furia de lector en celo, y no es fácil que me ocurra tal prodigio a estas alturas de mi película biográfica, donde cada vez se me caen más libros de las manos, aburrido de pastar en prosas ajenas (ya me pasó, y aún con más pasión, en Anatomía de un instante). Cercas tiene el mérito de convertir un encargo sobre el papa en una novela policiaca, y el asunto tiene su intríngulis. Se pasa uno el libro esperando a ver si Francisco le confirma o le desmiente al novelista que su madre va a ver a su marido muerto cuando fallezca ella, de lo que la mujer está convencida. En fin, ya me contarán cómo se sostienen casi quinientas páginas con ese andamiaje argumental. Pues se sostienen, y encima el final no decepciona, sino que acaba con un golpe de efecto.

"Aparte de sus méritos literarios, Cercas es un hombre de suerte, y ese componente azaroso es tan decisivo que puede convertir a un escritor en premio Nobel"

Aparte de sus méritos literarios, Cercas es un hombre de suerte, y ese componente azaroso es tan decisivo que puede convertir a un escritor en premio Nobel o en cronista oficial de la ciudad de Cáceres, con idénticos fundamentos de base, aunque la sucesiva consecución de logros o fracasos va redibujando el rostro del autor. Digo lo de suerte porque hay que tenerla para que se muera el papa justo en el momento en que El loco de Dios en el fin del mundo está apareciendo en las librerías. Cuentan que en Sant Jordi Cercas firmó ejemplares como si no hubiera un mañana. En todo caso, con cónclave o sin él, la novela de no ficción de Cercas es un enredo divino, firmado por un escritor que se define al principio de la historia como ateo, anticlerical, laicista militante, racionalista contumaz e impío riguroso. No se queda corto a la hora de concederse títulos de descreído, pero habría que decirle que menos lobos, Caperucita Cercas, que no hay peligro de que nuestro prosista queme iglesias, ni haga de la blasfemia una bella arte, ni apostate. El libro es un retrato amable y diría que hasta lisonjero del papa Bergoglio, y respetuoso con los actores de la vida religiosa, tanto del Vaticano como de los misioneros de Mongolia, viaje en el que Cercas acompaña al pontífice por invitación de la Santa Sede.

"La chimenea vaticana nos tenía enchufados a los televisores, las radios emitían desde Roma en sesión continua"

Entre la muerte de Francisco y el advenimiento de León XIV el mundo ha vivido una exaltación del ceremonial, que ha alcanzado una intensidad febril, quizá favorecida por la primavera, que la sangre espiritual también altera. La chimenea vaticana nos tenía enchufados a los televisores, las radios emitían desde Roma en sesión continua, el Espíritu Santo revoloteaba por la Capilla Sixtina y, por fin, los cardenales, inspirados por la tercera persona de la Trinidad, elegían al nuevo papa. El espectáculo, de momento, ha concluido. ¿Qué podría ocurrir para mantener y aumentar la tensión? Sería extraordinario que León XIV apareciera en el balcón de la Basílica de San Pedro y anunciara urbi et orbi que dejaba vacante la silla de Pedro porque había perdido la fe. Ahí tendríamos un argumento fantástico para probar la destreza del ateo, laicista militante y racionalista contumaz Javier Cercas en otro inolvidable viaje sin ficción al fin del mundo.

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