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El silencio del hombre

El silencio del hombre

La Tierra sigue sonando y moviéndose. Es la humanidad, asustada, la que se ha quedado quieta y callada. El silencio que el hombre ahora sí escucha es su propio silencio. Y el de su miedo y el de su pequeñez también.

Día a día, y más de noche aún, en estos ya más de cincuenta pasados aquí, en pleno monte, en soledad, en la cabaña del Enebral, en el sopié de la sierra alcarreña de Altomira, esa fue y se mantiene como la percepción más intensa y el sentir mas profundo que envuelve al pensamiento y a la reflexión.

"El silencio de los hombres ha dejado abierto el oído al otro son, antes tapado por su ruido, tanto en los cielos como en la tierra, donde nada humano suena, ni vibra, ni cruza rugiendo de continuo por la oscuridad"

Aproveché el primer día claro, entre temporal y temporal, con horizontes de cristal recién lavados, para irme al crepúsculo a esperar la noche y quedarme en ella. Media luna sobra para andar, y hasta dar sombra, por los caminos de tierra y zahorra entre bosquetes y labrantíos. Arriba están las Tres Marías, también la blanca Rigel y la rojiza Betelgeuse, que dicen que se está muriendo, si es que no se ha muerto y explotado ya, pero aún no hemos percibido su temblor final. Son de la constelación de Orión. El Carro de la Osa Mayor también alcanzo a distinguirlo. Y poco más: a la estrella Polar y al lucero de la tarde, Venus en realidad, y paré usted de contar y menos aún nombrar a las incontables que lucen allá arriba.

Sabinas y enebros

Robles entre encinas

Flor de encina

El silencio de los hombres ha dejado abierto el oído al otro son, antes tapado por su ruido, tanto en los cielos como en la tierra, donde nada humano suena, ni vibra, ni cruza rugiendo de continuo por la oscuridad. No se mueven sus luces ni sus máquinas, ni se escucha su agitación. Son ahora otros los sonidos que se pueden oír. Mucho mas quedos y precavidos, otro moverse, este cauto y que detiene el mismo para escuchar, que luego vuelve a despertar y rebulle al caminar y otras se alza en la distancia en un gruñir o un ulular. Terminada la postrer aria crepuscular de los mirlos tenores no hay todavía orquesta de grillos que les sustituya después. Hace aún frío y les desafinaría el violín. Pero sí hay barítonos roncos: los sapos que se pasan la noche en un croar. Los tapa de golpe a todos la escandalera de un zorro y su raposa —seré fino, quizás aposta cursi, o tal vez me ría—, en desatado celo, que con sus guarridos —mezcla de aullido, gemido y ladrido— estremecen la atmósfera brotando desde las sombras de un monte oscuro. Solo al cabo de un rato se vuelve a oír imperturbable la voz del Gran Duque, del búho.

"No tengo cerca población alguna, el lugar habitado más cercano dista 7 kilómetros, y no he tenido necesidad, ni ganas, de asomar excepto por causa perentoria, como la reposición de algunas vituallas"

La ausencia del hombre, las lluvias y las siembras naciendo y alzándose lo han vaciado también del labrador y sus tractores, que llevan ya muchos días sin asomar tampoco. Esto ha hecho que los animales nocturnos se muevan antes y por lugares que antes rehuían. Un jabalí, puede que el mismo de ayer por la tarde, sale al trote en la puerta misma de la cerca, y ya un poco más lejos se para y me suelta un bufido. Comprendo que estorbo y me vengo hasta el fuego, porque las noches claras son las más frías. O es que este silencio de la humanidad asustada hace sentirlas más gélidas aún.

Es aquí donde decidí quedarme, antes incluso de saber, pero sí barruntarme, la orden de arresto domiciliario general. No tengo cerca población alguna, el lugar habitado más cercano dista 7 kilómetros, y no he tenido necesidad, ni ganas, de asomar excepto por causa perentoria, como la reposición de algunas vituallas. De otras sigo surtido y los huevos del gallinero no me van a faltar. En muchas ocasiones me he confinado en ella para escribir, meditar, vagar por el monte, hacer esperas a la luna llena o simplemente ver amanecer. Esta es diferente, claro está, pues ahora lo que no depende de mi voluntad es el salir.

Panorámica del enebral

Altomira nevada

Lebratos

El enebral

Llegué antes de que entrara la primavera. La he visto asomar, florecer, ventolear y llover. Lo que más, llover. Una primavera cumplidora de todos los refranes viejos. “Marzo ventoso y abril lluvioso hacen de mayo florido y hermoso”. Ha sido, en efecto un “abril, aguas mil”, y está el monte, el campo, los poderosos árboles y los humildes tomillos, los enebros y las sabinas, los romeros y las aliagas, los robles y las carrascas, las hierbas y los zarzales, las mieses y los barbechos y todas las plantas que les ha dado por florecer, desde las mas rastreras a las mas altivas, desde la salvia a la encina, que las encinas también echan flor.

"La batalla con los conejos no cejará —no se van a rendir así como así—, pero más les vale estar atentos no “pesque” alguno y me cobre el interés del año pasado"

Bueno para abejas y para los conejos y para las perdices y para toda la crianza del bicherío, desde el águila real que de mañana cruza hacia su cazadero por la vertical de la cabaña hasta el cuclillo recién llegado que busca nido al que colocar el huevo para poder seguir él cantando sin más faena que hacer.

En mi primera y ritual visita vi que los conejos le han cogido querencia al lugar donde, bajo la sabina de copa redonda y perfecta, en la cuesta que sube al mirador de las Grullas, está la tumba del Lord y del Mowgli, mis dos bretones valientes y buenos. Dejan los rabones, junto a ella, rastro y trato de sus visitas y quehaceres. Pequeños hoyos y escarbaduras y hasta un sirlero donde se aprecia, por las cagarrutillas más chicas, que hay gazapillos entre ellos. Ello me alegra sobremanera, y seguro que también les hubiera alegrado a mis perretes, que buena afición les tenían. Los últimos años en el Enebral, tras la terrible hemorragia vírica que se abatió sobre toda la zona, han sido una pelea continua por intentar que su población se recuperara. No se ha cazado y hemos repoblado con conejos de lugares cercanos, donde llegan incluso a ser plaga.

Fuego de leña

Poco a poco han ido recuperándose. De hecho, el año pasado acabaron con el huerto, pues no dejaron a plantón alguno, salvo contadas excepciones, arrechar. Este habrá que tomar mas serias medidas. Pero me alegra mucho el que haya que tomarlas y que, encima, haya tenido que practicar mi “deporte extremo”. O sea, tirar de azada y cavar para abrir una zanja donde colocar una alambrera que valle su totalidad. Después fueron los surcos y están yendo por turno las semillas de calabacines, de melones, de judías y los plantones de tomate, pimiento, de berenjena y de lo que aún me queda por plantar. La batalla con los conejos no cejará —no se van a rendir así como así—, pero más les vale estar atentos no “pesque” alguno y me cobre el interés del año pasado. Nada que objetar. Son la alegría del campo. Sin ellos no hay vida. Así que medren y se reproduzcan como lo que son y por lo que tienen fama. Que nos alegraremos todos, el águila imperial, los zorros y yo, desde luego.

"El mio será Thorin (Escudo de Roble), y Balin el que se ha quedado Juan. Para los otros tres machos hay nombres de sobra donde escoger"

Por ello, lo primero decidido, sentado en el recuerdo del Mowgli y el Lord, es que ya la próxima vez no subiré a verlos solo, sino con un cachorrete al lado. Ya está apalabrado con quien eso es garantía total. Juan Barrado, el que más ha intentado enseñarme a cazar bien, quien me dio a Mowgli, tiene ya, a los cuatro días entonces de nacer y ya camino de los dos meses ahora, uno apartado para mí. En cuanto me dejen iré a recogerlo. A cambio me toca bautizar la camada. Tolkien ha venido en mi ayuda, pues ha de seguirse la tradición literaria. El uno era Lord Jim y el otro fue niño-lobo de Kipling, y los valientes enanos de sus sagas les vendrán a los springer spaniel como “anillo al dedo” para poderlos nombrar. El mio será Thorin (Escudo de Roble), y Balin el que se ha quedado Juan. Para los otros tres machos hay nombres de sobra donde escoger: Tharin, Glóin, Gimli, Dúrin, Dáin y Gror. Pero para las dos hembritas solo he podido encontrar un nombre “tolkieniano”, la enana Dis, madre de Fili y Kili, que pueden valer pero eran chicos. Escaseaban las mozas, a lo que se ve.

Durante este tiempo he campeado solo. Sin salirme de los límites permitidos ni poner rueda ni pie en camino público, no me fueran a filmar y denunciarme a la Guardia Civil, que es la única que transita, y muy bien que me parece, por aquí. He campeado, cuando me lo ha permitido el aguacero, visitando aguaderos, recorriendo trochas jabalineras, auscultando madrigueras, algunas resucitadas, comprobando que los tejones han renovado su complejo de apartamentos de la barranca entre las raíces de las encinas, que hay rastro de zorros, garduñas, monteses y turones. He oído llegar de África a los abejarucos, al cuco, a la oropéndola y, el último, anteayer, al autillo, con el que la noche empieza a anunciar el calor. He descubierto incluso árboles que no tenía contados. Por dos veces en los monteos y en medio de la leña me sorprendió ver en sendas vaguadas flores entre los robles, las carrascas y los enebros. Resultaron varias decenas de viejos almendros y alguno joven, nacido de sus frutos enterrados. Una docena de ellos, que alguien plantó hace ya ni se sabe y de los cuales ni memoria había, han aprovechado para rebrotar, reverdear y cuajarse de flores. Esa mañana me brotó a mí una sonrisa en la cara, con la que como un tonto me fui volviendo a la cabaña.

"He decidido abandonar mi última tertulia, estragado por el Agitprop, y sentirme un poco abrumado pero muy gratificado por el apoyo de mucha gente"

Debo reconocer, y pedir por ello, si es menester, perdón, muy cumplida y pasada ya en su término exacto mi cuarentena, que no se me han hecho estos días largos. Veremos los que me quedan, si siguen así o van a peor. Durante todos ellos he encendido, casi siempre reavivando las brasas de la noche anterior, el fuego. Ha sido mi mejor compañía, y mirar sus ascuas y su llama mi casi exclusiva y desde luego mucho mejor pantalla de televisión. Un atardecer, tras saltar una liebre a mi paso y remirar en la mata, encontré a tres pequeños lebratos que con sus grandes ojos me miraban, inmóviles, a mí, sin un parpadeo, ni un resuello, ni un mover una oreja ni un temblor en la piel, y un día al anochecer me topé con un jabalí, que se acababa de desencamar, y nos llevamos un buen susto los dos, y además un par de corzas pastaban en una siembra cerca de allí.

Romero en flor

Tumba de Lord Mowgli

Panóramica al amanecer

Me ha nevado dos días, y uno llegado a helar, aunque levemente, sin llegar a matarles la flor a los frutales, y llovido muchas más veces, casi todos los días. Vamos, que acariciado el sol. He leído y escrito más aún. He corregido las últimas galeradas de Cabeza de Vaca, mi próxima novela, que iba a salir el 21 de mayo, y que, coronavirus mediante, saldrá el 18 de junio, y me he metido ya de lleno, metido a fondo, con un libro que no será de ficción y del que hablaré cuando toque, que ahora no es. He decidido abandonar mi última tertulia, estragado por el Agitprop, y sentirme un poco abrumado pero muy gratificado por el apoyo de mucha gente. He aprendido a grabarme en vídeo, yo, un analfabeto tecnológico, y colgarlo en el YouTube. He visto a mis gallinas, uno de los días en que las saco a escarbar y picotear a campo abierto, sufrir el ataque de un águila calzada y descubrir que el gen y el instinto perseveran en la más domestica y secular condición. Nada más percibir su sombra, y lo hicieron antes que yo, se pusieron a cubierto bajo la alambrera y después se refugiaron en la casilla donde duermen con su gallo asomando prudente un poco, y solo la cresta, por el dintel de la puerta.

Esta primavera, virus aparte, está siendo como las primaveras deben ser, y la tierra proclama su alegría por ello con una resurrección de vida, de olor y de color. Estos últimos días, entre nube y nube, y jugando con el chaparrón, asoma ya el picor de calor en la piel. Muy bienvenido será.

Y si de paso achicharra al bicho ese, mejor.

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