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Disfrácese de chica normal, de Ana Iris Simón

Disfrácese de chica normal, de Ana Iris Simón

La España actual y la España de los próximos años conviven en Cartas a una reinaun libro colectivo que reúne las misivas que 35 autores, de diversos ámbitos y sensibilidades (tanto monárquicos como republicanos y nacionalistas), han escrito a la princesa Leonor. Esta obra de Zenda, patrocinada por Iberdrola, es una edición no venal que se puede descargar de forma gratuita en esta página. 

A continuación reproducimos la carta escrita por Ana Iris Simónque lleva por título «Disfrácese de chica normal».

*****

Su Alteza Real,

Los amigos de Zenda me piden que le escriba una carta y yo ni siquiera sé cuál es el tratamiento que hay que darle a una princesa, que he tenido que buscar en Google. Así que ando un poco perdida en la tarea de encabezar esta epístola dirigida a usted.

He escrito y borrado unas cuantas veces «Querida Leonor», que es como naturalmente me saldría referirme a una muchacha del 2005. Me recordaba un poco al «ciudadano Borbón», que algunos empleaban con su abuelo sin reparar en que aquello era eximirlo, más que de sus honores —pues no estaban asaltando Zarzuela sino haciendo el idiota en redes sociales o en el Congreso—, de su responsabilidad. A un simple ciudadano el resto no puede exigirle ejemplaridad, pero pedírsela a ustedes es nuestro derecho y diría que incluso nuestro deber. La corona es fuente de privilegios, claro, pero también es un yugo. Supongo que a estas alturas —sobre todo a estas alturas, con la mayoría de edad recién cumplida— ya se habrá usted dado cuenta.

Cuando la veo en la tele y en las revistas no puedo evitar pensar en ello. En cómo debió ser crecer en Zarzuela, en si las princesas juegan a ser niñas normales cuando terminan de hacer los deberes, en si se quitan el vestido y la corona y se ponen un chándal con rodilleras. Me pregunto cómo celebrará su cumpleaños, si tendrá un Instagram secreto o si alguna vez en las excursiones del colegio se habrá dado la mano al fondo del autobús con el chaval que le gustaba. Empiezo a imaginar su infancia y adolescencia, su estancia en el extranjero o sus conversaciones familiares, a reparar en detalles cada vez más tontos y a hacerme preguntas cada vez más banales sobre cómo debe ser eso de nacer heredera de un reino.

A diferencia de usted, he crecido en una casa donde antes de aprender las tablas se les enseña a los críos a recitar «España mañana será republicana, y si es lista, comunista». Así que en seguida me siento culpable por empatizar con la niña que fue y por compadecerme de usted y de su vida Real por tener, precisamente, muy poco de realidad.

Ello me lleva siempre al mismo debate interno, todo esto mientras miro sus fotos vestida de soldado en algún periódico u oigo de fondo a los tertulianos debatir sobre quién ha ido y quién no a su jura de la Constitución: qué es la realidad y por qué homologarla a la de la mayoría. Pues reales son también su infancia palaciega y la de los críos que crecen sin luz en la Cañada Real aunque ambas sean, por distintos motivos y gracias a Dios, excepcionales. Pero este debate ontológico no es el asunto que hoy nos ocupa.

Hoy estamos aquí porque los amigos de Zenda me piden que le escriba una carta y que le hable de España, y me ocurre lo mismo que cuando miro sus fotos en el ¡Hola!: que no puedo evitar preguntarme cuál es la España que usted conoce y, por tanto, cuánto conoce España. Porque imagino que se sabe usted al dedillo nuestra historia y que probablemente haya recorrido cada rincón de nuestra geografía. Habrá visitado, además, las bambalinas de nuestro país, esos despachos de empresas e instituciones a los que los chavales de su edad no tienen acceso ni de becarios.

Pero me pregunto si sabe de los menús del día de los restaurantes de camioneros, de las piscinas municipales de los pueblos o de los Alsa que cogen los de su quinta para visitar amores lejanos. Si conoce los bancos descascarillados de los polígonos en los que los adolescentes echan la tarde con música en el móvil y una bolsa de pipas Tijuana, los mercadillos en los que los gitanos vocean «bragas a un euro, señora, bragas a un euro» o las carnicerías que aún tienen colgando del techo esas lámparas matamoscas de color azul. La España que pinta Pepe Baena, la de los chiquillos que se sollan las rodillas en la era y luego meriendan tortas de Inés Rosales con Cola-Cao, la de los que no han ido a colegios ingleses ni franceses y mucho menos alemanes.

Escribía Machado que «en España, lo esencialmente aristocrático, en cierto modo, es lo popular». Y me va usted a perdonar porque esta vez le ha tocado nacer en el lado malo, pero el poeta tenía razón. Ojalá, desde su torre de marfil, pueda atisbar algo de esa aristocracia que bebe café en vaso de caña en lugar de en taza. Ojalá de su mano descubra que la elegancia no es un salón de baile lleno de reliquias de sus antepasados sino, como dijo Cecil Beaton, agua y jabón.

Volviendo a Machado, otra cosa que dejó escrita es que en España, lo mejor es el pueblo. «Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva. En España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo. La demofilia es entre nosotros un deber elementalísimo de gratitud».

Hágale usted caso. Esté, siempre que pueda, cerca de los que no tienen yates en Mallorca sino que les sirven las cervezas para pagarse la universidad. Aprenda de los que no tienen padres con galones en el traje sino el uniforme de la gasolinera siempre puesto. Acérquese a sus alegrías y a sus penas cotidianas cuando tenga ocasión. Sea consciente de su papel, pero también del de los que no saldrán en los libros de texto. Pues, como decía el poeta, serán ellos y no usted quienes salven España cuando sea preciso.

«Si el país está pobre, vivan pobremente los ministros, hasta el mismo rey». Eso lo dijo un pariente suyo de cuyo nombre quizá no quiere acordarse. Y entiendo que no va usted a ponerse a compartir piso con cuatro o cinco chavales, ni a echar horas en el McDonald’s para pagarse el abono y los libros, ni a coger el Cercanías un par de horas al día para llegar a clase. Pero intente tener a los que sí hacen todo eso siempre presentes. Después de hacer los deberes, quítese el vestido y la corona y disfrácese de chica normal.

Un saludo, un abrazo, lo que sea protocolario mandarle a una princesa.

*****

Cartas a una reina es la octava colaboración entre nuestra web literaria e Iberdrola, después del gran recibimiento de los anteriores volúmenes: Bajo dos banderas (2018), Hombres (y algunas mujeres) (2019), Heroínas (2020), 2030 (2021), Historias del camino (2022), Europa, ¿otoño o primavera? (2023) y Las luces de la memoria (2023).

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Ricarrob
Ricarrob
3 meses hace

No me gusta la relatividad. Pero hay veces en las que su concepto viene bien. Todo el discurso que ha vertido usted, sra. Simón, en este artículo, peca de exceso de relatividad. Normal, anormal, nos tendría usted primero que definir que entiende por chica normal, el estándar, vamos. Si hay relatividad es en estas descripciones. ¿Ha pensado usted alguna vez si es o ha sido usted una chica normal?

En ocasiones llevo observando su evolución, simplemente por curiosidad. Adolece usted de habitar en una torre de marfil hecha de supeioridades y de excesos populistas o quizás populacheros. Hay muchas chicas normales, millones, dentro de variopintas normalidades, si se me permite la expresión, a las que no le han cantado de pequeñas lo del comunismo. Una especificidad muy concreta, que es la suya y de la cual va usted haciendo bandera permanentemente, no tiene por qué constituirse en normal. A no ser que usted desprecie y expulse a todos esos millones de chicas normales que los de su cuerda califican de «burguesas» con desprecio. Hay en este país padres muy dignos, con traje y corbata, que no tienen por qué sentirse avergonzados por ello, que trabajan todos los dìas, con un esfuerzo y un sacrificio enormes y que no se enfundan en un uniforme de gasolinera.

Todos, sin exclusión, formamos parte de esta sociedad para compartirla, mejorarla y hacerla progresar: los de corbata, los de bata de laboratorio, los de uniforme de gasolinera, los camioneros, los de cuello azul y los de cuello blanco como se decía antiguamente, los que salen a pescar en un barco, los pilotos de caza, los militares y los policías, los jueces… y los gobernantes.

Sinceramente, señora Simón, las dos princesas me parecen chicas muy normales (entiéndame bien, no he sido nunca monárquico y lo soy desde mi oposición al republicanismo perroflauta) y, siento decírselo, usted no me ha parecido nunca una chica normal. Todo ello dicho teniendo en cuenta la situación social real de las sociedades en las que vivimos.

Normal, anormal, intente usted, por favor, ampliar los estrechos y pobres conceptos entre los que se desenvuelve su actividad intelectual, amplíe usted horizontes…

Disfrácese alguna vez de ciudadana normal y bájese de su torre de superioridad populachera.

Saludos cordiales.

Raoul
Raoul
3 meses hace

Considero que la monarquía es una organización antinatural y trasnochada, pero también que hoy en España, dado el lamentable clima político y moral de nuestros días, es impensable volver a la república. Creo que fue Fernando Savater quien dijo que en nuestro país teníamos un buen rey, pero que aunque fuera malo seguiría siendo rey (y lo dijo a propósito de Juan Carlos I, que al final resultó no ser tan buen rey). En cuanto a esta serie de artículos, la cosa degenera: no hay más que comparar las ideas expuestas en «La fiel infantería» con el maniqueísmo y los tópicos de este último («a diferencia de usted, he crecido en una casa donde antes de aprender las tablas se les enseña a los críos a recitar «España mañana será republicana, y si es lista, comunista»: en fin…). Por parte de los políticos, de las tonterías que cabía esperar de dos personajes como Carmen Calvo o Arias Cañete se ha pasado a la majadería absoluta, rozando la indecencia, de Juan Carlos Monedero y Gabriel Rufián (el artículo de este último además está muy mal escrito, lo que, por otro lado, refleja las capacidades intelectuales del individuo). Sin embargo, al contrario que un muy sensato e inteligente lector cuyas opiniones podemos leer a menudo en el apartado correspondiente, la existencia de lacras como Monedero nunca hará que me vuelva monárquico. Por cierto, hablando de Savater, se agradecería la participación en esta serie de más intelectuales de su categoría (al lado de Ana Iris Simón, hasta un mindundi como Sergio del Molino parece Bertrand Russell).

Ricarrob
Ricarrob
3 meses hace
Responder a  Raoul

Lleva usted toda la razón, sr. Raoul. Estoy de acuerdo con sus planteamientos.

La señora Simón vive de revestirse de una pátina de obrerismo trasnochado ajeno a las nuevas configuraciones sociales. Pero vive de ello. Y alardea de sus irígenes humildes permanentemente, los va restregando a todo el que se le pone por delante. Es un Rufián más. Casi todo el mundo en este país tenemos unos orígenes humildes y no vamos por ahí con ese permanente discurso.

He conocido gentes, sin necesidad de enfundarse de gasolinero, trabajando en informática o tecnológicas de 8 a 8 y de lunes a lunes por 1000 euros al mes. Y hay mucha gente de cuello blanco así, en misérrimas condiciones. Hoy en día el proletariado no son solamente los gasolineros. Es más, hay gentes de las de cuello azul, que, en determinadas profesiones ganan una pasta y se forran, de esos que la sra. Simón ejemplariza y nos pone de modelo.

Somos muchos en este país que participando de las conceptualizaciones republicanas, aprobamos, admiramos y admitimos la monarquía constitucional.

Pero, bueno, la sra. Simón vive de eso. Quizás el dìa en que decida escribir sobre otros temas, el día que abra su abanico vital y deje el monotemático obrerismo populista y trasnochado, deje su pose de humildad fingida con la que atormenta y sermonea al personal, comience a ser una buena escritora. Quizás le haga falta madurar…

Saludos cordiales.

Gabriel Fernández
Gabriel Fernández
3 meses hace

Ojalá le prestara la princesa Leonor la debida atención y también empatizara con la gente a la que se refiere con la carta que has escrito. Lo veo dificil porque la historia nos muestra que se vuelven a caer en los mismo errores. Independientemente de eso, ¡vivan los pueblos, y los que habitamos en ellos!.

Ricarrob
Ricarrob
3 meses hace
Responder a  Gabriel Fernández

¿Cómo presupone usted que la princesa no empatiza con la gente común? Puede ser una presunciòn muy arriesgada, errónea y malévola, sin saber, sin conocer los entresijos mentales de esta persona. Quuzás empatice más que la nayorìa de políticos que solamente empatizan con su bolsillo.