El año del cazador es el experimento de un escritor muy original. Javier Puebla es un luchador, es un enamorado de la vida, un disfrutón y también un francotirador de la literatura (en el sentido de outsider). Javier Puebla es el primer autor que escribe un cuento cada día durante un año. Hay que tener perseverancia, imaginación, oficio y genialidad.
Y para dar más verosimilitud a su mundo utiliza diversos pseudónimos y heterónimos: Javier Panizo. León Salgado. Max Durango. El Hadj. Cada uno de ellos se expresa y desarrolla libremente su inclinación. Y así de fácil Javier Puebla rellena las 774 páginas de este libro con 365 cuentos que pone, cada noche, como ofrenda, en la almohada de su amada, dejando una declaración de amor por cada una de sus propias personalidades.
El segundo mérito de este libro es el estilo azoriniano del autor; esa forma de escribir precisa, concisa, a martillazos, un estilo eficiente, que consigue el objetivo de cazar cuentos con el consumo mínimo de energías. El estilo de El año del cazador es lacónico, sobrio y entrecortado, marida perfectamente con el relato corto. En el núm. 62, “Estampido”, leemos: “Y allí mismo se voló la cabeza. Delante de su padre”. Esta línea sola es en sí misma un hiperbreve, la historia de un desencuentro entre padre e hija y la venganza de la hija por la ruptura amorosa impuesta por su padre. Este relato es de mis preferidos, por su estructura redonda, envolvente e invisible. El relato 70, “Descripción de un grifo”, vuelve a recordarme la descripción que hace Azorín de una silla.
Como era de esperar en una producción tan vasta, también hay cuentos de escasa valía, como el número 85, “Le estaban invitando”, que no tiene originalidad, ni el golpe final que deben de tener todos los relatos cortos. Desenlace con sorpresa, como el que sí tiene el 104, titulado “Alfred”, o el 307, “Cuida tu suerte”.
No es de mi gusto el hecho de que haya tantos relatos en los que el autor saca a colación su proyecto de escribir un cuento al día durante un año. Hubiera aplaudido una última narración, a modo de epílogo, recogiendo toda la génesis del proyecto, a cargo de dos narradores simultáneos, el uno omnisciente y el otro homodiegético, al estilo de los renombrados monólogos de Vargas Llosa.
El 136, “Pilas de un voltio y medio” me ha gustado, seguramente porque coincide con mi circunstancia actual. Y el 306, “Un hombre parado en una esquina siempre resulta sospechoso”, porque ese experimento lo hice yo mismo en la plaza Callao de Madrid durante dos inviernos seguidos. También, por irreverente, el de “Borges maestro”. Uno de los mejores relatos de esta colección es el 253, “Implacable forajido”. La historia es preciosa, las descripciones geniales y el lenguaje una maravilla, topicazos incluidos. El número 256, “Leo para no tener miedo” es el que tiene un estilo más depurado y el tono narrativo más acertado. Hay muchos cuentos que me gustan, no voy a enumerarlos a todos. Todos no, pero tengo que poner en el pedestal de mi reseña a “Hociquitos”, (cuento 345), por su excelencia, por el dominio de las técnicas de la anticipación, despliegue y recurrencia.
Hay un apartado de relatos transgresores, como el niño pequeño que dispara entre los ojos del borracho que quiere abusar de su hermano; el hombre que pide perdón a otro conductor por haberse colado en pleno atasco de la M-30; el que abre en canal a su mujer embarazada para comprobar si el feto es hijo suyo; el cuento que narra la historia de la monja que se deja masturbar en el metro; o el ladrón vestido de Santa Claus que compra una bicicleta para el hijo de su víctima. Son cuentos inspirados que narran situaciones ordinarias con desenlaces extraordinarios; son cuentos escritos para escandalizar a las viejas conspicuas mientras toman el chocolate a media tarde. Y si tengo que grabar un vídeo leyendo uno de estos cuentos, éste será el 150, “Karaoke suicida”.
El autor recomienda empezar la lectura por el 51, pero no dice cuándo debemos leer los 50 primeros. Menos mal que al acabar el libro volví al principio; de no haberlo hecho me hubiera perdido “El mal de las pantallas amarillas” (cuento núm. 4), narración que reúne todos los ingredientes de un buen relato corto: argumento potente, trama sencilla, lenguaje conciso, brevedad y final explosivo.
Volviendo a las teorías de Mario Vargas Llosa, El año del cazador pasará a los anales de la literatura porque es un libro que cuenta buenas historias y lo hace dominando las técnicas literarias. ¡Enhorabuena, vecino! Lo has conseguido.
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Autor: Javier Puebla. Título: El año del cazador. Editorial: Vernacci. Venta: Todos tus libros.
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